debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Malicia – Sara Shepard

Hanna no se detendrá hasta ser la abeja reina de Rosewood, Spencer está desempolvando los secretos de su familia, Emily no puede dejar de pensar en su nuevo novio y Aria coincide peligrosamente con el gusto en hombres de su madre. Ahora que el asesino de Ali se encuentra por fin entre rejas, las chicas creen que están a salvo… pero quienes olvidan su pasado están condenados a repetirlo. A estas alturas, deberían saber que siempre estoy observando. —A


 

¿A que sería genial poder saber lo que está pensando la gente? ¿Te imaginas que las mentes fueran tan transparentes como esos bolsos de Marc Jacobs o estuvieran tan a mano como el juego de llaves del coche o una barra de brillo de labios Hard Candy? Sabrías qué quiso decir en realidad el director de cásting del instituto cuando te dijo que lo habías hecho « muy bien» en la audición del musical South Pacific, o te enterarías de que el chico con el que juegas a dobles mixtos cree que los shorts de tenis Lacoste te hacen muy buen culo. Lo mejor de todo es que no tendrías que intuir si tu amiga se ha enfadado cuando la dejaste plantada y te fuiste sonriendo con el chico más guapo del último curso en aquella fiesta de Nochevieja. Solo tendrías que leer su mente para saberlo. Por desgracia, las mentes están mejor protegidas que el Pentágono. A veces, la gente te da pistas de lo que están pensando (por ejemplo, la mueca del director de cásting cuando no llegaste al sí bemol mayor o la frialdad con la que tu amiga ignoró todos tus mensajes el uno de enero). Sin embargo, lo más habitual es que las señales más elocuentes pasen completamente desapercibidas. De hecho, cierto niño mimado de Rosewood dejó caer hace cuatro años algo muy importante que le estaba rondando por su retorcida cabecita. Pero nadie pareció darle demasiada importancia. Quizás si alguien se hubiera dado cuenta, una chica preciosa aún seguiría viva hoy. Los aparcabicis que había a la puerta de Rosewood Day estaban repletos de bicis de montaña de veintiuna velocidades, una edición limitada de la marca Trek que el padre de Noel Kahn había conseguido directamente a través del publicista de Lance Armstrong. También había una impoluta scooter Razor color rosa chicle. Segundos después de que sonase el timbre de la última clase, los alumnos de sexto curso inundaron la entrada y una chica rubia de pelo rizado se deslizó hacia el aparcamiento, le dio una palmadita cariñosa a su moto y comenzó a abrir el candado Kryptonite que aseguraba el manillar. De pronto, llamó su atención un cartel que el viento batía contra un muro de piedra. —Chicas. —Convocó a sus amigas por encima del ruido de los chorros de la fuente—. Venid aquí. —¿Qué pasa, Mona? —dijo Phi Templeton, que estaba ocupada desenredando la cuerda de su nuevo yoyó Duncan tipo mariposa. Mona Vanderwaal señaló al papel. —¡Mirad! Chassey Bledsoe se subió las gafas vintage empujando el puente. —¡Vaya! Jenna Cavanaugh se mordió una uña pintada de rosa. —¡Qué fuerte! —dijo con su voz dulce y aguda. Una ráfaga de viento arrancó unas cuantas hojas de una pila que se había formado tras un concienzudo rastrillado.


Era mediados de septiembre y el curso apenas había empezado hacía unas semanas, pero el otoño y a había llegado oficialmente. Cada año, los turistas de toda la Costa Este venían a Rosewood, Pensilvania, para ver el follaje otoñal de tonos rojos, naranjas, amarillos y púrpuras. Había algo en el aire que hacía de estas hojas algo increíble. Fuese lo que fuese, todo en Rosewood era maravilloso: los perros de pelaje dorado y brillante que correteaban en sus parques específicos perfectamente cuidados, los bebés de carrillos sonrosados en sus cochecitos Burberry Maclaren, o los fornidos chicos del equipo de fútbol que entrenaban en los campos del Rosewood Day, el colegio privado más prestigioso de la ciudad. Aria Montgomery observaba a Mona y al resto de chicas desde su lugar favorito del murete de piedra del colegio con su diario Moleskine abierto sobre el regazo. La última clase del día de Aria era la de dibujo y la señora Cross la dejaba pasearse por los jardines de Rosewood para dibujar lo que quisiera. Según su profesora, le permitía hacerlo porque Aria tenía mucho talento, pero ella sospechaba que lo hacía porque en realidad se sentía incómoda. Al fin y al cabo, Aria era la única chica de la clase que no chismorreaba con sus amigas el día de la muestra de arte ni coqueteaba con los chicos mientras pintaban bodegones en tonos pastel. A Aria también le gustaría tener amigas, pero no era motivo suficiente para que la señora Cross la echara de clase. Scott Chin, otro chico de sexto curso, vio el cartel después que ella. —Mola —dijo mientras se giraba hacia su amiga Hanna Marin, que andaba jugueteando con la pulsera de plata de ley que su padre le acaba de comprar como regalo de disculpas porque su madre y él habían vuelto a pelearse. —¡Han, mira! —la advirtió al tiempo que le propinaba a esta un codazo en las costillas. —No hagas eso —contestó con brusquedad Hanna, rehuyéndolo. Aunque estaba convencida de que Scott era gay (le gustaba leer la revista Teen Vogue casi tanto como a ella), no le gustaba nada que le tocase su blandurria y asquerosa tripa. Miró el cartel y levantó las cejas con sorpresa—. Madre mía… Spencer Hastings caminaba con Kirsten Cullen e iban charlando sobre la liga juvenil de hockey sobre hierba. Estuvieron a punto de tropezarse con Mona Vanderwaal, cuyo escúter Razor estaba bloqueando el paso. Cuando Spencer vio el cartel, se quedó con la boca abierta. —¿Mañana? Emily Fields no se había percatado del cartel tampoco, pero su amiga de natación, Gemma Curran, lo vio. —¡Em! —gritó señalando al colorido póster. Los ojos de Emily recorrieron el título y tembló de emoción. Prácticamente todos los alumnos de sexto curso del Rosewood Day se habían congregado y a alrededor del aparcabicis y miraban boquiabiertos el cartel. Aria se levantó del murete y entornó los ojos para leer las letras may úsculas. « La cápsula del tiempo comienza mañana» , anunciaba. « ¡Prepárate! Es tu oportunidad de ser inmortal.

» El carboncillo se escapó de los dedos de Aria. El juego de la cápsula del tiempo era una tradición escolar que se remontaba a 1899, cuando se fundó el Rosewood Day. Solo podían participar los alumnos de sexto curso, así que era un rito de iniciación similar a comprarte tu primer sujetador en Victoria’s Secret… o, si eras un chico, era igual que excitarte por primera vez mirando un catálogo de Victoria’s Secret. Todo el mundo conocía las reglas del juego: habían ido pasando de hermanos may ores a pequeños, se explicaban en los blogs de Myspace y estaban garabateadas en las primeras páginas de algunos libros de la biblioteca. Cada año, la dirección del Rosewood Day cortaba en trozos una bandera del colegio y pedía a determinados alumnos may ores que los escondieran por las instalaciones. A continuación, se colgaban una serie de escuetas pistas en el vestíbulo del colegio para poder buscar cada retal y quien encontraba uno era honrado en una asamblea especial ante todo el colegio, y podía decorar su pedacito de bandera como quisiera. Los pedazos de la bandera se volvían a coser y se enterraba en una cápsula del tiempo detrás de los campos de fútbol. No hace falta decir que encontrar un trozo de la bandera era lo más de lo más. —¿Vas a participar? —preguntó Gemma a Emily mientras se subía hasta la barbilla la cremallera de su chaqueta del equipo de natación del YMCA de Upper Main Line. —Supongo que sí —respondió Emily con una risa nerviosa—. Pero ¿de verdad crees que tenemos alguna posibilidad? Dicen que siempre esconden las pistas en el edificio del instituto y solo he estado allí dos veces. Hanna estaba pensando lo mismo. No había entrado jamás al instituto. Todo lo que tuviera que ver con ese sitio la intimidaba, especialmente las chicas tan guapas que iban a estudiar allí. Siempre que Hanna iba con su madre a la tienda Saks del centro comercial King James, había un grupo de animadoras del instituto Rosewood Day en el mostrador del maquillaje. Hanna las observaba en secreto detrás de un perchero de ropa y admiraba lo bien que se ajustaban los vaqueros de corte bajo a sus caderas o cómo les caía el pelo liso y brillante por la espalda, o cómo su terso cutis no tenía ni una mancha. Antes de irse a la cama, Hanna rezaba todas las noches para ser tan guapa como las animadoras del Rosewood Day, pero por la mañana se encontraba con la misma cara en su espejo con forma de corazón: el pelo de color castaño, la piel enrojecida y los brazos gordos como morcillas. —Al menos conoces a Melissa —murmuró Kirsten a Spencer, que también había oído lo que había dicho Emily—. A lo mejor le toca encargarse de un trozo de bandera. Spencer negó con la cabeza. —Ya me habría enterado. —Era todo un honor que te seleccionaran para esconder un trozo de la bandera de la cápsula del tiempo y la hermana de Spencer, Melissa, no perdía ocasión para fardar de sus responsabilidades en el Rosewood Day, especialmente si jugaban a « el mejor y el peor» cuando comían todos juntos. Este juego familiar consistía en describir los logros más ambiciosos que había conseguido cada uno ese día. Las pesadas puertas dobles del colegio se abrieron y el resto de estudiantes de sexto salieron del edificio, incluida una pandilla de chicos que parecían recién salidos de un catálogo de J. Crew.

Aria volvió al murete y fingió estar muy ocupada con sus bocetos. No quería tener contacto visual con nadie. Unos días antes, Naomi Zeigler la pilló mirando y le gritó: « ¿Qué, estás enamorada de nosotras?» . Al fin y al cabo, eran la élite de sexto, o como ella prefería llamarlas, las típicas rosas de Rosewood. Las típicas rosas de Rosewood vivían en mansiones con verjas, en complejos de varias hectáreas o en antiguas granjas reconvertidas en lujosas casas con establos para los caballos y garaje para diez coches. Todas estaban cortadas por el mismo patrón: sus novios jugaban al fútbol y tenían el pelo supercorto, las chicas se reían exactamente igual, sus barras de labios de Laura Mercier hacían juego entre sí y llevaban bolsos de Dooney & Bourke. Si cerrase los ojos, Aria no podría distinguir a una rosa de Rosewood de otra. Excepto a Alison DiLaurentis. Nadie podía confundir a Alison por nada del mundo. Alison lideraba el grupo, avanzando por el camino de piedra del colegio. Su pelo rubio ondeaba al viento, sus ojos azul zafiro brillaban y sus hombros se mantenían rectos a pesar de los tacones de ocho centímetros que llevaba puestos. La seguían Naomi Zeigler y Riley Wolfe, sus dos confidentes más cercanas, que aguardaban a que diese el siguiente paso. La gente no había dejado de hacerle reverencias a Ali desde que se mudó a Rosewood en tercero. Ali se acercó a Emily y a las demás nadadoras, y se detuvo un instante. Emily temía que se riera de nuevo de su pelo seco y verdoso dañado por el cloro, pero por suerte, la rubia se había fijado en otra cosa. Se le escapó una sonrisa al ver el cartel. Con un rápido golpe de muñeca, arrancó el papel del muro y se giró hacia sus amigas. —Mi hermano va a esconder uno de los trozos de la bandera esta noche — dijo lo suficientemente alto para que todo el mundo la oyera—. Me ha prometido que me dirá dónde lo pone. Todos comenzaron a murmurar. Hanna asintió con la cabeza con fascinación. Admiraba a Ali más que a ninguna otra animadora. Spencer, en cambio, se puso furiosa. El hermano de Ali no podía contarle dónde iba a esconder el trozo de bandera. ¡Eso era trampa! El carboncillo de Aria voló con rabia sobre su cuaderno y sus ojos se clavaron en la dulce cara de Ali.

La nariz de Emily tembló con el persistente aroma a vainilla de su perfume. Era una sensación celestial, como estar a la puerta de una pastelería. Los alumnos más mayores comenzaron a bajar por las majestuosas escaleras del instituto e interrumpieron la gran noticia que acababa de anunciar Ali. Las chicas eran altas y distantes; los chicos eran guapos y pijos, y juntos pasaron entre la gente de sexto de camino al aparcamiento auxiliar para recoger sus coches. Ali los miró con serenidad mientras se abanicaba con el cartel de la cápsula del tiempo. Un par de enclenques estudiantes de segundo con auriculares de iPhone parecieron sentirse intimidados por Ali mientras sacaban del aparcamiento sus bicis de diez velocidades. Naomi y Riley les soltaron un resoplido. Un chico de tercero vio a Ali y se detuvo. —¿Cómo va, Al? —Bien —contestó mientras fruncía los labios y se ponía recta—. ¿Y tú qué tal, I? Scott Chin le dio un codazo a Hanna, que se puso toda roja. Ian Thomas, alias I, ocupaba el segundo puesto en la lista de tíos buenos de Hanna gracias a su preciosa cara morena, su pelo rizado y rubio, y sus conmovedores ojos almendrados. El primer puesto lo ocupaba Sean Ackard, el chico por el que estaba colada desde que les tocó jugar al balón en el mismo equipo en tercero de primaria. No estaba claro por qué Ian y Ali se conocían, pero corría el rumor de que los chicos de último curso la habían invitado a una de sus fiestas exclusivas a pesar de que ella fuera mucho más pequeña. Ian se apoy ó en el aparcabicis. —¿Has dicho que sabes dónde se esconde un trozo de la bandera de la cápsula del tiempo? Las mejillas de Ali se ruborizaron al instante. —¿Por qué lo dices? ¿Alguien se muere de la envidia por aquí? —disparó Ali con una sonrisa insolente. Ian negó con la cabeza. —Si yo fuera tú, me lo callaría. Puede que alguien intente robarte el trozo de bandera. Es parte del juego, ¿no? Ali se rio porque le parecía imposible que fuera a suceder algo así, pero frunció ligeramente el ceño. Ian tenía razón y era totalmente legal robarle el trozo de bandera a alguien: lo ponía en la normativa oficial de la cápsula del tiempo que el director Appleton guardaba en un cajón cerrado bajo llave de su escritorio. El año pasado, un chico gótico de noveno robó un trozo de bandera que asomaba de la bolsa de deporte de un alumno del último curso. Hace dos años, la chica de una banda de octavo se coló en la sala de baile del colegio y robó dos trozos a dos preciosas bailarinas. La cláusula de robos, como todo el mundo la llamaba, ponía el listón aún más alto: si no eras lo bastante inteligente como para encontrar los trozos, al menos podías ser lo bastante astuto como para robárselos de la taquilla a alguien. Spencer miró fijamente la expresión de malestar de Ali mientras perfilaba un pensamiento en su cabeza.

Debía robarle el trozo de bandera como fuera. Era más que probable que todos los alumnos de sexto dejaran que la rubia se quedase ese retal, aunque fuese totalmente injusto, y seguro que nadie se atrevería a quitárselo. Spencer estaba harta de que esa chica consiguiera todo sin esforzarse lo más mínimo. Emily pensó exactamente lo mismo. ¿Y si le robo la bandera a Ali?, se dijo a sí misma mientras le recorría una extraña sensación por el cuerpo. ¿Qué le diría a Ali si la pillaba? ¿Podría robarle la bandera a Ali?, se preguntó Hanna mientras se mordía una uña casi inexistente. El problema era que… jamás había robado nada en su vida. Si lo hiciera, ¿la integraría Ali en su grupo algún día? ¡Cómo molaría robarle la bandera a Ali!, resonó en la cabeza de Aria mientras deslizaba su mano por el cuaderno de dibujo. Una rosa de Rosewood destronada por alguien… como Aria. Pobre Ali, tendría que buscar otro trozo de la bandera siguiendo las normas y usando la cabeza por una vez en su vida. —No estoy preocupada. —Ali rompió el silencio—. Nadie se atreverá a robármela. Cuando tenga el trozo, lo pienso llevar encima todo el rato. —Y le guiñó el ojo a Ian mientras se colocaba la falda—. Solo me quitarán esa bandera por encima de mi cadáver. Ian se acercó. —Bueno, si solo hace falta eso… El párpado de Ali tembló por un instante y se puso blanca. La sonrisa de Naomi Zeigler también languideció. Ian dibujó en su cara una mueca fría, pero enseguida tornó a una sonrisa irresistible que parecía decir que se trataba de una broma. Alguien tosió y captó la atención de la pareja. Era Jason, el hermano de Ali, que bajaba las escaleras del instituto hacia ellos. Traía los labios apretados y los hombros encorvados, como si hubiera escuchado la conversación. —¿Qué has dicho? —dijo Jason deteniéndose apenas a unos centímetros de la cara de Ian. El viento agitó algunos mechones dorados de su frente.

Ian se balanceó en sus zapatillas Vans negras. —Nada, estábamos bromeando. Jason lo miró fijamente con los ojos bien abiertos. —¿Seguro? —¡Jason! —bufó Ali con indignación y se puso entre medias para separarlos —. ¿Qué mosca te ha picado? Jason miró a su hermana, luego al cartel de la cápsula del tiempo que sostenía en su mano y luego a Ian. Los alumnos que los rodeaban se miraron entre sí con cara extrañada, como si dudasen de que la pelea fuera en broma o en serio. Ian y Jason tenían la misma edad y jugaban en el primer equipo de fútbol. A lo mejor estaban picados porque Ian le robó un gol a Jason en el partido del día anterior contra el Pritchard Prep. Ian no respondió y Jason relajó los brazos, golpeándose las caderas con las manos. —Muy bien, lo que tú digas. Se dio la vuelta, abrió bruscamente la puerta de un sedán negro de finales de los años sesenta que acababa de colarse en el carril bus y se metió dentro. —Vámonos —le dijo al conductor, y cerró de golpe la puerta del coche, que se alejó de la acera petardeando y dejando una nube de humo detrás. Ian se encogió de hombros y se alejó despacio con una sonrisa de victoria en la cara. Ali se pasó las manos por el pelo. Por una décima de segundo, la expresión de su cara fue de preocupación, como si algo se le hubiera ido de las manos, pero apenas duró un instante. —¿Hace un jacuzzi en mi casa? —dijo alegremente a sus amigas mientras cogía del brazo a Naomi. Las chicas la siguieron hacia la arboleda que había detrás del colegio, por donde salía un atajo hacia su casa. Un trozo de papel muy familiar asomaba de la cartera amarilla de Ali. « La cápsula del tiempo comienza mañana» , decía el anuncio. « ¡Prepárate!» Tenía toda la razón: debían prepararse. Pocas semanas después, cuando casi todos los trozos de la bandera de la cápsula del tiempo habían aparecido ya, el grupo de amigas de Ali había cambiado de arriba abajo. De pronto, sus compañeras de siempre habían sido destituidas por otras nuevas amigas del alma: Spencer, Hanna, Emily y Aria. Ninguna de las nuevas elegidas preguntó por qué las había escogido a ellas de entre todas las chicas de sexto. No querían tentar a la suerte. De vez en cuando recordaban su vida antes de Ali, lo tristes que estaban, lo perdidas que se sentían, lo convencidas que estaban de no ser nadie en el Rosewood Day.

Se acordaban también de momentos muy concretos, como el día en que se anunció lo de la cápsula del tiempo. En alguna que otra ocasión se acordaron de lo que Ian le dijo a Ali y de la extraña cara de preocupación que puso ella, precisamente, que no solía inmutarse jamás por nada. Pero normalmente preferían omitir esos recuerdos, era más divertido pensar en el futuro que perder el tiempo dándole vueltas al pasado. Ahora eran las chicas más populares del Rosewood Day y eso era toda una responsabilidad. Tenían por delante un montón de experiencias estupendas por vivir. Pero quizás habría sido mejor no olvidarse tan rápido de ese día. Quizás Jason tenía que haberse esforzado más para salvar a Ali. Todos sabemos lo que pasó. Apenas un año y medio después, Ian cumplió su promesa. Y mató a Ali, de verdad.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |