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Lejos de mi – Veronica BlackSmith

Oscuridad, sombras, frío, todo eso me rodea. No sé bien si duermo o estoy soñando. No sé qué es real o fantasía. Casi no puedo moverme de la cama sin que todo me de vueltas. Toco mi cabeza con miedo y dolor; sé que estoy gravemente herida. Desconozco porqué no estoy en un hospital y en cambio, me encuentro en esta habitación oscura y destartalada. Desconozco quién es él, o quién soy yo. Solo sé lo que él me dice: que me cuida, que me quiere, que no permitirá que nunca me pase nada. Está claro que me he olvidado de quién soy, que dependo ciegamente de él, de lo que me cuente. Quiero creerle, necesito tranquilizarme, aunque solo puedo hacerlo cuando duermo bajo el efecto de los medicamentos que él me suministra, que son demasiados y muy a menudo. Antes de dormirme trato de recordar quién soy, de dónde vengo, por qué estoy aquí… hasta que empieza a dolerme la cabeza tanto que llego a desmayarme, justo cuando alguna de las tinieblas que me rodean antes de dormirme, puedan ayudarme a responder a la pregunta de porqué me olvidé de mí; porqué lo miro y siento que no es quien dice ser, que no me puedo fiar de él; que no estoy a salvo. I 10 Marzo de 2016, jueves. No soy tan feliz como yo creía, o he intentado aparentar serlo con tantas fuerzas hasta que he logrado engañarme a mí misma. Estoy varada, estancada en una vida que no es la mía; al menos yo no la ideé así. Me siento atrapada en una inmóvil rutina que poco a poco corroe todo lo que yo era, mi persona, lo que siempre he sido y que deja paso a lo que los demás quieren, lo que necesitan, no lo que siento que quiero ser yo. Sin embargo, he sido capaz de sobrevivir así, de encontrar un ápice de felicidad en las pequeñas cosas que nadie ve: un beso en la mejilla de mis hijos, una flor nueva que nace en el jardín, una receta que a todos gusta… solo que llega un momento en que esos alicientes no llenan el vacío interno que amenaza con destruirte. Me siento como un producto del despiece; ese que día a día me va sometiendo hasta convertirme en un amasijo de huesos depositados en un ataúd de piel opaca que es capaz de taparlo todo; incluso mi verdadero yo. Tengo dos hijos: Zoe de doce y Adam de nueve. Ellos son parte de los pocos alicientes que mueven la balanza lejos del abismo. Son el timón, y a su vez, el ancla de mi vida. El timón porque la dirigen: tienen actividades extraescolares cinco días a la semana, algún partido los fines de semana, cumpleaños, trabajos, clases particulares… Y también son mi ancla: son la razón principal por la que no me he separado de Frank. Puede sonar un poco tópico, pero ellos necesitan a un padre, y por qué no decirlo: nuestra economía es muy buena a su lado, y aunque tal vez nunca lo he amado en el sentido romántico de la palabra, si he llegado a quererlo. Me he acostumbrado a hacerle de costilla. Las rejas se hacen invisibles día a día y la rutina es capaz de destruir tu esencia, impidiendo que seas quien programaste ser, haciendo que en tu mente te repitas una y otra vez: «Hoy, otra vez, me olvidé de mí». Vuelvo a recriminarme por no haber ejercido mi profesión.


Recién terminada la carrera de profesora en educación primaria me casé, y nunca he necesitado trabajar gracias al trabajo de Frank, mi marido. Él es economista, además de político. Dirige un fondo de inversores internacionales en los Estados Unidos con base en Miami. Es muy bueno en su trabajo y todos le respetan y admiran; es un líder nato. Esto acarrea una ausencia constante de su persona en casa; pasa poco tiempo con nosotros, aunque así es casi mejor, la verdad. Su última locura ha sido presentarse como candidato a la alcaldía de Lighthouse Point, lo peor: ha ganado… Esto nos resta aún más tiempo con él debido a sus constantes viajes por uno u otro trabajo. Siendo egoístas, a mí no me preocupa su ausencia, y además suma más ceros a la economía familiar. Aunque lo parezca, no soy frívola, su yugo es el que me ha hecho pensar así: casi prefiero no verle. La convivencia con Frank se ha convertido en algo titánico, siempre está estresado y discute con todos. Los niños se ponen tensos nada más aparece por la puerta, no saben cómo actuar para no recibir una reprimenda, en cambio, sonríen de alivio cuando se marcha de viaje. Ellos no me dicen nada, pero sé que cuando le preguntan cuánto tiempo estará fuera, en realidad solo quieren saber cuántos días de tranquilidad tendremos en casa. Tampoco creo que él esté a gusto en casa, cada vez pasa menos tiempo aquí, sin embargo, parece disfrutar destruyendo la armonía que cultivamos nada más sale por la puerta. Yo misma me armo de paciencia cuando me entero que pasará varios días libres en casa o que un día no irá a la oficina porque ya lo tienen todo controlado y puede trabajar desde su cómodo despacho en el número 2011 de Hilsboro Beach. Cuando contemplo todo lo conseguido, lo bonita que es nuestra casa, y lo bien que vivimos, me aferro a lo positivo para no salir corriendo y comprobar si esta sensación de ahogo permanente que siento en mis entrañas se debe a su sola presencia o simplemente a mi clausura vital. Me miro al espejo y, con poca ropa, no me reconozco. «¿Quién es esa señora que se me ha metido en el cuerpo haciéndome parecer diez años más mayor? ¿Alguien puede decirle que deje de comer tanto, que se mueva?» Como a muchas personas, la ansiedad me produce estrés y la única manera de paliarlo es comer, comer y comer. En realidad, no como tanto, o eso creo yo. Lo que si admito es que picoteo muchas veces al día, y todo lo prohibido: chocolates, dulces, galletitas, comida basura… Tampoco ayuda el no hacer nada de ejercicio

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