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Los Anillos de Saturno – Isaac Asimov

El sistema solar ha sido colonizado por la Tierra, unificada bajo el gobierno del Consejo de Ciencias. En los anillos de Saturno aparece de pronto un enjambre de misteriosas naves que amenazan la Tierra. Lucky Starr, joven agente especial del Consejo de Ciencias, y su inseparable amigo Bigman, tendrán que resolver el misterio de las ominosas naves sin tripulantes.


 

El Sol era un esplendoroso diamante en el cielo, bastante grande, tan solo, para que a simple vista pareciera algo más que una estrella; como un globo al rojo blanco del tamaño de un guisante pequeño. Allá fuera, en la inmensidad del espacio, cerca del segundo planeta, en dimensiones, del Sistema Solar, el Sol brillaba con solo una centésima parte de la luz, que daba en el planeta de los viajeros. No obstante, seguía siendo el objeto más luminoso del cielo, tan brillante como cuatro millares de lunas. Lucky Starr miraba pensativamente la pantalla visora que centraba la imagen del lejano Sol. John Bigman Jones, cuyo físico formaba un extraño contraste con la figura alta y gallarda de Lucky, contemplaba a este pensativamente. Cuando John Bigman se ponía bien tieso y erguido en toda su estatura, media algo menos de metro sesenta. Pero el hombrecillo no se media a sí mismo en centímetros y por esto permitía que le llamasen por su primer apellido solamente: Bigman. Bigman dijo: —Ya sabes, Lucky, esta a cerca de mil quinientos millones de kilómetros de distancia. Me refiero al Sol. Nunca estuve tan lejos de él. El tercer ocupante de la cabina, el consejero Ben Wessilewsky, volvió la cabeza desde su puesto de control y sonrió. Era otro hombre fornido, aunque no tan alto como Lucky, y su mata de cabello dorado coronaba un rostro atezado por el espacio a fuerza de servir en el Consejo de Ciencias. —¿Qué pasa, Bigman? —le preguntó—. ¿Asustado aquí, en estas lejanías? —¡Arenas de Marte, Wess! —grazno Bigman—. ¡Quita las manos de los mandos, primero, y luego repite eso! Había sorteado a Lucky y se dirigía hacia el consejero; pero las manos de Lucky descendieron sobre sus hombros y le levantaron en vilo. Las piernas de Bigman seguían pedaleando como llevándole hacia Wess a paso de carga; pero Lucky volvió a dejar a su amigo marciano en el mismo punto donde estaba antes. —Quédate quieto, Bigman. —Pero, Lucky, tú le has oído. Ese amigo larguirucho se figura que los hombres se pagan a tanto el kilo. Si ese Wess mide metro ochenta y tres, ello solo significa que le sobran treinta centímetros de materia fofa… —Está bien, Bigman —aseguro Lucky—. Y Wess, guardemos el humorismo para los sirianos. Hablaba con voz tranquila tanto al uno como al otro; pero no se podía poner en duda su autoridad.


—¿Dónde está Marte? —Mirado desde nuestra posición, al otro lado del Sol. —¡No te decía y o! —exclamo el hombrecito, disgustado. Luego dijo, animándose—: Pero, espera, Lucky. Nosotros estamos ahora a ciento sesenta millones de kilómetros bajo el piano de la eclíptica. Tendríamos que ver Marte debajo del Sol así, como si miráramos por detrás. —Humm, humm, sí, deberíamos. En realidad Marte esta apenas a un grado de distancia del Sol; o sea, bastante cerca para que quede oscurecido por su resplandor. En cambio, me parece que se puede divisar la Tierra. Bigman permitió que cruzase por su cara una altanera oleada de disgusto. —¿Quién, por todos los espacios, quiere ver la Tierra? Allá no hay nada sino gente; y la mayoría, gusanos del suelo que no han estado nunca a ciento cincuenta kilómetros más arriba de la superficie. No la miraría ni aunque en todo el espacio no hubiese otra cosa que mirar. Deja que Wess la contemple. Él no tiene prisa. —Y se apartó malhumorado de la pantalla visora. Wess exclamo: —¡Eh, Lucky! ¿Qué te parece si enfocáramos Saturno y le echásemos un buen vistazo desde este ángulo? Vamos, hace rato que me estoy prometiendo un festín. —No sé si la vista de Saturno, por estas fechas —replico Lucky—, es exactamente lo que se puede llamar un festín. Lo comentó en tono ligero, pero por un momento descendió un silencio angustiado en el cerrado departamento del piloto de la Shooting Starr (Estrella fugaz). Los tres notaron el cambio de atmósfera. Saturno significaba peligro. Saturno había cobrado una faz nueva, de condenación, para los pueblos de la Federación Terrestre. Para los seis mil millones de habitantes de la Tierra, más los millones adicionales de Marte, la Luna y Venus, así como para las estaciones científicas en Mercurio, Ceres y los satélites exteriores de Júpiter, Saturno se había convertido en un elemento nuevo e inesperadamente mortal. Lucky fue el primero en reponerse, con un levantamiento de hombros, de aquel momento de depresión y, obedientes al roce de sus dedos, los sensitivos exploradores electrónicos montados en el casco de la Shooting Starr giraron suavemente en su suspensión Cardán para el universo. Con su movimiento, el campo visual de la pantalla visora cambió. Las estrellas desfilaban por ella en procesión continua, y Bigman preguntó con una curvatura de odio en el labio superior: —¿Alguna de esas cosas es Sirio, Lucky? —No —respondió este—, estamos cruzando el hemisferio meridional del cielo, y Sirio se encuentra en el septentrional. ¿Te gustaría ver Canopus? —No —aseguro Bigman—.

¿Por qué habría de gustarme? —Se me ocurrió pensar que quizá te interesara. Es la segunda estrella en luminosidad, y podrías imaginarte que era Sirio. —Lucky sonreía levemente. Siempre le divertía que al patriota de Bigman le disgustara tanto el hecho de que Sirio, estrella madre de los grandes enemigos del Sistema Solar (a pesar de descender ellos de los hombres de la Tierra) fuese la más brillante que se distinguía en el firmamento. —Muy gracioso —grito Bigman—. Vamos, Lucky, contemplemos Saturno, y cuando regresemos a la Tierra podrás montar un espectáculo teatral y llenar de pánico a todo el mundo. Las estrellas continuaban en suave movimiento; luego disminuyeron la marcha y se detuvieron. Lucky afirmo: —Ahí esta… y sin necesidad de aumentos, además. Wess cerro todos los controles e hizo girar el asiento del piloto para poder verlo él también. El astro tenía el aspecto de una media luna, quizá sobrepasando las proporciones de una mitad, con las dimensiones necesarias, para verle esta figura, y brillaba con una suave luz amarilla, más apagada en el centro que en los bordes. —¿A qué distancia estamos? —preguntó Bigman, atónito. —A unos ciento sesenta millones de kilómetros, creo yo —contesto Lucky. —Algo va mal —musito Bigman—. ¿Dónde están los anillos? Yo confiaba en que los veríamos bien. La Shooting Starr se hallaba a gran altura, sobre el polo sur de Saturno. Desde aquella posición habían de verse los anillos en toda su amplitud. —Los anillos quedan difuminados en el globo del planeta, Bigman, a causa de la distancia. ¿Qué te parece si aumentásemos la imagen y mirásemos más detenidamente? La mancha de luz que era Saturno se expandió y extendió en todas las direcciones, creciendo. Y la media luna que parecía constituir antes se partió en tres segmentos. Había aun un globo central en forma de media luna. Sin embargo, a su alrededor y sin tocarlo por ninguna parte, aparecía una cinta curvada de luz, dividida en dos partes desiguales por una línea oscura. En el punto en que dicha cinta se doblaba alrededor de Saturno y penetraba en su sombra, quedaba cortada por la oscuridad. —Si, señor Bigman —afirmo Wess con tono magistral—, Saturno propiamente dicho solo tiene ciento veinticinco mil quinientos kilómetros de diámetro. A ciento sesenta millones de kilómetros, no sería más que un punto de luz; pero suma los anillos y tienes cerca de trescientos veinte mil kilómetros de superficie reflectante, desde una punta a la otra. —Todo eso lo sé muy bien —replico Bigman, indignado.

—Y lo que es más —continuo Wess, sin hacerle caso—, a ciento sesenta millones de kilómetros, la brecha de once mil doscientos sesenta kilómetros entre la superficie de Saturno y el borde interno de los anillos no se distinguiría; muchísimo menos, por consiguiente, la brecha de cuatro mil ochocientos que parte dichos anillos en dos. Ya sabes, Bigman, a esa línea oscura la llaman « división de Cassini» . —He dicho que y a lo sabía —bramo Bigman—. Escucha, Lucky, este amiguito quiere dar a entender que no fui a la escuela. Quizá no asistiera mucho; pero él no me ha de enseñar nada referente al espacio. Di la palabra, Lucky, di que permitirás que deje de permanecer escondido detrás de ti, y le aplastare como a una cucaracha. —Se divisa Titán —anuncio Lucky. —¿Dónde? —preguntaron a coro, inmediatamente, Bigman y Wess. —Ahí enfrente. —Titán apareció como una media luna pequeña del tamaño, más o menos, bajo el aumento corriente, que Saturno y su anillo semejaban tener sin aumento alguno. Se hallaba cerca del borde de la pantalla visora. Titán era el único satélite de consideración en el sistema de Saturno. Pero no era su tamaño la causa de que Wess lo mirase con curiosidad y Bigman con odio. La causa radicaba, en cambio, en que los tres astronautas estaban casi seguros de que Titán era el único mundo del Sistema Solar cuyos habitantes no reconocían la supremacía de la Tierra. De súbito inesperadamente se había revelado como un mundo del enemigo. Un mundo que acercaba el peligro de una manera repentina. —¿Cuándo penetramos en el sistema saturniano, Lucky? —No existe una definición exacta de que cosa sea el sistema saturniano, Bigman —contesto el aludido—. La may oría de personas consideran que el sistema de un mundo abarca todo el espacio en el que hasta el cuerpo más alejado se mueve bajo la influencia gravitatoria del mundo en cuestión. En tal caso, todavía estaríamos fuera del sistema de Saturno. —Sin embargo, los sirianos dicen… —empezó Wess. —¡El centro escolar para los amiguitos sirianos! —rugió colérico Bigman, golpeándose las altas botas—. ¿A quién importa lo que digan? —Y volvió a golpearse las botas como si todos los sirianos del sistema se encontraran bajo la fuerza de sus golpes. Las botas eran lo más auténticamente marciano que había en su persona. Su color chillón, naranja y negro formando el diseño curvo, de un tablero de damas, era lo que proclamaba más estentóreamente que su propietario había nacido y se había criado entre las granjas marcianas y las ciudades cubiertas de cúpulas. Lucky dejo la pantalla visora en blanco.

Los detectores del casco de la nave se retrajeron, dejando el exterior de la misma liso, brillante y sin ninguna fisura, a excepción del bulto que circundaba la proa y mostraba el acoplamiento del grupo Agrav al casco de la Shooting Starr. Lucky dijo: —No nos podemos permitir el adoptar esa actitud de « ¿a quién importa lo que digan?» , Bigman. Por el momento los sirianos nos llevan ventaja. Acaso con el tiempo los echemos del Sistema Solar; pero en estos momentos lo único que podemos hacer es seguirles la corriente. Bigman murmuro en tono rebelde: —Estamos en nuestro propio Sistema. —Sin duda; pero Sirio ocupa su parte del mismo y, en una conferencia interestelar, la Tierra no podrá hacer nada por modificar la situación, a menos que esté dispuesta a empezar una guerra. La sentencia no admitía replica. Wess retorno a sus mandos, y la Shooting Starr, con un gasto mínimo de fuerza impulsora, utilizando al máximo la gravedad de Saturno, continúa descendiendo rápidamente hacia las regiones polares del planeta. Bajando cada vez más, adentrándose en el dominio de lo que ahora ya era un mundo siriano y por cuyo espacio se movía un enjambre de naves sirianas, a unos ochenta billones de kilómetros de su patria planetaria y solo a mil millones de kilómetros de la Tierra. En una gigantesca maniobra, Sirio había cubierto el noventa y nueve con novecientas noventa y nueve milésimas por ciento de la distancia que lo separaba de la Tierra y había establecido una base militar en el propio umbral de esta. Si se permitía que Sirio continuara allí, luego, en un movimiento repentino, la Tierra caería a la situación de potencia de segundo orden y quedaría a merced de Sirio. Y la situación política interestelar era tal que por el momento la Tierra, a pesar de toda su enorme instalación militar y de todas sus poderosísimas naves y armas espaciales, no podía hacer nada por remediar la situación. Solo quedaban tres hombres metidos en una nave pequeña por propia iniciativa y sin autorización de la Tierra, para tratar de invertir la situación utilizando su astucia y destreza, sabiendo que si los apresaban podían ejecutarlos sin formación de causa como espías (en su propio Sistema Solar y por unos invasores del mismo) y que la Tierra no podía mover ni un dedo para salvarlos. 2 PERSECUCIÓN Solamente un mes atrás nadie habría pensado en aquel peligro, nadie habría tenido la más ligera idea, hasta que, de pronto, estallo en plena faz del Gobierno de la Tierra. Continua y metódicamente, el Consejo de Ciencias había ido limpiando el nido de espías robots que infestaba la Tierra y sus posesiones y cuyo poder había quebrantado Lucky Starr en las nieves de Io. Había sido una tarea ingrata y, en cierto modo, amedrentadora, porque el espionaje se realizó de manera eficiente y completa, y, además, estuvo a punto de dañar irremediablemente a la Tierra. Luego, en el último momento, cuando la situación parecía completamente despejada por fin, apareció un resquicio en la estructura de recuperación, y Héctor Conway, consejero jefe, despertó a Lucky de madrugada. Se notaba a la legua que se había vestido precipitadamente y tenía su hermoso cabello blanco revuelto y desordenado. Lucky, parpadeando medio dormido, le ofreció café y exclamo atónito: —¡Gran Galaxia, tío Héctor! —Lucky le llamaba así desde su infancia de niño huérfano, cuando Conway y August Henree eran sus tutores—. ¿Es que el circuito visiófono se ha estropeado? —No me he atrevido a confiarme al visiófono, hijo mío. Nos encontramos en un apuro espantoso. —¿En qué sentido? —Lucky hizo la pregunta sosegadamente; pero al mismo tiempo se quito la parte superior del pijama y empezó a lavarse. John Bigman entro, desperezándose y bostezando. —¡Eh! ¿A qué viene este ruido desamparado de Marte? —Pero al reconocer al consejero jefe despertó de pronto completamente—. ¿Algún conflicto, señor? —Hemos dejado que el Agente X se nos filtrase por entre los dedos.

—¿El Agente X? ¿El siriano misterioso? —Los ojos de Lucky se entornaron un poco—. Según mis ultimas noticias, el Consejo había decidido que no existía. —Esto fue antes de que se descubriera el asunto de los espías robots. Ha sido muy listo, Lucky, condenadamente listo. Se precisa un espía muy inteligente para convencer al Consejo de que no existe. Os debería haber puesto sobre sus pasos pero siempre parecía haber algo más urgente que teníais que hacer. De todos modos… —¿Qué? —Ya sabes que tal como se desenvolvió este asunto de los espías robots indicaba que debía haber un organismo central de clasificación donde se reunieran las informaciones y que señalara a la misma Tierra como lugar donde se hallara enclavado dicho organismo. Esto nos puso nuevamente sobre la pista del Agente X. Uno de los que parecía más probable para desempeñar este papel era un hombre llamado Jack Dorrance, de Acme Air Products, aquí mismo en la Ciudad Internacional. —No estaba enterado. —Había otros muchos candidatos para la tarea. Pero entonces Dorrance escapo de la Tierra en una nave particular, cruzando como el rayo un bloqueo de emergencia. Fue una gran suerte que tuviéramos un consejero en Port Center. Nuestro hombre tomó al momento la medida adecuada y ha continuado adelante. Cuando tuvimos noticias de la voladura del bloqueo por parte de la nave, no tardamos más de unos minutos en descubrir que de todos los sospechosos solo Dorrance estaba libre en aquellos momentos de vigilancia especial. Se nos había escapado. Entonces empezaron a encajar en sus puestos unas cuantas cuestiones más y… en fin, que ese es el Agente X. Ahora estamos bien seguros. —Muy bien, pues, tío Héctor. ¿Dónde está el mal? El hombre se ha marchado. —Sabemos una cosa. Se ha llevado consigo una cápsula personal, y no dudamos que la tal cápsula contiene informaciones que ha logrado reunir gracias a la red de espionaje que cubre la Federación y que, es de presumir, todavía no ha tenido tiempo de entregar a su amo siriano. Solo el Espacio sabe exactamente que tiene el Agente X, y ha de tener lo suficiente para hacer añicos nuestra organización de seguridad, si llega a manos sirianas. —Has dicho que lo siguieron. ¿Han conseguido traerlo nuevamente? —No.

—El atormentado consejero jefe comenzó a irritarse—. ¿Estaría yo aquí si lo hubieran capturado? —La nave que cogió, ¿está equipada para dar el Salto? —le preguntó repentinamente Lucky. —No —grito el consejero jefe con su rostro colorado, alisándose la plateada barba de cabello, como si se le hubiera erizado de horror a la sola idea del Salto. También Lucky inspiró profundamente con expresión de alivio. Sin lugar a dudas, el Salto significa el brinco hacia el hiperespacio, un movimiento que sacaba a una nave fuera del espacio ordinario y la volvía a introducir en él nuevamente, pero en un lugar distante muchos años luz del primero, todo en un instante. En una nave de esta clase, era muy probable que el Agente X pudiera escapar. Conway continuó: —Trabajaba solo; su secreto residía en trabajar solo. Ésta es parte de la razón de que se nos colase entre los dedos. Y la nave que cogió era un crucero interplanetario ideado para ser tripulado por un hombre solo. —Pero las naves equipadas con aparatos hiperespaciales no están ideadas para que las tripule un solo hombre. Al menos hasta la fecha. Tío Héctor, si ha cogido un crucero interplanetario, supongo que será porque no necesita otra cosa. Lucky había terminado de lavarse y se estaba vistiendo con rapidez. De pronto se volvió hacia Bigman. —Y tú, ¿qué haces? Vístete inmediatamente, Bigman. El interpelado, que estaba sentado en el borde de la cama, se puso en pie dando, casi, un salto mortal. —Probablemente, le estará esperando en algún punto del espacio una nave tripulada por sirianos y equipada con hiperespaciales —comento Lucky. —En efecto. Y él dispone de una nave rápida; de modo que con la delantera que nos lleva y la velocidad de su nave, quizá no podamos alcanzarle, ni siquiera acercarnos lo suficiente para poder usar las armas. Solo nos queda… —La Shooting Starr. Ahora me adelanto yo a usted, tío Héctor. Estaré dentro de la Shooting antes de una hora, y Bigman estará conmigo, suponiendo que sea capaz de ponerse la ropa. Basta con que me dé la localización actual y la tray ectoria de las naves que lo persiguen, así como los datos para identificar la del Agente X, y nos pondremos en marcha. —Bien. —El preocupado rostro de Conway se tranquilizo un poco—.

Ah, David… —dijo utilizando el verdadero nombre de Lucky, como hacia siempre en momentos de emoción—, ¿tendrás cuidado? —¿Se lo ha preguntado también a los tripulantes de las otras diez naves, tío Héctor? —interpelo Lucky, pero su voz era suave y afectuosa. En estos momentos Bigman se había puesto ya una bota que le llegaba a la cadera y tenía en la mano la otra, a cuya pistolera, en el aterciopelado forro interior, daba unos golpecitos. —Ya estamos en marcha —le aseguro Lucky, alargando la mano para mesar el rojizo cabello de Bigman—. Nos estamos oxidando en la Tierra desde… ¿desde cuándo? ¿Desde hace seis semanas? Bueno, pues, es demasiado tiempo. —¡Y que lo digas! —exclamo gozosamente Bigman, calzándose la otra bota. Habían dejado atrás la órbita de Marte antes de poder establecer contacto subetéreo satisfactorio con las naves de persecución, después de haber echado mano de las máximas velocidades posibles. El que les contestaba era el consejero Ben Wessilewsky, a bordo de la T.S.S. Harpoon (Terrestrial Space Ship Harpoon: Nave Espacial Terrestre, Harpoon). —¡Lucky ! —grito—. ¿Te reúnes con nosotros? ¡Estupendo! —Su rostro sonreía en la pantalla visora, y guiño el ojo—. ¿Te queda sitio para meter el feo hocico de Bigman en un rincón de la pantalla? ¿O es que no va contigo? —Estoy con él —aulló Bigman, clavándose entre Lucky y el transmisor—. ¿Cree que el consejero Conway permitiría que ese pedazo de bobalicón fuese a ninguna parte sin que y o le tenga el ojo encima, para que no tropiece con sus propios pies? Wess se puso serio y dio la información. —La nave es la Net of Space —confirmó—. Es de propiedad particular, con los papeles de fabricación y venta en regla. El Agente X la debe haber comprado bajo nombre supuesto y la tendría preparada para una emergencia. Es una nave formidable, y ha estado acelerando desde que arrancó. Nos va dejando atrás. —¿Qué potencia tiene? —Ya se nos había ocurrido. Hemos consultado los datos del fabricante, y al ritmo que gasta su energía ahora, puede llegar muchísimo más lejos sin parar los motores ni sacrificar maniobrabilidad para cuando llegue a su destino. Confiamos que podremos empujarle hasta su madriguera. —Es de suponer que habrá tenido la buena idea de incrementar la capacidad energética de la nave. —Probablemente —asintió Wess—; pero aun así no puede continuar de este modo eternamente. Lo que me preocupa es la posibilidad de que esquive a nuestros detectores de masas metiéndose entre los asteroides.

Si puede introducirse en el cinturón de asteroides, quizá lo perdamos. Lucky conocía esta treta. Colocas un asteroide entre tu propia nave y la del perseguidor, y los detectores de masas de este localizan el asteroide antes que la nave. Cuando llegas a la altura de otro asteroide, la nave se sitúa nuevamente detrás de este segundo, dejando al perseguidor con el instrumento todavía fijo en el primer peñasco. —Se mueve a demasiada velocidad para efectuar la maniobra —aseguro Lucky—. Tendría que pasarse medio día desacelerando. —Se precisaría un milagro —convino Wess francamente—; pero un milagro se precisó para ponernos sobre su pista, de modo que casi espero otro que neutralice el primero. —¿Cuál fue el primer milagro? El jefe mencionó algo sobre no sé qué bloqueo de emergencia. —Es cierto. —Wess explico la anécdota vivamente, sin dedicar mucho rato a la narración. Dorrance, o el Agente X (Wess lo llamaba unas veces de un modo, otras de otro) había burlado la vigilancia empleando un instrumento que alteraba e inutilizaba el rayo espía. (Habían encontrado dicho instrumento; pero tenía las piezas fundidas y no podía determinarse ni siquiera si lo habían fabricado los sirianos). El Agente X había llegado sin contratiempos a la nave en que había de fugarse, la Net of Space, y estaba en disposición de largarse con el micro reactor protónico activado, el motor y los mandos repasados, el espacio de vuelo despejado… cuando apareció en la estratosfera una nave de carga que marchaba irregularmente, dañada por un meteoro y con la emisora de radio estropeada, haciendo desesperadas señales por que le dejaran el campo libre. Las luces del campo anunciaron el bloqueo de emergencia. Todas las naves quedaron rigurosamente inmovilizadas. Todas las que se dispusieran a despegar, a menos que estuvieran y a en movimiento, habían de abandonar su propósito. Y la Net of Space, que hubiera debido renunciar a elevarse, no renunció. Lucky Starr comprendía muy bien cual hubo de ser el estado de ánimo de su tripulante, el Agente X. El objeto más candente de todo el Sistema estaba en su poder, y cada segundo tenía una importancia enorme. Ahora que había dado ya el paso, no podía suponerse que el Consejo tardase mucho en emprender su persecución. Si abandonaba el despegue se condenaba a un retraso incalculable mientras una nave averiada descendía laboriosamente y las ambulancias la vaciaban poco a poco. Luego, cuando el campo quedara libre de nuevo, habría que activar otra vez el micro reactor y repasar el motor y los mandos. No podía permitirse un retraso tan grande.

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