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La vida juntos – Sophie Kiss

El cuerpo humano guarda cierta similitud con las máquinas, de hecho, muchas máquinas han sido creadas en realidad imitando el funcionamiento de nuestro cuerpo. Los automóviles, por ejemplo, son una gran prueba de ello. Los autos tienen un motor que sería algo así como el corazón, también computadora que vendría a ser la parte cerebral, y así como tenemos hígado, riñones y otros órganos que ayudan en el funcionamiento de nuestro cuerpo, los autos tienen alternador, bujías, y otros accesorios. El cuerpo humano, al igual que las máquinas, necesita acciones de mantenimiento preventivo. Así como llevamos el auto al mecánico no solo cuando algo se daña, sino que en ocasiones lo llevamos solo para un chequeo de rutina, pues así igual debemos hacer con nuestro cuerpo, algo que muy bien entiende Paul, de 46 años, un hombre fitness que lo tiene todo en la vida y sabe que mientras más saludable se encuentre, más podrá disfrutar de los placeres de la vida. El corazón bombea sangre, en cada latido hay chorros que se inyectan por nuestras venas hasta esparcirse por diferentes partes de nuestro cuerpo. Hoy, el corazón de Paul está bombeando muchísima sangre que va directo hasta su pene mientras se folla de manera bastante violenta a su mujer, porque así les gusta a ambos. —Sigue así, mi vida. ¡No te detengas, por favor! —Exclama Aileen, la esposa de Paul. Aileen tiene cuarenta años, es toda un MILF con senos tan perfectamente operados que parecen naturales, perfectos pero naturales. A ella le encanta que Paul la folle con fuerza, especialmente como esta mañana en la que ella está sobre él y sus tetas no paran de rebotar. Aileen tiene un cuerpo de diosa que a cualquier hombre le encantaría disfrutar. Su cabello rubio y liso, sus ojos grandes y expresivos, y los labios bien carnosos. Aileen tiene además un rostro angelical, y precisamente por eso, justo en el instante en el que Aileen más gemía, Paul la toma por el cabello y la hace ponerse de rodillas. —Toma, ¡mételo hasta el fondo de tu garganta! —Le ordena Paul a una muy sumisa Aileen que no hace más que ponerse de rodillas y obedecer. —Lo que tú digas, mi amor. —Fueron las palabras de ella antes de introducir todo el pene de Paul en su boca. Aileen comenzó lento, hasta que el propio Paul fue marcando el ritmo, aumentándolo de a ratos, hasta que literalmente terminó follándose la boca de Aileen. Ella por su parte solo recibía esos grandes enviones en los que los testículos de Paul chocaban con el mentón de Aileen. Aileen se atragantaba entre tanta saliva y el delicioso abuso que representaba la forma en la que Paul se folla sus labios, sus gruesos y provocativos labios, esos que él mismo tantas veces le ha dicho que son perfectos para el sexo oral. Él la toma por el cabello con una mano mientras con la otra aprisiona una de sus tetas, porque así le gusta tocarla, con fuerza, con rudeza, apretando su senos tan duro que al soltarlos sus manos quedan marcadas en ellos y eso a Aileen le parece demasiado excitante, tanto como para chorrear cascadas de placer que van desde su apretada vagina hasta el piso, dejando un ligero charco como muestra de lo placentera que está siendo esa mañana en la que una vez más, Paul se folla a su mujer como mejor le place. Luego de tenerla así, de rodillas y mamando por un buen rato, Paul toma a Aileen por uno de sus hombros y la hace colocarse de pie. —¿Me vas a follar? ¿Me lo vas a meter de nuevo? —Pregunta ella chorreando hilos de baba a causa de la espectacular mamada que le estaba dando a su muy fornido esposo. Paul no responde con palabras sino con hechos, la lanza sobre la cama, la pone en posición de perrito y la penetra sin piedad, haciendo que sus cuerpos choquen y hagan un ruido demasiado placentero para ambos. Sus carnes estaban hechas unas para las del otro, sabiendo disfrutarse mutuamente.


Paul, un hombre musculoso, que entra en gimnasio todos los días y se alimenta muy bien, tiene mucha fuerza y resistencia, algo a lo que Aileen sabe sacarle bastante provecho. Ella además sabe que q su marido le encanta ver su rostro mientras se la folla, y todo por le parece muy excitante ver las expresiones de mujer sumisa y dominada que ella coloca cuando él la hace suya. —Sí, dame así, bien duro. Fóllame como si no hubiera mañana. —Dice Aileen volteando hasta donde está Paul, detrás de ella dándole mucho pene y mucho placer, tanto que incluso por un momento decidió hacer una pausa breve de apenas un par de segundos, para evitar terminar antes de tiempo. —¿Qué sucede, mi amor? ¿No te gusta follar mi conchita apretadita? — Pregunta Aileen, esta vez con más picardía que sumisión en sus ojos, porque ella sabe la verdadera razón por la que Paul necesita tomar esa breve pausa, ese ligero descanso. Por su parte Paul, una vez más responde con hechos y no con palabras, y retoma la dulce y placentera faena de penetrarla sin piedad. Mientras lo hace, los músculos de sus pantorrillas y glúteos se tornan muy tensos, tanto que el sudor que corre por todas sus piernas hace que su silueta se vea aún más definida de lo que ya de por sí está. Paul está de pie, Aileen en la orilla de la cama, suplicando que le den tan duro como ella pueda soportar, porque ella es una niña buena que puede recibir mucho amor y placer al mismo tiempo, especialmente cuando se trata de Paul, el hombre de sus sueños, ese adinerado y apuesto galán que se la folla como nadie jamás lo había hecho, por lo que hoy tienen más de diez años de casados y una vida perfecta sin hijos ni demasiadas responsabilidades, porque así lo han querido, porque así les gusta a ambos. —Quiero que me bañes de ti, ¿puedes complacerme, mi amor? —Preguntó Aileen esta vez todavía más pícara, mientras Paul no paraba de jadear, sin poder hablar, debido a lo agitada de su respiración. Luego de varios gemidos de Aileen y de lo que más bien parecían bramidos por parte de Paul, él salió de ella para colocar su pene justo sobre su trasero y rociarlo con todo su esperma, que fue bastante, lo suficiente como para que no hubiera un centímetro en la nalga derecha de Aileen que no resultara cubierto por el néctar blanquecino fruto del amor de dos cuerpos perfectos. Luego de eyacular sobre las perfectas y redondas nalgas de Aileen, Paul se tropezó con sus propios pies y por poco cae al suelo, logrando aterrizar sobre la cama, justo a un lado de su esposa. —¿Qué pasó, querido? ¿Te he dejado muy agotado? —Pregunta Aileen inclinándose hasta el rostro de su marido para regalarle un beso en la mejilla. Me he sentido un poco mareado, la verdad. Voy a la cocina por un vaso de jugo. ¿Quieres algo? —Yo estoy bien, ya me diste lo que quería. Ambos sonríen, y con un guiño de ojo, Paul se recompone, se levanta de la cama y sale de la recámara matrimonial en la que miles de veces se ha a follado a Aileen. Al cruzar la puerta, da un par de pasos y baja por las escaleras hasta llegar a la cocina, pero al detenerse sobre el mesón, unos metros antes del refrigerador, Paul vuelve a sentirse mareado, lo que lo obliga a tomar asiento por unos segundos, pensando en que aquello es muy extraño y lo mejor es ir al médico pronto a ver que está sucediendo en su cuerpo. Luego de unos segundos se sintió mejor. Era lunes, día que a Paul le gustaba tomar libre para estar en casa y dedicarse a descansar, aunque lo usual es que en esos días siempre termina por realizar alguna diligencia que estuviera pendiente o que la rutina diaria de trabajo no le permitiera realizar durante la semana. En definitiva, Paul terminó tomándose el resto del día para recuperarse, hidratarse, tratar de sentirse mejor e ir al médico. Llegada la tarde, Paul tomó una ducha refrescante y se fue hasta su médico de costumbre. Salió del baño, bien peinado como casi siempre, oliendo a elegantes fragancias de perfumes que su esposa le obsequiaba frecuentemente. Se colocó su rolex de oro y una cadena del mismo metal precioso, la cual le colocaba hasta sus muy definidos pectorales con una placa que tenía su nombre y su fecha de nacimiento, obsequio de su difunta madre. Caminó hasta la cochera donde estaban su Mustang y el porshe de Aileen.

Eleonor era el nombre que Paul le había puesto a su apreciado bebé, ese hermoso Mustang Shelby color negro. Al encenderlo automáticamente comenzó a sonar una canción de la legendaria banda australiana AC/DC, específicamente el tema Thunsderstruck. Escuchando clásicos del rock Paul salió de casa y condujo por la autopista hasta llegar a la clínica Santa Rosa, donde trabaja Omar, su médico de confianza. Él ya había solicitado una cita para dentro de un par de semanas, pero luego de ese extraño mareo, llamó para adelantarla, y la secretaria de Omar le dijo que podía pasar por su consultorio cuando quisiera. Habiendo avanzado varios kilómetros, y estando a tan solo un par de cuadras de tomar el distribuidor que luego lo llevaría directo hasta la clínica, Paul debió estacionar un momento porque se volvió a sentir mareado, ahora con ganas de vomitar y con la visión nublada. —Esto ya me está preocupando. —Se dijo a sí mismo mientras trataba de sentirse un poco mejor. Cuando por fin ya no se sentía mareado, luego de haber bajado los vidrios y respirado aire natural por unos minutos, retomó la marcha y condujo lentamente hasta la clínica. Al llegar, estacionó por el área de emergencias, pues, aunque había llegado serenos y por sus propios medios, sentía que en cualquier momento podría desplomarse, y por tanto también tenía la sensación de que debía ser atendido lo más pronto posible. —Buenas tardes. Podría decirle al doctor Omar que ya Pau se encuentra aquí. Si puede, por favor dígale que me siento bastante mareado. —Enseguida, señor. Por favor tome asiento, que ya lo atendemos. — Respondió la muy diligente secretaria. Paul tomó asiento, se sintió mareado una vez más, y cuando sacaba el celular de su bolsillo, la secretaria ya se acercaba de nuevo hasta él. —Venga, señor Paul. El doctor Omar lo espera e su consultorio. Tome mi mano que yo lo ayudo. La escena era poco creíble pero cierta. Una mujer delgada, que no pesaría más de sesenta kilos ayudaba a Paul a caminar, un hombre de casi dos metros de estatura, muy músculos, cuya masa corporal bien desarrollada fácilmente podría sobrepasar los cien kilogramos de peso. —¿Qué te sucede, amigo? Pasa, recuéstate en la camilla. —Fueron las palabras con las que Omar recibió a su paciente y amigo, Paul. —La verdad no lo sé. Me estoy sintiendo así desde esta mañana.

—Carolina te dará una pastilla que te hará sentirte mucho mejor de inmediato, y mientras tanto, te tomará unas muestras de sangre para saber qué está sucediendo en ti. Debe ser algún virus, pero la verdad luces muy pálido. Paul se sentó en la orilla de la camilla mientras la secretaria llamó a la enfermera de turno para que ayudara con las órdenes de Omar, es decir, darle a Paul aquella pastilla milagrosa y extraerle un par de muestras de sangre. —Voy a necesitar que llene este recipiente con algo de su orina. —Dijo la enfermera un par de minutos después, cuando ya le había dado a Paul su medicina y tomado las muestras de sangre. Pasados cinco minutos, Paul se sintió un poco mejor y fue hasta el baño en el consultorio para cumplir con lo de la muestra de orina. La cara de Omar era de preocupación. —Voy a necesitar que pasemos a la sala de rayos X, hay algo que no logro entender, pero una vez que estemos allí y con los resultados en mano, podremos saber qué es exactamente lo que sucede. Lo análisis de sangre y de orina suelen tardar varias horas en estar listos, pero dado que se trataba de una estrecha amistad entre Paul y Omar, en apenas una hora ya ambos estaban en la sala de rayos X, y para las cuatro de la tarde ya le tenían un nefasto diagnóstico. —Eres mi amigo y no sé cómo decirte esto, así que seré lo más profesional posible: Tienes cáncer y te queda cuando mucho un año de vida normal antes de caer en cama. Hay tratamientos que podrán calmar las dolencias, evitar esos mareos y esos malestares que aparecieron hoy, pero si no abordamos desde ya tu enfermedad, todo pasará muy rápido y podrás morir tanto por el mismo cáncer, como por un accidente al conducir o incluso de alguna caída muy fuerte que sufras, porque… Las palabras de Omar era simplemente ruido para Omar. Estaba abrumado por lo que escuchó al principio, aquello de que solo le quedaba un año de vida normal para luego entregarse a una cama donde moriría lentamente. No podía creerlo, y desde que escuchó aquello dejó de prestar atención a Omar, porque solo una cosa podía preocuparle más que su propia vida: ¿Cómo se lo contaría a Aileen? ¿Quién la protegería ahora que él no esté?

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