debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Mantra – Rodrigo Fresan

Martı́n Mantra decı́a que cualquier historia —hasta la más breve e insigniϐicante— sólo podı́a estar bien contada si comenzaba con el principio de todas las cosas, con el big bang de la cuestión, con ese Habı́a una vez… original que nos incluye a todos. Arrancar siempre desde el Vacı́o Absoluto e ir llenándolo de a poco y sin apuro como se va llenando una piscina en la que uno jamás va a nadar, pero, ah, el placer de ver nadar a otros allı́, verla a ella surgiendo de las profundidades para tomar aire y volver al fondo azul y cloro y sin prisa: ésta es una carrera con una sola participante y una única ganadora. No será éste el caso de lo que voy a contar aquı́. No tengo tanto tiempo ni conocimientos. Empezaré por un principio más próximo, pero, creo, igual de trascendente. Empezaré diciendo que entonces éramos otros. Entonces éramos diferentes, no por una cuestión de edad y de tamaño y de ideas, sino porque los que habitan ese efı́mero planeta de la Nebulosa de Nunca Jamás conocido como Infancia (la única patria posible y, al mismo tiempo, un lugar cuyos habitantes se extinguen enseguida, un sitio que desaparece para unos para ası́poder ser poblado una y otra vez por otros, por los que siempre vienen detrás, como ocurrı́a con ciertas ciudades aztecas súbitamente abandonadas) son siempre animales extraños, criaturas que nunca se quedan quietas a la hora de ser capturadas y clasiϐicadas para el bestiario de turno. Seres completamente distintos a los que llegan a convertirse, porque, entonces, sorpresivamente duros y fuertes —porque es durante la infancia cuando, contrario a lo que suele creerse, somos más poderosos y resistentes a todo—, no sospechan que con el tiempo se irán ablandando, volviéndose más temerosos y frágiles. Caemos desde árboles, dormimos en el suelo, sangramos poco, cicatrizamos rápido, nos revolcamos felices en nuestra propia mierda, lloramos de risa, las enfermedades apenas se detienen en nuestro cuerpo a beber un cocktail febril y siguen su camino, nos encanta cumplir años porque ese dı́a conϐirma la brevedad de lo que ha sido y el inϐinito de lo que será y todavı́a está tan lejos esa primera noche en que, por primera vez, dejamos de pensar en el futuro para refugiarnos en una imprecisa revisitación de nuestro pasado. Cuando somos nuevos no envejecemos: crecemos. Como tumores. Como Sea Monkeys. Somos inmortales durante nuestro principio. Somos invencibles. Lo sabemos todo porque no hay mücho que saber. Somos puro Capı́tulo Uno. Conocemos lo básico, lo que realmente importa, lo imprescindible: reglas simples para sobrevivir en la jungla de nuestros dı́as breves pero intensos en los que intuimos a la perfección quiénes son nuestros amigos y nuestros enemigos. Entonces nuestras ϐlamantes antenas captan sin diϐicultad el lenguaje secreto del universo. Con los años -con el ruido blanco del conocimiento de lo inútil, con la estática de la información innecesaria y el paulatino aproximarse de la muerte— nos vamos convirtiendo en personas cada vez más ignorantes y temerosas de puertas que mueve el viento o de teléfonos que suenan en la oscuridad del centro exacto de la noche. Ası́, a la hora incierta de recordar con tristeza nuestro vigoroso ayer, no somos más que astronautas corruptos de una luna inocente en cuya espalda alguna vez plantamos una bandera y desde la que todo nos parecı́a más grande y majestuoso, no porque, como se piensa, nosotros fuéramos más pequeños que las habitaciones que nos contenı́an, sino porque nuestra capacidad de asombro no era, todavı́a, el ejercicio de un músculo pequeño y difı́cil de ubicar sino un latido constante al que alcanzaba con cerrar los ojos para sentirlo adentro de nosotros, marcando el tiempo de los hombres y la velocidad de las cosas. Sı́, nuestro pasado más remoto estaba tan próximo y era tan breve y preciso que se confundı́a con lo acontecido horas atrás mientras nos deslizábamos por un presente más largo que todo el futuro. Por eso es durante la infancia cuando más nos atrae el rugir de los motores de la ciencia-ϐicción: el antes es ı́nϐimo; el ahora no es más que una sucesión de fotogramas; el después lo es todo y por eso no es extraño que, a medida que crecemos, el futuro nos interese cada vez menos y nos provoque menos interrogantes porque, sı́, comenzamos a comprender que nunca llegaremos a ser parte de él. Creo que me estoy repitiendo, que digo siempre lo mismo con palabras diferentes, que tengo poco tiempo para decir cosas diferentes y por eso elijo un tiempo —el tiempo en que tenia mucho tiempo— y un nombre: Martín Mantra. Me han dicho alguna vez o leı́ en alguna parte —lo recuerdo ahora— que durante la infancia nos hacemos treinta y tres preguntas por hora y que, con el paso del tiempo, cada vez nos preguntamos menos cosas, porque las respuestas están ahı́, pensadas por otros y dispuestas a ser adoptadas sor nosotros antes de que ni siquiera se nos ocurra cuestionar el cómo y el porqué délo que nos rodea y nos tiene acorralados. De este modo acabamos conformándonos con la seguridad de las respuestas ajenas sintiéndonos vencedores cuando en realidad deberíamos luchar por mantener el riesgo constante de las preguntas privadas.


Sı́, se nos educa para ser débiles, pero para cuando lo comprenctemos ya es demasiado tarde. Alcanza con mirar fotos de niños que alguna vez fueron y compararlas con las fotos de adultos que estos niños resultaron ser para que nos invada una sensación de triste extravı́o, de resignado desconcierto ante lo imposible de recuperar. Esta boca y esta nariz pueden llegar a coincidir con aquella nariz y aquella boca; pero algo se ha quedado para siempre en el camino: el brillo desaϐiante de una mirada, la curva cruel de ana sonrisa pura y bestial, la estatura perfecta y la silueta lerodinámica, óptima e inasible para alcanzar la mejor velocidad cuando se corre pero nunca se huye. Felices enanos perfectos que, misteriosamente, aparecen anacrónicamente adultos en esos brillantes papeles viejos. Tal vez porque comprendı́ todo esto desde muy temprano, me he negado sistemáticamente a que me tomg’n fotos a no ser que esto sea imprescindible (pasaportes: quemarlos una vez que —extraño verbo— se los renueva), o socialmente y sentimentalmente inevitable (novias: quemarlas, también, una vez que se las renueva); o producto de alguna inevitable casualidad donde uno, como un fantasma descuidado, acaba apareciendo junto a las patas metálicas de la Torre Eiffel detrás de una familia de japoneses. Igual apocalı́ptica conducta he asumido —a la hora de la venganza por tantas fotos a las que me han condenado sin pedirme permiso— cuando alguna de esas mismas familias japonesas me ha pedido que le tome una foto a los pies de, por ejemplo, la Sagrada Familia o el Taj Mahal: ordenarlos, decirles que sonrı́an, encuadrar la foto de modo que todas sus cabezas aparezcan cortadas a la altura del cuello por la guillotina de mi maldad, disparar la cámara, aceptar el ϐlash de sus sonrisas y de su agradecimiento amarillo. Imaginarlos abriendo el sobre con las fotos reveladas y truncas. Sentirlos maldecir al desalmado que les hizo semejante broma. Los aborı́genes que sostienen que las fotos roban el alma para no devolverla tienen razón. Martı́n Mantra —quien como yo pensaba lo mismo y por lo tanto se negó a aparecer en la foto de grupo de quinto grado de primaria— también. Una foto en blanco y negro y —antes de la incontenible irrupción de los rabiosos colores de México— ésta es la parte en blanco y negro de mi historia. La parte que transcurre en mi hoy inexistente paı́s de origen que no era México ni México Distrito Federal, pero que lo fue a partir del dı́a en que Martı́n Mantra llegó a mi vida mexicanizando todo lo que me rodeaba y no ha dejado de rodearme desde entonce con un cerco feroz e infranqueable. Una foto como el inevitable prólogo a todo esto y con esa especial calidad del blanco y negro expresivo y expresionista de las pelı́culas de o con Orson Welles. El blanco y negro del policial fronterizo y tex-mex Touch of Evil o el thriller en la Viena de la posguerra The Third Man, la preferida de Martı́n Mantra por motivos tan obvios ahora como incomprensibles para mı́ entonces. Una infancia en blanco y negro donde los televisores eran en blanco y negro (Rod Serling hablando al principio y al ϐinal de esos inquietantes episodios/cuentos de The Twilight Zone —o Dimensión desconocida— es, pienso, la voz que mejor deϐine aquellos tiempos donde todo parecía bordear lo fantástico y solía durar no más de treinta minutos incluyendo comerciales) y donde también era en blanco y negro la foto de ese grupo de chicos de quinto grado de primaria en un colegio estatal. El glorioso y legendario colegio bautizado con el nombre de un patriota extranjero y mexicano: el general post-mortem e independentista Gervasio Vicario Cabrera, héroe inmortal y desorientado de la Batalla de Canciones Tristes. El colegio n.° 1 del Distrito Escolar Primero (tanto número 1 nos producı́a, por supuesto, una especie de estúpido orgullo) era célebre por su educación avanzada y al que los nombres más o menos ilustres de la intelligentsia de entonces enviaban —desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, almuerzo a las doce—, a sus hijos varones con inclinaciones que no podı́an ser otra cosa que artı́sticas, por más que éstas incluyeran la tiranı́a feroz de un mercado negro de cortantes ϐiguritas metálicas y cromos autoadhesivos teóricamente lavables que nos dejaban tatuados como maorı́es durante varios dı́as luego de los que, se nos aseguraba, morirı́amos asϐixiados o enloquecidos por la solución de LSD escondida detrás de los dientes de Bugs Bunny o el Coyote. Yo volvía, feliz y tatuado, al piso donde vivía con mis padres. Casa, colegio, casa. Todos los dı́as. No aprendı́a andar en bicicleta o a nadar sino hasta muchos años después, cuando ya me habı́a caı́do y ahogado demasiadas veces y el Gervasio Vicario Cabrera, colegio n.° 1 del Distrito Escolar Primero, ya no estaba donde siempre habı́a estado, para convertirse en un recuerdo transparente atravesado por autos a máxima velocidad.

.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |