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La vida nueva – Dante Alighieri

Entre 1292 y 1293, Dante Alighieri (1265-1321) escribe un conjunto de poemas y prosas que desarrollan una serie de visiones y alegorías en torno al tema del amor y de la experiencia poética que titula Vita nuova. La figura central de esta obra, aparte del propio poeta, es Bice Portinari, la Beatriz real, que culminará en la Beatrice del Paradiso. Con un trasfondo de relato autobiográfico, Dante relata su transformación interior, a través de su poesía, capaz de estructurar todo su sentimiento. Como nexo con la Commedia, la Vita muestra ya toda la altura y coherencia que alcanzará en el futuro su grandioso sistema poético.


 

I. En aquella parte del libro de mi memoria, antes de la cual poco podría leerse, se encuentra un título que dice: Incipit vita nova [1] . Bajo ese título están escritas las palabras que tengo intención de transcribir en este librito; y si no todas, al menos su significado. II [I]. Nueve veces [2] ya, desde mi nacimiento, el cielo de la luz había vuelto a un mismo punto, en lo que concierne a su propio movimiento giratorio, cuando ante mi vista apareció por vez primera la gloriosa dueña de mi intelecto, que fue llamada Beatriz [3] por muchos que no sabían cómo se llamaba. Ella había estado en esta vida tanto tiempo como emplea el estrellado cielo en moverse hacia oriente una de las doce partes de un grado, y así, casi al principio de su noveno año apareció ante mí, y yo la vi casi al final de mi noveno. Apareció vestida de un muy noble color, humilde y honesto, purpúreo, ceñida y adornada a la manera que convenía a su jovencísima edad. Digo en verdad que, en aquel momento, el espíritu de la vida [4] , que habita en la secretísima cámara del corazón, comenzó a latir tan fuertemente, que se advertía de forma violenta en las menores pulsaciones; y temblando, dijo estas palabras: Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur michi [5] . En aquel punto, el espíritu animal, que habita en la elevada cámara a la cual todos los espíritus sensitivos envían sus percepciones, comenzó a maravillarse en demasía, y hablando especialmente a los espíritus de la vista, dijo estas palabras: Appamit iam beatitudo vestra [6] . Entonces, el espíritu natural, que habita en aquella parte donde se regula nuestra nutrición, rompió a llorar, y llorando, dijo estas palabras: Heu miser, quia frequenter impeditus ero deinceps [7] !. Confieso que desde entonces Amor fue el dueño de mi alma, que se desposó con él muy pronto, y comenzó a tomar sobre mí tanta seguridad y dominio, por el poder que mi imaginación le daba, que me veía obligado a cumplir todos sus deseos enteramente. Muchas veces me ordenaba que intentase ver a esta angelical joven; por lo que muchas veces en mi infancia la estuve buscando, y la veía de un porte tan noble y laudable, que ciertamente se podían decir de ella las palabras del poeta Homero: « No parecía hija de un mortal, sino de un dios [8]» . Y aunque su imagen, que me acompañaba continuamente, fuese la arrogante confianza de Amor para enseñorearse de mí, era sin embargo de tan noble virtud, que nunca consintió que Amor me gobernase sin el consejo fiel del entendimiento en aquellas cosas en las que tal consejo fuese útil de oír. Pero como el dominio de las pasiones y actos pueriles pudiera parecerle exagerado a alguien, lo dejaré a un lado, y silenciando muchas cosas que se podrían sacar del ejemplo en donde nacen éstas, vendré a aquellas palabras que están escritas en mi memoria bajo may ores títulos. III [II]. Luego que pasaron tantos días como para cumplirse justamente nueve años desde la citada aparición de esta gentilísima, en el último de esos días, sucedió que esta dama admirable se me apareció vestida de un color blanquísimo, en medio de dos gentiles damas de más avanzada edad; y al pasar por una calle, volvió sus ojos hacia donde yo estaba, lleno de temor, y por su inefable cortesía, recompensada hoy en el cielo, me saludó muy virtuosamente, de modo que me pareció ver entonces todos los extremos de la beatitud. La hora en que recibí su dulce saludo era exactamente la de nona de aquel día, y como aquélla fue la primera vez que sus palabras fueron dichas para mis oídos, sentí tanta dulzura, que como embriagado me aparté de la gente, y corrí al solitario retiro de mi estancia, y me puse a pensar en dama tan cortés. [III]. Y pensando en ella, me alcanzó un agradable sueño en el que tuve una visión maravillosa: me parecía ver en mi cámara una nubecilla color de fuego, en cuyo interior descubría la figura de un varón de aspecto terrible para quien la mirase; y me parecía tan congraciado consigo mismo, que resultaba algo admirable; y hablaba de muchas cosas, de las cuales yo entendía sólo unas pocas, y entre esas pocas, éstas: Ego dominas tuus [9] . En sus brazos me parecía ver una persona que dormía desnuda, apenas arropada ligeramente por un paño color sangre; después que la miré muy atentamente, supe que era la mujer de mi salud, la que el día anterior se había dignado saludarme. Y en una de sus manos, me parecía que este varón llevaba una cosa que ardía enteramente, y parecía decirme estas palabras: Vide cor tuum [10] .


Y después de que él estuviera algún tiempo, me parecía que despertaba a la que dormía; y tanto se esmeraba en su ingenio, que le hacía comer aquello que en la mano le ardía, y ella lo comía tímidamente. Después de esto, al punto su alegría se transformaba en amargo llanto; y llorando, estrechaba a la mujer entre sus brazos, y me parecía como si se fuera con ella hacia el cielo, por lo que yo me angustiaba de tal forma, que no podía mantener mi débil sueño, sino que se rompió y desperté. Al punto comencé a pensar, y me di cuenta de que la hora en la cual me había aparecido esta visión fue la cuarta de la noche, de modo que resulta manifiesto que esta hora fue la primera de las nueve últimas horas de la noche. Pensando en aquello que se me había aparecido, me propuse que lo supieran muchos de los que eran famosos trovadores por aquel tiempo, y como era el caso que y o ya conocía por mí mismo el arte de decir palabras rimadas, me propuse hacer un soneto en el que saludase a todos los vasallos de Amor; y pidiéndoles que juzgasen mi visión, les escribí aquello que había visto en mi sueño. E hice entonces el soneto que empieza A toda alma cautiva. A toda alma cautiva y noble corazón, ante cuya presencia llegan estas palabras, para que sobre esto su parecer me escriban, salud en nombre de Amor, su dueño. Casi terciadas estaban y a las horas del tiempo en que ilumina toda estrella, cuando de pronto me apareció Amor, cuy o aspecto me horroriza recordar. Amor me parecía alegre, y tenía en su mano mi corazón, y en sus brazos llevaba a mi dama, que dormía cubierta con un paño. Después la despertó, y el corazón ardiente ella con humildad comía temerosa: luego y o lo vi marchar llorando. Este soneto se divide en dos partes: en la primera saludo y pido respuesta, y en la segunda explico a qué se debe responder. La segunda parte comienza: Casi terciadas. Este soneto fue respondido por muchos y con diversas opiniones. Entre los que respondieron se encontraba aquel que llamo el primero de mis amigos [11] , que escribió un soneto que comienza: Vedeste, al mio parere onne valore [12] . Y éste fue casi el principio de nuestra amistad, cuando supo que yo le había enviado aquél. El verdadero significado del sueño no fue visto entonces por ninguno, que ahora está clarísimo aun para los más simples. IV. Desde esta visión en adelante mi espíritu natural comenzó a ser estorbado en sus acciones, ya que el alma estaba totalmente ocupada en pensar en esta dama tan gentil, por lo que en muy poco tiempo volvíme de tan frágil y débil condición, que a muchos amigos les desagradaba verme, y muchos, llenos de envidia, procuraban saber de mí todo aquello que y o quería ocultar a los otros. Y yo, advirtiendo el pérfido interrogatorio a que me sometían, por la voluntad de Amor, que me ordenaba según el consejo de la razón, les respondía que Amor era quien de tal manera me había gobernado. Hablaba de Amor, puesto que y o llevaba en el rostro tantas de sus señales, que no se podía esconder. Y cuando me preguntaban: « ¿Por quién te ha destruido así Amor?» , yo los miraba con una sonrisa, y nada les decía. V. Sucedió un día que esta dama tan noble se encontraba en un lugar donde se oían palabras referentes a la Reina de la Gloria [13] , y y o estaba en un sitio desde el que contemplaba mi dicha, y entre ella y y o, en línea recta, se sentaba una noble dama de muy agradable aspecto, que me miraba muchas veces, sorprendiéndose de mi mirar, que parecía terminar en ella. Por lo que muchos advirtieron su mirada; y tanto se fijaron en ello, que, al irme de este lugar, oía que decían detrás de mí: « Ved cómo esa dama destruye el alma de éste» ; y cuando la nombraron, entendí que se referían a la que había estado en medio de la línea recta que comenzaba en la gentilísima Beatriz y terminaba en mis ojos. Entonces me alivié mucho, tranquilizado porque mi secreto no había sido descubierto aquel día a causa de mi mirada. Inmediatamente pensé en hacer de esta noble dama celada de la verdad; y tanto hice ver en poco tiempo, que la may oría de las personas que hablaban de mí creían conocer mi secreto.

Con esta dama me encubrí algunos años y meses; y para que los otros lo creyesen más, hice para ella ciertas cosillas en rima, que no es mi intención transcribir aquí, sino en cuanto traten de la gentilísima Beatriz; por ello las dejaré todas a un lado, salvo alguna de ellas que escribiré porque va en alabanza suya. VI. Digo que en el tiempo en que esta dama era celada de tanto amor cuanto por mi parte sentía, tuve un gran deseo de recordar el nombre de aquella gentilísima y de acompañarlo de muchos otros nombres de mujeres, pero en especial del nombre de esta gentil dama. Y tomé los nombres de las sesenta damas más bellas de la ciudad donde el Altísimo había dispuesto que naciera mi dama, y compuse una epístola en forma de serventesio, que no reproduciré aquí y que no habría mencionado si no fuera para decir aquello que, cuando la componía, maravillosamente sucedió, esto es, que en ningún otro número consentía estar el nombre de mi dama, entre los nombres de estas mujeres, sino en el nueve. VII. La dama con la que yo había ocultado tanto tiempo mis deseos, tuvo que partir de la citada ciudad e ir a un país muy lejano; por lo que yo, consternado por haber perdido tan buena defensa, mucho me desconsolé, más aún de lo que hubiera creído antes. Y pensando que si yo no hablaba dolorosamente de su partida, las gentes advertirían antes mi simulación, me propuse lamentarme de ello en un soneto, el cual reproduzco aquí, pues mi dama fue la razón inmediata de ciertas palabras que hay en él, como le parecerá a quien bien lo comprenda. Y entonces escribí el soneto que comienza Vos, que por el camino. Vos, que por el camino de Amor pasáis, deteneos y mirad si hay dolor alguno tan grave como el mío; os ruego sólo que consintáis en oírme, y considerad luego si no soy de todo tormento albergue y clave. Amor, no por mi bondad escasa, sino por su nobleza, vida me consintió tan dulce y suave, que a menudo escuchaba tras de mí: « Dios, ¿por qué privilegio tiene éste su corazón así de alegre?» . Ahora he perdido todo el atrevimiento que nacía de mi amoroso tesoro; por lo que quedo pobre, de tal modo, que aun de hablar tengo miedo. Por eso, queriendo hacer como aquellos que por vergüenza ocultan su miseria, por fuera muestro alegría, y dentro de mi corazón me consumo y lloro. Este soneto tiene dos partes principales; en la primera invoco a los fieles de Amor con aquellas palabras del profeta Jeremías que dicen: O vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte si est dolor sicut dolor meus [14] , y les ruego que consientan en escucharme; en la segunda refiero adónde me había llevado Amor, con otra intención que las últimas partes del soneto no muestran, y digo que lo he perdido. La segunda parte comienza Amor, no por mi bondad. VIII. Después de que esta noble dama partiera, el Señor de los ángeles quiso llamar a su gloria a una dama joven y de muy gentil aspecto, la cual había sido bastante alabada en la antedicha ciudad. Vi cómo y acía su cuerpo inanimado en medio de muchas mujeres que lloraban muy piadosamente. Entonces, recordando que la había visto antes acompañando a mi gentilísima dama, no pude evitar algunas lágrimas; y mientras lloraba, me propuse escribir algunas palabras sobre su muerte, como recompensa por haberla visto alguna vez con mi dama. Y de esto referí algo en la última parte de lo que escribí, como manifiestamente aparece a quien lo entiende. Y escribí entonces estos dos sonetos, el primero de los cuales comienza Llorad, amantes; y el segundo, Muerte villana. Llorad, amantes, pues llora Amor, oy endo qué razón llorar le hace. Amor oye llamar a unas mujeres a la Piedad, mostrando amargo duelo en sus ojos, porque villana Muerte en noble pecho su cruel sabiduría ha ensay ado, destruy endo lo que en una noble dama hay de loable por encima del honor. Escuchad cuánto honor Amor le hizo, que lo vi realmente lamentarse sobre la bella imagen muerta, y mirar a menudo hacia el cielo, donde y a se encontraba el alma noble, que dama fue de tan gentil semblante. Este primer soneto se divide en tres partes: en la primera llamo y exhorto a llorar a los vasallos de Amor y digo que su señor llora, y digo « oyendo la razón que le hace llorar» , para que estén más preparados a escucharme; en la segunda hablo de la razón; en la tercera hablo de alguno de los honores que Amor le hizo a esta dama. La segunda parte comienza Amor oye; la tercera, Escuchad.

Muerte villana, enemiga de la piedad, madre antigua del dolor, penoso juicio incontestable, y a que has dado motivo a mi afligido corazón, por lo que voy desolado, de censurarte mi lengua no se cansa. Y si quiero hacerte mendiga de gracia, es preciso que yo hable de tu mal obrar culpable de toda injusticia, no porque a la gente se le esconda, sino para que le sea odioso en adelante a quien se alimente de amor. Del siglo ha partido la cortesía y lo que es virtud de apreciar en una dama: has destruido el amoroso encanto en la alegre juventud. No quiero desvelar qué dama sea, sino por sus bien conocidas virtudes. Quien no merezca salvación, no espere jamás conseguir su compañía. Este soneto se divide en cuatro partes: en la primera parte llamo a la Muerte por varios de sus nombres propios; en la segunda, hablándola, digo la razón que me mueve a insultarla; en la tercera la vitupero; en la cuarta me dirijo a una persona indeterminada, aunque para mi entendimiento sea determinada. La segunda comienza ya que has dado; la tercera, Y si quiero hacerte; la cuarta, Quien no merezca salvación. IX. Algunos días después de la muerte de esta dama sucedió algo por lo que tuve que partir de la citada ciudad y marchar hacia donde estaba la noble dama que había sido mi defensa, si bien no se encontraba tan lejano el término de mi viaje como el sitio donde ella estaba. Y pese a ir acompañado de muchos, como se veía, la marcha me desagradaba tanto, que los suspiros casi no podían desahogar toda la angustia que sentía mi corazón, puesto que yo me alejaba de mi felicidad. Y sin embargo, mi dulcísimo señor, que me dominaba por virtud de la gentilísima dama, apareció en mi imaginación como peregrino ligeramente vestido y con pobres ropas. Parecía que él estaba consternado y miraba al suelo, salvo a veces que me parecía que sus ojos se volvían hacia un hermoso río, corriente y muy claro, que discurría junto al camino donde me encontraba. Me pareció que Amor me llamaba, y me decía estas palabras: « Vengo de donde aquella dama que ha sido tu dilatada defensa y sé que no regresará en mucho tiempo; sin embargo, el corazón que y o te hacía tener en ella, lo tengo conmigo y lo llevo a la dama que será tu defensa, como ésta lo era» . Y la nombró por su nombre, de modo que la reconocí bien. « Pero no obstante, de estas palabras que te he dicho, si algunas dijeras, hazlo de forma que por ellas no se descubra el simulado amor que has mostrado por ésta y que te convendrá mostrar por otra» . Y dichas estas palabras, desapareció toda esta visión mía súbitamente por la grandísima parte que me pareció que Amor me daba de sí mismo; y, casi con mudado semblante, cabalgué aquel día muy pesaroso y acompañado de muchos suspiros. Al terminar el día, escribí sobre esto el soneto que comienza: Cabalgando, Cabalgando anteayer por un camino, triste porque el marchar no me placía, salióme Amor al paso, con hábito humilde de peregrino. Su semblante mezquino me parecía, como si hubiese perdido su poder; y venía suspirando pesaroso, y cabizbajo para no ver a la gente. Cuando me vio, llamóme por mi nombre, y dijo: « Vengo de un lugar lejano donde por mi voluntad tu corazón estaba; y lo llevo para servir a un nuevo placer» . Entonces tomé de él tan gran parte, que desapareció, y no supe cómo. Este soneto tiene tres partes: en la primera digo cómo encontré a Amor, y qué me parecía. En la segunda digo lo que él me dijo, si bien de manera incompleta por el temor que tenía a descubrir mi secreto. En la tercera hablo de cómo desapareció. La segunda comienza Cuando me vio; la tercera, Entonces tomé. X.

Después de mi regreso me puse a buscar a esta dama que mi señor me había nombrado en el camino de los suspiros; y para que mi hablar sea más breve, diré que al poco tiempo la convertí en mi defensa, de modo tal, que demasiada gente hablaba de ello fuera de los límites de la cortesía, por lo que muchas veces me juzgaba duramente. Y por esta razón, esto es, por esta injuriosa voz que parecía infamarme grandemente, aquella gentilísima, que destruy ó todos los vicios y fue reina de todas las virtudes, al pasar por cierto lugar, me negó su dulcísimo saludo, en el cual se cifraba toda mi felicidad. Y apartándome algo del propósito presente, quiero dar a entender lo que su saludo virtuosamente operaba en mí. XI. Digo que cuando ella aparecía en cualquier parte, por la esperanza del maravilloso saludo ningún enemigo me quedaba; por el contrario, venía a mí una llama de caridad, que me hacía perdonar a todo aquel que me hubiese ofendido; y si alguien entonces me hubiese preguntado cualquier cosa, mi respuesta habría sido solamente: « Amor» , con el rostro vestido de humildad. Y cuando ella estaba cerca y a de saludarme, un espíritu de amor, destruy endo todos los otros espíritus sensitivos, lanzaba fuera a los débiles espíritus de la vista y les decía: « Marchad a honrar a vuestra señora» , mientras él permanecía en su lugar. Y quien hubiese querido conocer a Amor, lo podría haber hecho mirando el temblor de mis ojos. Y cuando esta gentilísima salud saludaba, no porque Amor fuera tal obstáculo que pudiese ocultarme la desmedida felicidad, sino que casi por exceso de dulzura, Amor se hacía tal, que mi cuerpo, que entonces estaba completamente bajo su mandato, muchas veces se movía como algo grave e inanimado. Por todo ello, aparece manifiesto que en su saludo residía mi felicidad, la cual muchas veces sobrepasaba y vencía mis facultades. XII. Volviendo ahora a mi propósito, digo que luego que mi felicidad me fue negada, me sobrevino tanto dolor, que, apartado de la gente, a un solitario lugar fui a humedecer la tierra con amarguísimas lágrimas. Y luego que se sosegara algo este llanto, me aislé en mis aposentos, donde podía lamentarme sin ser oído; y allí, pidiendo misericordia a la dama de la cortesía, y diciendo « Amor, ayuda a tu vasallo» , me adormecí llorando como niño a quien hubiesen azotado. Sucedió entonces que casi a la mitad de mi sueño me pareció ver en mi habitación, sentado junto a mí, a un joven que vestía una blanquísima vestimenta, y que muy pensativo miraba hacia donde yo estaba acostado; y después de haberme mirado un tiempo, me parecía que me llamaba suspirando, y me decía estas palabras: Fili mi, tempus est ut pretermictantur simulacra nostra [15] . Entonces me parecía conocerlo, puesto que me llamaba como y a muchas otras veces me había llamado en mis sueños: y mirándolo, me pareció que lloraba piadosamente, y parecía como si aguardase de mí alguna palabra; por lo que yo, tranquilizándome, de esta manera comencé a hablarle: « Señor de la nobleza, ¿por qué lloras?» . Y él me decía estas palabras: Ego tanquam centrum circuli, cui simili modo se habent circumferentie partes; tu autem non sic [16] . Entonces, pensando en sus palabras, parecióme que me había hablado muy oscuramente; por lo que yo me esforzaba en hablar, y le decía: « Señor, ¿por qué me hablas con tanta oscuridad?» . Y él me decía en lengua vulgar [17] : « No preguntes sino lo que te sea útil» . Por ello, comencé entonces a conversar con él sobre el saludo que me había sido negado, y le pregunté el motivo, respondiéndome él de esta manera: « Nuestra Beatriz oyó de ciertas personas que hablaban de ti que la dama que y o te nombré en el camino de los suspiros recibía de ti alguna molestia; por lo que esta gentilísima, que es contraria a todas las molestias, no se dignó saludarte, temiendo parecer molesta. Mas, porque ciertamente y a es conocido por ella algo de tu secreto, debido a la larga costumbre, quiero que tú escribas algunas palabras en rima, en las que hables de la fuerza que yo tengo sobre ti por ella, y de cómo tú fuiste inmediatamente suy o desde tu infancia. Y de ello pon por testigo a aquel que lo sabe, y cómo tú le ruegas que se lo diga; y yo, que soy ése, de buen grado se lo diré; y así, oirá ella tu voluntad, y oyéndola, comprenderá las palabras de los engañados. Haz que estas palabras sean un medio, dado que no puedes hablarle directamente, pues no sería digno; y no las envíes sin mí a parte alguna donde pudieran ser escuchadas por ella, pero adórnalas de suave armonía, en la cual yo estaré todas las veces que sea preciso» . Dichas estas palabras, desapareció, y se quebró mi sueño. Recordándolo después, me di cuenta de que la visión se me había aparecido en la novena hora del día; y antes de salir de mi dormitorio, me propuse escribir una balada, a la que trasladase todo aquello que mi señor me había impuesto; y escribí la balada que comienza Balada, quiero. Balada, quiero que tú busques a Amor, y con él te presentes a mi dama, para que mi disculpa tú le cantes, y luego la defienda ante ella mi señor. Tú vas, balada, tan cortésmente que sin compañía deberías tener valor en todas partes; pero si quieres marchar con seguridad, encuentra a Amor primero, que tal vez no sea bueno andar sin él, pues aquella que debe escucharte, según creo, está enojada conmigo: si no fueses acompañada de él, fácilmente te haría deshonor.

Con dulce sonido, una vez estés con él, pronuncia estas palabras, luego que obtengas esa clemencia: « Mi dama, quien ante ti me envía quiere que, cuando deseéis, si tiene disculpa, la escuchéis de mí. Está conmigo Amor, que por vuestra belleza, le hace a voluntad cambiar de aspecto: por lo tanto, si le hizo mirar a otra, pensad vos que no le cambió el corazón» . Dile: « Mi dama, su corazón ha vivido en tan firme fe, que tiene todo su pensamiento puesto en serviros: al punto fue vuestro, y nunca se ha entibiado» . Si ella no te cree, di que le pregunte a Amor, pues él conoce la verdad; y al final, hazle un humilde ruego: si el perdonar le disgustara, que por medio de un mensaje me ordene morir, y vería obedecer a un buen siervo. Y antes de retirarte, dile a aquel que es de toda piedad la llave, y que le sabrá decir mi buen motivo: « En consideración de mi suave armonía, quédate aquí con ella, y habla de tu siervo lo que quieras; y si ella por tu ruego le perdona, haz que un bello semblante le anuncie paz» . Gentil balada mía, cuando quieras, puedes ir a donde honor alcanzarás. Esta balada se divide en tres partes: en la primera le digo a la balada dónde va a ir, y la aliento para que así vaya más segura, y digo en qué compañía debe ir si quiere marchar con seguridad y sin peligro alguno. En la segunda digo lo que debe hacer entender. En la tercera la autorizo a marchar cuando le plazca, poniendo su movimiento en brazos de la fortuna. La segunda parte comienza Con dulce sonido; y la tercera, Gentil balada. Podría interpelarme cualquiera y decir que no sabe a quién me dirijo con mi hablar en segunda persona, puesto que la balada no es otra cosa que mis palabras: y por ello digo que pretendo exponer y aclarar esta duda en este mismo librito y en parte aún más dudosa; entiéndalo entonces quien aquí duda, o quien aquí quisiese objetarme de este modo. XIII. Después de la visión que he descrito, habiendo dicho y a las palabras que Amor me ordenara decir, comenzaron a combatirme y tentarme muchos y diversos pensamientos, de forma que me era imposible defenderme ante ninguno de ellos; y entre estos pensamientos cuatro parecían estorbar más el reposo de la vida. Uno de ellos era éste: es bueno el señorío de Amor, y a que aparta al entendimiento de su vasallo de todas las cosas viles. Otro era éste: no es bueno el señorío de Amor, y a que cuanta más fe tiene en él su vasallo, más graves y dolorosas circunstancias ha de pasar. Otro era éste: el nombre de Amor es tan dulce de oír, que me parece imposible que su propia acción no sea dulce en la may oría de los casos, puesto que los nombres participan de las cosas nombradas, así como está escrito: Nomina sunt consequentia rerum [18] . El cuarto era éste: la dama por la cual Amor te oprime de esta manera, no es como las otras damas, cuy o corazón se conmueve fácilmente. Y cada uno de estos pensamientos me combatía tanto, que me hacía estar como aquel que no sabe por qué dirección ha de encaminarse, y que quiere andar y no sabe por dónde debe ir; y si y o quería buscar un camino común para ellos, en el que todos se concertasen, este camino era gran enemigo mío, a saber, llamar a la Piedad y ponerme en sus manos. Y permaneciendo en este estado, me vino el deseo de escribir palabras rimadas; y entonces escribí sobre esto el soneto que empieza Todos mis pensamientos.

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