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Ladron del tiempo – Terry Pratchett

De acuerdo con el Primer Pergamino de Wen el Eternamente Sorprendido, Wen salió de la cueva donde había recibido la iluminación y se adentró en la alborada del primer día del resto de su vida. Se quedó mirando un tiempo el sol naciente, porque nunca antes lo había visto. Dio un golpecito con su sandalia a la figura adormilada de Clodpool el aprendiz y dijo: —He visto. Ahora entiendo. Luego se detuvo y miró la cosa que había al lado de Clodpool. —¿Qué es esa cosa tan asombrosa? —preguntó. —Esto… ejem… es un árbol, maestro —respondió Clodpool, que no se había despertado del todo—. ¿Se acuerda? Ya estaba aquí ayer. —No hubo ningún ayer. —Esto… ejem… Creo que sí lo hubo, maestro —dijo Clodpool, poniéndose de pie con esfuerzo—. ¿Se acuerda? Subimos hasta aquí y yo le hice la comida, y le quité la corteza a su sklang porque no la quería. —Me acuerdo de ayer —admitió Wen en tono pensativo—. Pero es ahora cuando tengo el recuerdo en la cabeza. ¿Acaso ese ayer fue real? ¿O solamente es real el recuerdo? En verdad, yo no había nacido ayer. La cara de Clodpool se convirtió en una máscara de incomprensión agónica. —Querido y tonto Clodpool, lo he aprendido todo —dijo— En la palma de la mano no existe ni pasado ni futuro. Solamente existe el ahora. No hay otro tiempo que el presente. Tenemos mucho que hacer. Clodpool vaciló. Había algo nuevo en su maestro. Tenía un resplandor en la mirada y cuando se movía brillaban en el aire extrañas luces de color azul plateado, como reflejos sacados de espejos líquidos. —Ella me lo ha contado todo —continuó Wen—. Ahora sé que el tiempo se hizo para los hombres, y no al revés. He aprendido a darle forma y a plegarlo.


Sé cómo hacer que un momento dure para siempre, porque ya ha sido así. Y te puedo enseñar esas habilidades hasta a ti, Clodpool. He oído los latidos del corazón del universo. Conozco las respuestas a muchas preguntas. Pregúntame. El aprendiz le dirigió una mirada adormilada. Era demasiado temprano para ser tan temprano. Eso era lo único que tenía claro de momento. —Esto… ¿qué quiere el maestro para desayunar? —dijo. La mirada de Wen bajó desde donde estaban acampados y recorrió los campos nevados y las montañas de color púrpura en dirección a la dorada luz del día que estaba creando el mundo, y reflexionó sobre ciertos aspectos de la humanidad. —Vaya —dijo él—. Una de las difíciles. * * * Para que algo exista, tiene que ser observado. Para que algo exista, tiene que ocupar una posición en el tiempo y el espacio. Y esto explica por qué nueve décimas partes de la masa del universo están sin catalogar. Las nueve décimas partes del universo consisten en el conocimiento de la posición y dirección de todo lo que hay en la otra décima parte. Todo átomo tiene su biografía, toda estrella su expediente, todo intercambio químico su equivalente al inspector con su portapapeles. Están sin catalogar porque son las que están catalogando al resto, y es imposible estar encima de todo [1] . Nueve décimas partes del universo, de hecho, son el papeleo. Y quien busca la historia debe recordar que las historias no se despliegan. Se entretejen. Una serie de acontecimientos que empiezan en lugares distintos y en momentos distintos terminan desembocando todos sobre ese único y diminuto punto en el espaciotiempo que es el momento perfecto. Supongamos que alguien convence a un emperador para que se ponga una indumentaria nueva cuyo material es tan fino que, para el ojo común, no existe. Y supongamos que un niño señala este hecho con voz alta y clara. Entonces tenemos la historia del emperador que no llevaba ropa.

Pero si supiéramos un poco más, sería el cuento del niño a quien su padre dio una zurra bien merecida por faltarle el respeto a la realeza y castigó sin salir. O la historia de la multitud a quien la guardia reunió para decirles que esto no ha pasado, ¿vale? ¿Algo que decir? O bien podría ser la historia de cómo un reino entero vio de pronto los beneficios de la «ropa nueva» y se volvió entusiasta de los deportes saludables [2] practicados en una atmósfera animada y refrescante, que fueron ganando muchos adeptos cada año y acabaron provocando una recesión al colapsarse la industria textil convencional. Hasta podría ser la historia de la Gran Epidemia de Neumonía del 09. Todo depende de cuánto sepa uno. Supongamos que hemos pasado miles de años contemplando cómo la nieve se va acumulando lentamente, cómo se va comprimiendo y haciendo presión sobre la roca profunda de debajo hasta que el glaciar alumbra sus icebergs sobre el mar, y entonces podemos ver un iceberg que se adentra flotando por las aguas gélidas y conocer a su cargamento de felices osos polares y focas, todos llenos de ganas de iniciar una excitante nueva vida en el otro hemisferio, donde dicen que los témpanos de hielo están rellenos de crujientes pingüinos, y de pronto, ¡patapum! La tragedia se cierne en forma de miles de toneladas de hierro inexplicablemente flotante y de una emocionante banda sonora… … querríamos conocer la historia entera. Y esta empieza con escritorios. Se trata del escritorio de un profesional. Está claro que su propietario vive para trabajar. Hay… toques humanos, pero se trata de los toques humanos que permite la costumbre estricta en un mundo gélido de deber y rutina. La mayoría se encuentran en el único elemento de verdadero color presente en esta escena de negros y grises: un tazón para el café. Alguien, en algún lugar, ha querido que fuera un tazón alegre. Tiene un dibujo bastante poco realista de un oso de peluche junto a la inscripción «Al mejor abuelito del mundo», y el ligero cambio de estilo de las letras en la palabra «abuelito» deja claro que el tazón está comprado en uno de esos tenderetes que tienen cientos de tazones idénticos, declarando que son para el mejor abuelito / papá / mamá / abuelita / tío / tía / espacio en blanco del mundo. Da la impresión de que únicamente alguien que no tuviera gran cosa más en la vida guardaría como oro en paño semejante baratija. En el momento presente, el tazón está lleno de té, con una rodaja de limón. La superficie inhóspita del escritorio también contiene un abrecartas con forma de guadaña y varios relojes de arena. La Muerte levanta el tazón con su mano esquelética… … y dio un sorbo, tras el que solo se detuvo para mirar de nuevo la inscripción que había leído miles de veces antes de dejar el tazón sobre la mesa. MUY BIEN, dijo, en tono de campanas fúnebres. ENSÉÑAMELO. El último objeto que había sobre el escritorio era un artilugio mecánico. «Artilugio» era exactamente la palabra que lo definía. La mayor parte del mismo la formaban dos discos, Uno de ellos era horizontal y contenía retales cuadrados muy pequeños, colocados en círculo, de lo que resultará ser alfombra. El otro estaba colocado en vertical y tenía un gran número de brazos, cada uno de los cuales sostenía una tostadita muy pequeña untada de mantequilla. Cada tostada estaba colocada de forma que girara libremente mientras la rotación de la rueda la hacía descender sobre el disco de la alfombra. CREO QUE ESTOY EMPEZANDO A COGER LA IDEA, dijo la Muerte. La pequeña figura que había junto a la máquina hizo un saludo marcial enérgico y sonrió, si es que una calavera de rata podía sonreír.

A continuación se cubrió las cuencas oculares con unos anteojos protectores, se levantó los bajos de la túnica y trepó hacia el interior de la máquina. La Muerte nunca había tenido del todo claro por qué permitía que la Muerte de las Ratas tuviera una existencia independiente. Al fin y al cabo, ser la Muerte comportaba ser la Muerte de todo, incluyendo a los roedores de todas clases. Pero tal vez todo el mundo necesita una parte minúscula de sí mismo a la que pueda permitir, metafóricamente, correr desnudo bajo la lluvia [3] , que piense los pensamientos impensables, que se esconda en rincones y espíe a los demás, que cometa las acciones prohibidas pero agradables. Lentamente, la Muerte de las Ratas accionó los pedales. Las ruedas empezaron a girar. —Emocionante, ¿eh? —dijo una voz ronca junto al oído de la Muerte. Pertenecía a Dijo, el cuervo, que se había sumado a la población de la casa en calidad de transporte personal y amigote de la Muerte de las Ratas. Tal como siempre decía, él solamente se había apuntado por si pillaba algún ojo. Las alfombras empezaron a girar. Las tostaditas diminutas las golpearon al azar, a veces con un chapoteo de mantequilla y a veces sin él. Dijo miró con atención, por si en aquel asunto había globos oculares involucrados. La Muerte vio que se había invertido tiempo y esfuerzo en diseñar un mecanismo que volviera a untar de mantequilla cada tostada a su vuelta. Un mecanismo todavía más complejo contaba el número de alfombras embadurnadas. Después de un par de rotaciones completas, la aguja que indicaba la proporción de alfombras embadurnadas se movió hasta el sesenta por ciento, y en ese momento las ruedas se detuvieron. ¿Y BIEN?, dijo la Muerte. SI LO HICIERAS OTRA VEZ, PODRÍA SER MUY BIEN QUE… La Muerte de las Ratas tiró de una palanca de marchas y empezó a pedalear de nuevo. IIIc, ordenó. La Muerte se acercó obedientemente.

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