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Los Estados Unidos desde el final de la Gu – Isaac Asimov

¡La Unión Federal había sobrevivido! Durante cuatro años, una guerra enconada y costosa había hecho estragos en la región sudoriental de los Estados Unidos. Once Estados se habían alineado, en esa guerra conducida con habilidad y decisión, contra el resto de la nación, y habían perdido, pero no antes de morir 620.000 hombres de ambas partes y de ser heridos 375.000. Hubo un millón de bajas, de una población total de unos 33 millones [1] . Grandes partes de la antigua Confederación quedaron duramente marcadas por la guerra, particularmente en aquellos Estados, como Virginia y Tennessee, donde se habían librado la mayor parte de las batallas, y en aquellos otros, como Georgia y Carolina del Sur, donde los ejércitos de la Unión, hacia el fin de la guerra, habían llevado a cabo una deliberada devastación. Pero la Unión habían sobrevivido. Al terminar la guerra, el territorio de los Estados Unidos estaba intacto, cada centímetro cuadrado de él, y su economía, globalmente, se hallaba tan fuerte como siempre. Los Estados de la Unión victoriosa habían prosperado económicamente, y sus pérdidas en mano de obra habían sido compensadas por la inmigración y un elevado índice de natalidad. También —además—, los antiguos Estados Confederados, después de luchar magníficamente en circunstancias muy adversas, demostraron ser aún más excepcionales en la derrota que en la guerra, pues, en general aceptaron la decisión. Volvieron al redil y, si bien las cicatrices de la guerra subsistieron por décadas y el recuerdo reverente de la «causa perdida» y de los hombres que lucharon por ella nunca desapareció, los Estados jamás intentaron nuevamente abandonar la Unión; ni en ninguna crisis futura dieron ningún motivo de sospecha sobre su lealtad. Pero cuando la guerra llegaba a su fin, no había modo de prever tal aceptación por la Confederación del veredicto. Algunos miembros del gobierno de la Unión sentían odio hacia los Estados cuyos ejércitos habían humillado a la Unión en muchas batallas. Otros temían el resurgimiento de los sentimientos de rebelión y estaban seguros de que esto sólo podía ser impedido mediante un duro control. Otros estaban ansiosos de asegurar que la vergüenza de la esclavitud desapareciese de los Estados Unidos y opinaban que no se podía confiar en que los antiguos amos de esclavos lo hicieran. Por todas estas razones, y también por consideraciones políticas, un sector del Partido Republicano adoptó una actitud particularmente vengativa hacia los anteriores Estados Confederados. Ese sector del partido fue llamado «republicano radical». Se oponía a él el presidente republicano, Abraham Lincoln, que había gobernado a la Unión durante los peligrosos años de la guerra. Lincoln sostenía que puesto que la secesión era ilegal, los Estados de la Confederación nunca habían abandonado la Unión. Era sólo un grupo de hombres obstinados, sostenía, el que había provocado la guerra. Una vez que esos hombres eran eliminados del poder y una vez que una parte suficiente de un Estado rebelde declaraba su lealtad a la Unión, ese Estado, en su opinión, quedaba rehabilitado como miembro de la Unión, con todos los derechos y privilegios de un Estado. Como era un hombre de gran visión y estaba ansioso de evitar un futuro en el que un grupo de Estados albergara siempre un motivo de queja, aspirara siempre a la independencia y luchara una y otra vez por alcanzarla —y quizá, con el tiempo tuviese éxito—, Lincoln se esforzó para hacer el retorno lo más fácil posible a los Estados rebeldes. Fue generoso en sus amnistías, y pidió un juramento de lealtad de sólo el 10 por 100 de los votantes de cualquier Estado ocupado por fuerzas de la Unión. También era menester dar otro paso importante: dicho Estado tenía que convenir en abolir la esclavitud. En 1864, cuando todavía duraba la guerra, se obtuvieron suficientes juramentos de lealtad en Arkansas y Luisiana como para satisfacer las condiciones de Lincoln.


Éste reconoció la reintegración en la Unión de ambos Estados, que formaron gobiernos estatales y eligieron senadores y diputados al Congreso. Pero los republicanos radicales eran fuertes en el Congreso y no aceptaron a los representantes elegidos por Arkansas y Luisiana. Consideraban que las condiciones de Lincoln eran inadmisiblemente suaves. En verdad, no querían que el presidente estuviese en absoluto a cargo de la reconstrucción de la Unión. Durante los veinte años anteriores a la Guerra Civil, los Estados Unidos habían sido gobernados por presidentes débiles, y los poderes de tiempo de guerra de Lincoln, que lo hacían poderoso y debilitaban al Congreso, eran considerados excepcionales. Una vez restablecida la paz, los republicanos radicales esperaban que el presidente retornase a su debilidad habitual y el Congreso asumiese el poder. Pensando en esto, los republicanos radicales elaboraron un plan de «Reconstrucción por el Congreso», en oposición a la «Reconstrucción Presidencial» de Lincoln. Los radicales juzgaban que una lealtad del 10 por 100 no era suficiente; exigían que al menos el 50 por 100 de los votantes de un Estado jurasen lealtad. Más aún, el juramento debía ser retrospectivo; los que prestasen juramento no sólo debían jurar ser leales en el futuro, sino también que nunca habían sido desleales en el pasado (algo casi imposible de esperar de la mitad de la población, a menos que hubiese un perjurio al por mayor). A tal fin, se presentó al Congreso un proyecto de ley el 4 de julio de 1864. Lo presentó el senador Benjamin Franklin Wade, de Ohio (nacido en Feedings Hills, Massachusetts, el 27 de octubre de 1800), un ardiente reformador que no sólo se oponía vigorosamente a la esclavitud de los negros, sino que también era un defensor de los trabajadores y de los derechos de las mujeres. En la Cámara de Representantes, el defensor del proyecto fue Henry Winter Davis, de Maryland (nacido en Annapolis el 16 de agosto de 1817). Aunque oriundo de un Estado esclavista, fue firmemente leal a la Unión y desempeñó un papel decisivo en las acciones destinadas a impedir que Maryland optase por la secesión. Lincoln sabía que con el Proyecto de Ley Wade-Davis ningún Estado de la Confederación podría cumplir con los requisitos para reincorporarse a la Unión por años; las condiciones eran exorbitantemente severas. Los republicanos radicales, desde luego, eran conscientes de esto; no se hacían ninguna ilusión al respecto. Algunos de ellos eran suficientemente vengativos como para considerar justificada su actitud; otros pensaban que era un buen modo de asegurar la dominación de Estados Unidos por el noreste industrial durante largo tiempo. Pero Lincoln no tenía ningún ánimo vengativo ni estaba interesado en asegurar el predominio de ninguna parte de la nación sobre la totalidad. Puesto que el Congreso estaba a punto de suspender sus sesiones, sencillamente dejó de lado el proyecto de ley («se lo metió en el bolsillo», hablando en términos figurados). Al no firmarlo lo anuló hasta el próximo periodo de sesiones: un ejemplo de «veto indirecto» [«pocket veto»; literalmente, «veto de bolsillo»]. Esto enfureció a los republicanos radicales, que intentaron deshacerse de Lincoln y nombrar un candidato propio para las elecciones presidenciales de 1864, que eran inminentes. Lincoln esperó pacientemente, y las victorias militares le dieron suficiente popularidad como para demostrar a los republicanos radicales que no conseguirían nada oponiéndose a él. Apoyaron a Lincoln a regañadientes, y éste fue reelegido. Pero el 14 de abril de 1865, cinco días después de que el general confederado Robert E. Lee se rindiese, en Appomatox Courthouse, Virginia, poniendo fin a la Guerra Civil, Abraham Lincoln fue asesinado. Ocupó su puesto el vicepresidente, Andrew Johnson, quien de este modo se convirtió en el decimoséptimo presidente de Estados Unidos.

Andrew Johnson. Andrew Johnson nació en Raleigh, Carolina del Norte, el 29 de diciembre de 1808. Fue aprendiz de sastre a los doce años, conservó su habilidad en este oficio hasta el fin de su vida y se enorgullecía de ello. (¿Por qué no?) Se trasladó a Tennessee Oriental en 1826 y vivió en este Estado el resto de su vida. Nunca estuvo ni un solo día en la escuela, pero después de casarse, en 1827, su esposa le enseñó a leer y a escribir. Tennessee Oriental era una tierra de granjeros pobres que no simpatizaban con la aristocracia propietaria de esclavos de la parte occidental del Estado y preferían las rudas y sencillas virtudes de Johnson. Su falta de educación fue para él una ventaja, y se admiraba su estilo estridente y llano de polemizar. Ocupó cargos gubernamentales cada vez más altos, y de 1853 a 1857 fue gobernador de Tennessee. Luego entró en el Senado, donde mantuvo una inquebrantable posición a favor de la Unión. Fue el único senador de un Estado separado que permaneció en el Senado pese a las protestas y vilipendios de sus propios electores. Fue un acto de gran coraje político, pero Johnson siempre mantenía sus opiniones con la mayor obstinación. En 1862, cuando los ejércitos de la Unión ocuparon la mayor parte de Tennessee, Lincoln recompensó a Johnson por su actitud nombrándolo gobernador militar del Estado reconquistado. Johnson ocupó eficazmente su cargo durante dos años. Luego, en 1864, cuando Lincoln se presentó por el Partido de la Unión (formado por los republicanos y aquellos «demócratas de la guerra» que se habían comprometido a obtener la victoria), pareció importante elegir como candidato a vicepresidente a un demócrata de la guerra, y Johnson recibió la aprobación para ocupar la candidatura. En la segunda investidura de Lincoln, el 4 de marzo de 1865, Johnson, por supuesto, asistió a ella. Sintiéndose enfermo, tomó un trago de una bebida alcohólica para reanimarse. No fue una buena idea. Johnson no toleraba bien el alcohol, y la bebida le cayó mal. En las ceremonias parecía claramente borracho, cosa que sus adversarios nunca permitieron que el público olvidase. Después del asesinato de Lincoln, Johnson ocupó la presidencia. Aunque enemigo de la aristocracia propietaria de esclavos, sentía simpatía por los Estados de la Confederación. Adoptó la actitud generosa de Lincoln hacia los ex rebeldes y procedió lo más rápidamente que pudo a reconstruir los gobiernos federales de anteriores Estados Confederados. Desde luego, era necesario poner fin a la esclavitud. Muchos de los factores emocionales de la Guerra Civil giraban alrededor de la cuestión de la esclavitud, y cuando los propietarios de esclavos fueron derrotados, la esclavitud no pudo sobrevivir.

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