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Los judios en Espana – Joseph Perez

El judaísmo consta de dos grandes ramas, la sefardí y la askenazí. La primera tiene sus orígenes en la Península Ibérica y, desde allí, ha irradiado hacia la Europa occidental y el Mediterráneo; su lengua es el judeo-español. Los askenazíes, en cambio, tienen sus raíces en la Europa germánica, en la cuenca del Rin, y desde allí se difundieron por la Europa central y oriental; su lengua es el yídish, dialecto compuesto de alemán medieval y de hebreo; en los siglos XVI y XVII, Polonia fue la cuna principal de la comunidad askenazí; luego las persecuciones empujaron a muchos judíos polacos a emigrar hacia la Europa occidental y el Nuevo Mundo, movimiento que cobró más importancia a finales del siglo XIX, cuando Rusia —a la sazón dueña de Polonia— se ensañó contra los judíos. Pero, ¿de dónde viene la costumbre de designar como sefardíes a los judíos procedentes de España? En el libro bíblico de Abdias (v. 20), se lee: «los desterrados de aquel ejército, los hijos de Israel, ocuparon Canaán hasta Sarepta, y los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán las ciudades del Negeb». La palabra Sefarad es, pues, un topónimo bíblico, pero de difícil interpretación: ¿a qué se refiere concretamente? La edición francesa de la Biblia conocida como Biblia de Jerusalén —porque fueron eruditos de la escuela bíblica de Jerusalén los que la editaron, tradujeron y comentaron— propone en nota el siguiente comentario: «Canaán es Fenicia; Sarepta es una ciudad fenicia situada en la costa entre Tiro y Sidón; Sefarad es una ciudad desconocida a la que fueron desterrados los habitantes de Jerusalén. Se ha sugerido identificarla con Sparda (Sardes), ciudad de Lidia (Asia Menor), o con Shaparda, ciudad del suroeste de Media, no muy lejos de Babilonia, a no ser que se trate de la Sefarvaïm que habla el II libro de los Reyes (17, 24, y 18, 34); en este caso Sefarad podría ser Sabarian o Sibraïm, cerca de Hama (Siria)»1. Lo que se saca en limpio de aquel comentario autorizado, es que la Sefarad bíblica se refería a una ciudad del Oriente Próximo; no tendría nada que ver con cualquier finisterre situado en el oeste, como podría ser la Península Ibérica. ¿Cuándo se empezó a identificar la Sefarad bíblica con la España judía? Probablemente muy tarde. En una sesión de la Real Academia de la Historia (21 de febrero de 1992), el arabista Emilio García Gómez, que, a la sazón, era director de aquella corporación, sostuvo que la palabra Sefarad nunca fue usada en la España medieval y que sólo se empezó a utilizar después de la expulsión de los judíos de España; de esta manera habrían pretendido algunos rabinos distinguir a los judíos procedentes de España de los que residían en otros lugares, los llamados askenazíes; los medievalistas presentes en aquella sesión de la Academia no presentaron el más mínimo reparo a la observación del director. Esto no obstante, una larga tradición sigue identificando Sefarad con España. De ahí la inveterada costumbre de designar como sefardíes a los judíos procedentes de la Península Ibérica, para distinguirlos así de los askenazíes que serían los de la Europa central u oriental. Teniendo en cuenta aquellas dudas y aquella tradición, nos ha parecido lo más prudente reservar las palabras Sefarad y sefardí a la época posterior a 1492, hablando, para la época anterior, de judíos que vivieron, sea en al-Ándalus (España musulmana), sea en la España cristiana. El tema judío o sefardí siempre ha suscitado un inmenso interés entre los especialistas e incluso en el gran público. ¿A qué se debe esta solicitud tan extraña? Probablemente al gran número y a la cultura de los judíos que residían en la península y tuvieron que salir de ella en 1492. Los judíos expulsados de otros países en fechas anteriores —Inglaterra, Francia, sobre todo— no representaron grandes cantidades de personas, de modo que su ausencia se notó poco en aquellas naciones. No fue así en España. Los judíos que vivían en ella eran tantos y ocupaban a veces puestos tan importantes en la vida económica y cultural que su salida forzosa significó un trauma para ellos, al tener que abandonar una patria a la que tanto querían, a la par que a la nación que se separó de ellos y trató de justificarlo de un modo u otro. Durante siglos, muchos de aquellos desterrados conservaron, respecto de España, sentimientos ambiguos: por una parte, el resentimiento normal contra una madrastra que renegó de ellos; por otra parte, la nostalgia por una patria que, conforme pasaba el tiempo, se les antojaba cada día más llena de méritos y ventajas; fueron así los mismos sefardíes los primeros en idealizar la «Edad de Oro» del judaísmo medieval y en forjar el mito de una España en la que las tres religiones del Libro habrían vivido en buena armonía, mito que se fue fortaleciendo con las canciones, los cuentos, las tradiciones, muchas veces anteriores a 1492, que se transmitían de generación en generación con la lengua que hablaran los abuelos, aquel judeo-español que se ha conservado hasta la actualidad, admirable testimonio de fidelidad a España a pesar de todos los sufrimientos que supuso la marcha al exilio. La presencia de lo judío y de los judíos en España ha pasado por tres grandes etapas: 1. Durante las edades antigua y media estamos ante una España con judíos; los judíos son parte integrante de la sociedad; lo judío pudo ser en ocasiones algo extraño o malquerido, pero nunca ajeno; formaba parte inseparable de un rico y complejo entramado social. 2. En 1492 se abre una nueva era: España sin judíos; más aún, una España en la que se intenta borrar toda huella del pasado judío; España acaba desinteresándose de los judíos de la diáspora. 3. A partir de la segunda mitad del siglo XIX y de modo más claro en el último cuarto de siglo, España descubre con sorpresa que miles y miles de ex compatriotas siguen hablando un español arcaico en el mundo musulmán y los Balcanes; al mismo tiempo, lo sefardí atrae y se vuelve tema de estudio para eruditos y folcloristas; los políticos, por su parte, piensan en apoyarse en aquellos aliados naturales en tierras de Oriente.


El exilio sefardí llama la atención porque no tiene parangón en la historia de la humanidad; raras veces unos exiliados han mantenido durante medio milenio la fidelidad a sus orígenes, como no sea, en la América del Norte, los canadienses franceses de Quebec, que, en el siglo XVIII, tuvieron el sentimiento de haber sido abandonados por la metrópoli y sometidos a la dominación anglosajona. Cuando se desencadenó la tremenda oleada de salvajismo que se proponía borrar a los judíos de la faz de la tierra, la reacción espontánea de muchos españoles fue simpatía y solidaridad con unos hombres que eran, hasta cierto punto, sus compatriotas. España, donde prevaleció el antijudaísmo más que el racismo antisemita de los nazis fue entonces para gran número de sefardíes una tierra de refugio. Ésta es la historia que intenta relatar este libro. En él no se pretende aportar nada sustancialmente nuevo. No se ha llevado a cabo, para escribirlo, ninguna investigación de gran envergadura en los archivos. Nos hemos propuesto elaborar una síntesis de lo que se puede saber ahora sobre el tema judío y sefardí con la sola originalidad de algunas observaciones o comentarios que nos han parecido convenientes presentar sobre tal o cual aspecto.

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