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Las chicas buenas no mienten – Victoria Dahl

Son muchas las personas que contribuyen al bienestar de esta autora durante el proceso de escritura de un libro. Mi familia, por supuesto, que se sacrifica diariamente por las novelas románticas. Gracias por quererme sin condiciones. Mi agente, Amy, que está siempre a mi lado. Y mi editora, Tara, que trabaja diligentemente bajo una enorme cantidad de presiones junto a todo el equipo de Harlequin. Gracias. Como siempre, Jennifer Echols estuvo a mi lado como una verdadera amiga, animadora y firme supervisora. Es una constante en mi vida y no podría hacer esto sin ella. También quiero dar las gracias a las mujeres maravillosas de Peeners, que me proporcionaron consejo, apoyo y bromas subidas de tono cuando las necesité. Gracias. RaeAnna Thayne y Nicola Jordan son las mejores compañeras del mundo a la hora de proporcionar ideas. Sin ellas, esta serie seguiría consistiendo en diez líneas garabateadas en una libreta. Gracias. Por supuesto, toda la estructura del libro está equilibrada por la maravillosa inspiración de las cervezas artesanales. Vosotras me enseñasteis a apreciar la cerveza y os adoro. Y, lo más importante, gracias a mis lectoras. Vosotras sois mi inspiración y hacéis que todo esto merezca la pena. Por último, me gustaría dar las gracias a todos mis nuevos amigos de Twitter. Me habéis hecho compañía durante la escritura del libro, aunque habéis fracasado de manera estrepitosa a la hora de mantenerme en mi camino. Capítulo 1 Tessa Donovan fijó la mirada en el aparcamiento de la cervecería Donovan Brothers, hechizada por el resplandor azul y rojo que cubría la pared del edifico de ladrillo. No era capaz de apartar la mirada. Las luces de la policía resultaban completamente fuera de lugar junto al canto de los pájaros y la luz pálida de la primera hora de la mañana. Su hermano Jamie permanecía entre dos coches de policía aparcados de cualquier manera cerca de la puerta de atrás. Tenía una expresión de aturdimiento, probablemente porque jamás se habría despertado tan temprano de forma voluntaria. Tessa caminó con paso decidido hacia el aparcamiento y agarró a su hermano por el cuello de su arrugada camiseta.


–¡Eh! –protestó Jamie. Tessa tiró de él para acercarlo a ella hasta que quedaron nariz contra nariz. –James Francis Donovan –susurró–, ¿qué has hecho? –¿De qué estás hablando? –preguntó Jamie. Sonó suficientemente indignado como para que, por un segundo, Tessa estuviera a punto de creerle. Pero solo por un segundo. Tessa le retorció el cuello de la camiseta con fuerza. –Suéltalo. –Vamos, Tessa –Jamie se liberó de su mano y señaló con un gesto de enfado los coches de policía–. Espero que no me estés acusando de haber hecho algo relacionado con el robo. Dejé conectada la alarma y cerré bien las puertas. La culpa no ha sido mía. Tessa recorrió con mirada recelosa a su hermano. Tenía el aspecto de siempre. Alto, atractivo y relajado. Sus vaqueros estaban desgastados por miles de lavados. La camiseta se había desteñido hasta adquirir un color gris de un tono indeterminado. El pelo, rubio, lo llevaba revuelto, como si acabara de levantarse de la cama, pero aquello no era ninguna novedad. Desgraciadamente, tampoco lo era la expresión de culpabilidad que apareció en sus ojos cuando le miró. –¡Maldita sea, Jamie! –Tessa… –Sé que lo del robo no ha sido culpa tuya, pero tú mismo has dicho que te has encontrado la puerta abierta. Así que, ¿qué demonios estabas haciendo aquí a las siete de la mañana? ¿Y por qué me has llamado a mí en vez de llamar a Eric? Eric era el hermano mayor de Jamie y Tessa. Aunque los tres eran propietarios a partes iguales de la cervecería, Eric siempre había llevado las riendas del negocio. Lo más lógico habría sido llamarle a él para informarle del robo. Sin embargo, Jamie había preferido llamarla a ella. Aquello no presagiaba nada bueno. Nada bueno en absoluto.

Jamie se pasó la mano por el pelo y alzó la mirada hacia el cielo azul claro. –Es terrible, Tessa. A Tessa se le cayó el corazón por debajo del nivel del asfalto. –¿Qué es terrible, Jamie? ¿Qué? –Monica Kendall vino ayer por la noche. –No. ¡Oh, no, no, no! –Monica Kendall era la vicepresidenta de High West Air y la llave de un contrato para la distribución de sus cervezas en el que Eric había estado trabajando desde hacía meses–. Jamie, por favor, dime que no lo has hecho. Ni siquiera tú habrías hecho algo tan estúpido. –¿Ni siquiera yo? Bonita frase para dirigírsela a un hermano. –¡Jamie! –gritó.

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