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Naufragio en el tiempo real – Vernor Vinge

En torno a la ciencia ficción pueden encontrarse fenómenos siempre sorprendentes. En 1979 un grupo de personas que deseaban promover las obras inspiradas por una ideología libertaría concedió el primer Premio Prometheus a la obra Wheels Within Wheels de F. Paul Wilson. El premio se creó en memoria del economista Friedrich von Hayek y por ello consiste hoy día en un certificado y una media onza de oro con la imagen del economista. El premio es el de mayor valor monetario dentro del ámbito de la ciencia ficción. Friedrich von Hayek, economista vienés posteriormente nacionalizado británico, obtuvo en 1974 el premio Nobel conjuntamente con el sueco Gunnar Myrdalpor «haber iniciado los análisis sobre la interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e institucionales». Tras problemas económicos para su financiación, el Premio Prometheus fue reinstaurado por la Sociedad Libertaría Futurista (Libertarían Futurist Society, LFS) creada en 1981. El cinco de septiembre de 1987, en la CactusCon, la Convención Norteamericana de Ciencia Ficción, que tuvo lugar en Phoenix (Arizona), se presentó el Premio Prometheus de 1987, concedido a Naufragio en el tiempo real, de Vernor Vinge. Al entregar el premio uno de los miembros de la LFS, Victoria Varga, sintetizaba claramente la voluntad de la sociedad y el premio que concede: ¿Es posible un futuro libre? Mientras que el resultado del totalitarismo puede encontrarse en todas las revistas y periódicos, la posibilidad de una alternativa no es fácil de encontrar. La gente debe saber que el futuro puede constar de algo más que guerras nucleares, comportamientos salvajes, monstruos mutantes y Grandes Hermanos. La gente debe saber que la esperanza del futuro son ellos mismos y no los gobiernos. La LFS se creó para animar a los escritores (y particularmente a los escritores de ciencia ficción) para que muestren al mundo la posibilidad de una sociedad realmente libre o de mentes realmente libres. Por ello el Prometheus premia aquellas obras que tratan temas como la evolución de una sociedad libre ideal y que ilustran lo que la LFS considera como la «persistente tendencia humana hacia la auto-liberación, la auto-realización y la maduración personal». Habitualmente el Premio Prometheus se entrega durante la convención mundial de la ciencia ficción, la misma que otorga los Hugos. Pero cuando la convención mundial se realiza fuera de Estados Unidos, la Sociedad Mundial de la Ciencia Ficción (World Science Fiction Society, WSFS) organizadora de la convención mundial, tiene previsto que se celebre una convención complementaría que, la Convención Norteamericana de Ciencia Ficción (Nord America Science Fiction Convention, NASFIC), que tiene lugar en el territorio de Estados Unidos. En 1987, la convención mundial se realizó en Brigthon, (Gran Bretaña), y el Prometheus decidió no cruzar el Atlántico y fue entregado en la NASFIC. En 1987, el premio recayó en la presente novela de Vernor Vinge, donde efectivamente se nos muestra un futuro lejano en el que la creatividad humana puede desarrollarse sin estar coartada por ningún totalitarismo. La novela es una de esas secuelas que sólo la ciencia ficción puede ofrecer. Desarrolla nuevas potencialidades del efecto de las «burbujas», los nuevos artilugios científico-tecnológicos que alteraron el destino del mundo en La Guerra de la Paz. Pero esta vez la trama tiene lugar millones de años en el futuro gracias al efecto de estasis temporal que tiene lugar en el interior de las burbujas. La continuidad con el primer libro de la serie sólo existe por la presencia de las burbujas y la aparición de Della Lu, uno de los personajes de la primera novela. Por ello Naufragio en el tiempo real puede leerse con independencia de La Guerra de la Paz y representa una nueva especulación sobre el efecto de las burbujas en la organización social de la humanidad. En Naufragio en el tiempo real una desastrosa Extinción ocurrida en el siglo XXIII amenaza la continuidad de la civilización. Los detentadores del poder tecnológico, intentan recoger a todos los supervivientes que van siendo liberados del éxtasis de las burbujas e incorporarlos al proyecto final que no es otro que reconstruir la civilización con la diezmada humanidad. Pero uno de los líderes ha sido «asesinado» al haber sido abandonado, aislado en el tiempo real, mientras el resto de la humanidad se encuentra en «viaje hacia el futuro» gracias a las burbujas.


En este caso la reflexión de Vinge sobre el futuro, merecedora del premio otorgado por la Sociedad Libertaria futurista como ya se ha dicho, toma la forma conductora de una novela de misterio en un ambiente de ciencia ficción «hard». El protagonista Wil Brierson, policía del siglo XXI, debe encontrar al «asesino» y desentrañar el porqué del intento de obstaculizar la reconstrucción de la civilización. Personalmente creo que la presente novela tiene aún más atractivos que La Guerra de la Paz. Junto a las nuevas especulaciones tecnológicas y sociales de Vinge, el hilo conductor de la novela es la investigación policial del protagonista que otorga al relato un pulso y un interés excepcionales. Para Karen Miller en su reseña aparecida en el famoso fanzine Locus: Naufragio en el tiempo real combina el estilo amplio de la ciencia ficción «hard» con la concentrada atención de una historia de detectives y lo completa con un orquestado clímax final. El resultado es excitante: difícilmente puede uno pasar las páginas lo suficientemente deprisa. Estoy de acuerdo con Miller y tan sólo espero poder leer pronto la próxima novela de Vernor Vinge e incluirla en esta colección. MIQUEL BARCELÓ Agradecimientos Hago constar mi agradecimiento a: Mike Gannis por algunas super-ideas relacionadas con esta historia, Sara Baase, John L. Carroll, Howard Davidson, Jim Frenkel, Dipak Gupta, Jay Hill, Sharon Jarvis y Joan D. Vinge, por toda su ayuda y sugerencias. Otras personas han creado zoologías y/o geografías del futuro. A pesar de que sean distintas de las que se describen en esta historia, son maravillosamente interesantes: Dougal Dixon, After Man, St. Martin’s Press, New York, 1981. Christopher Scotese y Alfred Ziegler, tal como se les describe en «The Shape of Tomorrow» de Dennis Overbye, Discover, Noviembre, 1982, pp. 20-25. Para todos los Náufragos sin esperanza de rescate. 1 El día del gran rescate, Wil Brierson fue a pasear por la playa. Con toda seguridad, sería una de aquellas tardes en que solía estar completamente vacía. El cielo estaba sereno, pero la habitual niebla marina reducía la visibilidad hasta unos pocos kilómetros. La playa, las dunas bajas, el mar… todo estaba envuelto en un débil resplandor que parecía centrarse en su foco visual. Wil se sentía deprimido y anduvo hasta donde llegaban las olas, donde el agua empapaba la arena y la dejaba lisa y fría. Sus noventa kilos de peso dejaban atrás unas huellas perfectas de pies desnudos. Wil hizo caso omiso de las aves marinas que chillaban. Andaba cabizbajo, viendo como el agua surgía entre los dedos de sus pies a cada paso que daba. Una brisa húmeda le llevó el punzante y agradable olor de las algas.

Cada medio minuto las olas crecían y la limpia agua del mar rodeaba sus tobillos. Excepto los días de tormenta, aquel leve balanceo era todo el «surf» que se podía esperar en aquel Mar de Tierra adentro. Al andar de aquella manera, casi podía imaginar que había vuelto al Lago Michigan, tan lejano en el tiempo. Cada verano, había acampado con Virginia a la orilla del lago. Casi podía imaginar que regresaba de un paseo matutino, un día muy bochornoso, por la orilla del Michigan, y que si andaba lo suficiente encontraría a Virginia, Ana y Bill, que le esperaban impacientes al lado del fuego de campamento, reprochándole que se hubiera ido solo. Casi… Wil levantó la vista. Treinta metros delante de él estaba la causa de todo el clamor de las aves marinas. Una tribu de monos pescadores estaba jugando en la orilla del agua. Los monos ya debían haberle descubierto. Durante las semanas anteriores, habrían desaparecido en el mar a la primera señal de un humano o de una máquina. Pero entonces se quedaron en la playa. Cuando se acercó a ellos, los más jóvenes vadearon hasta él. Hincó una rodilla en la arena y se congregaron a su alrededor, sus dedos unidos por una red buscaban con curiosidad en sus bolsillos. Uno sacó una ficha de datos. Wil sonrió y arrebató la ficha del puño del mono. —¡Ah! Un ratero. ¡Estás arrestado! —¿El policía de siempre, eh inspector? La voz era femenina y de tono ligero. Llegaba de algún sitio que estaba por encima de su cabeza. Wil se echó hacia atrás. Un aparato volador, a control remoto, estaba detenido a unos pocos metros por encima de él. Sonrió: —Sólo lo hago para no perder la práctica, ¿eres tú, Marta? Pensaba que estabas preparándote para las «celebraciones» de esta tarde. —Es verdad. Y una parte de los preparativos consiste en sacar de la playa a la gente loca. Los fuegos artificiales no van a esperar a que sea de noche. —¿Qué dices? —Ese Steve Fraley está haciendo una gran escena intentando convencer a Yelén de que aplace el rescate.

Ella ha decidido hacerlo algo antes sólo para que Steve se entere de quién manda aquí. Marta se rió, y Wil no hubiera podido decir a ciencia cierta si su regocijo estaba provocado por la irritación de Yelén Korolev o por Fraley. —O sea que, por favor, mueva su trasero, caballero. Todavía tengo que avisar a otros, así que confío en que regresarás a la ciudad antes de que llegue este volador. —Sí, señora. Will hizo una reverencia en broma y dio la vuelta para volverse por donde había venido, con paso atlético. No habría recorrido más de treinta metros cuando oyó tras él un agudo grito que auguraba muerte. Miró por encima del hombro y vio que el volador caía en picado en dirección contraria a la suya, haciendo ráfagas con las luces y con las sirenas funcionando a plena intensidad. Ante este asalto, el nuevo comportamiento de los monos pescadores desapareció. Se asustaron, y dado que el ruidoso vehículo aéreo volaba entre ellos y el mar, su única posibilidad estribaba en coger a sus crías y escapar por entre las dunas. El volador de Marta les perseguía, dejando caer bombas sonoras en los flancos de su ruta de escape. El aparato volador y los monos desaparecieron por encima de la arena hacia la jungla, y el ruido se fue apagando. Wil se preguntó si Marta tendría que perseguirlos hasta muy lejos para poder llevarlos a una zona segura. Sabía que le motivaban tanto su buen corazón como su sentido práctico. Jamás habría espantado a los animales para que se alejaran de la playa a menos que hubiera alguna posibilidad de que pudieran llegar a un refugio seguro. Wil sonrió para sí mismo. No le sorprendería que Marta hubiese elegido la estación y el día de la explosión para minimizar las muertes de los animales salvajes.

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