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Lola. Cruce de miradas – Katy Molina

Lola es una joven andaluza de veinticinco años que se ve obligada a viajar a Estados Unidos por una oferta de trabajo, en un periódico local, en la ciudad de Portland. Su amiga Dana es la redactora jefa del periódico. Al saber de su situación laboral, no duda en buscarle un puesto en la redacción “The Portland News” como fotógrafa, en la sección de cultura. Gracias a esta oportunidad, su carrera despegará como nunca Lola imaginó. Su mayor sueño en la vida es exponer en una galería de arte sus fotografías, las cuales, lleva años coleccionando; es una de sus pasiones. En su primer día de trabajo, vivirá un encuentro morboso y ardiente con un sexy desconocido que conocerá a través de su cámara de fotos. Con solo una mirada, volverá su vida del revés. Lola se verá envuelta en una espiral de sentimientos de la cual no podrá escapar. Su hombre misterioso trae consigo mucho más demonios de los que pueda imaginar, un pasado oscuro, muy peligroso, que hará mella en su relación. Tendrá que luchar contra viento y marea para salvar a su Romeo de las garras de aquellos que se hacen llamar espíritus. Un pasado marcado por la venganza de sangre, un presente con el regreso de los demonios y un futuro incierto en el amor. ¿Podrá la andaluza de raza soportar tanta oscuridad a su alrededor? Y los más importante, ¿su corazón estará preparado para amar a un hombre con tanta oscuridad? Su destino cambió por una mirada, una, que la cautivó al instante e hizo que su mundo se llenará de luz y oscuridad. Capítulo 1 “Cruce de Miradas” “Solo fue un cruce de miradas pero en ese instante me robó el corazón” El sol entraba a raudales en la habitación calentando el rostro de Lola. El despertador sonó anunciando su primer madrugón laboral. Estirándose como los gatos se desperezó enredada entre las sábanas. Abandonó la comodidad del lecho un poco dormida. Como una autómata empezó con su ritual de aseo, se lavó los dientes, se peinó, se lavó la cara y se arregló. Un poco más espabilada fue atraída por un delicioso aroma a café con moka que provenía del pasillo. Hipnotizada por los sabores que flotaban en el aire llegó a la cocina. Encontró a su compañera de piso y amiga preparando un riquísimo desayuno mediterráneo. Dando los buenos días se sentó en el taburete de la isla. Desayunaron tranquilamente entre risas hasta que llegó la hora de marchar al trabajo. Los nervios del primer día aparecieron de pronto en el estómago de Lola. Su amiga la tranquilizó con unas palmaditas en la espalda. Cogieron el coche de Dana para ir a la redacción.


Lola no tenía carnet de conducir y tampoco tenía pensamientos de sacárselo, no le gustaba la carretera. Llegaron puntuales al trabajo. Muchas miradas curiosas observaron a Lola y muchas otras la miraron con deseo. Lola solía tener ese impacto en los hombres. Era una andaluza de raza gitana por parte de padre y colombiana por parte de madre. Destacaba mucho por sus rasgos exóticos, tenía el cabello negro azabache y unas curvas sinuosas de impacto. Su piel era bronceada, sus ojos color miel y sus labios carnosos. A pesar de su impactante imagen de mujer explosiva, era una chica sencilla, simple y recatada en muchos sentidos. Eso sí, con el carácter de las mujeres de su familia, las Cortés y las Flores. Dana llamó a su despacho a Mario Vázquez, un norteamericano de padres argentinos. Era periodista de la sección de cultura. Un hombre amable, atractivo y simpático. Siempre tenía una sonrisa en la cara y rara vez se enfadaba. —Mario te presento a Lola Cortés Flores, tu nueva compañera fotógrafa – Dana hizo las presentaciones. —Es un placer Lola – Mario le estrechó la mano – ya era hora que me trajeras a una fotógrafa. Últimamente tenía que encargarme yo de todo. —No te quejes tanto, solo ha sido una semana – Dana puso los ojos en blanco por sus continuas quejas. —Lola, si estás preparada, podemos empezar a trabajar. Hoy tenemos mucho curro – dijo con amabilidad. —Claro, por supuesto – cogió impaciente sus cosas por empezar el día. Siguió a Mario por la enorme redacción hasta llegar a un rincón. Allí había un cubículo con el rótulo de sección cultural. Era pequeño pero suficiente para trabajar dos personas. Lola se acomodó en su parte del mini despacho. Mario le puso al día en todo lo referente a su trabajo.

Estuvieron preparando toda la documentación para un evento que se celebraba aquella misma noche. Debían acudir a la subasta de coches de lujo. Se había organizado para recaudar fondos para los niños de cáncer. Asistirían personalidades importantes, políticos, estrellas de cine, de la música, empresarios, etc. Iba a ser un evento con mucho glamur y con personas de un alto nivel adquisitivo. Lola estaba emocionada por su primer reportaje, para ella trabajar en la sección de cultura era vivir un sueño. Conocería a grandes personalidades y haría muchas fotos sin problemas, las que no sirvieran para el periódico las guardaría en su colección personal. La fotografía era su pasión desde que tenía uso de razón, su sueño era exponer su obra en una galería de arte y que el mundo disfrutara de sus emociones. A las seis de la tarde, se marchó con Dana a casa. Tenía que prepararse para la subasta de esa noche. Nerviosa, rebuscó entre sus cosas buscando un bonito vestido de gala. Era obligatorio ir de etiqueta, tanto para los invitados como para la prensa. Con las prisas de trasladarse a Portland, se había dejado en España la mitad de sus cosas y una de ellas eran los vestidos de fiesta que había coleccionado a lo largo de su vida. —Problemas – Dana la observaba apoyada en el quicio de la puerta – si quieres puedes usar uno de los míos. —Gracias, eres la mejor – abrazó a su amiga, le acababa de salvar la vida. —En la parte izquierda de mi armario están todos los vestidos de gala. Lola fue hasta su habitación, abrió el armario y quedó impresionada. Su amiga tenía un gusto exquisito en lo referente a trapitos. Lo mejor de todo era que los vestidos eran de marca. Dana se gastaba parte de su sueldo en vestidos muy caros, era una afición que tenía como cualquier otra. Eligió un vestido negro palabra de honor justo hasta las rodillas. Era sencillo pero elegante para la ocasión. Se trataba de ir bien vestida, acorde con la subasta. No ir provocando, ni insinuando. Más relajada, regresó a su habitación para terminar de arreglarse.

Puso de fondo a Marc Anthony con la canción “Vivir la Vida”, era su cantante favorito. Escuchar su música hacía que su cuerpo se activara y sintiera alegría, era una manera de ponerse las pilas. La subasta se celebraba en el Kimpton River Place Hotel, un hotel de lujo al lado del rio Willamette, con unos amplios jardines muy bonitos. La fiesta, después de la subasta, se festejaría en el exterior, en un ambiente más nocturno y relajante para combatir el calor. Todo estaba a punto y listo para empezar. Lola esperaba impaciente a Mario que llegaba tarde. Había quedado una calle más abajo del hotel. Un coche negro destartalado aparcó delante de ella. Lola miró el coche con horror. De aquella tartana salió Mario. —Ahora entiendo porque no querías quedar justo en la puerta del Hotel – entendía a su compañero, ella también hubiera hecho todo lo posible para ocultar semejante basura. —Lo sé, es un desastre pero era de mi abuelo y me lo regaló cuando cumplí dieciséis años. —Creo que deberías cambiarlo, pero es tu vida y tu seguridad. —Te pareces a mi madre cada vez que me ve aparecer con el coche. —Anda, vayamos a cumplir con nuestro deber. Por cierto, estás muy guapo de pingüino – dijo Lola regalándole una sonrisa. —No tanto como tú, nena – miró a Lola dándole un buen repaso, por suerte o por desgracia para Lola, a Mario solo le interesaban los hombres. Lola se cogió del brazo de su compañero para no caerse, se había puesto unos tacones de vértigo. Llegaron al evento, las grandes personalidades llegaban en sus coches de lujo, hacían el camino pasando por la alfombra roja y deteniéndose en el Photocall para posar con una sonrisa. Lola se quedó junto a otros fotógrafos en la entrada para no perder detalle de aquel despliegue de grandiosidad. Casi una hora más tarde, entraron para celebrar la subasta. Las cifras que se alcanzaron para la asociación de los niños de cáncer fue un éxito, no escatimaban en dólares. Después de la subasta, pasaron a los jardines del hotel para celebrar una pequeña fiesta. El champan y los aperitivos volaban de las bandejas de los camareros. Mario cogió su grabadora y fue a entrevistar algunas personalidades que habían colaborado donando sus coches de lujo por una buena causa.

Lola se quedó disfrutando de la comida y del buen vino que se servía, nada más y nada menos que un Ribera del Duero. Disfrutó de su sabor recordando su tierra natal, España. Con solo una copa los colores le subieron a las mejillas, Lola no estaba acostumbrada a beber ni una gota de alcohol. Era tarde y estaba cansada. Miró a Mario que todavía estaba liado con las entrevistas, así que cogió su cámara para hacer unas cuantas fotos de la fiesta. En medio de todo aquel gentío, enfocó al centro del jardín. Entonces, como un rayo de sol en mitad de un nublado, vio los ojos más cautivadores que jamás hubiera contemplado. Eran azules como el glacial, de un azul claro muy intenso. Se quedó hipnotizada sin poder apartar la cámara del dueño de aquella mirada. Como si hubiese notado su presencia, aquel hombre misterioso cruzó su mirada con la de Lola a través del objetivo de la cámara. Fueron unos instantes, segundos, pero los más intensos que hubiera vivido la andaluza. Un torbellino de mil mariposas explotaron en su estómago al contemplar semejante belleza masculina. Hizo varias fotos, al apartar la cámara, vio que el desconocido había desaparecido como si solo hubiese sido un espejismo hermoso en mitad del jardín.

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