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Naamah (Damnare 2) – Faith Carroll

En algún lugar de Texas… Todas las miradas se giraron en busca de la belleza que acababa de animar el ambiente en el bar de carretera. Tyron, el líder de la manada, no tardó más de diez segundos en gruñir para pedirse a la hembra de la minifalda y el chaleco de flecos. Una esponjosa melena pelirroja descendía desde dentro del sombrero vaquero, se le antojó delicioso. Pronto esa muchacha se despojaría de su sombrero y de toda su ropa, para él. —¿Sabes hacer un Dr Peeper ardiente? —dijo la chica al camarero. —Puedo hacer todo lo que puedas pagar, preciosa —dijo él, antes de preparar las bebidas para la mezcla. —Ponlo en mi cuenta —Tyron se sentó junto a la joven, después de que uno de sus cachorros dejara su asiento en la barra para él. Desde corta distancia, la chica era todavía más apetecible. Olía a humana, sin duda, pero un ligero toque a algo extrañó llegaba a su olfato. Ese halo de misterio le excitó aún más—. Conozco todas las caras bonitas de la zona. Y la tuya debería estar en mi registro. Por lo que deduzco que no eres de aquí. —Deduces bien —contestó ella con una sonrisa. Tyron se relamió, pensando en esos labios carnosos junto a los suyos—. Soy de Las Vegas. Ya sabes, la ciudad del pecado. —Me gusta oír eso —ronroneó. Estaba decidido, esa noche esa misteriosa mujer sería suya, no le importaba nada más. Era su máxima, lo que quería lo cogía, por algo él era el macho alfa de esa manada—. ¿Y qué te trae por aquí, chica de Las Vegas? El camarero del bar terminó su encargo, dejando la bebida de color oscuro frente a ella. Con un mechero de cocina encendió el alcohol, provocando una pequeña llamarada que divirtió a la chica, no tanto a su acompañante. —Fuego del demonio —masculló él. —¿No te gusta el fuego? —dijo la chica. Él alzó los hombros avergonzado ante su cobardía.


—Le tengo respeto, no miedo. Un hombre como yo no teme a nada. La pelirroja esbozó una tenue sonrisa antes de coger el vaso en llamas. Tyron esperaba a que ella soplara para extinguir la llama y a que bebiera para pasar a la siguiente fase de su cacería. Sin embargo, ella no lo hizo, se quedó mirando el fuego, cautivada por su promesa ardiente. —No he respondido a tu pregunta antes —habló al fin la joven. Dejó de mirar el fuego para centrar su esmeralda mirada en él—. Estoy aquí por ti, Tyron. Y por tu manada de licántropos que nos rodea. Los músculos del macho alfa se tensaron al momento. Con un gesto todos sus lobos dejaron su ocio, había algo más interesante y peligroso que sus juegos. Una cazadora. —Solo por ser tú, voy a darte la oportunidad de largarte, ahora. Coge tu moto, coche, o lo que sea y no mires atrás. —Mi transporte aún no ha llegado —dijo la joven frunciendo el ceño—. Aparte, tienes una ex mujer a la que no le gusta que la acosen. Ha pasado página, al igual que tú querías hacer conmigo. Déjala Tyron, sé un lobo civilizado, como ella. Si no, deberás asumir las consecuencias. —¿Y quién me las va a enseñar? ¿Tú, una simple cazadora? —Vaya, se acabó el coqueteo —dijo la pelirroja para sí misma antes de levantarse de un salto de su taburete. Se atusó su pequeña falda y, con la bebida llameante en la mano, dio un par de pasos hasta el centro del bar bajo la atenta mirada de todos los lobos—. No deberías juzgar lo que ves por la apariencia, un ser sobrenatural como tú debería saberlo. —Por supuesto —dijo Tyron—. Me pido sus vísceras. Estarán deliciosas.

—Que desagradable —la joven movió sus dedos como si estuvieran entumecidos. La pequeña llamita empezó a hacerse cada vez más grande, convertida en una serpiente que reptaba alrededor de la joven ante su asombrado público—. Debo enseñarte modales. El cuerpo de la serpiente de fuego llegó hasta sus pies, rodeándola antes de abrirse. Los que allí estaban observaron, sin poder hacer nada, como el fuego revoloteaba bajo el dominio de esa pelirroja cazadora. Tyron se adelantó, dando un paso hacia la joven. Al momento una de las llamas se movió, arrastrada por una invisible ráfaga hasta su posición. Maldijo, lamiéndose la quemadura en la mano antes de retroceder. Los ojos de la joven volvieron una vez la mirada hacia él, ahora teñidos del mismo color que el elemento que su dueña manejaba. En ese instante supo hasta que nivel la había jodido. —Mierda, esto va a doler. *** Mosley resopló al entrar en el bar. Sabía que había sido mala idea dejar a la joven Liva a sus anchas tras localizar al grupo de licántropos que obedecía a la antigua pareja de su clienta. Apostaba por la madurez y responsabilidad de la chica. No aprendía que con estos cazadores eso era una apuesta perdida, sobre todo para alguien como ella. La música seguía sonando en el viejo tocadiscos de la esquina, otra de las tantas canciones country del mercado. Frente a un grupo de inconscientes licántropos, Tyron entre ellos, la chica le saludó en su taburete, con una sonrisa de inocencia que convencería a quién no la conociera. —Hola, Mosley —le saludó—. Llegas tarde. —Ya veo —dijo él. Se apartó un mechón de su rubia melena corta para ver mejor el lugar. Aún había trazos del fuego en las paredes—. ¿Qué has hecho esta vez? —Solo defenderme —se excusó Liva, apuntando con sus botas al cuerpo de Tyron—. Quería comerme, de forma literal. Tyron despertó ante las voces, tocado por el enorme poder de la joven.

Los pequeños tacones de las botas de Liva sonaron cerca de él. Alzó una mano, sujetando con todas las fuerzas que le quedaban el tobillo de la pelirroja. —Maldita puta, tú no te escapas. El sonido de una bala rompió el silencio, atravesando la carne de la mano del lobo. —¿No le has enseñado modales, Liva? —dijo Mosley, con el arma humeante en la mano. —Parece que no los suficientes —dijo Liva, pateándole en la cara—. Te lo diré una última vez, aléjate de tu antigua compañera o volveré. Y esta vez, no os dejaré con vida. —¿Quién diablos eres? La chica, con una sonrisa de victoria en su rostro, volvió a la barra, dónde cogió su bebida inicial, aún en llamas y la sopló. —Soy Liva Arkadi y soy una Damnare. —Y mi pesadilla —cortó Mosley, robándole la bebida—. Deja de imitar a James Bond y vuelve al coche. Y ponte algo decente, ¿cómo se te ocurre salir con esas pintas? —Eres como un padre estirado y gruñón —protestó la chica, de poco le sirvió ante la mirada severa del sicario. Dejó escapar un largo y profundo suspiro, pidiendo clemencia. Dio un trago a la bebida de la chica, poniendo una mueca de desagrado. —Esto sabe a mierda. Capítulo 2 Bosco escondió en su chaqueta el regalo de Liva antes de que llegara y se dejó caer en el asiento trasero. Ella no había mencionado su cumpleaños, aun así necesitaba hacerle un pequeño regalo. Debía recordarle lo bonito de la vida y que no estaba sola. A veces tenía la sensación de que lo olvidaba y no era la única. Ser despojados de una casa a la que se habían acostumbrado demasiado, alejados del mundo normal hacía mella en los dos. —Deberías saber que no puedes escapar de nosotros, Liva —dijo a la chica una vez se sentó en el asiento del copiloto. Mosley iba unos pasos por detrás—. Sobre todo de él. —Otra cosa es lo que tardéis en encontrarme —respondió ella, guiñándole el ojo—.

Gracias por darme más tiempo, Chris. —Es tu cumpleaños, Liva. Tómalo como un regalo. —¿Cuál ha sido el regalo? —dijo Mosley, entrando en el coche. Liva buscó una manera de salvar a su hermano postizo, este fue más rápido sacando el estuche y tendiéndoselo. —Esperaba que estuviera toda la familia junta. Espero que te guste. —¡Oh, Bosco! No sé qué decir. Liva abrió la caja, ansiosa. Dentro de ella, había una pulsera compuesta por varios hilos de plata que sujetaban pequeños diamantes y cuentas de colores. Era atrevida y original, algo que la encandiló. —Si haces esos regalos a Liva, tu futura novia estará encantada —dijo Mosley, conduciendo el coche lejos del estropicio. Cuánto antes se alejaran, menos los relacionarían con eso. Bosco se adelantó, sacando la cabeza entre los dos asientos delanteros. Con el cuidado propio de las manos de un hacker enganchó la pulsera alrededor de la muñeca de Liva. Esto les hizo volver a ver a su antigua compañera de destino. La Marca seguía ahí, congelada y sin poder causar más daño del que había hecho hacía ya más de un año. Desde que habían derrotado a Astaroth, perdiendo a uno de los miembros de su pequeña familia. —Eso queda lejos. Un friki como yo no tiene novia tan fácil. —Ellas se lo pierden —dijo Liva, dándole un beso en la mejilla antes de volver cada uno a su sitio. No tenían ningún destino en mente, así que dejaron a Mosley conducir libremente hasta dónde él dijera. Con el único ruido de la radio, Liva se sumió en sus pensamientos. Su vista bajó de nuevo a su regalo. En la misma mano, en su dedo anular, estaba el regalo adelantado de su madre.

A pesar de decidir no volver a su ciudad natal, acabó por romper su promesa, visitando a su madre hacía ya unos meses. Julia Arkadi la volvió a dejar partir no sin antes darle algo importante para ambas. Liva miró el anillo de su padre, ahora suyo. —Es bonito —la voz de Mosley la sacó de sus pensamientos. —¿El qué? —Ambas cosas —dijo mirando a su mano—. Te ayudarán a no pensar en la otra cosa. —Ya no lo hago —mintió. La Marca era parte de su vida, lo tenía asumido. Una nueva vida como Damnare—. La verdad es que la pulsera es preciosa. —Sí, nuestro pequeño tiene buen gusto —dijo Mosley, mirando por el retrovisor. Bosco estaba dormido en una esquina de los asientos—. Pero no se lo digas. Tengo una reputación que mantener. Sin perder la atención a la carretera, Mosley buscó en el bolsillo de su chaqueta su regalo. Una vez sintió su tacto, se lo puso a la chica en la mano. —A mí me van los regalos más prácticos que bellos —dijo Mosley. Liva miró la navaja de cerámica con el mango de color azul oscuro—. Sin metal, podrás esquivar detectores de metal para que no estés jamás desarmada. Sé que tienes tus poderes, aun así estoy más tranquilo si la tienes. —Gracias —dijo Liva. No esperaba nada de él, ni siquiera que supiera que era su cumpleaños. Una sonrisa se escapó de sus labios, con su nueva arma en las manos se relajó en su asiento. Dos horas después, bien entrada la noche, Mosley cedió al cansancio de todos y aparcó frente a un hotel de tres estrellas. Gracias al dinero heredado de Caden, el antiguo sicario, podía permitirse algún capricho para la salud de sus protegidos.

Caden era joven y rico, pero había aprendido pronto a despojarse de las comodidades, en cuanto optó por la forma de vida nómada. Sin embargo, Liva y Bosco no estaban tan acostumbrados a las camas malas de motel y los platos sucios. —Iré a preguntar si hay habitaciones libres —dijo a Liva, amodorrada pero despierta—. Mientras, ve levantando a Bosco. En el último piso, un quinto, había un par de habitaciones. Bosco y Mosley compartieron una, mientras Liva descansaba en la siguiente. O esa era su intención, no le era tan fácil. Liva dio vueltas en la cama incapaz de conciliar el sueño. Hoy era un día especial para ella. De pequeña se imaginaba como sería su vida cuando llegará a esa edad. Había miles de variables que cambiaban cada día según sus emociones pero había cosas que nunca lo hacían. Se preguntaba en qué nivel de la policía habría llegado, cuanto tardaría en ser detective como su padre o como sería el hombre con el que compartiría su vida. Esa última parte le provocó un fuerte pinchazo en el pecho, tuvo que incorporarse para secarse la lágrima que corría por su mejilla. No se lo había dicho a Mosley pero aún tenía pesadillas con ese día en el que su vida se fue al traste. Las alas en su piel a punto de germinar, el calor que irradiaba, a punto de perder la poca humanidad que le quedaba. Entonces Astaroth dio su último paso hacia la victoria, haciéndola elegir entre salvar a Caden y condenarse o aguantar un poco más hasta dar con la manera de acabar con él. Por supuesto, en ese momento el mundo le importó una mierda, no iba a vivir con la culpa de dejar morir a Caden por nada. Aceptó su destino, pero este tenía otros planes para ella. Gabrielle contactó desde el Más Allá con ella y con Caden dándole una oportunidad. Y la tuvo, cargando él con la responsabilidad. Sabía que lo hizo por amor, pero una parte de ella le odiaba por ser tan egoísta, Caden no quería otra alma perdida en su biblioteca personal de fracasos. Ella hubiera hecho lo mismo, no podía culparle. Por eso le odiaba más, para mitigar el amor que le había profesado. Ese maldito Caden Ford, incluso muerto, se hacía querer demasiado. Un rayo inesperado la cegó, al poco una incesante lluvia empezó a caer en la calle.

Liva se levantó, curiosa y apartó las cortinas para ver la tormenta. Al menos los había pillado ya refugiados, pensó. No era muy amiga del agua, sobre todo ahora que sabía lo que podía hacerle, la debilidad del Damnare. Iba a volver a la cama cuando algo extraño cruzó su ventana. Liva reprimió un grito de sorpresa, había sido muy fugaz. La curiosidad se apoderó de ella, a pesar de la lluvia abrió la puerta del pequeño balcón, un pequeño detalle coqueto de las últimas plantas y salió. Pronto la lluvia empezó a chocar con su piel, dejándola empapada y vulnerable. Sus dientes castañetearon por culpa del frio. —Quién me manda ponerme el pijama corto, muy bien Liva —se dijo frotándose los brazos. Echó una mirada a la habitación de los chicos, tenían las luces apagadas por lo que, al menos Mosley estaba durmiendo. Esperaba que Bosco también, lo último que deseaba Liva era que uno de ellos mirara hacia allí y la viera en el balcón, como una idiota. Tras otear el horizonte sin ninguna pista sobre esa extraña visión, Liva decidió que era hora de entrar. El agua le había estropeado el atuendo, tocaba secarse y cambiarse, todo por nada. O eso creía, al dar el primer paso, una ráfaga la empujó de forma violenta hacia el cristal. —¿Qué demonios? —Liva jadeó, confusa por aquel ataque. Volvió a girarse, buscando el inicio, a lo que fuera que la atacaba. Iba a hacérselo pagar, hasta que recordó que iba desarmada y sin sus poderes. Lo mejor era entrar, cerrar la puerta y esperar con sus armas si se atrevía a seguir el juego dentro. Herida en el orgullo, Liva decidió huir. El viento fue más fuerte, esta vez no pudo hacer nada. Sus pies se despegaron del suelo, su cintura golpeó la barra de metal del alfeizar del balcón. Ciega y sorda, alzó los brazos, intentando cogerse a algo. Una superficie rozó las yemas de sus dedos, sin otra oportunidad Liva se aferró a eso con todas sus fuerzas. En otro instante podría haber detenido su caída con un colchón de viento, pero no con lluvia. Más tranquila y sujeta, inspeccionó su agarre, no parecía algo muy sólido, hasta que se percató.

Era una mano. —¿Mosley? —Liva no sabía cómo había llegado, una sonrisa se dibujó en mis labios. La alerta del ex agente del KGB era formidable. Pero se le congeló al oír la voz. —Hora de irnos de aquí, cebrita. Liva se vio arrastrada hacía arriba por esa persona o ser o lo que fuera. Perdió su mano durante un instante, pronto la volvió a sentir detrás de sus rodillas, junto a otra en su espalda, sujetándola. En ese instante, Liva dejó de sentir la lluvia caer, momento que aprovechó para parpadear y quitarse las gotas de las pestañas. —¿Quién eres? La boca se le secó al ver al joven que la tenía entre sus brazos. De ojos oscuros, casi negros, el chico esbozó una sonrisa amigable. Tenía el pelo castaño y una pequeña barba de tres días bien arreglada, poco espesa. Quiso fijarse más en su rostro, sus facciones, pero dos cosas llamaban más su atención. Una era la profunda mirada con la que la observaba, nada propia en alguien de su edad. Y otra eran las enormes alas blancas que los cubrían. —Vaya —dijo el joven, aterrizando de forma muy suave en la azotea del hotel—. Eres más bonita de cerca, cebrita. —¿Qué? ¿De cerca? —dijo la chica, aún sin poder reaccionar del todo. Esas alas, no había visto un ángel desde Uriel, en el cementerio. Ni ganas que tenía. Liva intentó zafarse de él, pero estaba bien sujeta, las manos del ángel blanco se afianzaron más en el pijama de cebra que llevaba puesto. —Lo admito, soy culpable de espiarte —dijo, sonriente. Para él, eso era una travesura—. Pero hoy es tu cumpleaños y no sabía cómo romper el hielo. ¿No te habré hecho daño? Los Damnare sois muy resistentes, seguro que no. Liva se quedó sin palabras ante la labia del ángel.

Acababan de conocerse y la trataba como amigos de toda la vida. Aunque, por lo que insinuaba, era ella quién no le conocía. Al final, el ángel acabó por cerrar sus alas, plegándolas a su espalda, pero sin terminar de volverlas de nuevo invisibles dentro de él, la manera de pasar desapercibido hecha para los seres alados, los Angeal. Al contacto con el agua, la Damnare reaccionó, dando un salto sorpresa. Su táctica funcionó, su acompañante no reaccionó a tiempo para recogerla. Liva dio unos pasos atrás en la azotea. —¿Quién eres? —repitió de nuevo, esta vez con recelo. El ángel parpadeó con lentitud, entretenido con el juego que había iniciado. —Los misterios pierden su encanto cuando son descubiertos, Liva —dijo, luego colocó su dedo índice entre sus labios, con su eterna sonrisa ladeada—. Y hoy ya he roto uno dándome a conocer. —Romper dos no es para tanto como me quieres hacer creer. ¿Quieres que confíe en ti sin saber quién eres? La lluvia empezó a cesar, no sin que antes otro rayo cruzara el cielo con un gran estruendo. Liva dio un respingo, perdiendo la atención a todo. Mejor sería volver a su habitación ahora mismo, aunque no tenía la llave, podía saltar de nuevo al balcón del último piso, no estaba muy lejos. Iba a acercarse al límite del suelo cuando algo la agarró de la cintura, tirando de ella. Antes de que se diera cuenta, volvía a estar entre los fuertes brazos del ángel sin nombre. —¿Cuándo te he dicho que debes hacerlo, Liva Arkadi? —le susurró cerca del oído, haciéndola temblar. Él mismo había confirmado sus sospechas, no era de fiar. Liva pensó rápido, debía haber algún modo de escapar. Pensó en gritar, Mosley la oiría y podría hacer algo. Pero, ¿el qué? ¿De verdad debía arriesgar la vida de sus pocos amigos, sin saber que paso tomar? Las mil maquinaciones que se agolpaban en su cabeza no le permitieron hacer nada, sin capacidad de decidirse. Por eso, cuando él decidió posar sus labios sobre los de la chica no obtuvo resistencia. El beso fue corto, Liva se vio liberada antes de lo que creía. De todo lo que podía haberle hecho, eso no se le había ocurrido. —¿Qué haces? No entiendo este juego.

—Solo te daba mi regalo de cumpleaños —dijo él, mirando a su cuello. Liva se dio cuenta de que algo más adornaba su figura. Un fino collar plateado que portaba una joya verde, una amatista, había sido la nueva sorpresa del ángel—. No lo pierdas, cebrita. Si no, no podré volver a encontrarte. —Como si fuera a creerme que me dejarás en paz. El soltó una sincera carcajada, levantando las manos y fingiendo candidez. —Culpable. Jamás te perderé de vista, Liva. —¿Por qué? —acertó a decir al ver que las alas blancas volvía a erguirse, majestuosas, recortando el cielo tras él. El rostro del joven adoptó unos ápices de seriedad, junto a la luz de la luna, que le daban un toque más atractivo. —Eres una Damnare sin fecha de caducidad. Puedes ser una bendición como nuestro mayor mal. El final depende de ti —de repente su seriedad se fue al traste con otra mirada pícara—. Al igual que disfrutar del trayecto que te quede. Juntos. Y con un guiño de despedida, él se fue, dejando a la joven en la azotea, empapada y confusa.

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