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Matar a Prim – Francisco Perez Abellan

El centenario del nacimiento del general Juan Prim y Prats, uno de los españoles de mayor proyección internacional de todos los tiempos, pasó sin pena ni gloria. La razón, elemental, era que en julio de ese año, 1914, había empezado la Primera Guerra Mundial. Las graves noticias que iban llegando desde los distintos frentes relegó a las páginas interiores de los diarios y a pequeños espacios el relato de los homenajes dedicados al jefe de Gobierno asesinado en diciembre de 1870. No será éste el caso del segundo centenario en 2014, cuya conmemoración ha comenzado con dos años de antelación. De un lado, el Ayuntamiento de Reus, la ciudad natal del general y donde reposa su cuerpo momificado, hará de esa efeméride el Any Prim. De otro, la Sociedad Bicentenario General Prim ha organizado una serie de actos que incluyen la colocación de una placa en el lugar donde Prim sufrió el atentado que supuso el principio del fin de su vida, en la madrileña calle del Marqués de Cubas, otrora del Turco, un muy colorista desfile de soldados disfrazados de voluntarios catalanes y la edición de un libro que recoge sus discursos parlamentarios. Sin menoscabo de estas folclóricas iniciativas, la Comisión Universitaria Prim de Investigación consideró que había que llegar más lejos y, en enero de 2012, creó una agrupación científico-académica interdisciplinar con el fin de esclarecer la autoría intelectual y fáctica del magnicidio. Un misterio que se ha perpetuado durante ciento cuarenta y dos años de la historia de España, y que podría guardar grandes similitudes con el atentado contra John F. Kennedy, excepto en la nula voluntad de investigarlo que se ha constatado en España a lo largo de tan dilatado período de tiempo. Una investigación académica y escrupulosa con la verdad La Comisión releyó, estudió y analizó concienzudamente lo que queda del sumario judicial abierto tras el atentado y que en la actualidad se conserva, lujosamente encuadernado, en el despacho del juez decano de Madrid. Asimismo investigó las huellas, restos y marcas de la berlina en que viajaba Prim cuando fue mortalmente asaltado, así como la levita y el levitón que portaba aquella tarde noche de frío invierno, objetos que se exhiben y tutelan en el Museo del Ejército, en el Alcázar de Toledo. Por último, y tras la firma de un convenio con el Ayuntamiento de Reus y el Hospital Universitari Sant Joan, realizó un complejo y completo examen del cadáver momificado que incluyó pruebas radiológicas, tomografía axial computarizada (TAC) y tomografía por emisión de positrones (PET). En el curso de tales trabajos e investigaciones, la Comisión ha ido descubriendo el listado completo de los sicarios que intervinieron en el atentado, el nombre de los autores intelectuales del crimen y datos novedosos sin cuento. Pero además, y sin duda esto es lo más extraordinario y sorprendente, ha descubierto que el jefe de Gobierno y ministro de la Guerra debió de quedar inconsciente e incapacitado para cualquier actividad física y mental muy poco tiempo después de recibir las brutales descargas de fusilería, lo que desmiente de manera rotunda y contundente la historia oficial de aquellos tres días agónicos durante los cuales hizo declaraciones, tomó medidas y pronunció frases lapidarias. En definitiva, la voluntad del general Juan Prim fue secuestrada y manipulada al antojo de sus matarifes, quienes aprovecharon ese plazo de tiempo para redondear sus planes conspirativos y atar todos los cabos de su hazaña homicida. La probabilidad, casi certeza, de una segunda muerte Con todo, tras los exámenes forenses en el hospital reusense, dos de los miembros del equipo descubrieron que en las fotografías científicas realizadas durante los actos aparecía una extraña y misteriosa marca alrededor del cuello de la víctima que bien podría ser vestigio de una muerte violenta. Tras volver a estudiar específicamente esta parte del cuerpo momificado del general y la ropa con la que se le amortajó, concluyeron que dicha marca es compatible con un estrangulamiento a lazo e incompatible con cualquier otro tipo de manipulación mecánica del cadáver o con toda presión que pudiera haber ejercido el ropaje. Dicho de otra forma, y con la rotundidad que arropa el escrúpulo científico de la investigación, Prim fue herido de muerte y rematado por las mismas manos, lo que, teniendo en cuenta que la persona encargada de su seguridad y custodia a partir de los momentos posteriores al atentado de la calle del Turco era el general Francisco Serrano y Domínguez, a la sazón regente del reino y sin duda directamente implicado en los hechos, nos presentaría un caso insólito en la historia moderna y contemporánea en el que un jefe de Estado acaba con la vida de su jefe de Gobierno. Una verdad incómoda y enojosa Todos estos hallazgos, que por primera vez se publican pormenorizadamente en el libro que el lector tiene en sus manos, han sido —y seguirán siendo— como un torpedo en la línea de flotación de ese buque cargado de mentiras, falsedades históricas y ocultaciones de la realidad promovidas por los autores de lo que entonces fue un auténtico golpe de Estado concebido y perpetrado al detalle, y mantenidas durante ciento cuarenta y dos años por turbios intereses de distinta índole. Lógicamente, tales revelaciones están llamadas a conmover los cimientos conceptuales de los pensadores acomodados al dolce far niente e incomodarán en gran medida a los muchos que viven en estados de rutina y satisfechos con homenajes folcloristas, dentro de lo que se denomina «zona de confort» y cuya máxima es la de «no meneallo»; en definitiva, a todos aquellos que, por acción u omisión, han intentado corromper la verdad con la mentira o con el silencio. Pero éste es un asunto que conviene dejar a un lado, porque, como nos explicó Miguel de Cervantes: «La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua». España entra en la retroinvestigación delictiva por la puerta grande Sea como fuere, el trabajo de la Comisión Prim sitúa a España en un puesto de vanguardia en el ámbito de la retroinvestigación criminal o investigación criminal retrospectiva, un proceso que vuelve a analizar hechos, datos o circunstancias acaecidos en un tiempo remoto con las técnicas y medios de los que dispone la ciencia criminalística contemporánea. De ello quizá sea el ejemplo más reciente el estudio llevado a cabo por científicos suizos, franceses y rusos sobre los restos del histórico líder palestino Yasir Arafat, cuyo fin es determinar si fue asesinado con tóxicos radiactivos tras haber encontrado en su ropa restos de polonio, un metaloide químicamente muy similar al telurio y al bismuto, altamente radiactivos. En los últimos años, el camino de la retroinvestigación criminal se ha ido jalonando de hitos de mayor o menor trascendencia, entre los que muy a vuela pluma cabría citar los hallazgos sobre Ludwig van Beethoven, el faraón Tutankamón, Jack el Destripador o, cómo no, el general Juan Prim. O, en fecha más reciente, el descubrimiento en Egipto de que el faraón Ramsés III —cuya momia, de tres mil años de antigüedad, aún se conserva— fue degollado.


A tal revelación se ha llegado tras aplicar los mismos métodos modernos empleados por la Comisión Prim, sólo que tres meses después. En todos los casos, un grupo de investigadores se ha esforzado por encontrar y abrir la «caja negra» de estos personajes para extraer de ellos datos que arrojen luz sobre su peripecia vital o acerca de las circunstancias de su muerte. Pero en el caso de Prim las cosas han ido mucho más lejos porque, además de colocar a España en el concierto de países desarrollados en ciencia criminalística avanzada, los hallazgos realizados obligan a reconsiderar y reescribir unas cuantas páginas de la historia nacional moderna. Por lo que se refiere a la muerte de Beethoven, durante mucho tiempo atribuida a la sífilis, un equipo científico del Health Research Institute —Illinois, Estados Unidos— dirigido por el doctor William Blash reveló en 2000, tras analizar los cabellos que en su momento le cortó y guardó como recuerdo el joven músico Ferdinand Hiller, que la causa real de su fallecimiento obedeció a una intoxicación masiva por plomo que le llevó a padecer una enfermedad llamada saturnismo. La razón hay que buscarla en el consumo de agua del Danubio, muy contaminada por plomo, que además se bebía en jarras de ese mismo metal y que en última instancia explica y remite a los síntomas del saturnismo de los que frecuentemente se quejaba el gran compositor, como temblores, parálisis, violentos dolores intestinales y cólicos. Otra interesante retroinvestigación fue la realizada sobre la momia de Tutankamón, que entre los años 2007 y 2009 estuvo a cargo del profesor Zahi Hawass, del Consejo Supremo de Antigüedades de El Cairo. Tras llevar a cabo análisis radiológicos, antropológicos y de ADN, los científicos comprobaron que el faraón no había muerto asesinado a los diecinueve años, tal como se creyó inicialmente sobre la base de un orificio en su cráneo, sino que su final fue el resultado de un accidente sin importancia, quizá al bajar de un carro, pero tras un rosario de graves dolencias que venía padeciendo desde su más tierna infancia. Fue víctima entre otros del mal de Köhler, una necrosis avascular derivada del mal riego sanguíneo en el hueso navicular del pie, y de la malaria, cuyo parásito se encontró en su organismo. Al mismo tiempo, se refutó categóricamente el extendido error de haberle atribuido el síndrome de Marfan —caracterizado por una longitud excesiva de los miembros— y ginecomastia, un desarrollo exagerado de los pechos en los varones. Respecto a Jack el Destripador, uno de los grandes asesinos de la historia, quien durante siglo y medio logró permanecer en el anonimato, en 2002 la escritora de novelas de misterio Patricia Cornwell llegó al convencimiento de que el misterioso individuo que dio muerte a cinco prostitutas del barrio londinense de Whitechapel fue el famoso pintor Walter Richard Sickert. Para llegar a tal conclusión, Cornwell adquirió treinta pinturas de Sickert —algunas por cantidades superiores a los setenta mil dólares— así como cartas escritas por él o a él dirigidas, en una de las cuales —remitida por una de las tres esposas del pintor— creyó conseguir casar los restos de ADN del sospechoso con otros previamente obtenidos de muestras de familiares vivos de Sickert. Pero el caso de Prim no se limita al mero esclarecimiento de unas circunstancias más o menos anecdóticas, sino que echa por tierra la historia oficial de un acontecimiento que con toda seguridad cambió los destinos de España. El equipo multidisciplinar ha estudiado y analizado con minuciosidad el sumario del crimen y en sus páginas ha identificado a los doce conjurados que intervinieron en el atentado de la calle del Turco, así como los nombres de los autores intelectuales del magnicidio. El análisis balístico y las mediciones realizadas en la berlina en la que se trasladaba el general en el momento del suceso, así como la inspección de la vestimenta de paisano que portaba, han servido para elaborar una reconstrucción precisa de la escena del crimen (CSI por sus siglas en inglés), que con las más avanzadas técnicas informáticas permitirá determinar cuántos de los conjurados dispararon, en qué orden y a qué distancias y alturas. Por último, la autopsia realizada en el Hospital Universitari Sant Joan de Reus ha determinado que la gravedad de las heridas y la profusa pérdida de sangre en los primeros momentos del atentado llevaron al general al borde de un estado de shock hipovolémico que le impediría la bipedestación y la conciencia, lo que indica claramente que las declaraciones y frases sentenciosas que se le atribuyen durante tres días de agonía no responden más que a una fabulación de sus asesinos, a los que interesaba mantenerlo formalmente con vida hasta conseguir atar todos los posibles cabos sueltos de la conspiración. Como traca final, retrato de la abyección moral de sus matarifes, todo parece indicar que ya en su palacio de Buenavista lo remataron mediante estrangulamiento. España entra así por la puerta grande —se ha dicho ya— en la escena de la retroinvestigación criminal, y al mismo tiempo abre una esclusa para empezar a reconsiderar, y en su caso despejar, las muchas incógnitas y sombras que se ciernen sobre otros magnicidios patrios como los de Antonio Cánovas del Castillo, José Canalejas, Eduardo Dato o el más reciente de Luis Carrero Blanco. El trabajo de investigación de la Comisión Prim se propuso desde un principio estudiar el mayor misterio criminal de la historia de España, pero sus conclusiones no sólo constituyen un depurado logro sino también, como no podía ser de otra manera en un propósito surgido de un Departamento de Criminología, la resolución de un crimen del siglo XIX a la luz de los grandes avances del siglo XXI. Mensaje al Rey Juan Carlos I de los científicos de la Comisión Prim Madrid, 17 de junio de 2013 Conmemoración del bicentenario de Prim 2014 Majestad: tras nuestra exhaustiva investigación, 142 años después de los hechos, aplicando como criminólogos los más avanzados medios de la ciencia del siglo XXI a un enigma histórico del siglo XIX, que incluye el estudio de los documentos originales, lo que queda de la escena del crimen y el reconocimiento forense de la momia incorrupta de la víctima, me honro en comunicarle que al contrario de lo que se ha afirmado sin base alguna y se sostiene con impertinencia saducea, la línea legitimista que representa su tatarabuelo Alfonso XII no tuvo nada que ver en la conspiración que acabó con el magnicidio del general Juan Prim y Prats, presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra en 1870. En realidad, debe decirse que lo asesinaron enemigos feroces de los Borbones alfonsinos. Nos encanta haber podido rendir este servicio a la monarquía y al pueblo de España. Comisión Prim de Investigación Prof. Dr. FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN Presidente A Prim lo remataron FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS Una popularísima copla anónima describía así el magnicidio acaso más importante de la moderna historia de España: En la calle del Turco lo mataron a Prim, sentadito en su coche con la Guardia Civil. La copla era y es encantadora, pero falsa.

Prim no murió en la calle del Turco sino en su propia casa, pero no como consecuencia de las heridas en el atentado, como siempre se ha dicho (incluso en el episodio nacional Prim, de Galdós), sino estrangulado con un cinturón de cuero por un sicario, acaso en presencia y sin duda por orden del jefe del Estado, general Serrano, regente hasta la entronización de Amadeo de Saboya. Ayer tuve que leer en Libertad Digital diez o doce veces el artículo de Francisco Pérez Abellán, legendario periodista de sucesos, director del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela y cabeza del equipo de investigación forense y multidisciplinar que ha estado meses trabajando con la momia de Prim. No sólo contaba en detalle cómo han esclarecido uno de los grandes misterios de la historia de España, sino que añadía las impresionantes fotos de la momia, con unos ojos de cristal que parecen estar mirándonos ahora mismo con la perpleja serenidad de los muertos. Nunca se había hecho en España un trabajo así, y menos con un resultado tan sorprendente. Creo que es la única vez en la historia de España en la que el jefe del Estado asesina al presidente del Gobierno… y algo más. Prim, también ministro de la Guerra y jefe del Partido Progresista, hegemónico en el Parlamento, había dicho en las Cortes: «¿Los Borbones? ¡Jamás, jamás, jamás!» Frase que parece absurda, tras destronar a Isabel II precisamente Prim, Serrano y Topete (anfitrión de Amadeo cuando el crimen), pero no lo es. La hermana de la reina estaba casada con el duque de Montpensier, que empleó su inmensa fortuna en tratar de llegar al trono mediante conspiraciones y atentados, entre ellos el de Prim. Y justo ahora, cuando España agoniza, se hace la luz sobre el crimen y, si puede decirse así, justicia. Por tardía y española, sí, se puede.

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