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Los nacimientos – Eduardo Galeano

Yo fui un pésimo estudiante de historia. Las clases de historia eran como visitas al Museo de Cera o a la Región de los Muertos. El pasado estaba quieto, hueco, mudo. Nos enseñaban el tiempo pasado para que nos resignáramos, conciencias vaciadas, al tiempo presente: no para hacer la historia, que ya estaba echa, sino para aceptarla. La pobre historia había dejado de respirar: traicionada en los textos académicos, mentida en las aulas, dormida en los discursos de efemérides, la habían encarcelado en los museos y la habían sepultado, con ofrendas florales, bajo el bronce de las estatuas y el mármol de los monumentos. Ojalá Memoria del fuego pueda ayudar a devolver a la historia el aliento, la libertad y la palabra. A lo largo de los siglos, América Latina no sólo ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del salitre y del caucho, del cobre y del petróleo: también ha sufrido la usurpación de la memoria. Desde temprano ha sido condenada a la amnesia por quienes le han impedido ser. La historia oficial latinoamericana se reduce a un desfile militar de próceres con uniformes recién salidos de la tintorería. Yo no soy historiador. Soy un escritor que quisiera contribuir al rescate de la memoria secuestrada de toda América, pero sobre todo de América Latina, tierra despreciada y entrañable: quisiera conversar con ella, compartirle los secretos, preguntarle de qué diversos barros fue nacida, de qué actos de amor y violaciones viene. Ignoro a qué género literario pertenece esta voz de voces. Memoria del fuegono es una antología, claro que no; pero no sé si es novela o ensayo o poesía épica o testimonio o crónica o… Averiguarlo no me quita el sueño. No creo en las fronteras que, según los aduaneros de la literatura, separan a los géneros. Yo no quise escribir una obra objetiva. Ni quise ni podría. Nada tiene de neutral este relato de la historia. Incapaz de distancia, tomo partido: lo confieso y no me arrepiento. Sin embargo, cada fragmento de este vasto mosaico se apoya sobre una sólida base documental. Cuanto aquí cuento, ha ocurrido; aunque yo lo cuento a mi modo y manera. Este Libro… … inicia una trilogía. Está dividido en dos partes: en una, la América precolombina se despliega a través de los mitos indígenas de fundación; en la otra, ocurre la historia de América desde fines del siglo XV hasta el año 1700. El volumen siguiente de Memoria del fuego abarcará los siglos XVIII y XIX. El tercer volumen llegará hasta nuestros días. Al pie de cada texto, entre corchetes, los números señalan las principales obras que el autor ha consultado en busca de información y marcos de referencia.


La lista de las fuentes documentales se ofrece al final. A la cabeza de cada episodio histórico se indica el año y el lugar en que ha ocurrido. Las transcripciones literales se distinguen en letra bastardilla. El autor ha modernizado la ortografía de las fuentes antiguas que cita. Gratitudes A Jorge Enrique Adoum, Ángel Berenguer, Hortensia Campanella, Juan Gelman, Ernesto González Bermejo, Carlos María Gutiérrez, Mercedes López-Baralt, Guy Prim, Fernando Rodríguez, Nicole Rouan, César Salsamendi, Héctor Tizón, José María Valverde y Federico Vogelius, que leyeron los borradores de este libro y formularon valiosos comentarios y sugerencias; a Federico Álvarez, Ricardo Bada, José Fernando Balbi, Álvaro Barros-Lémez, Borja y José María Calzado, Ernesto Cardenal, Rosa del Olmo, Jorge Ferrer, Eduardo Heras León, Juana Martínez, Augusto Monterroso, Dámaso Murúa, Manuel Pereira, Pedro Saad, Nicole Vaisse, Rosita y Alberto Villagra, Ricardo Willson y Sheila Wilson-Serfaty, que facilitaron el acceso del autor a la bibliografía necesaria; a José Juan Arrom, Ramón Carande, Álvaro Jara, Magnus Mörner, Augusto Roa Bastos, Laurette Sejourné y Eric R. Wolf, que respondieron consultas; a la Fundación AGKED, de Alemania Federal, que contribuyó a la realización de este proyecto; y especialmente a Helena Villagra, que fue la crítica implacable y entrañable de estos textos, página tras página, a medida que nacían. Este libro está dedicado a la Abuela Ester. Ella lo supo antes de morir. La hierba seca incendiará la hierba húmeda (Proverbio africano que los esclavos trajeron a las Américas) Primeras voces La creación La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando. Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio. Los indios makiritare saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento. La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran huevo brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto, porque estaban locos de ganas de nacer. Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y Dios, soñando, los creaba, y cantando decía: —Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira. [48]Este número indica las fuentes que el autor ha consultado y remite a la lista que se encuentra al final del libro. El tiempo El tiempo de los mayas nació y tuvo nombre cuando no existía el cielo ni había despertado todavía la tierra. Los días partieron del oriente y se echaron a caminar. El primer día sacó de sus entrañas al cielo y a la tierra. El segundo día hizo la escalera por donde baja la lluvia. Obras del tercero fueron los ciclos de la mar y de la tierra y la muchedumbre de las cosas.

Por voluntad del cuarto día, la tierra y el cielo se inclinaron y pudieron encontrarse. El quinto día decidió que todos trabajaran. Del sexto salió la primera luz. En los lugares donde no había nada, el séptimo día puso tierra. El octavo clavó en la tierra sus manos y sus pies. El noveno día creó los mundos inferiores. El décimo día destinó los mundos inferiores a quienes tienen veneno en el alma. Dentro del sol, el undécimo día modeló la piedra y el árbol. Fue el duodécimo quien hizo el viento. Sopló viento y lo llamó espíritu, porque no había muerte dentro de él. El décimotercer día mojó la tierra y con barro amasó un cuerpo como el nuestro. Así se recuerda en Yucatán.

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