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Mas de lo que me esperaba – Sophie Saint Rose

Joan se mordió el labio inferior observando de reojo como Ruth llamaba a la puerta de su jefe y entraba sin esperar respuesta. Como dejó la puerta semiabierta, estiró el cuello para ver lo que hacían y juró por lo bajo porque su jefe aún no se había puesto la chaqueta del traje, lo que significaba que no tenía pensado irse todavía y ya eran las cinco y media. Gimió mirando la hora de nuevo. Tenía que recoger al niño como muy tarde a las seis y las de la guardería ya la habían advertido tres veces. Si no lo recogía a tiempo, le quitarían la plaza. Era una norma de la empresa. Al parecer cuando se abrió la guardería, las madres se iban de compras después del trabajo y las cuidadoras nunca sabían cuando iban a recoger a los niños, así que la dirección había soltado aquel ultimátum. Tres avisos si no se recogían antes de las seis, y al cuarto aviso, fuera. Y no podía permitirse una guardería privada. Cogió su teléfono con intención de llamar a su madre cuando Ruth salió del despacho e hizo una mueca. —Lo siento, pero me ha dicho que hoy saldremos tarde. Hay que terminar los informes de la junta y solo quedan dos días para el viernes. —La advirtió con sus ojos azules. —Y está de muy mal humor, así que te aconsejo que llames a tu madre. Pálida asintió y marcó el número de su madre a toda prisa. Con el corazón en la boca porque sabía que no llegaría a la hora desde Queens para recoger al niño, tamborileó los dedos sobre la mesa esperando a que se lo cogiera. Gimió colgando y llamando de nuevo mientras la secretaria principal la miraba de reojo desde su mesa. —¿No te lo coge? —No. —Muy nerviosa porque no podía perder ese trabajo susurró —¿Y si traigo el niño aquí? Ruth la miró como si fuera tonta antes de seguir tecleando en su ordenador. Preocupada se pasó la mano por la nuca apartándose un rizo pelirrojo que se le había escapado del recogido sin saber qué hacer antes de insistir de nuevo. ¿Por qué no lo cogía? —Llama a otra persona. No tenía a nadie más a quien llamar. Sudando de los nervios volvió a llamar a su madre y se quedó en shock cuando una voz le dijo que el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura. Mierda. Sus ojos verdes mostraron su angustia al mirar a su superiora.


—¿Y si recupero las horas mañana? —Habla tú con él. A mí no me metas en líos —dijo señalando con el lápiz la puerta de su jefe. Ahí sí que perdió todo el color de la cara. ¿Hablar con Parker Heywood? ¡Si llevaba un año allí y solo le había dicho buenos días y buenas tardes en todo ese tiempo! Pero no tenía otra opción. No podía dejar a Liam abandonado en la guardería. Rogaba porque no estuviera de tan mal humor como decía Ruth. Hoy solo le había escuchado pegar cuatro gritos. Había tenido días peores. Sintiendo que las piernas le temblaban, se levantó mostrando el discreto vestido beige que llevaba que era dos tallas más de lo que necesitaba, pero es que desde que había empezado a trabajar allí el estrés había hecho que perdiera bastante el apetito. Se pasó la mano por la arruga que tenía a la altura de la cadera por haber estado sentada tantas horas y se acercó a la puerta. Nerviosa se apartó un mechón de la frente sorprendiéndose al sentir que estaba húmeda. A toda prisa intentó limpiarse pasando las manos por la cara y por el bigote. Estupendo, debía tener un aspecto fantástico. Resignada porque ante eso no podía hacer nada, levantó el puño y llamó a la puerta. No contestó y ella miró por encima de su hombro para ver que Ruth estaba concentrada en su trabajo, así que abrió la puerta. Entró insegura y preguntó —¿Señor Heywood? ¿Tiene un minuto? Exasperado levantó la vista para fulminarla con esos ojos negros que hacían que los más veteranos de la empresa se pusieran a temblar. — ¿Si, Janet? —preguntó molesto porque le hubiera interrumpido. Que no se supiera ni su nombre sí que la dejó de piedra. —Joan, señor. Error. No tenía que haberle corregido y se dio cuenta en ese mismo momento porque entrecerró los ojos tirando el bolígrafo de oro sobre la mesa. —Joan… ¿Qué puedo hacer por ti para que me hayas molestado en un momento tan importante como este, en que amplío una empresa donde trabajan mil doscientas personas y debo presentar el informe a mis inversores? —Es que tengo que recoger a mi hijo en la guardería. Cierra en veinte minutos —dijo con la boca seca. —Vaya, ¿hablas de esa guardería que te pago yo y que forma parte de esta empresa? —preguntó levantando la voz—. ¡Ya que me encargo del cuidado de tu hijo durante las horas de trabajo, tu marido podría venir a buscarle! —Soy viuda —dijo a toda prisa.

Él apretó las mandíbulas aún más molesto por haber metido la pata. —Deduzco que no tienes a nadie que pueda venir a recogerlo. Cuando hablaba en ese tono lacerante, sí que era para ponerse a llorar. —No, señor —dijo apretándose las manos—. Le juro que mañana lo arreglaré para que venga mi madre, pero no me coge el teléfono. —Fuera de mi vista. Perdió todo el color de la cara. —¿Estoy despedida? —No, Joan… No estás despedida. ¡Pero mañana te quiero aquí a las seis de la mañana! — Mierda. Él se levantó furioso. —¡Ruth! ¡Recoge para venir más temprano mañana! ¡Al parecer la señorita Ryan es capaz de detener el funcionamiento de mi empresa con sus problemas familiares! —Es Ryall —dijo sin pensar de los nervios. La fulminó con la mirada y decidió que ya que conservaba el trabajo, era mejor salir huyendo. — Muchas gracias, señor Heywood. No volverá a pasar. —Más te vale. Corrió hasta su mesa y cogió su bolso. Al pasar ante Ruth que la miraba cabreada hizo una mueca y susurró —Lo siento. —¿Sabes a la hora a la que me tengo que levantar para venir a las seis? —Lo siento. —Salió corriendo porque lo que le faltaba era llevarse mal con Ruth. Era una estirada y estaba encantada de la vida siendo la secretaria principal del jefe, pero más o menos tenían una relación laboral bastante tranquila. Y mucho era gracias a ella porque hacía su trabajo sin meterse en lo que no le importaba. Bastantes líos tenía ya como para meter la pata con un comentario que le sentara mal a su jefa. Eso de tener que llegar a las seis iba a hacérselo pagar, estaba segura. Bueno, ya lo arreglaría. Se bajó en la primera planta y vio que solo había dos niños dentro de la guardería.

Sonrió al ver a Liam caminando torpemente hacia un peluche que estaba tirado en el suelo. Su pelito rubio estaba despeinado y debió verla porque corrió hasta ella cayendo sobre el suelo de goma. Sonrió y saludó con la mirada a la cuidadora antes de dejar el bolso en el suelo para coger al niño en brazos. —¿Qué tal el día, mi amor? —¡Mami! —Sí, estoy aquí. —Ver esos ojitos verdes era lo mejor del día. Con él en brazos cogió el bolso y se levantó para ir a recoger la bolsa del niño. —Y ahora nos vamos a casa. —No tenía pañales —dijo la chica con ironía—. Y he tenido que coger pañales de otra bolsa. No me parece bien que otros padres paguen los gastos de su hijo. Se sonrojó con fuerza. —Lo siento. Hubiera jurado que los había metido esta mañana. No volverá a pasar. —Eso espero. Los padres deben encargarse de que los niños tengan todo lo necesario y esta es la tercera vez que la aviso de que falta algo en su bolsa. —Recogió el peluche del suelo tirándolo en una gran caja de juguetes. —Por cierto, le quedan pequeñas las zapatillas y he tenido que quitárselas porque se quejaba de que le dolía. Preocupada miró al niño. —¿Te dolía, cielo? —Le besó en la frente antes de mirar a la chica de nuevo. Estaba segura de que siempre le decía esas cosas porque tenía que esperar a que recogiera al niño para cerrar y estaba harta de ella. —¿Algo más que recriminarme o puedo irme? La chica tuvo la decencia de sonrojarse. —No le estaba recriminando, solo explicando lo que ha ocurrido. —Pues muy bien. Mañana tendrá de todo en su bolsa, no se preocupe.

—Sonrió a Liam. — Despídete, cielo. Su niño se despidió con la manita y dijo —Ciao, Linda. La chica sonrió. —Ciao, caro. Salieron de la guardería y ella mirando al niño le acarició la mejilla. —¿Te lo has pasado bien? —preguntó entrando en el ascensor. Era evidente que estaba agotado—.

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