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Los Himnos del Invierno – Alejandro Menendez

La caída del muro en Ferth, la usurpación del trono y la desaparición de Aions Wintersoul, resultaron en el inicio de una serie de levantamientos y revueltas a lo largo y ancho de Gaia. Ya no había forma de negarlo: El clan de la Luna había regresado. Con esa realidad en puerta, muchos decidían que lo mejor era hincar las rodillas y subyugarse. A pesar de esto, los más arraigados a la tierra y las costumbres consideraban que era el momento de luchar. El mundo estaba al preludio de un tiempo sombrío donde necesitaban aflorar los ideales más nobles. William Windsword estuvo presente en Ferth cuando todo se vino abajo y luchó con valentía frente a las Legiones del Ocaso para salvar la vida del príncipe heredero. Luego de escapar de la ciudad, y después de que esta cayera en las manos de Christopher Arcadain, el usurpador, William decidió cabalgar hasta Anka y partir nuevamente hasta el continente de Terra; buscando asegurarse de que su propia tierra estaba en paz. Tardó casi un mes en llegar a los puertos de Korrdhian y, apenas desembarco, buscó un caballo en los establos de la ciudad para emprender camino rumbo al Paso de los Lobos. Al caer el muro de Ferth, para muchos cayó la esperanza. Numerosas naciones comenzaron a sufrir guerras y conflictos internos — y aunque no resultaran evidentes a siempre vista — cada susurro pronunciado en una reunión a puertas cerradas, podía desencadenar una batalla a campo abierto. En todos los continentes del mundo, las grandes casas se replantearon el futuro y cada comarca percibió un horizonte distinto. Al no disponer de un líder que guiara al mundo como una sola hermandad, la humanidad fue perdiendo terreno frente a las legiones del ocaso. Y sin que nadie lo notara, hombres leales solamente a ellos mismos terminaron tomando el control de asuntos significativos. Surgieron personajes nuevos en todas las reuniones de mesa chica de todos los reyes del mundo; y cada uno de esos infiltrados abogaba por su propia victoria. Fue una transición tan rápida que muy poca gente fue capaz de notarlo. De pronto, en los jardines antaño inmaculados, se podían encontrar las semillas de la traición germinando pacíficamente. Era tan difícil percibirlo, que William no llegó a sospechar nada relativo a estos asuntos. No pudo o no quiso hacerlo; no hasta que ya era demasiado tarde. Para la desgracia de Gaia, el ciclo de decadencia ya estaba en marcha. PRIMERA PARTE LA SANGRE DEL BOSQUE ◆◆◆ Un viento frio surcó la noche a través de los árboles cubiertos de nieve que marcaban el sendero en el Paso de los Lobos. Eran ráfagas cortantes y discontinuas; agresivas y traicioneras. William era consciente de que el camino que transitaba significaba la perdición de muchos viajeros experimentados: atravesar la interminable tundra en solitario no era una tarea sencilla. Y si bien el invierno en Gargata no era tan gélido como el que se sufre en Asgard, el clima allí comenzaba a deslizarse entre el peto de acero y su chaqueta de cuero, entumeciendo su cuerpo. De poco parecían servirle las pieles de zorro ártico que llevaba sobre sus hombros. Sus manos estaban adormecidas y temblorosas y su aliento se condensaba en vaho frente a sus ojos mientras escrutaba el camino por delante.


El cielo era del color de la ceniza; siempre tenía ese tono en aquellos paramos. El Paso de los Lobos era una tierra vacía y salvaje, detenida en el tiempo del mundo. Y, sin embargo, el tiempo de los hombres corría muy rápidamente en aquel lugar donde perder un segundo admirando el terreno podía significar una muerte por hipotermia. Llevaba horas transitando el sendero de regreso a la ciudad de Gargata. La noche estaba al caer y, apenas sucediera, los animales salvajes reclamarían los páramos. Sacudió las riendas con presteza y vigor, intentando salir de allí antes del ocaso. Pocos minutos después, divisó algo extraño en la lejanía: escondidos entre los robles y los cedros desperdigados, algunos temerarios exploradores habían decidido encender un fuego y levantar un campamento. «Están dementes», pensó William. Los lobos y el frio ya eran suficiente peligro durante el día, enfrentarlos de noche era jugarse la vida a cara o cruz. Apoyó la mano enguantada sobre el mango de su espada, se arrebujó la capa y redirigió su montura hacia donde estaban los desconocidos. Si bien ahora optaba por la cautela, no sentía miedo alguno. Él venía desde Ferth y acababa de presenciar una verdadera batalla. Había visto criaturas provenientes del infierno, les había hecho frente y las había atravesado con su acero. Tras semejante hazaña, se pensaba a sí mismo como un ser imbatible. Creía que nada ni nadie podía ser capaz de doblegarlo. Aun así, sus nervios se intensificaron cuando notó los manchones de sangre en el grueso manto de nieve bajo sus pies. Notó que el aire tenía una esencia particular. No quedaban dudas: estaba sobre un campo de batalla, donde los soldados se habían estado matando los unos a los otros en los últimos días. William bajó de su montura y se acercó al campamento con mayor cuidado. Estimó que allí se albergaban casi cien hombres. No eran exploradores solitarios, sino más bien una legión de infantería. Más de una cuarta parte estaba con la guardia baja en todo momento; muchos de ellos estaban ocupados arrastrando cadáveres y llevándolos hasta los fosos que habían preparado. Una silueta resaltó entre la multitud con el fuerte crujido de sus botas sobre la nieve. Su forma de caminar y su porte daban un aire de seguridad y fortaleza. Tenía un aspecto curtido: era significativamente más alto que la mayoría y llevaba una gruesa marca en la frente recuerdo de alguna batalla de su juventud.

Un fino cordón de cuero sujetaba su largo cabello y su rostro parecía enérgico y juvenil debajo de una tupida barba y un prolijo bigote. Inmediatamente, aquel hombre comenzó a organizar a los legionarios. Resultó muy clara la autoridad de la que disponía: no tenía que levantar la voz para que todos estuvieran pendientes de sus órdenes. Al verlo con más atención, William soltó el mango de su espada y se alejó del árbol donde permanecía oculto. Ya no había más necesidad de mantener el resguardo. —¡Tío Richard! —Exclamó William con una completa alegría— ¡Cuánto tiempo sin verte! El rostro de todos los soldados presentes se contorsionó de forma extraña. Mostraron semblantes pétreos y estáticos, como si estuvieran observando la aparición de un espectro. Richard, quien tuvo por unos segundos la misma reacción, la reemplazó raudamente por una afable sonrisa y un cálido abrazo. Richard era el hermano menor del rey de Gargata, una espada juramentada de la corona y un miembro de la guardia real. Desde que William era pequeño, su relación con él siempre había sido muy estrecha. Tan distinta a la que mantenía con su padre Asfharas, con quien el joven Windsword siempre tuvo sobrados conflictos. A pesar del gran aprecio que William le tenía a su tío, llevaban muchos años sin hablarse. Solo se habían cruzado en algún encuentro breve y formal, sin intercambiar muchas palabras. Pero esto no borraba el buen recuerdo que el príncipe tenía de él y no hacía que su presencia ahora fuera menos agradable. El joven comprendía que—sobre todo en la nobleza— la gente a menudo se distancia sin mayores razones; y que ocasiones uno no encuentra el tiempo para la charla ociosa. Al encontrarlo ahora en el Paso de los Lobos, el príncipe sintió un gran alivio dentro de su soledad y entendió que ya estaba por arribar a su hogar. Cuando Richard lo estrujó en un cariñoso abrazo, disimuladamente se encargó también de alejarlo lo más rápido posible de la mirada de sus soldados. Le rodeó los hombros y lo guio hasta su tienda de campaña. Luego, sin decir una palabra, le ofreció una jarra de vino que William aceptó con gusto. Un extraño silencio se instaló mientras ambos daban los primeros sorbos. —No sé cómo decírtelo, Pero… —Su tío se pasó la mano abierta por la frente mientras vacilaba—. Me sorprende mucho verte otra vez. William no respondió el comentario, pues no tenía muy en claro cómo hacerlo. Le fue inevitable en dudar sobre el significado de aquellas palabras. Antes de que pudiera abrir la boca, su tío prosiguió.

—Quiero decir que, después de lo sucedido en Ferth, no supimos ninguna noticia de ti y nadie te vio evacuar en los puertos —dejó de hablar y la severidad se apoderó del ambiente—. Pensamos que habías muerto. William no pudo evitar el notar que su rostro no denotaba la emoción de un hombre que acaba de rencontrase con alguien que creyó perdido para siempre. En el fondo de su semblante, existía una creciente preocupación. —Tío, me preocupa un poco ver que no te alegra mucho mi regreso —pronunció entonces con cautela. Frente a esas palabras Richard frunció el ceño. Como si acabase de escuchar una acusación injusta y desproporcionada.

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