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Lady Midnight – Cassandra Clare

Las noches del Mercado de Sombras eran las favoritas de Kit. Eran las noches en las que su padre le permitía salir de casa y ayudarlo en el tenderete. Llevaba yendo al Mercado de Sombras desde los siete años. Ocho años después, aún experimentaba la misma sensación de sorpresa y asombro cuando caminaba por Kendall Alley, cruzando la Ciudad Vieja de Pasadena, hacia una pared de ladrillo, que luego dejaba atrás para entrar en un explosivo mundo de color y luz. A solo unas manzanas había Apple Stores, donde vendían gadgets tecnológicos y ordenadores, Cheesecake Factories y mercadillos de comida ecológica, tiendas de American Apparel y boutiques de moda. Pero allí, el callejón se convertía en una enorme plaza, con salvaguardas en todas partes para evitar que los despistados se metieran por error en el Mercado de Sombras. Este aparecía cuando la luna estaba creciente o menguante, y tanto existía como no existía. Kit sabía que cuando paseaba por las filas de tenderetes, todos con su brillante decoración, estaba caminando por un espacio que se desvanecería en cuanto el sol se alzara por la mañana. Pero el rato que pasaba allí, lo disfrutaba. Tener el Don, cuando nadie que lo rodeaba lo tenía, era algo muy especial. El Don, así lo llamaba su padre, aunque a Kit no le parecía un gran don. Hyacinth, el adivino del tenderete del borde del mercado, lo llamaba «la Visión». Kit le encontraba más sentido a ese nombre. Después de todo, lo único que lo diferenciaba de un chaval corriente era que podía «ver» cosas que los otros no. A veces eran visiones inofensivas: duendecillos saliendo de entre la hierba seca que crecía en las resquebrajadas aceras; el pálido rostro de los vampiros en una gasolinera a altas horas de la noche; un hombre chasqueando contra la barra del restaurante unos dedos que, al volver a mirarlo, Kit comprobó que no eran dedos sino garras de lobo. Le ocurría desde que era muy pequeño, y a su padre también. La Visión se heredaba. Lo más difícil era resistir el impulso de reaccionar. Una tarde, mientras volvía de la escuela, había visto a una manada de lobos luchando por un territorio, haciéndose pedazos en un parque infantil desierto. Se quedó clavado y gritó hasta que llegó la policía, pero ellos no vieron nada. Después de eso, su padre le hacía quedarse en casa, al menos casi siempre, y dejaba que aprendiera con viejos libros. Jugaba a videojuegos en el sótano, y las pocas veces que salía era solo durante el día o cuando había Mercado de Sombras. Allí no tenía que preocuparse por sus reacciones. El mercado era colorido y www.lectulandia.


com – Página 6 extravagante incluso para sus ocupantes. Había ifrits sujetando por correas a djinns que actuaban, y hermosas chicas peri que bailaban ante los tenderetes y vendían polvos brillantes y peligrosos. Una banshee atendía un tenderete desde el que prometía anunciarle al cliente el momento de su muerte, aunque Kit no podía imaginarse por qué alguien querría saber eso. Un cluricaun se ofrecía a encontrar objetos perdidos, y una bruja joven y bonita, con el cabello corto y verde, vendía brazaletes y colgantes encantados para atraer el amor. Cuando Kit la miró, ella le sonrió. —Eh, Romeo. —El padre de Kit le dio un ligero codazo en las costillas—. No te he traído aquí para que te dediques a ligar. Ayúdame a colocar el cartel. Le pasó de una patada el torcido taburete de metal y una placa de madera en la que había grabado a fuego el nombre del tenderete: «JOHNNY ROOK». No era el nombre más original del mundo, pero el padre de Kit nunca había demostrado tener una gran imaginación. Lo que era raro, pensó Kit mientras se subía para colgar el cartel, en alguien cuya lista de clientes incluía a brujos, licántropos, vampiros, trasgos, necrófagos y, una vez, una sirena (se habían encontrado en secreto en el Mundo Marino). Sin embargo, un cartel sencillo era lo mejor. El padre de Kit vendía pociones, polvos e incluso, a escondidas, alguna que otra arma de legalidad cuestionable, pero nada de eso era lo que atraía a la gente a su tenderete. Lo cierto era que Johnny Rook resultaba ser un tipo que sabía cosas. No ocurría nada en el mundo subterráneo de Los Ángeles que él no supiera, ni existía nadie tan poderoso como para que Johnny no conociera algún secreto suyo o alguna manera de contactar con él. Era un tipo con información, y si se le ofrecía el dinero suficiente, la compartía. Kit saltó del taburete y su padre le pasó dos billetes de cincuenta dólares. —Consigue que alguien te dé cambio —le dijo sin mirarlo. Sacó su libro rojo de cuentas de debajo del mostrador y se puso a revisarlo, probablemente intentando averiguar quién le debía dinero—. Es lo más pequeño que tenemos. Kit asintió y salió a hacer lo que le pedían, contento de poder marcharse un rato. Un recado era una buena excusa para darse un paseo. Pasó ante un puesto cargado de flores blancas que despedían un olor oscuro, dulzón y ponzoñoso; en otro había un grupo de gente vestida con trajes caros que repartía panfletos ante un cartel que rezaba: «¿MEDIO SOBRENATURAL? ¡NO ESTÁS SOLO, LOS SEGUIDORES DEL GUARDIÁN DESEAN QUE TE APUNTES A LA LOTERÍA! ¡DEJA QUE LA SUERTE ENTRE EN TU VIDA!». Una chica morena con los labios pintados de rojo intentó colocarle un panfleto en la mano.

Al ver que Kit no lo cogía, lanzó una mirada molesta más allá de él, hacia Johnny, que le sonrió de medio lado. Kit puso los ojos en blanco: habían surgido un millón de pequeños cultos alrededor de la adoración de algún demonio o ángel menor. Nunca parecían llegar a nada. Buscó uno de sus tenderetes favoritos y se compró un tarrito de helado teñido de rojo que sabía a fruta de la pasión, frambuesa y nata, todo junto. Intentaba tener www.lectulandia.com – Página 7 cuidado al escoger a quién se lo compraba, ya que en el mercado había dulces y bebidas que te podían dejar fastidiado para toda la vida. Aunque nadie iba a correr ningún riesgo con el hijo de Johnny Rook. Johnny Rook sabía algo de todo el mundo. Si lo hacías enfadar, quizá acabaras descubriendo que tus secretos ya no lo eran tanto. Kit regresó a donde estaba la bruja con bisutería encantada. Esta no tenía un tenderete; estaba, como de costumbre, sentada sobre un sarong estampado, de esa tela barata y brillante que se podía comprar en Venice Beach. La bruja alzó la mirada mientras él se acercaba. —Hola, Wren —la saludó Kit. No creía que ese fuera su nombre auténtico, pero así la llamaba todo el mundo en el mercado. —Hola, guapo. —Se echó a un lado para hacerle sitio, y sus brazaletes y tobilleras tintinearon—. ¿Qué te trae a mi humilde morada? Kit se sentó en el suelo junto a ella. Sus vaqueros estaban gastados y tenían agujeros en las rodillas. Deseó poder quedarse con el dinero que su padre le había dado y comprarse ropa nueva. —Mi padre quiere que le cambie dos billetes de cincuenta. —Shhh —chistó Wren mientras agitaba una mano hacia él para hacerlo callar—. Hay gente por aquí que por dos de cincuenta te cortaría el cuello y vendería tu sangre como fuego de dragón. —A mí no —replicó Kit con mucha seguridad—. Nadie de aquí me tocaría ni un pelo.

—Se echó hacia atrás—. A no ser que yo quiera. —Y yo que pensaba que se me habían agotado todos los amuletos para coqueteos desvergonzados. —Yo soy tu amuleto para coqueteos desvergonzados. Sonrió a dos personas que pasaban por delante: un chico alto y guapo con un mechón blanco en el cabello negro y una chica de pelo castaño que se cubría los ojos con unas gafas de sol. No le hicieron ningún caso. Pero Wren se animó al ver a la pareja que iba detrás de ellos: un hombre corpulento y una mujer cuyo cabello castaño le colgaba como una cuerda por la espalda. —¿Amuletos de protección? —anunció Wren sonriendo—. Garantizados para guardar de todo mal. También tengo de oro y bronce, no solo de plata. La mujer le compró un anillo con una piedra de la luna engarzada y siguió adelante, charlando con su acompañante. —¿Cómo has sabido que eran licántropos? —preguntó Kit. —Por la mirada —contestó Wren—. Los licántropos son compradores compulsivos. Y no quieren nada que sea de plata, ni siquiera lo miran. —Suspiró—. Desde que empezaron esos asesinatos, estoy haciendo el agosto vendiendo amuletos de protección. —¿Qué asesinatos? Wren hizo una mueca. —Algún tipo de magia rara. Cadáveres que aparecen cubiertos de palabras en una www.lectulandia.com – Página 8 lengua demoníaca. Quemados, ahogados, con las manos cortadas… Todo tipo de rumores. ¿Cómo es que no te has enterado? ¿Es que no prestas atención a lo que se habla por ahí? —No —respondió Kit—. La verdad es que no.

Estaba observando a la pareja de licántropos, que se dirigía al extremo norte del mercado, donde solían reunirse los de su especie para comprar lo que necesitaran: cuberterías de madera y acero, acónito matalobos, pantalones fácilmente desgarrables (pensaba Kit). Aunque el mercado pretendía ser un lugar donde los subterráneos se mezclaran, estos tendían a agruparse por especies. Había una zona donde los vampiros se reunían para comprar sangre de sabores o buscar nuevos siervos entre los que habían perdido a sus amos. Había pabellones de plantas trepadoras y flores hacia donde se dirigían los seres mágicos para intercambiar amuletos y susurrar la buenaventura. Se mantenían apartados del resto del mercado porque tenían prohibido hacer negocios como los demás. Los brujos, pocos y temidos, ocupaban los puestos más alejados. Cada brujo poseía una marca que indicaba su herencia demoníaca: algunos tenían cola; otros, alas o cuernos retorcidos. Una vez, Kit había visto a una bruja que tenía toda la piel azul como un pez. Luego estaban aquellos que tenían la Visión, como Kit y su padre; gente corriente dotada de la capacidad de ver el Mundo de las Sombras, de atravesar los glamoures. Wren era uno de ellos: una bruja autodidacta que había pagado a un brujo para que le diera cursos de hechizos básicos y que intentaba pasar bastante desapercibida. Se suponía que los humanos no debían practicar la magia, pero su enseñanza era un floreciente mercado negro. Se podía ganar mucho dinero, si no te pillaban los… —Cazadores de sombras —dijo Wren. —¿Cómo sabes que estaba pensando en ellos? —Porque están justo allí. Dos. —Movió la barbilla hacia la derecha, con los ojos brillantes por el nerviosismo. Lo cierto era que todo el mercado se estaba tensando; la gente se apresuraba a ocultar disimuladamente las botellas de venenos y pociones y los amuletos con calaveras. Las peris habían dejado de bailar y estaban observando a los cazadores de sombras con sus hermosos rostros fríos y tensos. Eran dos, un chico y una chica, de unos diecisiete o dieciocho años. Él era pelirrojo, alto y de aspecto atlético. Kit no podía verle la cara a la chica; solo una masa de pelo rubio que le llegaba hasta la cintura. Llevaba una espada de oro cruzada a la espalda y caminaba con la clase de seguridad que no se podía fingir. Los dos iban en traje de combate, la dura ropa protectora de color negro que los identificaba como nefilim: mitad humanos, mitad ángeles, los señores indiscutibles de todas las criaturas sobrenaturales que habitaban el planeta. Tenían Institutos, como enormes cuarteles de policía, en todas las ciudades importantes del mundo, desde Río de Janeiro hasta Bagdad, Lahore o Los Ángeles. La mayoría de los cazadores de www.lectulandia.

com – Página 9 sombras habían nacido siéndolo, pero también podían transformar a los humanos si les apetecía. Desde que habían perdido a tantos en la Guerra Oscura, trataban desesperadamente de aumentar sus filas. Se decía que raptaban a cualquiera menor de dieciocho años que mostrara el más mínimo indicio de ser un cazador de sombras en potencia. Dicho de otro modo: a cualquiera que tuviera la Visión. —Van al puesto de tu padre —susurró Wren. No se equivocaba. Kit se tensó al verlos pasar ante las filas de tenderetes y dirigirse directamente hacia el cartel que decía «Johnny Rook». —Levántate. Wren ya estaba de pie y empujaba a Kit para que la imitara. Se inclinó para envolver su mercancía en la tela sobre la que habían estado sentados. Kit se fijó en un dibujo raro que Wren tenía en el dorso de la mano, un símbolo como de líneas de agua bajo una llama. Quizá se lo hubiera dibujado ella misma. —Tengo que irme. —¿Por los cazadores de sombras? —preguntó Kit sorprendido, mientras se apartaba un poco para dejarle cerrar su hatillo. —Shhh —susurró ella, y se alejó a toda prisa con el colorido cabello agitándose sobre su cabeza. —Qué raro —murmuró Kit, y se dirigió hacia el puesto de su padre. Se acercó por un lado, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Estaba seguro de que su padre lo reñiría si se presentaba ante los cazadores de sombras, sobre todo con los rumores que corrían de que estaban reclutando a la fuerza a cualquiera menor de dieciocho años que tuviera la Visión. Pero le podía más intentar enterarse de lo que decían. La chica rubia estaba inclinada hacia delante, con los codos sobre el mostrador de madera. —Me alegro de verte, Rook —dijo con una sonrisa encantadora. «Es guapa», pensó Kit. Le sacaba unos años, y el chico que la acompañaba era bastante más alto que él. La chica era cazadora de sombras, así que era inaccesible, pero guapa de todas formas. Llevaba los brazos al aire, y se le veía una pálida cicatriz que iba desde el codo hasta la muñeca.

Unos tatuajes de símbolos extraños subían y bajaban por sus brazos, dibujándole la piel. Uno le asomaba por el cuello de la camiseta. Eran runas, las marcas encantadas que daban su poder a los cazadores de sombras. Solo ellos podían llevarlas. Si se dibujaban sobre la piel de una persona corriente, o de un subterráneo, este se volvía loco. —¿Y quién es este? —preguntó Johnny Rook, dirigiendo al chico un movimiento de la cabeza—. ¿El famoso parabatai? Kit miró a la pareja con renovado interés. Todos los que sabían algo sobre los nefilim sabían qué eran los parabatai. Dos cazadores de sombras que juraban ser platónicamente fieles el uno al otro para toda la vida, luchar siempre codo con codo, www.lectulandia.com – Página 10 vivir y morir por el otro. Jace Herondale y Clary Fairchild, los cazadores de sombras más famosos del mundo, tenían un parabatai. Hasta Kit sabía eso. —No —contestó la chica arrastrando la palabra mientras cogía un tarro con un líquido verdoso de la pila que había junto a la caja. Se suponía que era una poción de amor, aunque Kit sabía que varios tarros solo contenían agua mezclada con tinte alimentario—. Este no es exactamente la clase de sitio que le gusta a Julian. —Pasó la mirada por el mercado. —Soy Cameron Ashdown. —El cazador de sombras le tendió la mano a Johnny, y este, divertido, se la estrechó. Kit aprovechó la oportunidad para colarse tras el mostrador—. Soy el novio de Emma. La chica rubia, Emma, hizo una mueca casi imperceptible. Quizá Cameron Ashdown fuera su novio ahora, pensó Kit, pero no apostaría a que fuera a seguir siéndolo mucho tiempo. —Hummm —murmuró Johnny mientras cogía el tarro de la mano a Emma—. Así que supongo que estás aquí para recoger lo que te dejaste.

Se sacó del bolsillo lo que parecía un retal de tela roja. Kit se lo quedó mirando. ¿Qué podía tener de especial un cuadrado de algodón? Emma se irguió. Parecía muy interesada. —¿Has averiguado algo? —Si lo metes en la lavadora de ropa blanca, sin duda tendrás calcetines rosa. Emma le cogió el retal con el cejo fruncido. —Hablo en serio. No sabes a la cantidad de gente que he tenido que sobornar para conseguir esto. Estaba en el Laberinto Espiral. Es un trozo de la camisa que llevaba mi madre cuando la mataron.

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  1. hola una disculpa, no tienes de casualidad los últimos tres libros de fantasmas del mercado de sombras?

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