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Naciones y Nacionalismos desde 1780 – Eric Hobsbawm

El gran historiador británico Eric Hobsbawm, autor de la célebre Historia del siglo XX, nos ofrece en este libro un detallado análisis histórico de la evolución de la nación moderna en los últimos 200 años, desde el protonacionalismo popular hasta la actualidad, procurando distinguir cuidadosamente lo que es historia real de lo que no pasa de ser «mitología programática», y poniendo de relieve la contradicción que parece existir entre la actual reafirmación política de las nacionalidades y la lógica de la integración económica que las empuja, como en el caso de la Unión Europea, a una supranacionalidad cada vez mayor. «Tal vez no todo el mundo esté de acuerdo con las afirmaciones de este libro —nos dice el profesor Santos Juliá— pero los análisis de Hobsbawm tienen la virtud de plantear los problemas desde su raíz, no perderse en disquisiciones esencialistas, y devolver a las creencias su historicidad».


 

Supongamos que un día, después de una guerra nuclear, un historiador intergaláctico aterriza en un planeta muerto con el propósito de investigar la causa de la lejana y pequeña catástrofe que han registrado los sensores de su galaxia. El historiador o la historiadora —me abstengo de especular acerca del problema de la reproducción fisiológica extraterrestre— consulta las bibliotecas y los archivos terrestres que se han conservado, toda vez que la tecnología del armamento nuclear avanzado se ha pensado para destruir a las personas en lugar de las propiedades. Nuestro observador, después de estudiar un poco, sacará la conclusión de que los últimos dos siglos de la historia humana del planeta Tierra son incomprensibles si no se entiende un poco el término « nación» y el vocabulario que de él se deriva. Este término parece expresar algo importante en los asuntos humanos. Pero ¿exactamente qué? Ahí radica el misterio. Habrá leído a Walter Bagehot, que presentó la historia del siglo XIX como la historia de la « construcción de naciones» , pero que, con su habitual sentido común, también comentó: « Sabemos lo que es cuando no nos lo preguntáis, pero no podemos explicarlo ni definirlo muy rápidamente» [1] . Puede que esto sea cierto para Bagehot y para nosotros, pero no lo es para historiadores extragalácticos que no poseen la experiencia humana que, al parecer, hace que la idea de « nación» sea tan convincente. Creo que, gracias a la literatura de los últimos quince o veinte años, sería posible dar al historiador en cuestión una breve lista de lecturas que le ayudarían —a él, a ella o a ello— con el análisis deseado y que complementarían la monografía « Nationalism: a trend report and bibliography» , de A. D. Smith, que contiene la mayoría de las referencias en este campo hasta esa fecha [2] . Lo cierto es que uno no desearía recomendarle mucho de lo escrito en períodos anteriores. Nuestra lista de lecturas contendría muy poco de lo que se escribió en el período clásico del liberalismo decimonónico, por razones que seguramente resultarán claras más adelante, pero también porque en aquella época se escribió muy poco que no fuera retórica nacionalista y racista. Y la mejor obra que se produjo a la sazón fue, de hecho, muy breve, como los pasajes que John Stuart Mill dedica al tema en Del gobierno representativo, y la famosa conferencia de Ernest Renán titulada « ¿Qué es una nación?» [3] . La lista contendría algunas lecturas históricamente necesarias, así como algunas optativas que datan del primer esfuerzo serio por aplicar un análisis desapasionado al asunto, los importantes y subvalorados debates entre los marxistas de la segunda internacional acerca de lo que ellos denominaron « la cuestión nacional» . Veremos más adelante por qué los mejores cerebros del movimiento socialista internacional —y había en él algunas inteligencias poderosísimas— se aplicaron a este problema: Kautsky y Luxemburg, Otto Bauer y Lenin, por citar sólo unos pocos [4] . Probablemente contendría algo de Kautsky, ciertamente Die Nationalitátenfrage, de Otto Bauer, pero también necesitaría contener El marxismo y la cuestión nacional, de Stalin, no tanto por sus méritos intelectuales, que son modestos pero no despreciables —aunque un poco derivativos—, sino más bien por la influencia política que tuvo más adelante [5] . A mi juicio, no merecería contener muchas cosas de la época de los que han sido llamados « los dos padres fundadores» del estudio académico del nacionalismo, después de la primera guerra mundial: Carleton B. Hayes y Hans Kohn [6] . No tiene nada de raro que este tema atrajese la atención en un período en que el mapa de Europa por primera vez —y luego se vio que por última también— se trazó de nuevo de acuerdo con el principio de nacionalidad, y en que el vocabulario del nacionalismo europeo llegó a ser adoptado por nuevos movimientos de liberación en las colonias, o reivindicativos en el Tercer Mundo, a los cuales Hans Kohn al menos prestó mucha atención [7] . Tampoco cabe duda alguna de que los escritos de ese período contienen gran cantidad de material sacado de la literatura anterior, lo cual puede ahorrarle al estudiante mucha lectura primaria. La razón principal de que una parte tan grande de todo esto haya perdido vigencia estriba en que la principal innovación del período, que, dicho sea de paso, los marxistas habían anticipado, se ha vuelto cosa corriente, excepto entre los nacionalistas. Ahora sabemos —y en no poca medida gracias a los esfuerzos de la época Hayes-Kohn— que las naciones no son, como pensaba Bagehot, « tan antiguas como la historia» [8] . El sentido moderno de la palabra no se remonta más allá del siglo XIII, predecesor más, predecesor menos.


La literatura académica referente al nacionalismo se multiplicó, pero no hizo grandes avances en los decenios siguientes. Algunos considerarían una importante añadidura a la misma la obra de Karl Deutsch, que recalcó el papel de la comunicación en la formación de naciones, pero a mí este autor no me parece indispensable [9] . No acaba de estar claro por qué la literatura referente a las naciones y al nacionalismo inició una fase tan fructífera hace ahora unos veinte años, y, de hecho, el interrogante sólo se les plantea a los que creen que fue así. Esta no es aún una opinión aceptada universalmente. Estudiaremos el problema en el último capítulo, aunque no con gran detalle. En todo caso, la opinión de este autor es que el número de obras que realmente arrojan luz sobre lo que son las naciones y los movimientos nacionales, así como el papel que interpretan en el devenir histórico, es may or en el período 1968-1988 que en cualquier período anterior con el doble de duración. El texto que sigue a la presente introducción debería dejar claro cuáles de ellas me han parecido especialmente interesantes, pero tal vez convenga mencionar unos cuantos títulos importantes, entre los cuales el autor se abstiene de incluir sus propios escritos, exceptuando uno de ellos [10] . La siguiente lista breve puede servir de introducción a este campo. Es una lista alfabética de autores, con la salvedad de la obra de Hroch, que inauguró la nueva era del análisis de la composición de los movimientos de liberación nacional. Hroch, Miroslav, Social preconditions of national revival in Europe, Cambridge, 1985. Combina las conclusiones de dos obras que el autor publicó en Praga en 1968 y 1971. Anderson, Benedict, Imagined communities, Londres, 1983. Armstrong, J., Nations befare nationalism, Chapel Hill, 1982. Breuilly, J., Nationalism and the State, Manchester, 1982. Colé, John W., y Eric R. Wolf, The hidden frontier: ecology and ethnicity in an Alpine yalley, Nueva York y Londres, 1974. Fishman, J., ed., Language problems of developing countries, Nueva York, 1968. Gellner, Emest, Nations and nationalism, Oxford, 1983. Hobsbawm, E. J.

, y Terence Ranger, eds., The invention of tradition, Cambridge, 1983 [hay trad. cat.: L’invent de la tradició, Eumo, Vic, 1989]. Smith, A. D., Theories of nationalism, Londres, 1983². Szücs, Jenó, Nation und Geschichte: Studien, Budapest, 1981. Tilly, C., ed., The formation of national states in Western Europe, Princeton, 1975. No puedo resistir la tentación de añadir a estos títulos un brillante ensayo escrito desde dentro de la identificación subjetiva con una « nación» , pero con un raro sentido de su contexto y maleabilidad históricos: Gwy n A. Williams, « When was Wales?» , en The Welsh in their history, Londres y Camberra, 1982. La mayor parte de esta literatura ha girado en torno a este interrogante: ¿Qué es una nación (o la nación)? Porque la característica principal de esta forma de clasificar a los grupos de seres humanos es que, a pesar de que los que pertenecen a ella dicen que en cierto modo es básica y fundamental para la existencia social de sus miembros, o incluso para su identificación individual, no es posible descubrir ningún criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las numerosas colectividades humanas debería etiquetarse de esta manera. Esto no es sorprendente en sí mismo, porque si consideramos « la nación» como una novedad muy reciente en la historia humana, así como fruto de coyunturas históricas concretas, e inevitablemente localizadas o regionales, sería de esperar que apareciese inicialmente, por así decirlo, en unas cuantas colonias de asentamiento en vez de en una población distribuida de forma general por el territorio del mundo. Pero el problema es que no hay forma de decirle al observador cómo se distingue una nación de otras entidades a priori, del mismo modo que podemos decirle cómo se reconoce un pájaro o cómo se distingue un ratón de un lagarto. Observar naciones resultaría sencillo si pudiera ser como observar a los pájaros. Han sido frecuentes los intentos de determinar criterios objetivos de nacionalidad, o de explicar por qué ciertos grupos se han convertido en « naciones» y otros no, basándose en criterios únicos tales como la lengua o la etnicidad o en una combinación de criterios tales como la lengua, el territorio común, la historia común, rasgos culturales o lo que fuera. La definición de Stalin es probablemente la más conocida entres estas, pero en modo alguno la única [11] . Todas estas definiciones objetivas han fracasado, por la obvia razón de que, como sólo algunos miembros de las numerosas entidades que encajan en tales definiciones pueden calificarse de « naciones» en un momento dado, siempre cabe encontrar excepciones. O bien los casos que se ajustan a la definición evidentemente no son « naciones» (o no lo son todavía) ni poseen aspiraciones nacionales, o las « naciones» indudables no concuerdan con el criterio o la combinación de criterios. A decir verdad, ¿cómo podría ser de otro modo, dado que lo que tratamos de hacer es encajar unas entidades históricamente nuevas, nacientes, cambiantes, que, incluso hoy día, distan mucho de ser universales, en una estructura de permanencia y universalidad? Asimismo, como veremos, los criterios que se usan con este propósito —la lengua, la etnicidad o lo que sea— son también borrosos, cambiantes y ambiguos, y tan inútiles para que el viajero se oriente como las formas de las nubes son inútiles comparadas con los accidentes del terreno. Esto, desde luego, hace que sean útilísimos para fines propagandísticos y programáticos, aunque muy poco descriptivos. Quizá esto quede claro con un ejemplo del uso nacionalista de una de tales definiciones « objetivas» en la política reciente de Asia: El pueblo de habla tamil de Ceilán constituy e una nación que se distingue de la de los cingaleses según todos los criterios fundamentales de nacionalidad, primero, el de un pasado histórico independiente en la isla que, como mínimo, sea tan antiguo y tan glorioso como el de los cingaleses; en segundo lugar, por el hecho de ser una entidad lingüística totalmente diferente de la de los cingaleses, con una herencia clásica no superada y un desarrollo moderno de la lengua que hace que el tamil sea plenamente apropiado para todas las necesidades actuales; y, finalmente, por tener su morada territorial en zonas definidas [12] . El propósito de este pasaje es claro: exigir la autonomía o la independencia para una región que, según se describe, ocupa « más de un tercio de la isla» de Sri Lanka, basándose en el nacionalismo tamil.

Nada más de lo que contiene el pasaje se ajusta a la realidad. Oculta el hecho de que la morada territorial consiste en dos zonas separadas geográficamente y pobladas por gentes de habla tamil de orígenes diferentes (indígenas y trabajadores indios que han inmigrado en época reciente, respectivamente); que la región de asentamiento tamil continuo también se halla habitada, en ciertas zonas, por hasta una tercera parte de cingaleses, y hasta un 41 por 100 de gentes que hablan tamil rehúsan considerarse tamiles nativos y prefieren identificarse como musulmanes (los « moros» ). De hecho, incluso dejando aparte la región central de inmigrantes, no está nada claro que el territorio de asentamiento tamil continuo e importante, que comprende zonas de sólida población tamil (del 71 al 95 por 100: Batticaloa, Mullaitivu, Jaffna) y zonas donde los tamiles que se autoidentifican forman el 20 o el 33 por 100 (Amparal, Trincomalee), deba considerarse como un solo espacio, excepto en términos puramente cartográficos. De hecho, en las negociaciones que pusieron fin a la guerra civil de Sri Lanka en 1987, la decisión de considerar dicha región como un solo espacio fue una clara concesión política a las exigencias de los nacionalistas tamiles. Como ya hemos visto, la « entidad lingüística» oculta el hecho indiscutible de que los tamiles indígenas, los inmigrantes indios y los moros son —hasta ahora— una población homogénea en el sentido filológico y no en ningún otro, y, como veremos, probablemente ni siquiera en este sentido. En cuanto al « pasado histórico independiente» , es casi seguro que la expresión es anacrónica, constituy e una petición de principio o es tan vaga que no tiene sentido. Puede objetarse, por supuesto, que los manifiestos obviamente propagandísticos no deben estudiarse con detenimiento como si fueran aportaciones a las ciencias sociales, pero lo cierto es que casi cualquier clasificación de alguna comunidad como « nación» , basándose en tales criterios pretendidamente objetivos, estaría expuesta a objeciones parecidas, a menos que el hecho de ser una « nación» pudiera probarse basándose en otros criterios. Pero ¿cuáles son estos otros criterios? La alternativa de una definición objetiva es una definición subjetiva, ya sea colectiva (por el estilo de « una nación es un plebiscito diario» , como dijo Renán) o individual, al modo de los austromarxistas, para quienes la « nacionalidad» podía atribuirse a personas, con independencia de dónde y con quién vivieran, al menos si optaban por reclamarla [13] . Ambos son intentos evidentes de eludir las limitaciones del objetivismo apriorístico, en ambos casos, aunque de manera diferente, adaptando la definición de « nación» a territorios en los cuales coexisten personas cuya lengua u otros criterios « objetivos» son diferentes, como hicieron en Francia y en el imperio Habsburgo. Ambos se exponen a la objeción de que definir una nación por la conciencia de pertenecer a ella que tienen sus miembros es tautológico y proporciona solamente una orientación a posteriori de lo que es una nación. Además, puede conducir a los incautos a extremos de voluntarismo que induzcan a pensar que lo único que se necesita para ser, para crear o para volver a crear una nación es la voluntad de serlo: si un número suficiente de habitantes de la isla de Wight quisiera ser una nación « wigthtiana» , habría una. Si bien esto ha dado origen a algunos intentos de edificar naciones elevando la conciencia, especialmente desde el decenio de 1960, no es una forma legítima de criticar a observadores tan avanzados como Otto Bauer y Renán, que sabían perfectamente bien que las naciones también tenían elementos objetivos en común. Sin embargo, insistir en la conciencia o en la elección como criterio de la condición de nación es subordinar insensatamente a una sola opción las complejas y múltiples maneras en que los seres humanos se definen y redefinen a sí mismos como miembros de grupos: la elección de pertenecer a una « nación» o « nacionalidad» . Política o administrativamente, hoy día esa elección debe hacerse viviendo en estados que den pasaportes o que en sus censos hagan preguntas sobre la lengua. Con todo, incluso en la actualidad es perfectamente posible que una persona que viva en Slough se considere a sí misma, según las circunstancias, como —pongamos por caso— ciudadano británico, o (ante otros ciudadanos de piel diferente) como india, o (ante otros indios) como gujarati, o (ante hindúes o musulmanes) como un jainista, o como miembro de determinada casta o relación de parentesco, o como alguien que en casa habla hindi en vez de gujarati, o, sin duda, de otras maneras. Tampoco es posible, a decir verdad, reducir siquiera la « nacionalidad» a una sola dimensión, y a sea política, cultural o de otro tipo (a menos, por supuesto, que uno se vea obligado a hacerlo por la fuerza may or de los estados). Las personas pueden identificarse como judías aun cuando no compartan la religión, la lengua, la cultura, la tradición, el origen histórico, las pautas de grupo sanguíneo ni la actitud ante el estado judío. Tampoco entraña esto una definición puramente subjetiva de « la nación» . Vemos, pues, que ni las definiciones objetivas ni las subjetivas son satisfactorias, y ambas son engañosas. En todo caso, el agnosticismo es la mejor postura que puede adoptar el que empieza a estudiar este campo, por lo que el presente libro no hace suya ninguna definición apriorística de lo que constituy e una nación. Como supuesto inicial de trabajo, se tratará como nación a cualquier conjunto de personas suficientemente nutrido cuyos miembros consideren que pertenecen a una « nación» . Sin embargo, que tal conjunto de personas se considere de esta manera es algo que no puede determinarse sencillamente consultando con autores o portavoces políticos de organizaciones que reivindiquen el estatuto de nación para él. La aparición de un grupo de portavoces de alguna « idea nacional» no es insignificante, pero la palabra « nación» se emplea hoy día de forma tan general e imprecisa, que el uso del vocabulario del nacionalismo puede significar realmente muy poco. No obstante, al abordar « la cuestión nacional» , « es más provechoso empezar con el concepto de “la nación” (es decir, con el “nacionalismo”) que con la realidad que representa» . Porque « La “nación”, tal como la concibe el nacionalismo, puede reconocerse anticipadamente; la “nación” real sólo puede reconocerse a posteriori» [14] .

Este es el método del presente libro. Presta atención especial a los cambios y las transformaciones del concepto, sobre todo en las postrimerías del siglo XIX. Los conceptos, por supuesto, no forman parte del libre discurso filosófico, sino que están enraizados social, histórica y localmente y deben explicarse en términos de estas realidades. Para el resto, la posición del autor puede resumirse del modo siguiente: 1. Utilizo el término « nacionalismo» en el sentido en que lo definió Gellner, a saber: para referirme « básicamente a un principio que afirma que la unidad política y nacional debería ser congruente» [15] . Yo añadiría que este principio también da a entender que el deber político de los ruritanos* para con la organización política que engloba y representa a la nación ruritana se impone a todas las demás obligaciones públicas, y en los casos extremos (tales como las guerras) a todas las otras obligaciones, del tipo que sean. Esto distingue el nacionalismo moderno de otras formas menos exigentes de identificación nacional o de grupo que también encontraremos. 2. Al igual que la mayoría de los estudiosos serios, no considero la « nación» como una entidad social primaria ni invariable. Pertenece exclusivamente a un período concreto y reciente desde el punto de vista histórico. Es una entidad social sólo en la medida en que se refiere a cierta clase de estado territorial moderno, el « estadonación» , y de nada sirve hablar de nación y de nacionalidad excepto en la medida en que ambas se refieren a él. Por otra parte, al igual que Gellner, y o recalcaría el elemento de artefacto, invención e ingeniería social que interviene en la construcción de naciones. « Las naciones como medio natural, otorgado por Dios, de clasificar a los hombres, como inherente… destino político, son un mito; el nacionalismo, que a veces toma culturas que y a existen y las transforma en naciones, a veces las inventa, y a menudo las destruy e: eso es realidad» [16] . En pocas palabras, a efectos de análisis, el nacionalismo antecede a las naciones. Las naciones no construy en estados y nacionalismos, sino que ocurre al revés. 3. La « cuestión nacional» , como la llamaban los marxistas de antaño, se encuentra situada en el punto de intersección de la política, la tecnología y la transformación social. Las naciones existen no sólo en función de determinada clase de estado territorial o de la aspiración a crearlo —en términos generales, el estado ciudadano de la Revolución francesa—, sino también en el contexto de determinada etapa del desarrollo tecnológico y económico. La mayoría de los estudiosos de hoy estarán de acuerdo en que las lenguas nacionales estándar, ya sean habladas o escritas, no pueden aparecer como tales antes de la imprenta, la alfabetización de las masas y, por ende, su escolarización. Incluso se ha argüido que el italiano hablado popular, como idioma capaz de expresar toda la gama de lo que una lengua del siglo XX necesita fuera de la esfera de comunicación doméstica y personal, sólo ha empezado a construirse hoy día en función de las necesidades de la programación televisiva nacional [17] . Por consiguiente, las naciones y los fenómenos asociados con ellas deben analizarse en términos de las condiciones y los requisitos políticos, técnicos, administrativos, económicos y de otro tipo. 4. Por este motivo son, a mi modo de ver, fenómenos duales, construidos esencialmente desde arriba, pero que no pueden entenderse a menos que se analicen también desde abajo, esto es, en términos de los supuestos, las esperanzas, las necesidades, los anhelos y los intereses de las personas normales y corrientes, que no son necesariamente nacionales y menos todavía nacionalistas. Si he de hacer una crítica importante a la obra de Gellner, es que su perspectiva preferida, la modernización desde arriba, hace difícil prestar la debida atención a la visión desde abajo. Esa visión desde abajo, es decir, la nación tal como la ven, no los gobiernos y los portavoces y activistas de movimientos nacionalistas (o no nacionalistas), sino las personas normales y corrientes que son objeto de los actos y la propaganda de aquellos, es dificilísima de descubrir.

Por suerte, los historiadores sociales han aprendido a investigar la historia de las ideas, las opiniones y los sentimientos en el nivel subliterario, por lo que hoy día es menos probable que confundamos los editoriales de periódicos selectos con la opinión pública, como en otro tiempo les ocurría habitualmente a los historiadores. No sabemos muchas cosas a ciencia cierta. Con todo, tres cosas están claras. La primera es que las ideologías oficiales de los estados y los movimientos no nos dicen lo que hay en el cerebro de sus ciudadanos o partidarios, ni siquiera de los más leales. En segundo lugar, y de modo más específico, no podemos dar por sentado que para la may oría de las personas la identificación nacional —cuando existe— excluy e el resto de identificaciones que constituy en el ser social o es siempre superior a ellas. De hecho, se combina siempre con identificaciones de otra clase, incluso cuando se opina que es superior a ellas. En tercer lugar, la identificación nacional y lo que se cree que significa implícitamente pueden cambiar y desplazarse con el tiempo, incluso en el transcurso de períodos bastantes breves. A mi juicio, este es el campo de los estudios nacionales en el cual el pensamiento y la investigación se necesitan con la may or urgencia hoy día. 5. La evolución de las naciones y el nacionalismo dentro de estados que existen desde hace tiempo como, por ejemplo, Gran Bretaña y Francia no se ha estudiado muy intensivamente, aunque en la actualidad es objeto de atención [18] . La existencia de esta laguna queda demostrada por la escasa atención que se presta en Gran Bretaña a los problemas relacionados con el nacionalismo inglés —término que en sí mismo suena raro a muchos oídos— en comparación con la que se ha prestado al nacionalismo escocés, al galés, y no digamos al irlandés. Por otra parte, en años recientes se ha avanzado mucho en el estudio de los movimientos nacionales que aspiran a ser estados, principalmente a raíz de los innovadores estudios comparados de pequeños movimientos nacionales europeos que efectuó Hroch. Dos observaciones del análisis de este excelente autor quedan englobadas en el mío. En primer lugar, la « conciencia nacional» se desarrolla desigualmente entre los agrupamientos sociales y las regiones de un país; esta diversidad regional y sus razones han sido muy descuidadas en el pasado. A propósito, la mayoría de los estudiosos estarían de acuerdo en que, cualquiera que sea la naturaleza de los primeros grupos sociales que la « conciencia nacional» capte, las masas populares —los trabajadores, los sirvientes, los campesinos— son las últimas en verse afectadas por ella. En segundo lugar, y por consiguiente, sigo su útil división de la historia de los movimientos nacionales en tres fases. En la Europa decimonónica, para la cual fue creada, la fase A era puramente cultural, literaria y folclórica, y no tenía ninguna implicación política, o siquiera nacional, determinada, del mismo modo que las investigaciones (por parte de no gitanos) de la Gy psy Lore Society no la tienen para los objetos de las mismas. En la fase B encontramos un conjunto de precursores y militantes de « la idea nacional» y los comienzos de campañas políticas a favor de esta idea. El grueso de la obra de Hroch se ocupa de esta fase y del análisis de los orígenes, la composición y la distribución de esta minorité agissante. En mi propio caso, en el presente libro me ocupo más de la fase C, cuando —y no antes— los programas nacionalistas obtienen el apoyo de las masas, o al menos parte del apoyo de las masas que los nacionalistas siempre afirman que representan. La transición de la fase B a la fase C es evidentemente un momento crucial en la cronología de los movimientos nacionales. A veces, como en Irlanda, ocurre antes de la creación de un estado nacional; probablemente es mucho más frecuente que ocurra después, como consecuencia de dicha creación. A veces, como en el llamado Tercer Mundo, no ocurre ni siquiera entonces.

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