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Mejor Que Un Sueño – Andrea Muñoz Majarrez

Jerte, 1995 Era una calurosa tarde del mes de agosto. Mi hermana Alejandra y yo estábamos en el patio de la casa que mi familia había alquilado en Jerte para pasar parte del verano. Allí estaban mis abuelos paternos, Miguel y Naty; mis padres, Mari y Pablo, y mis tíos, Natalia y Francisco. Nuestros primos, Daniel y Gonzalo, eran más mayores que nosotras, y habían salido a dar un paseo con un grupo de chicos y chicas de su misma edad. Yo, en aquel entonces, era una niña regordeta, que llevaba gafas, con unos tiernos ojos castaños, y una media melena, recogida en una coleta, del mismo color. Tenía ocho años. Mi hermana Alejandra, tres años más joven que yo, había heredado los ojos azules de mi madre, y tenía el mismo tono de pelo que yo. Estábamos muy unidas y siempre jugábamos juntas. No existían celos entre nosotras. Para mí, Alejandra fue una bendición. Ella era mi mejor amiga, y siempre estaba conmigo. Tenía mucha más gracia y simpatía que yo, y solía ayudarme a hacer amigos, porque a mí me costaba socializar. Siempre he tenido un carácter más tímido y retraído. Lo mío eran los estudios. Mi sueño era ser médico, y me fascinaba todo lo que tenía que ver con la ciencia. Era un auténtico ratón de biblioteca, que se pasaba los días leyendo, viajando a lugares recónditos y conociendo a príncipes azules. Era muy soñadora, y me pasaba el día en las nubes. Alejandra era la que me conectaba con la Tierra cuando era necesario. Aquella tarde, Alejandra y yo estábamos jugando con nuestras muñecas a las familias, pero yo estaba ausente. A pesar de mi corta edad, había sufrido mi primer desengaño amoroso. Se trataba de Fran, uno de los chicos que habíamos conocido en Jerte ese verano. Era parte de la pandilla con la que nos juntábamos. Alto, guapo, con una sonrisa maravillosa. El terror de las nenas. Ese chico, cuatro años mayor que yo, me robó el corazón desde el primer instante.


Se puede decir que fue un flechazo en toda regla. Sin embargo, él ya bebía los vientos por una tal Natalia, que era, en mi humilde opinión, la chica más guapa del mundo, con su melena rubia, sus ojos claros, y su esbelta figura. Suspiré, abatida, mientras Alejandra ponía todo su empeño en alegrarme la tarde. Entonces me di cuenta de que la pobre me miraba un poco preocupada: —Edu, ¿qué te pasa? ¿No quieres jugar más? Yo forcé una sonrisa y contesté: —La verdad es que estoy un poco cansada. ¿Te importa que paremos un rato? Alejandra puso una mueca de decepción, aunque asintió. Yo me levanté y fui a la cocina a por un vaso de agua, porque tenía bastante sed. Allí me encontré a mi abuela preparando la merienda, mientras mi abuelo la abrazaba por detrás. Yo me detuve antes de cruzar el umbral, porque no quería interrumpirles. Aunque parezca mentira, no era la primera vez que los veía así. Mi abuela siempre decía que seguía queriendo a mi abuelo como el primer día, al igual que él a ella. De repente, mi abuelo miró hacia donde yo estaba, y me sonrió. —¡Pero bueno! Si acaba de aparecer una ratona por la cocina. ¿Has venido a por un trozo de lomo? Mi abuelo sabía que me encantaba comer, y siempre me ofrecía algo de picoteo entre las comidas. Le gustaba consentirme porque era su nieta favorita. —No, yayo. La verdad es que no me apetece comer nada, no tengo hambre. Observé cómo ambos me miraban, alarmados. —¿Y eso? ¡Si te encanta la merienda! Mira qué buena pinta tiene este bocadillo —dijo mi abuela, señalando el enorme bocata de lomo que me había preparado. Yo torcí el gesto mientras me acercaba. —De verdad, no tengo hambre, yaya. Solo quiero un vaso de agua. Mi abuelo, sin dejar de mirarme con suspicacia, cogió un vaso y lo llenó de agua. A continuación, me lo dio. Refresqué mi garganta y una vez me bebí todo, regresé al porche, donde estaba Alejandra sentada a la mesa. Me acomodé a su lado, y poco después, apareció mi abuelo portando una bandeja con dos bocatas y un par de zumos.

Quise protestar, pero me puso el bocata delante, y se sentó con nosotras. —Bueno, ¿me vas a decir qué te pasa, Edurne? Yo me encogí de hombros, mientras me ajustaba las gafas con el dedo índice, porque se habían deslizado un poco por el puente de mi nariz. —Nada, yayo. —Alejandra, ¿tú sabes algo? —le preguntó a mi hermana. Ella me miró con cierta inquietud, y se mordió el labio inferior. Parecía nerviosa. Alejandra odiaba mentir, de hecho, se le daba fatal, y era difícil que te guardara un secreto. No podía evitar ser honesta. —No, no sé nada. Yo la miré, sorprendida. Sabía que estaba haciendo un ejercicio de voluntad enorme, y observé que estaba tensa, porque mi abuelo no le quitaba ojo. Finalmente, suspiré con resignación. No quería que Alejandra pasara por ese trance. —Vale, te lo cuento. Pero no se lo puedes decir a mamá ni a papá —le advertí a mi abuelo con gesto serio. Mi abuelo asintió, y puso una mano en su pecho. —Lo prometo. —A ver, hay un chico que me gusta, pero yo a él no, y estoy un poco triste por eso. —¿¡Ya andas con estas cosas de los amores!? ¡Pero si solo tienes ocho años! —exclamó mi abuelo, asombrado. Ahora me estaba empezando a arrepentir de haberle dicho nada. Agaché la mirada, un poco avergonzada, y fue entonces cuando volví a oír su voz. —Perdona, ratoncilla. Es que no me acostumbro a esto de que os estéis haciendo mayores. Mira, entiendo perfectamente que estés triste, pero ese chico no se lo merece. Si no ha sido capaz de ver lo majísima y maravillosa que es mi Edurne, entonces no merece la pena.

—¡Eso le he dicho yo, yayo! Pero es que esta niña es una cabezota —espetó mi hermana, imitando a mi abuela con mucha gracia. Mi abuelo y yo nos reímos ante el comentario, y de repente, me sentí mucho mejor. —Me decís eso porque me queréis mucho y no veis mis defectos —respondí yo entre risas. Mi abuelo empezó a hacer aspavientos, y levantó el mantel, fingiendo que estaba buscando algo debajo de la mesa. —¿Mi Edurne, defectos? ¿Y dónde están? ¡A ver que yo los vea! ¡Espera! Creo que Alejandra los tiene escondidos… —Entonces se acercó a mi hermana y empezó a hacerle cosquillas. Alejandra se revolvió, suplicándole que parara entre risas, y cuando lo hizo, me llegó el turno a mí—. ¡A ver que encuentre los defectos de Edurne! ¿Los tendrá aquí? No paramos de reír hasta que llegó mi abuela a poner orden. Apareció por la puerta del porche, puso los brazos en jarras, y nos miró con gesto de enfado, o al menos lo intentó, porque se notaba que se estaba aguantando la risa. —¿¡Y este escándalo que estáis armando!? ¡Que los vecinos nos van a llamar la atención! Mi abuelo me liberó de sus cosquillas, y entonces, la miró. De repente, apareció ese brillo especial que iluminaba su mirada cuando veía a mi abuela. Se acercó a ella, como un lobo acechando a su presa, y empezó a hacerle cosquillas a ella, para después darle un abrazo, y un beso en los labios. —¿Habéis visto a mujer más guapa en vuestra vida? Aparte de vuestra madre, claro. Nosotras nos reímos, y negamos con la cabeza. —¡La yaya es la mujer más guapa del mundo! —gritó mi hermana, alzando los brazos. Mi corazón sintió una cálida y reconfortante sensación. ¿Conocéis esos momentos de felicidad únicos que duran pocos minutos, pero que son inolvidables? Pues este era uno de ellos. Allí, con mis abuelos, abrazados, queriéndose, y mi hermana, con su bocata gigante, que abultaba más que su mano, sonriendo, y acompañándome en una tarde que prometía ser triste. Sin embargo, gracias a ellos, me olvidé rápidamente de aquel enamoramiento tonto. Y, además, aprendí algo: Que hay que darle importancia a lo que realmente la tiene, y que la mejor cura para un mal momento es una buena sesión de risas con la gente que quieres. Por la noche, antes de ir a dormir, mi abuelo y yo salimos al jardín a contemplar las estrellas. Cogimos dos hamacas, nos tumbamos, y miramos el firmamento. No había luz, y gracias a eso, podían verse perfectamente. —Mira, yayo, se ve Venus —dije, señalando el planeta que brillaba con intensidad entre las estrellas. —Madre mía, esas gafas que llevas son mejor que un telescopio. Yo sonreí al oír eso, y volvimos a quedarnos en silencio, observando, hasta que apareció en el cielo una estrella fugaz.

—¡Corre, pide un deseo, ratoncilla! Yo cerré los ojos, al igual que él, y formulé mi deseo. Algo sencillo. Quería que momentos así se repitieran muchas veces, y que aprobara todas las asignaturas el año que viene. A continuación, abrí los ojos, y miré a mi abuelo. —Yayo, ¿ya has formulado un deseo? Observé que seguía con los ojos cerrados. —Un momento, no me interrumpas, que la lista es larga. Tengo que pedir muchas cosas. Yo me reí. —¡Yayo! ¡Que solo puedes pedir uno! Él abrió los ojos y me sonrió. —¡Vaya aguafiestas estás hecha, ratoncilla! Bueno, no pido más. ¿Tú qué has pedido? —No se puede decir, sino no se cumple. Él se llevó una mano a la cabeza. —¡Es verdad! ¡Se me había olvidado! Yo me reí de nuevo. Mi abuelo tenía una faceta de payaso, que hacía que fuera imposible que te aburrieras con él. Me giré un poco, y le observé. Su pelo canoso, sus ojos oscuros, su rostro surcado de arrugas. Le adoraba, porque era quien mejor me comprendía. Él nació y creció en este pueblo, aunque hacía años que no venía. No le gustaba demasiado, pues guardaba amargos recuerdos de su infancia. Sin embargo, ese año mis padres y mis tíos le habían convencido de que pasáramos parte de las vacaciones aquí, porque creían que era bueno que conociéramos nuestras raíces. —Abuelo. Él me miró, y me sonrió. —Dime, ratoncilla. —¿Cuándo supiste que querías casarte con la abuela? Él suspiró, sonriente. —Desde la primera vez que la vi.

—Fue en casa de los bisabuelos, ¿verdad? —Sí. Yo trabajaba con el hermano de la abuela en el taller de coches. Fui a su casa, y nos presentó. Cuando la vi, el corazón me empezó a latir muy rápido y me quedé embobado mirándola. Entonces, supe que ella sería la mujer de mi vida. De todas formas, ya te sabes la historia, ¿por qué siempre me pides que te la cuente? —Porque me gusta mucho. Ojalá conozca algún día al chico de mis sueños y él se enamore de mí como tú lo hiciste de la abuela. Sería como un sueño —respondí con una sonrisa bobalicona. Él se rio, y me acarició la mejilla con ternura. A continuación, me dijo unas palabras que jamás olvidaría. Capítulo 1 Madrid, verano de 2018 Son las siete de la tarde del viernes y por fin termina mi turno en Urgencias. Llevo muchas horas trabajando y estoy agotada. Cenaré algo ligero, y me meteré rápidamente en la cama. Necesito descansar, porque mañana me espera una buena. A lo largo de estos años, mi vida ha cambiado bastante. A mis treinta y un años, sigo siendo una mujer con curvas, aunque dejé de llevar gafas hace bastante tiempo, cuando me operé la vista nada más cumplir los dieciocho. Con el paso del tiempo gané algo más de confianza en mí misma, dejando parcialmente mi timidez a un lado. Con tesón y esfuerzo, me gradué en el instituto con matrícula de honor, y estudié Medicina. Nada más terminar la universidad, entré a trabajar en uno de los hospitales más importantes de Madrid, y desde entonces, ejerzo como médico en el área de Urgencias. Es una labor estresante, que te quita mucho tiempo libre, pero aun así me gusta. A nivel sentimental, padezco una sequía total y absoluta. Me he enamorado de muchos hombres a lo largo de estos años, sin embargo, no he tenido novio, ni siquiera un rollo de una noche. De hecho, nunca me han besado. ¿La razón? Porque no ha surgido la oportunidad. Siempre me convierto en la mejor amiga de la persona que me gusta: Conozco sus gustos, me cuenta sus penas, y nos ayudamos cuando tenemos un problema.

Sin embargo, nunca he sido capaz de salir de la zona de amigos. Eso sí, me he convertido en una Celestina fantástica, y ejerzo ese papel con gran maestría. Hace años me llevaba grandes disgustos por este tema, pero con el tiempo he aprendido a sobrellevarlo. Y he llegado a una conclusión: No ha sucedido porque no era el momento. Sin embargo, creo que mi suerte va a cambiar. El hombre de mis sueños, ese que hará que acabe de una vez por todas mi sequía sentimental, se llama Jacobo. Trabajamos en el mismo hospital, y es, sin duda, el más guapo del lugar. No lo digo yo, es que es una evidencia que puede verse a simple vista. Alto, con una sonrisa perfecta, labios finos, ojos oscuros, y pelo corto moreno. Tiene un cuerpo perfecto gracias a las clases de kickboxing a las que asiste. Vamos que, si alguien intenta hacerme algo, Jacobo le puede dar una buena paliza. Suspiro, embelesada, mientras cojo mi mochila de la taquilla. Conozco a Jacobo desde hace un par de años. Llegó a Madrid desde Estados Unidos, donde había estado ejerciendo como médico en un hospital bastante conocido. Enseguida nos hicimos buenos amigos porque nos caímos bien desde el primer instante. Es un tipo encantador y realmente simpático. El pobre está igual que yo, sin pareja, aunque ligues no le faltan. Y no es que sea un mujeriego insensible, ni mucho menos. Yo sé que él no es así. —¿Ya te marchas? Me giro y veo a Rocío, que además de trabajar como enfermera en Urgencias, es una de mis mejores amigas. La miro, y dejo de pensar en Jacobo durante un rato. —Sí, ya he terminado. ¿Aún te queda mucho? —Salgo dentro de una hora. De repente, aparece Javier, otro médico amigo mío. —Oye, ¿sabes a quién me encontré anoche cenando en ese restaurante que me recomendaste? —Yo niego con la cabeza—.

A tu Jacobo con una rubia despampanante —suelta con sorna. Yo tuerzo el gesto. —Lo sé, él me dijo que iba a salir. —Deberías dejar de beber los vientos por él. No te merece, Edurne. Además, es un creído y un mujeriego insensible que se tira a todo lo que se mueve —comenta Rocío, mientras observo cómo Javier asiente, dándole la razón. —Mira, puede que parezca lo contrario, pero Jacobo no es un mujeriego insensible que se tira a todo lo que se mueve. —En ese instante, noto las miradas incrédulas de ambos. Aun así, continuo —: El problema es que no ha encontrado a su media naranja, y por eso, anda despistado. Bueno, en realidad, no sabe que ya la ha encontrado… —Déjame que lo adivine. Su media naranja eres tú —dice Rocío. —¡Exacto! —Pues hija, como no le hagas señales de humo, no se va a enterar —afirma Javier. Yo niego con la cabeza. —No tenéis remedio. —¿Y ya lo tienes todo preparado para la boda de tu hermana? Se casa mañana ¿no? —pregunta Rocío. —Sí, mañana. Ya tengo el vestido y los zapatos. Y mañana iré a casa de mi hermana a primera hora para que me peinen. —Imagino que estarás ilusionada. Yo sonrío, emocionada. —Desde luego que sí. Aún no me puedo creer que vaya a casarse. Parece que fue ayer cuando le presenté a Alonso en aquella fiesta de la universidad. —Oye, a lo mejor en la boda conoces a alguien. Ya sabes lo que dicen, de una boda sale otra —dice Javier.

Al oír eso, niego con la cabeza. —Ni hablar. Mi corazoncito ya está ocupado. Salgo finalmente al pasillo, y me dirijo a la salida. Justo cuando estoy a punto de llegar a la puerta, aparece Jacobo, con su bata blanca y su sonrisa deslumbrante. Se acerca a mí, mientras yo intento calmar a mi corazón, que está latiendo a toda velocidad. —¿Ya te marchas? —Sí, ya he acabado. —Yo salgo en media hora. ¿Te apetece que tomemos algo? ¡Vaya, mi día de suerte! No debo dejar escapar esta oportunidad. —Vale, pero antes necesito ir a casa a cambiarme. —Sin problema, te paso a buscar y nos tomamos unas tapas en ese bar al que fuimos la última vez —me propone, guiñándome un ojo. —De acuerdo —respondo con una sonrisa bobalicona. Salgo corriendo en dirección a mi coche, un Toyota Corolla de color cereza, y llego a mi casa en diez minutos. Entro rápidamente en mi apartamento, me voy directa a la ducha, y pocos minutos después, me estoy vistiendo y secándome el pelo.

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