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Mi Futuro Contigo – Tina Franco

Me había fijado en ella desde que la vi por primera vez. Sin embargo, era gracioso, pero no recordaba haberme interesado en otra mujer antes. Era como si pudiera dividir mi vida en dos. Antes y después de conocerla. Rememorando mi vida con mis padres, y cuando entré a la universidad, todo lo veía gris y era un tiempo donde no existían los colores para mí. Pero en el momento en que mis ojos se posaron en esa mujer, por primera vez, fue como cuando Dorothy encontró a Oz y abrió la puerta. El mundo se volvió multicolor, y ella era mi propia Glinda, la Bruja Buena. Yo tenía veintidós años y ella diecisiete cuando participó en una competencia de matemáticas a nivel estatal en la escuela secundaria. La Universidad de Yale me pidió que los representara como juez estudiante, estuve a punto de negarme. El estado de Connecticut era pequeño, pero albergaba una de las mejores universidades del país. Y para ser un destacado era casi imposible. Yo estaba entre el uno por ciento superior de mi clase como estudiante de último año, con una especialización en estadística. La única razón por la que acepté la invitación fue para ganar prestigio y conocer grandes empresarios. Muchos esperaban que siguiera los pasos de mi padre, y yo quería que lo creyeran así, pero mi objetivo final era muy diferente de lo que todos esperaban. Estaba en el camino de la venganza, pero aceptar ser juez me ayudaría en eso. Me codeaba con los mismos hombres con los que mi padre tenía contacto, aunque me dejara un sabor amargo en la boca. Asistir a esa competencia fue un cambio en mi vida. Una dulzura se apoderó de todo. En el fondo, yo lo quería. Lo necesitaba. Nunca olvidaré su aspecto, tan segura de sí misma. La observé desde lejos, como si fuera una leona en estado salvaje. No me acerqué a la muchacha, pero nunca le quité los ojos de encima. Más tarde me enteré de que estaba siendo patrocinada por su escuela secundaria para que pudiera asistir a la competencia. Ella no tenía familia y estaba siendo criada en un hogar de acogida, así que su escuela financió el viaje.


Era inteligente, y querían verla triunfar, y lo logró. Vi tanto en esa chica mientras competía. Sabía todas las respuestas y estaba absolutamente segura en cada una de ellas. Confiaba en sus instintos, y no la defraudaron. Había tanto potencial en ella esperando liberarla. Quería sentarme a su lado y que me lo contara todo, cualquier cosa, deseaba que me hablara. Barrió la competencia y ganó el primer lugar en su división. Estaba extrañamente orgulloso de ella. Cuando salió del salón del hotel, y terminó el campeonato, la dejé ir. Fue la cosa más difícil que he tenido que hacer. Pero sabía que si la perseguía demasiado pronto o muy rápido, ella correría asustada. No sólo era mucho más joven que yo, sino que algo en la chica me decía que era el tipo de mujer que se presentaba una vez cada diez mil veces en la vida. No debía apresurar las cosas. Más bien…iba a saborear el proceso. Por otra parte, puede que odie a mi padre, pero había aprendido de sus errores y los usaría para mi propio beneficio. Es inteligente, sin embargo, descuidado al mismo tiempo y se le nota. Pero sé que: si quieres algo debes, trabajar duro para conseguirlo y planear todos los detalles para que sea tuyo. Desde un comienzo, supe que sería mi mayor logro, así que el día que la dejé ir, establecí un camino para ella, y era directo hacia mí. Nadie sabe que he estado detrás de la cortina, tirando de los hilos. He construido todo en nuestras vidas para que, en el momento perfecto, pueda tenerla. Ha llegado el momento. Capítulo Uno Gini “Cielos, esta cosa es horrible”. Valery arrugó la cara con asco mientras seguía corriendo en la cinta trotadora. La instaló en la sala de estar cuando nos mudamos. Su larga cola de caballo castaña rebotaba detrás de ella con cada zancada.

Llevaba 30 minutos, trotando, y ni siquiera había sudado. Cuando vivíamos juntas, en un solo dormitorio, ella siempre iba al gimnasio de la universidad, lo cual odiaba. Supongo que fue porque los chicos normalmente estaban coqueteándole. Era como cuando salíamos, siempre había unos cuantos tratando de hablar con ella. Pero esto era sólo una suposición, porque nunca había ido al gimnasio con mi amiga, y jamás iría a uno. No corro, a menos que estuviera atrasada para llegar a algún lugar, cosa que no va en mí. Soy muy responsable y me gusta la puntualidad “¿Qué? Es tan lindo”, digo emocionada, tirando de la manta rosa y peluda hacia mi mejilla, frotándola contra mi piel. “Y es tan suave”. Me sacude la cabeza y yo tiro la manta por la parte de atrás del sofá de cuero. “Este lugar no tiene color. Es gris, negro o blanco. Necesita un poco más de vida”. Comento. Moví la frazada para mostrarle lo bien que se veía. Sé que nada va a hacer que le guste el rosa, pero creo que me dejará mantenerla aquí. A Valery no le importaba la moda ni el diseño. Le gustaban las cosas simples, limpias y puestas donde debieran estar. Era un rasgo que me encantó cuando nos emparejaron en Yale. Estar hacinada en un espacio pequeño con otra persona era duro, por lo que las cosas fueron más fáciles al tener características positivas. Era algo que llegué a valorar después de crecer en una casa de acogida, donde a menudo situaban en una habitación a tres o cuatro chicas, y era más difícil el orden y la limpieza. “Deja la estúpida manta rosa. ¿Qué es lo siguiente? ¿Jarrones con flores de plástico falsas o almohadas?” Esta vez yo sonrío mientras lo dice. “No, no flores de plástico. Eso es de mal gusto”. Me doy la vuelta, recogiendo otra caja que teníamos que desempacar.

Llevo aquí unos días, pero todo lo que he hecho es leer todo lo que más pueda sobre los informes financieros y de inversiones de Osbourne Corp. “Pero tener algunos cojines de colores podría ser entretenido, y tal vez algunas fotos en las paredes también”, sugiero, haciéndola reír. Quería que el lugar fuera acogedor. Estaba empezando una nueva aventura, y esta sería la primera parte. Valery y yo habíamos estado juntas desde el primer año en Yale. Nuestra amistad nos mantenía siempre juntas. Extrañamente éramos muy unidas, aunque fuéramos tan diferentes. Creo que es por eso que trabajamos bien las dos. Nos equilibrábamos mutuamente. Ella era ruidosa, y constantemente parecía estar dos pasos por delante de los demás. La mayoría de las veces era como una hermana mayor. La más cercana a mí en el mundo y la única persona en que podía contar como familia. “Puedes hacer lo que quieras. Pero no pintes las paredes de rosa”. Dijo, presionando el botón de parada de emergencia y saltó de la máquina de trotar. “Por favor, te lo digo en serio”. “Yo no haría tal cosa”, respondo mientras tomo una botella de agua del refrigerador. El condominio tiene un concepto abierto en su mayor parte. El salón, el comedor y la cocina ocupan un mismo espacio, y hay dos dormitorios al final del pasillo, cada uno con su propio baño. Es más de lo que podría haber soñado tener, y por Valery yo podía vivir en un lugar como este. Es su apartamento. Lo compró cuando le dije que había recibido una oferta para hacer una pasantía en Osbourne Corporation, e insistió en que viviéramos juntas. Jamás habría dejado pasar la oportunidad, sabiendo que no había otra manera en que pudiera llegar a Nueva York. No tenía los fondos y, para ser honesta, tenía mucho miedo. Todavía no había fallado en nada en mi vida, y no estaba lista para empezar a tener desastres.

No era engreída, sólo decidida. Osbourne Corp. era una empresa de prestigio. Ofrecían tres pasantías al año, y yo había conseguido una de ellas. Podría considerar una ventaja el haber ganado una de sus mejores becas, pero hay que considerar que esa compañía también estaba al tanto de mi alto rendimiento. La beca me pagó mis estudios universitarios y cubrió por completo: comida, libros, y todo lo necesario para mí. Me gradué como la mejor de mi clase y la primera en mi especialidad. Osbourne Corp. me había dado mi educación, y la práctica me daría la oportunidad de mostrarles en lo que me había convertido gracias a ellos. Quería probarme a mí misma, pero tratar de llegar a Nueva York me intimidaba. Afortunadamente, Valery estaba aquí para ofrecerme este lugar y ayudarme a comenzar un nuevo capítulo en mi vida. Al principio me decepcionó no haber recibido ninguna otra oferta después de la graduación, pero el mercado laboral era duro. “Parece que estás pensando mucho”, comenta Valery, tomando otro gran trago de su botella de agua antes de ponerlo en el mostrador. “Supongo que estoy un poco nerviosa por lo del lunes”. “¿Hablas en serio ahora mismo?” Mi amiga se acerca para pararse frente a mí, tomando la caja de mudanzas de mis manos y poniéndola de nuevo en el suelo. Sabía lo que se venía, y tenía una gran sonrisa. Es algo que hace por mí a veces. “¿Quién se rompió el culo en la Universidad y se consiguió una beca completa en Yale?” “Yo”, afirmé. “¿Quién se graduó como la primera de su clase?”. “Yo”. “¿Quién corrigió a ese imbécil del profesor Sitten cuando trató de decir que tu respuesta era incorrecta, y luego se dio cuenta de su error y lo hizo llorar?”. “No lloró”, protesto. “¡Oh, si!, si que lo hizo por dentro. Confía en mí. Conozco la cara que pone un hombre cuando lo hace”.

No puedo evitar reírme porque era verdad. “¿Y quién consiguió una de las mejores prácticas del país?”. “Yo”. “Diablos, sí, tú. Vas a sacudir ese departamento de contabilidad. Serás la dueña de esos números o lo que sea que hagas con ellos”, dijo, como que leer números era como leer códigos alienígenos. “Te quiero, amiga”. La jalé para abrazarla. Sé que era inteligente y que podía hacer cualquier cosa que me propusiera. Siempre estuve sola para confiar y decidir por cada paso que daba, hasta que Valery se metió en mi vida. A veces todavía necesitaba un empujoncito, y ella tenía suficiente valor para dármelo fácilmente. “Es difícil no quererme”. Aparece su nariz pecosa y con cara de engreída. “Excepto cuando haces llorar a los hombres por dentro”, añado. Se encoge de hombros antes de recoger la caja, llevarla a la mesa de café y arrancar la cinta de embalaje. “Deberíamos haber quemado todo esto en vez de traerlo con nosotras. Creo que todavía puedo oler el ramen. Juro que todo el piso de nuestro dormitorio olía a eso”. Ella mueve sus manos sobre la caja como si tratara de airearla. Me acerco a su lado, y me tumbo en el sofá mientras la veo sacar cosas, al azar, de la caja. Estaba llena, principalmente, de cuadros enmarcados. Me encantaba tomar fotos; capturar nuestros recuerdos. Mi amiga odiaba que la fotografiaran, pero después de cuatro años la había agotado y sonreía cada vez que la retrataba. Nunca tuve mucho de qué alegrarme, no tenía nada que quisiera capturar antes de la universidad, así que al principio me volví un poco obsesionada sacando fotos. “¿Cuáles de estos recuerdos son míos?”, pregunta ella, revisándolos.

“Oh, ¿ahora quieres una?” Sonrío, poniendo los ojos en blanco. Ella agarra una foto de nuestro primer año de universidad. La había arrastrado a un partido de fútbol, diciendo que teníamos que conseguir todas las experiencias universitarias que pudiéramos. Estaba muy ansiosa por absorber todo en mi primer año. A pesar de que, por casualidad, yo le pegué a Valery, años después, también me pegó a mí, porque para el tercer año era mucho más experimentada en el juego que yo. “Dios, debo quererte mucho. No puedo creer que te haya permitido eso”, comenta. Me devuelve la foto, y me pongo a reír con muchas ganas. Vemos otra que tomé, donde ella tiraba su soda sobre la cabeza de un tipo que había estado hablando de saborear a las nuevas vaginas de primer año durante la mitad del juego y Valery finalmente se enfureció. “Esa es mía”. Me la quita con ansiedad. “Tengo copias”, le recuerdo. Ese fue el día que me di cuenta de que mi amiga no era una estudiante normal en Yale. El chico al que le había tirado el refresco intentó que la expulsaran, pero al final él terminó en problemas hasta la cintura. El padre de mi amiga tenía dinero y poder, pero no era algo de lo que habláramos mucho y nunca presioné. Yo también tenía cosas propias de las que no me importaba platicar. “Ya lo superé”. Se levantó y se dejó caer en el otro sofá, poniendo los pies sobre la mesa de café. Me estremecí un poco. Esa mesa probablemente valía más de lo que podría ganar en dos meses, igual que el resto de los muebles de su apartamento. Casi todo ya estaba aquí antes de que nos mudáramos. Pero ella actuaba como si no fuera gran cosa. “Necesitamos alimentarnos, o me declaro en huelga”, dijo. “Yo también tengo mucha hambre, ¿Qué deberíamos pedir?” Saco el teléfono de mi bolsillo y busco lugares de entrega a domicilio. “Olvida eso.

Vamos a salir. Es viernes por la noche, y es tu primera vez en la ciudad”. “Tenemos mucho que desempacar y necesito estudiar más”. Levanto uno de los libros de la mesa de café para recordárselo. La pasantía me había enviado una pila de libros y carpetas que había estado revisando. Las leí todas al menos tres veces, pero aun así, quería volver a repasarlas. Tal vez hacer algunas tarjetas. No quería que me hicieran una pregunta y que no supiera la respuesta inmediatamente. “No. Tenemos todo el fin de semana. Lo he decidido. Cenamos y luego salimos a tomar unas copas. Podemos desempacar el sábado y domingo, luego puedes hacer todo lo que quieras para pensar y analizar sobre tu nuevo trabajo. Esta noche bebamos y movamos el culo”. Toma el libro de mi mano, lo tira de nuevo a la mesa de café y derriba el montón de carpetas mientras salta del sofá, luego se agarra a mí y me arrastra con ella. “¡No hemos desempacado la ropa, ni el maquillaje, ni nada!” Trato de razonar con mi amiga mientras pensaba en lo que me iba a poner. Esto era Nueva York. ¿No se supone que debo encontrarme con un jeque o algo así? Todo lo que tenía eran jeans y tops. Y ropa de negocios que había recogido para mi nueva pasantía. “Podemos hacer un poco de ambas cosas. Desempaca algunas mientras nos preparamos”. Dijo, tratando de convencerme “No estoy segura de encontrar algo que funcione para lo que sea que tengas en mente”, respondo, siguiéndola a nuestras habitaciones, esquivando cajas esparcidas por el pasillo. “Simple y sexy. Usa tus pantalones negros apretados, y te puedes poner mis botas negras. Entonces todo lo que tienes que hacer es encontrar una linda blusa”.

“¿Eso funcionará para dónde vamos?”. Había estado en Nueva York dos veces, pero aun así me sentía completamente perdida. Era un poco abrumador un paso fuera de mi zona de confort. Incluso después de haber estado en Yale durante cuatro años, a veces me sentía fuera de lugar, como si no encajara. “No te voy a llevar a ningún sitio inadecuado. Sólo tomamos un taxi y paramos en algún lugar donde podamos tomar unas copas. Noche de chicas”. Sé que añadió las últimas palabras para engañarme. “¿Puedo arreglarte el pelo?” Pregunto, queriendo jugar con su larga cabellera de castaño rojizo. “¿Comerás lo que te pida?”. Valery tiene esa costumbre, donde le gusta pagar la cuenta, pero también le agrada comer en los lugares más caros. Siempre yo deseaba pagar por lo que consumía y finalmente ella lo hacía por mí, pero trataba de no pedir nada demasiado costoso. Trataré de que no ocurra esta noche. “Está bien”. Contesté. “No hay laca para el pelo”, añadió rápidamente. “Nada de aperitivos”. “Bien, spray para el pelo”, refunfuñó antes de ir a su habitación, lo que me hizo reír a carcajadas. Tal vez pueda convencerla para que use un poco de rímel. “¡Sin maquillaje!” La escucho gritar desde donde estaba, haciéndome reír aún más fuerte.

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