debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Llamalo amor – Chloe Santana

La ventana del desván siempre se atascaba en el momento más inoportuno. De puntillas sobre la desvencijada silla de mimbre que había colocado en el suelo, estiró todo el cuerpo hasta alcanzar la manilla. Si fuese un poco más alta, pensó. Luego comprendió que unos centímetros más no habrían cambiado nada. Aguantó la respiración cuando al girarla un agudo chirrido rompió el silencio. Se tapó la boca con las manos, presa del pánico, como si con ese gesto pudiera silenciar aquel ruido. Los golpes bajo sus pies cesaron de inmediato. Una súplica femenina. Luego, el llanto. Si no hubiese sido tan torpe, ahora él no subiría a buscarla. La mayor parte del tiempo se olvidaba de su existencia. Llegaba borracho y dando bandazos, lo que no impedía todo lo que sucedía después. Ella, mientras tanto, debía esperar agazapada bajo una montaña de ropa sucia. Escondida en la buhardilla como el ser invisible que estaba obligada a ser para que él no recordara que tenía una hija. ─¡Harleeeeeeeeeeeeeeeeey! ─gritó furioso. La muchacha palideció. Oyó sus pasos acelerados subiendo la escalera, y después a alguien forcejear con él. De nuevo, otra súplica en vano. Una bofetada. Un llanto de mujer. Un cuerpo que caía al suelo. ─¡Voy a por ti, niña del demonio! ¡Todo esto es culpa tuya! Sus palabras llenas de odio la hicieron reaccionar. Saltó de la silla, corrió hacia la trampilla y colocó una pesada caja llena de trastos para bloquearle la entrada. Un instante después la caja tembló. Él intentaba entrar embistiendo con todas sus fuerzas, y ella supo que sólo le quedaban unos segundos.


Asustada, volvió a subirse en la silla y forcejeó con la manivela de la ventana. ─Ábrete, por favor… —suplicó angustiada. Empujó con el peso de su cuerpo, pequeño y delgado. No era más que un amasijo de huesos aquel verano. Pálida y ojerosa. Demasiado menuda y frágil para una joven de trece años. ─¡Pequeña rata enclenque, cuando te pille te vas a arrepentir de haber nacido! Lo hacía desde que tenía noción del tiempo. Y precisamente aquello era lo que activaba siempre su instinto de supervivencia. Contempló preocupada la ventana. Luego echó la vista atrás, temblando. La caja saltó medio centímetro y pudo observar el destello de unos ojos enloquecidos, como los de un animal salvaje y hambriento. Si me pilla, me mata. Tiró de la manija una y otra vez. Ni siquiera tuvo valor para mirar hacia la trampilla. Forcejeó, perdió los nervios y empujó con el hombro. Chilló de impotencia. Él entraría como una bestia y le partiría la espalda. Podía oírlo jadear por el esfuerzo. Empujó más fuerte. Otra vez. Otra. Otra más. Crac. La ventana cedió, y ella visualizó el campo de maíz que se expandía en el horizonte oscuro. La bestia consiguió entrar y se abalanzó hacia ella.

No pudo dudar. Saltó por la ventana, se deslizó por el tejado como un gato y se arañó los codos en la caída. El hombre profirió una advertencia, pero ella ya no lo oyó. Se tiró del tejado al suelo y cayó sobre el hombro. No era la primera vez que lo hacía. Él era demasiado gordo y torpe para imitar sus pasos, así que se limitó a gritar con voz iracunda. Antes de echar a correr a través del maizal, elevó la cabeza; desafiante. Libre. Lo miró a los ojos desde la distancia. Él levantó los puños, como si pudiera golpearla desde allí arriba. Pero no podía hacerlo. ─¡Vuelve aquí! ¿Me oyes? ¡Te mataré si das un paso más! Desoyó sus gritos llenos de rabia. No era la primera vez que corría a través del campo de maíz. No era la primera vez que él la amenazaba. No era la primera vez que huía hacia el único lugar seguro que conocía en el mundo. Atravesó corriendo el medio kilómetro que separaba aquel infierno del mejor sitio que conocía. Llevaba el pelo lleno de espigas y respiraba exhausta a causa de la carrera. La mansión se levantó imponente frente a ella. Una antigua plantación sureña al estilo de Lo que el viento se llevó. Era un edificio blanco de dos plantas, tan grande como un castillo. Un lugar hermoso donde jamás tenía miedo. Trepó como una lagartija por la enredadera de flores. Al llegar al balcón del segundo piso, llamó dos veces. Su contraseña secreta. Al cabo de unos segundos, un chico de su edad, despeinado y con cara de sueño, abrió la puerta de cristal.

─No deberías estar aquí. Ella lo empujó y entró de todos modos. ─Cállate, Matt. Él trató de sacarla a la fuerza. Ella se puso furiosa y forcejearon. No tenía ningún derecho a tratarla así. ─¡Basta! Quien se interpuso entre ambos era más alto y grande que ellos. Ella lo abrazó de manera dramática. Sacó la lengua a su hermano, que se limitó a mirarlos con resentimiento. ─No debería estar aquí. Papá y mamá se enfadarán, John ─insistió el otro. Ella lo miró con gesto suplicante. John la observó apenado. Contempló los rasguños en los codos y rodillas, y las lágrimas que manchaban sus mejillas. Tembló de impotencia. Él sabía que debía protegerla. ─No tienen por qué enterarse. Ella sonrió por primera vez en todo el día. No importó que el menor de los hermanos refunfuñara, pues ya estaba decidido. John le dio un beso en la mejilla y la dejó descansar. Allí estaba, en un sitio cálido, dormida en una cama de verdad mientras ellos dos compartían la otra. Su lugar seguro en el mundo. Y nada más importó entonces. 1 No estaba siendo un buen día. Para nada.

Primero había tenido que tomar un vuelo desde Oklahoma a Seattle por motivos de trabajo. No había conseguido un billete en primera clase, así que tuvo las rodillas aplastadas contra el asiento delantero durante más de cuatro horas. Luego, la reunión con los inversores no había salido exactamente como él esperaba. Y para colmo, acababa de recibir la noticia de que a Mia la habían detenido por conducir borracha, y Matt se negaba a sacarla del calabozo. Según su hermano, aquella niñata necesitaba una lección. Suspiró. Sólo tenía ganas de llegar a casa y darse una ducha, no de arreglar los líos en los que se metía su hermana pequeña. Se preguntó qué habría hecho su padre en su lugar, como llevaba haciendo desde hacía tres meses. Había pasado la última década preparándose para ser su sucesor en la empresa familiar, pero últimamente solía pensar que el puesto le venía grande. Subió el volumen de la radio para distraerse. Dos kilómetros más a través de la polvorienta carretera que lo llevaba a casa, y luego decidiría qué hacer respecto a su pequeña y malcriada hermana. Sonaba Zombie, de The Cramberries. A su última exnovia le encantaba aquel grupo de música y solía ponérselo a toda voz en el coche sólo para fastidiarlo. Las cosas no habían salido bien con Amy porque, según ella, él no estaba preparado para comprometerse. ¿Y quién demonios lo está a los treinta y uno?, pensó irritado. A su madre no le había agradado que cortara con Amy, pues la ruptura no hacía más que afirmar lo que ella le decía: encadenas una relación tras otra y siempre les sacas una falta. ¿Nunca has pensado que el problema puedes ser tú? Y sí, lo había pensado alguna que otra vez. Nadie molestaba a Matt, por supuesto. Él tenía dos años menos, hacía lo que le daba la gana y no tenía por qué ser un ejemplo a seguir para nadie. Había pasado olímpicamente de la empresa familiar para ser policía, y algún día aspiraba a ser sheriff local. Si se follaba a una chica distinta cada noche no era asunto de nadie. Para John, todo había empezado a ser diferente desde hacía tres meses. Obligaciones imprevistas, una fortuna que administrar y reuniones en traje, era la herencia que le había dejado su padre tras fallecer de un infarto fulminante. Y, sin embargo, sentía que aquello para lo que había estado preparándose desde que tenía uso de razón lo tenía hasta el cuello. Porque una cosa era ser el favorito de tu padre, y otra muy distinta cumplir con todas las expectativas que había volcado en ti.

A veces envidiaba la vida de Matt, como suponía que él había envidiado la suya desde que eran unos niños. Los dos sabían en quien recaería la dirección de la empresa de transportes y lo habían asumido como se esperaba. John, estudiando en las mejores escuelas privadas. Matt, aprovechando su adolescencia al máximo, hasta que se volvió lo suficiente mayor como para sentar la cabeza. Lo que se suponía que debía pasar, pero no tan pronto… El fallecimiento de su padre había sido un golpe duro e imprevisto para su familia. Aquella noche, se había quedado en el sofá viendo su programa de deportes favorito. Su madre se había ido a la cama temprano, Mia no estaba en casa, como de costumbre, y él volvería tarde de una reunión de trabajo. Fue Matt quien lo encontró aparentemente dormido tras volver de patrullar. Le contó que había intentado despertarlo seis veces antes de darse cuenta de que estaba muerto. Luego había llamado a emergencias y les había pedido que no hicieran ruido para no despertar a su madre. Lo llamó por teléfono, pero no se atrevió a darle la mala noticia y solo le dijo que se diera prisa. A su madre y a él se lo contó con las manos temblando, una vez que se llevaron el cuerpo. Quería evitar que ninguno de los dos tuviera que ver el cadáver, como le había sucedido a él. Mia no se enteró hasta el día siguiente, cuando llegó a casa borracha como una cuba. Unos amigos tenían la intención de dejarla tirada en el porche porque no podía tenerse en pie. Al verlos, Matt no dijo nada y cogió a su hermana en brazos. John jamás había visto tan pálido a su hermano. No, no lo envidiaba en absoluto. Apenas le quedaban unos metros para llegar a casa cuando, a lo lejos, divisó una figura que iba dando tumbos. Pitó a la mujer que caminaba, o lo intentaba, por mitad de la carretera. Al ver que no reaccionaba, le hizo una señal con las luces para que se echara a un lado. ─Maldita borracha. Su primera intención fue rodearla, pero finalmente levantó el pie del acelerador. Podría haber sido su hermana, y el hecho de que cualquiera pudiera abandonarla a su suerte le ponía los pelos de punta. De lejos, iluminada por los faros del coche, parecía pequeña y frágil.

Como un fantasma etéreo a punto de desvanecerse. Caminaba arrastrando los pies y le faltaba una zapatilla. Bajó la ventanilla con cierta desconfianza y le gritó: ─¿Necesita ayuda? Ella se detuvo. Se giró hacia el coche y cubrió su rostro con las manos, cegada por los faros. John apagó las luces, resopló y se bajó del vehículo, no sin antes imaginarse la típica treta en la que alguien se disponía a robarle tras intentar ayudar a la supuesta dama en apuros. Sería la clase de cosa con la que Matt le tomaría el pelo constantemente diciendo: ¿Te acuerdas de aquella vez que…? Se acercó hacia ella con cierta cautela que fue desapareciendo a medida que observaba su estado. Temblaba como un gorrión, tenía la ropa sucia y algunos rasguños en los brazos. El cabello de color miel le tapaba el rostro. Era pálida, menuda y muy delgada. ─¿Qué le ha sucedido? ─preguntó preocupado. Ella no se movió. Permaneció de pie, apenas sostenida por dos piernas esbeltas que temblaban demasiado. Elevó la cabeza para decir algo, y al hacerlo, el pelo se movió para revelar unos pómulos marcados y una boca ancha. John entrecerró los ojos, familiarizado con aquellos rasgos. A oscuras en mitad de la nada, cubierta por un vestido blanco y vaporoso, parecía una ninfa. Intrigado, se acercó a ella cada vez más. ─¿Ha sufrido un accidente? ¿Se encuentra bien? Los labios rosados y carnosos se abrieron para pronunciar una palabra. Al hacerlo, John descubrió algo escalofriante. Reconocía aquel gesto. La forma sensual en la que la boca se fruncía antes de hablar. Tuvo que detenerse, mareado por la impresión, para asimilar que lo que acababa de ver no era más que una fantasía. ─Ayuda ─suplicó con voz débil. Antes de que cayera al suelo, John logró alcanzarla. La aferró entre sus brazos, y estuvo a punto de soltarla cuando su rostro quedó a escasos centímetros del suyo. Conmocionado, se la quedó mirando y tuvo que apretarla para no dejarla caer.

No por el esfuerzo, pues pesaba menos que una pluma, sino por el asombroso parecido. La tomó de la nuca, y ella abrió los ojos para mirarlo a la cara. Entonces, John dejó escapar el aire. Aquellos ojos grises y rasgados eran los de ella. Atormentándolo en sueños desde hacía demasiados años. Le acarició la mejilla con un dedo y ella suspiró antes de desmayarse. Impactado, tuvo que sentarse en el suelo sosteniendo aquel cuerpo menudo. Volvió a mirarla una vez más, sin dar crédito. No había duda alguna de que la joven que yacía sobre sus brazos era ella. Se miró la mano y descubrió que estaba manchada de sangre. Estaba herida. No esperaba volver a verla. No esperaba volver a verla así. ─Dios mío, ¿Harley? *** ─¿Vas a tardar mucho? John desvió la mirada hacia la habitación del hospital. La puerta estaba entreabierta y podía ver la mitad de su cuerpo acostado en la cama. Todavía no había asimilado la situación ni tomado una decisión al respecto. Se sentía demasiado impactado por el reencuentro como para reaccionar. ─No lo sé, mamá. ¿Por qué no te vas a la cama? ─sugirió, con la voz más calmada que pudo encontrar. Al otro lado de la línea, su madre se quedó en silencio durante un rato. Desde que su padre había muerto de manera repentina, ella tenía la absurda creencia de que debía despedirse con un beso de todos sus hijos antes de irse a dormir. Así andaban las cosas. ─No lo entiendo. Venías de viaje por trabajo y ahora tienes que quedarte en la oficina por una reunión de última hora, ¿De verdad que estás bien? ─preguntó con desconfianza. ─No te preocupes por mí, ya sabes cómo es este trabajo.

Y vete a la cama. ─¿Ha sucedido algo que yo deba saber? ─insistió. Trató de que su tono sonara lo más indiferente posible. ─Claro que no. Descansa, te quiero. Colgó el teléfono y lo apretó contra la palma de su mano. No podía contarle a su madre la verdad, al menos todavía. Lo último que su familia necesitaba era un nuevo sobresalto, y era evidente que el regreso de Harley lo era. Para todos, sin excepción, Harley había sido una más de la familia. Hasta que por desgracia, las cosas cambiaron drásticamente y nunca volvieron a saber más de ella. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Doce o trece años? Tomó aliento para entrar en la habitación, preparándose para lo que iba a encontrarse. Una mano se colocó en su espalda para detenerlo. Era Michael, el doctor del ambulatorio de Golden Pont y su amigo de la infancia. Golden Pont era una ciudad pequeña donde todos se conocían. Famoso por su estanque, donde la luz del sol convertía el agua en oro. Harley había sido la comidilla del pueblo. Incluso mucho después de que se marchara se siguió hablando de ella. Rememorando aquella desgracia con una mezcla de lástima y morbosa curiosidad. Si quería protegerla como no había podido hacer cuando era un niño, esta vez tendría que andar con pies de plomo. No quería tomar una decisión a la ligera hasta sopesar todas las posibilidades, lo que incluía escuchar al doctor. ─Antes de que entres a verla, me gustaría ponerte al tanto de la situación ─dijo Michael.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |