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Lores y damas – Terry Pratchett

En su gran mayoría los libros del Mundodisco se han bastado a sí mismos, en tanto que obras completas e independientes. Haberlos leído en cierto orden ayuda, pero no es esencial. Este es distinto. No pude ignorar la historia de lo ocurrido antes. Yaya Ceravieja apareció por primera vez en Ritos iguales. En Brujerías se convirtió en la jefa no oficial de un diminuto conventículo de brujas formado por la plácida y muy casada Tata Ogg y la joven Magrat, la de la nariz roja, cabellera eternamente despeinada y cierta tendencia a ponerse sentimental con las gotas de rocío en las rosas y los bigotes de gatitos [an1] . Y lo que resultó fue una historia bastante emparentada con la de cierta famosa obra sobre un rey escocés, y con Verence II convertido en rey de Lancre, un pequeño país lleno de bosques y montañas. Técnicamente eso no debió haber ocurrido, dado que estrictamente hablando Verence no era el heredero, pero las brujas lo consideraron el hombre más apropiado para el puesto y, como dicen ellas, bien está lo que bien acaba. También terminó con Magrat llegando a un muy precario Entendimiento con Verence… de lo más precario, en realidad, dado que ambos eran tan tímidos que se olvidaban de lo que querían decirse el uno al otro cada vez que se encontraban, y cuando alguno de ellos conseguía decir algo el otro no entendía lo que había querido decir y se ofendía, y ambos pasaban una considerable parte de su tiempo preguntándose qué estaría pensando el otro. Puede que eso fuese amor. O algo que se le parecía bastante. En Brujas de viaje, las tres brujas tuvieron que cruzar medio continente para enfrentarse al Hada Madrina (quien había hecho al Destino cierta oferta que este no podía rechazar). Esta es la historia de lo que ocurrió cuando volvieron a casa. Y AHORA, SIGAN LEYENDO… Y ahora, sigan leyendo… ¿Cuándo comienza? Hay muy pocos comienzos. Oh, ciertas cosas parecen comienzos. Alguien sube el telón, mueve el primer peón o dispara el primer tiro, [1] pero eso no es el comienzo. La obra, la partida o la guerra no son más que una ventanita que da a una cadena de acontecimientos que pueden remontarse a miles de años atrás. Lo realmente importante es que antes siempre hay algo. Siempre estamos ante un caso de Y Ahora, Sigan Leyendo. El ingenio humano ha dedicado muchísimas horas a tratar de descubrir el primer Antes. El estado actual de los conocimientos puede resumirse de la siguiente manera: En el principio había la nada, que estalló. Otras teorías sobre el primer comienzo recurren a dioses que crearon el universo a partir de las costillas, las entrañas o los testículos de su padre. [2] Hay muchísimas teorías de ese estilo. Son interesantes, no por lo que te dicen sobre la cosmología, sino por lo que dicen sobre las personas. Eh, chicos, ¿con qué parte creéis que hicieron vuestro pueblo? Sin embargo, esta historia empieza en el Mundodisco, el cual viaja a través del espacio sobre la espalda de cuatro enormes elefantes que a su vez son transportados encima del caparazón de una enorme tortuga, y que no ha sido hecho de trocitos de los cuerpos de nadie.


Pero ¿cuándo empezar? ¿Hace millares de años? ¿Cuando una gran cascada de piedras humeantes cayó del cielo, hizo un agujero en la montaña Cabeza de Cobre y aplastó todo el bosque en un radio de diez leguas a la redonda? Los enanos las extrajeron del suelo, porque aquellas piedras estaban hechas de una especie de hierro y los enanos, en contra de la opinión general, aman el hierro más que el oro. Lo que ocurre es que, si bien hay más hierro que oro, cuesta más componer canciones sobre el hierro que sobre el oro. Los enanos adoran el hierro. Y eso era lo que contenían las piedras: el amor al hierro, un amor tan intenso que atraía hacia sí todo cuanto estuviera hecho de hierro. Los tres enanos que encontraron la primera roca no lograron zafarse de su atracción hasta que consiguieron quitarse sus pantalones de cota de malla. Muchos mundos son de hierro, en el núcleo. Pero el Mundodisco tiene menos núcleo que un pastel de frutas. Si encantas una aguja en el Disco, esta se orientará hacia el Eje, donde el campo mágico es más potente. Es muy simple. En otros lugares, en mundos diseñados con menos imaginación, la aguja gira a causa del amor al hierro. En aquel entonces, tanto los enanos como los humanos tenían una acuciante necesidad de amor al hierro. Y ahora, adelantemos el tiempo hasta llegar a un punto situado cincuenta años o más antes de ese «ahora» que nunca se está quieto, a la ladera de una colina y una joven que corre. No está huyendo de algo ni corriendo hacia algo, sino solo corriendo lo bastante rápido para mantenerse por delante de un joven, aunque sin llevarle una ventaja suficientemente grande para que dicho joven se dé por vencido. Ahora está saliendo de los árboles y entrando en el valle donde, encima de una ligera elevación del terreno, se encuentran las piedras. Tienen la altura de un hombre y son un poco menos gruesas que un hombre gordo. En cierta manera, la verdad es que no parecen gran cosa. Si hay un círculo de piedras del cual tienes que mantenerte alejado, sugiere la imaginación, debería tratarse de colosales trilitos vagamente amenazadores y antiguos altares de piedra que pregonan a gritos el oscuro recuerdo de sangrientos sacrificios. Eso debería haber, no estos pedruscos tan sosos. Al final, esta vez ella correrá demasiado rápido y, de hecho, el joven que la persigue riendo la perderá de vista, terminará hartándose y al cabo de un rato decidirá volver al pueblo solo. En este momento ella no lo sabe, y se limita a atusarse distraídamente las flores que lleva en el cabello. Ha sido esa clase de tarde. Ella sabe todo lo que es necesario saber acerca de las piedras. Nunca se le habla a nadie de ellas. Y nunca se le dice a nadie que no se acerque a ellas, porque quienes se abstienen de hablar de las piedras también saben cuán poderosa es la atracción de lo prohibido. Ir a las piedras simplemente es… algo que no debe hacerse.

En especial si somos unas jovencitas encantadoras. Pero lo que tenemos aquí no es una jovencita encantadora, tal como suele entenderse la expresión. Para empezar, no es hermosa. Hay cierta tensión en la mandíbula y un arco en la nariz que podrían, con una suave brisa de acompañamiento y bajo la luz adecuada, ser calificados de hermosos por un cortés mentiroso. Además, en sus ojos hay la clase de brillo que poseen quienes se han descubierto más inteligentes que la mayoría de las personas que los rodean, pero aun así no han aprendido todavía que una de las cosas más inteligentes que pueden hacer es evitar que dichas personas lleguen a averiguarlo. En combinación con la nariz, eso le confiere una expresión cuya sagacidad resulta desconcertante. No es una cara con la que puedas hablar. Si abres la boca te encontrarás enfocado por una mirada penetrante que declara: más vale que lo que estás a punto de decir sea interesante. Ahora las ocho piedras que se alzan sobre su pequeña colina están siendo sometidas a esa mirada penetrante. Hmmm. Y después la joven se aproxima con cautela. No con la de un conejo presto a salir huyendo en cualquier momento, sino con algo más parecido a la manera en que se mueve un cazador. Se lleva las manos a las caderas, las cuales no ofrecen demasiado punto de apoyo. Una alondra revolotea en el soleado cielo de verano. Aparte de eso, no hay ningún otro sonido. Abajo en el pequeño valle, y más arriba en las colinas, los saltamontes chirrían y las abejas zumban y la hierba se agita con un sinfín de microrruidos. Pero en torno a las piedras siempre hay silencio. —Estoy aquí —dice—. Muéstrate. La figura de una mujer de oscuro cabello vestida de rojo aparece dentro del círculo. El círculo no es lo bastante grande para que sea posible arrojar una piedra al otro lado, pero la figura se las ingenia para aproximarse desde una gran distancia. Otras personas habrían salido huyendo. Pero la joven no huye, y eso despierta el interés de la mujer del círculo. —Así que eres real. —Por supuesto que lo soy.

¿Cómo te llamas, muchacha? —Esmerelda. —¿Y qué quieres? —Nada. —Todo el mundo quiere algo. Y si no quieres nada, ¿por qué estás aquí? —Solo quería averiguar si eras real. —Para ti, desde luego que lo soy. Tienes muy buena vista. La joven asiente. Si alguien tirara piedras contra su orgullo, las piedras rebotarían en él. —Y ahora que ya has averiguado que soy real —dice la mujer del círculo—, ¿qué es lo que quieres? —Nada. —¿De veras? La semana pasada subiste a lo alto de las montañas que se elevan por encima de Cabeza de Cobre para hablar con los trolls. ¿Qué querías de ellos? La joven ladea la cabeza. —¿Cómo sabes que hice eso? —Está flotando en tu mente encima de todo lo demás, muchacha. Cualquiera podría verlo. Con tal de que tenga… muy buena vista, claro. —Algún día seré capaz de hacer eso —dice la joven relamidamente. —Quién sabe. Podría ser. ¿Qué querías de los trolls? —Yo… quería hablar con ellos. ¿Sabías que creen que el tiempo fluye hacia atrás? Porque puedes ver el pasado, dicen, y… La mujer del círculo rió. —¡Pero en el fondo son como esos estúpidos enanos! Solo les interesan los guijarros, y no hay nada interesante en los guijarros. La joven ejecuta una especie de uniencogimiento de hombros efectuado con un solo hombro, como indicando que los guijarros bien podrían suscitar un callado interés.

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