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Lo que nunca te cante, Cara A – Lena Valenti

H Capítulo 1 @BeellaBeeciosa: Se dice, se comenta, que nuestra Reina Abeja está en Barcelona para negociar su participación en Eurovisión. Es la Reina que nos merecemos. Agárrense las pelucas. oy me han dicho que todo puede cambiar para mí. Y llueve a raudales en Barcelona. Como si no hubiese un mañana. La constante cortina de agua cubre todo como el telón de una obra de teatro antes de ser alzado. Es increíble. Y como siempre, yo no voy preparada para semejante chaparrón, en todos los sentidos, figurativos y metafóricos. Porque soy de esas que ve el cielo apocalíptico, y en su fuero interno aún cree que va a salir el sol. No importan los relámpagos ni los truenos. Ni siquiera las bandadas de pájaros que vuelan en estampida huyendo de la ciudad. Si hay astro rey detrás de las nubes, seguro que un rayo acaba despejando el panorama. ¿Resultado de mi sobrevalorado optimismo?: Mis Converse negras empapadas, mis tejanos aguados hasta la cintura y me calé hasta las bragas, oiga. Maravilloso. Neón Music, el sello discográfico de más superventas de toda España, se encuentra en la Diagonal, en un precioso edificio acristalado y reflectante que ciega si le da el sol. Yo vivo en el Born, y para los que conocéis la ciudad condal, sabéis que no son más de veinte minutos en moto. Y sí, hoy, como todos los días, he ido en moto porque es el vehículo con el que me suelo mover. Una Benelli B 125 negra. Mi bebé. Lo único que no me he mojado ha sido el jersey, cubierto por mi cazadora motera, y el pelo, que al ir cubierto en un casco, iba protegido. Y menos mal, porque ayer fui a que me hicieran mi baño de color y me cortaran las puntas. Pero es que no me ha dado tiempo a prepararme. Os explico: Mi novio, Andrés, me llama urgentemente por la mañana para citarme en este lugar. No sé por qué me ha citado aquí.


Pero aquí estoy, cubierta por el techo de la entrada del edificio, cobijándome del chaparrón. Esperándolo para ir a donde sea que él diga, a hacer lo que sea que quiera hacer. Hola, por cierto. Me llamo Kira. Tengo veintitrés años. Os voy a contar un poco mientras le espero, así para hacer tiempo. Soy profesora de Música en una escuela de El Gótico. Además de las clases normales en las que enseño a los críos a leer partituras, cantar o tocar algún instrumento, doy una asignatura libre llamada Musicoterapia. No me fue fácil encontrar un centro que la hubiese incluido en su plan de estudios. Pero esta escuela de El Gótico sí me daba la posibilidad de poder ejercerla, mostrándoles previamente mi idea sobre las clases. Los niños están encantados, y los padres también. Llevo un año en la escuela El Petit Món, el pequeño mundo, una escuela inclusiva a todos los niveles, y me gusta mucho formar parte de ella y hacer lo que hago. Sé que están satisfechos con mi trabajo y eso me hace sentir muy bien. Y ese que se acerca con esa sonrisa superlativa y ese aire de James Dean rebelde y despiadado, es mi novio Andrés. Andi para los amigos. Aunque es solo así en apariencia. Como siempre, tiene la suerte del conductor y ha encontrado un aparcamiento para su Audi TT en la misma acera del edificio. En realidad, a pesar de esa fachada soberbia, es un buen tío. Es sensato, muy guapo, y viene de una familia de mucho dinero de Barna, cosa que a mí me resbala bastante. Nos conocimos en el conservatorio. Él estuvo solo un año, y luego lo dejó para iniciar dos nuevas carreras que no acabó. Actualmente, trabaja en la empresa de su padre. Pero desde entonces, desde que nos conocimos en el conservatorio, estamos juntos. A él y a mí nos unen las mismas cosas que a todas las parejas, supongo. El amor por la música es una de ellas.

Tiene veinticinco, dos más que yo. Es rubio, con el pelo largo por arriba y corto por los lados. Y sé que es muy atractivo. Lo sé porque cuando vamos juntos por la calle, las chicas y las señoras no dejan de mirarlo. No soy nada celosa, y no me importa que lo miren. Es más, me gusta. Me miro en los cristales del exterior del edificio, y veo mi reflejo. Me peino el flequillo con los dedos, abriéndolo un poco para que se vean mis ojos. Lo tengo bastante largo, no debería considerarse flequillo en realidad, pero me gusta así, aunque mi madre se harte de decirme que me lo deje largo de una vez por todas o más largo que el inicio de la mejilla. Mi melena es lisa, y me llega por debajo de los omoplatos. Y la tengo de un color borgoña que me fascina. No sé si adivináis cómo es el color. Es un tono intenso, oscuro, casi negro cuando no hay luz. Sin embargo, cuando algo me ilumina, su coloración en mi pelo lo convierte en morado. Hace años que lo llevo así y como soy de encariñarme mucho con las cosas, desde que lo probé y vi que mis ojos parecían casi grises verdosos con ese tono, me lo dejé. Mis ojos… —Mierda —me digo al ver que tengo el eye-liner negro corrido de un lado. Lo arreglo como puedo con la punta del dedo, y veo a través del cristal que Andrés ya está a mi lado. Me doy la vuelta y le sonrío. Le adoro, aunque a veces sea un capullo. Tiene esa cara que pone cuando las cosas le van muy bien. Son buenas noticias las que trae, así que estoy deseando escucharle. —Hola, mailof —«Mailof». Sé que es un atentado a la ortografía. Pero nos llamamos así, y lo escribimos así, tal y como suena en inglés las palabras My love. Culpemos a la palabra murciégalo y asín, por ello.

Me da un beso y me peina el flequillo, como siempre. Me está revisando de arriba abajo. No con deseo, sino con ojos de Pelayo en Cámbiame. —Hola, guapu —contesto aceptando el beso pero apartándome al mismo tiempo porque no quiero que me toque el pelo. Él va como un pincel y yo como una brocha usada—. ¿Por qué me miras así? —Porque no sé si traerte el champú y el jabón para el cuerpo o una toalla. La ducha te ha quedado a medias. —No sabía que iba a llover —repliqué. Andrés suspira como si no tuviera remedio. —Kira… un día llegará un tsunami y saldrás con el flotador creyendo que es solo una olita. Me echo a reír, porque no sería la primera vez que tenga una experiencia con una ola asesina.

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