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La Vida es Sueño – Pedro Calderón de la Barca

La vida es sueño está fuertemente vinculada al sentido dramático del hombre del siglo XVII que descubre no ser el centro del universo y se da cuenta de que todo es efímero y fugaz. El tiempo pasa rápido, las cosas mutan constantemente y nada dura. Al mismo tiempo siente profundo apego a las riquezas de la vida y los placeres materiales. El protagonista de la obra es Segismundo que, desde su nacimiento, está condenado a un destino terrible. Encerrado por su padre en una torre, allí habitó desde joven, conociendo únicamente a una persona, su carcelero. En este momento, el rey Basilio percibe que tal vez haya cometido un error con esa actitud y decide sacarlo de la prisión y decide probarlo para ver si sirve como posible heredero. Atemorizado porque, en caso de demostrar absoluta incapacidad de gobernar, sería retirado dolorosamente al lugar de donde vino después de haber vivido con las comodidades de la realeza. Para que su hijo no acabe desilusionado, Basilio prepara una estratagema: el carcelero deberá administrar a Segismundo una droga muy fuerte que lo hará dormir profundamente y después despertar como un príncipe en un lujoso cuarto del palacio real. Al despertar Segismundo y, después de haber experimentado una vida totalmente diferente, es despertado otra vez en la mazmorra donde pasará el resto de su vida. Ese retorno a la desgracia, se debe al hecho de haber vivido acciones condenables al experimentar el poder en la posición de príncipe heredero del trono. Presenciando el dolor e infelicidad del príncipe, el carcelero Clotaldo lo convence de que todo lo presenciado, las bellas ropas, los cortesanos, los regalos, no pasó de un mero sueño. Asegura que, incluso en el sueño, él debería haber honrado a su padre y haber practicado buenas acciones. Siguiendo la moral barroca, Calderón de la Barca muestra que, sueño o realidad, la vida es pasajera y efímera, por eso el ser humano deber ser bondadoso porque nada se pierde. El dramaturgo concluye su obra con un monólogo acertado que da origen al título: ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.


 

El Barroco es un concepto histórico que define una época compleja, nacida después del Renacimiento y que se prolonga hasta el siglo XVIII. Su período de máximo apogeo podemos ceñirlo a dos fechas claves: 1598, muerte de Felipe II, y 1681, fallecimiento de Calderón de la Barca. Los orígenes del Barroco hay que buscarlos en el Renacimiento español y más concretamente en el reinado de Carlos V (1517-1566). Éste, impulsado por razones hereditarias y por una exagerada ambición, intenta hacer de España la mayor potencia del mundo y del catolicismo, la primera de las religiones. Resucitando las viejas formas clásicas de gobierno se corona Emperador y pretende aunar en su mando la unidad religiosa y militar. En su empeño por extender la idea imperial, Carlos V esquilma los recursos económicos en guerras sin fin y tiene que recurrir a los banqueros alemanes para hacer frente a los cuantiosos gastos. La decadencia comienza a ser una realidad y, cuando en 1550 sube al trono su hijo Felipe II, son muchos los que consideran al Imperio español como un ídolo con los pies de barro. Sin embargo, Felipe II no desiste del empeño iniciado por su padre y en su desorbitado intento, agota las ya escasísimas posibilidades económicas a costa del sacrificio continuo del pueblo. Las frecuentes crisis económicas van sacudiendo el orden social, acrecientan la inseguridad de la vida y acaban finalmente con el equilibrio renacentista. Los problemas planteados durante el reinado de Felipe II no hacen sino acrecentarse en los reinados posteriores.


Con Felipe III y Felipe IV, el absolutismo monárquico se confirma y surgen las figuras de los validos, quienes ejercen el poder de modo total. El abuso de los funcionarios, la compra de cargos y mercedes, el aumento de los impuestos, los continuos problemas económicos, los estragos causados por la peste y el hambre y otras muchas situaciones injustas no son sino gotas que hacen colmar el vaso del descontento popular. Las revueltas se extienden, el campo se despuebla y un profundo pesimismo comienza a teñir la sociedad española. Situación social Ante el desarrollo de los talleres artesanales o de tipo fabril, gran parte de la población rural se traslada a las ciudades. Son gente que formarán un colectivo social heterogéneo y anónimo del que es lógico que se generen grandes conflictos. El individuo, que tiene que luchar denodadamente en la ciudad por hallar acomodo, adopta actitudes de egoísta autodefensa y el individualismo se hace fórmula constante de comportamiento. Se potencia así la soledad —física y existencial— y se asumen actitudes de agresividad hacia el otro. Nunca como ahora fue tan cierto el aforismo de Hobbes: « El hombre es un lobo para el hombre» . El poder económico recae en las clases nobles, quienes, antes que enfrentarse con la monarquía, lo que hacen es acumular nuevas riquezas con la compra e inteligente explotación de propiedades rurales. Esta sociedad, en que el lujo desorbitado y la ostentación son ley, propicia la relajación de costumbres. En contra de ella lucha enconadamente la Iglesia, que trata de devolver al hombre su sentido moral y cristiano; una Iglesia que, por otra parte, está llevando a cabo una profunda reestructuración conocida históricamente como Contrarreforma y en la que merece la pena detenerse. La degeneración del Pontificado y de gran parte del clero, la relajación de las costumbres monásticas, el nepotismo y la simonía, la pérdida de la fe por una deficiente preparación y tantos otros defectos que había señalado ya Erasmo, pedían una rápida solución. De otro lado, la escisión que supuso la Reforma de Lutero obligaba a la Iglesia a una seria reconsideración y ésta se llevó a cabo en el Concilio de Trento (1542), en el que los teólogos españoles tuvieron un papel preponderante. Consecuencias de este Concilio son: la búsqueda de una mayor pureza religiosa, a través de la regeneración de las costumbres monásticas, la mejor organización eclesiástica, la recuperación de la autoridad episcopal, la exhortación a la penitencia pública, la concesión de indulgencias, la censura de libros, etc. Del mismo modo se reafirmaba el magisterio de la Iglesia frente a la libre interpretación de la Biblia, que pretendía Lutero. En resumen, la Iglesia asume una doble vertiente: la reformadora y la dogmática. En esa labor de recuperación de la fe cristiana en la sociedad barroca, la Iglesia utiliza a los artistas, instándoles a que inciten al amor a Dios a través de su obra. Ello explica el auge de la imaginería, de las pinturas de santos y místicos y, en literatura, de los autos sacramentales, piezas dramáticas escritas en loor de la Eucaristía y cuyo principal creador fue Pedro Calderón de la Barca. Literatura Situación general Gran parte de la literatura barroca es prolongación de la renacentista. Géneros, temas y fuentes de inspiración son aprovechadas por los autores barrocos que, sin embargo, incorporan elementos distintivos. En la novela, la visión de la realidad se hace más cruda. El idealismo aún presente en el Quijote —obra prototípica de transición— se rompe a favor de una sátira cruel y despiadada. El Buscón de Quevedo o El diablo Cojuelo de Vélez de Guevara son buena prueba de lo apuntado. Aparecen multitud de obras burlescas; se hace sátira irreverente de las más conmovedoras historias dé la tradición clásica (temas de Hero y Leandro, de Píramo y Tisbe, etc.) y la eclosión mística del siglo anterior (Santa Teresa, San Juan de la Cruz…) no tiene dignos continuadores, sino, todo lo más, tratadistas doctrinales y morales de la religión.

La poesía abandona el equilibrio general entre la forma y lo que a través de ella se expresa, para centrarse fundamentalmente en el primer aspecto. Se busca el detalle, el efecto formal aislado, como vemos en los poemas mayores de Góngora. Esta supeditación del contenido a la forma llega al género épico. En este género aparece también la burla como eje central (claro ejemplo es la Gatomaquia, de Lope de Vega), burla que igualmente se hará presente en la poesía lírica. La abundancia de poemas caricaturescos es tal que a veces forma una de las partes más importantes en la obra general de los literatos de la época; buena muestra de ello pueden ser Góngora o Quevedo. El auge del teatro A diferencia del Renacimiento, que no dio especial relevancia al teatro, el Barroco es el período de máximo desarrollo de este género. La propia época tiene en sí misma un carácter teatral y el viejo tópico del theatrum mundi se revitalizó en un ambiente en que el hombre vive en un laberinto hecho de apariencias, engaños y disfraces. Este género se convierte en el mejor vehículo educativo y toda la sociedad se ve reflejada en él. El público se identifica con los personajes, sueña con sus fantasías, aprende el valor de la justicia, del honor social, de la autoridad monárquica, del dogma católico… Del teatro extrae el hombre barroco orientaciones para su vida y, a través de él, aprende que el triunfo sólo se alcanza por medio del ingenio, la malicia, la prudencia y el disimulo. En el Barroco aparecen, para las representaciones escénicas, los « corrales» de comedias, donde se daba vida a las obras de marcado carácter popular. En ellos —Corral del Príncipe, Corral de la Pacheca, Corral de la Cruz…— se abigarraba un público heterogéneo, ávido de espectáculo. Las representaciones tenían lugar a plena luz del día, y de ahí que, muchas veces, los corrales se cubrieran con un toldo voladizo que protegía a los espectadores del sol y de las inclemencias del tiempo. Los hombres solían ocupar el patio central, en tanto que las mujeres se aposentaban en un recinto elevado y situado al fondo del local, denominado « cazuela» . Otro tipo de teatro distinto era el eclesiástico, realizado las más de las veces en los conventos de las órdenes más notables, como los jesuítas. Era un teatro culto, de temática religiosa y generalmente escrito en latín. Finalmente merecería citarse el teatro que se realizaba en la Corte. Se habilitaban para su práctica grandes salones de palacio y era frecuente que, en su ejercicio, participara la aristocracia cuando no el propio rey, como es el caso de Felipe IV, gran aficionado al teatro. Para conseguir espectáculos sorprendentes se recurría a todo tipo de obras de ingeniería y maquinaria (tramoyas) que asombraban al espectador con sus efectos inesperados. De este tipo de teatro surgieron las primeras óperas y zarzuelas españolas. Los temas del Barroco Los temas más frecuentes son aquellos que manifiestan la concepción barroca de la existencia. Podrían resumirse en: • El tiempo, raíz última de todos los problemas, pues su paso acaba con todo. • La muerte, considerada como experiencia individual y unida con el miedo al más allá. • El sueño, que representa tanto la vida como la muerte. • El amor, único elemento humano capaz de pervivir más allá de la muerte y que impulsa al hombre hacia lo positivo. • La soledad, sentimiento constante que se desprende de los temas anteriores y recibe diferentes interpretaciones.

Al lado de estos temas y en perfecta armonía, conviven los opuestos, derivados del Renacimiento. La Naturaleza y cada parte que la integra se vuelve tema frecuente de composición. Los valores plásticos, en especial la luz y el color, se hacen presentes en la literatura, a través de descripciones y adjetivaciones exuberantes. El escritor pretende transformar su pluma en pincel. (No olvidemos que es ésta una época de máximo florecimiento de la pintura en España y que el contacto entre escritores y pintores, a través de las Academias, era frecuentísimo). Dada la complejidad y variedad de la época, se dan en ella todas las posibilidades expresivas, desde la sencillez popular a la más difícil artificiosidad, basada ésta en la asociación de ideas (conceptismo) o en el valor de la palabra (culteranismo). Las complicaciones formales, la dificultad de las metáforas, los juegos de palabras, las alusiones, las elipsis, los símbolos, caracterizan las obras literarias barrocas y responden todas ellas a un mismo objetivo: llamar la atención de una sociedad deseosa de conmoción y sorpresa. Autor Biografía Pedro Calderón de la Barca nació el 17 de enero de 1600 en Madrid, en el seno de una familia hidalga, oriunda de Santander. A los ocho años ingresó en el Colegio Imperial de los jesuítas, donde era conocido por el nombre de Perantón (por llamarse Pedro y haber nacido el día de San Antón). Su carácter reflexivo, tímido, melancólico y retraído se agudizó más aún con la muerte de su madre, acaecida en 1610. Las relaciones de Calderón con su padre y su futura madrastra nunca fueron favorables, y reflejo de las mismas es la imagen negativa de la paternidad, que preside la casi totalidad de sus obras dramáticas. En 1614 ingresó en la Universidad de Alcalá y, más tarde, en 1617, pasó a la Universidad de Salamanca, donde estudió Derecho, Historia, Filosofía y Teología. En 1621 abandonó la carrera y regresó a Madrid. Aquí, tras unos años de penuria económica en que llega a ser acusado de homicidio, pasó al servicio del duque de Frías. En su compañía viaja probablemente Calderón por Italia y Flandes, conociendo de cerca el ambiente cortesano y a los personajes más influy entes del momento. En estos años escribe sus primeras comedias, alcanzando tanta fama que, en 1637, es nombrado poeta oficial de la Corte y protegido de Felipe IV. Se le concedió el título de Caballero de Santiago y comenzó su actividad militar al lado del duque del Infantado. Participó en la guerra de Francia (1638) y en la de Cataluña (1640), donde destacó por su valentía, aunque pronto regresó a la Corte. En 1651 decide ordenarse sacerdote, quizá impulsado por las desgracias que ve a su alrededor (decadencia española, guerras, muerte de su hermano, fallecimiento de su hijo natural, Pedro José, locura de un sobrino). En 1653 lo nombran capellán de los Rey es Nuevos de Toledo, donde Calderón fija su residencia. Desde allí mantuvo relaciones con los intelectuales más prestigiosos de España y comenzó un período de lectura de obras fundamentales, que luego incorporó a su teatro: Sagradas Escrituras, Teología e Historia, etc. Nuevamente vuelve a Madrid, en 1663, al ser nombrado capellán de honor del rey. De aquí hasta su muerte, el 25 de mayo de 1681, se abre un período carente de hechos biográficos significativos. Pedro Calderón de la Bar ca, autor teatral Calderón cultivó todos los géneros y en sus autos y comedias se expresan la filosofía, la historia, la mitología y el costumbrismo de su época. Entre los autos sacramentales pueden destacarse: El gran teatro del mundo, La cena del rey Baltasar, La divina Filotea y El divino Orfeo.

Sus comedias más representativas son El alcalde de Zalamea, La vida es sueño, La hija del aire, El príncipe constante y La devoción de la Cruz. Aunque su obra, a diferencia de la de Lope, carece de datos autobiográficos explícitos, sí revela un concepto de la vida muy personal y diferente al actual. Su criterio político es monárquico absolutista; su estilo de vida, cortesano y aristocrático; su religiosidad, contrarreformista, y su nacionalismo, militar e imperialista. Es portavoz de su época en las ideas sobre el honor y el respeto al rey, que antepone a la propia vida; pero, en la interpretación de la Naturaleza y de la Historia, se muestra heredero de una etapa anterior. Todavía concibe la Naturaleza como sublime y maravillosa (cuando Galileo, Copérnico, Descartes y Keppler ya habían explicado científicamente sus teorías sobre ella); y cree que toda la Historia sigue los designios de Dios. Para Calderón la vida es un teatro, y el hombre un personaje de la representación, sin otra misión que la de desempeñar su papel en un breve tiempo. Igualmente, el mundo equivale a una feria o mercado, donde la vanidad y la gloria mundana son lo único que puede comprarse (« humo, polvo, sombra y viento» ). Con estas ideas pesimistas y desengañadas se aproxima Calderón al existencialismo moderno, aunque opone al nihilismo actual —la concepción de la vida como algo que acaba en la muerte— la fuerza de la fe. Por ello, continuamente recuerda la necesidad de acudir a lo eterno, aunque no olvida la alegría de vivir. Entre estas dos disyuntivas discurre su teatro. Hasta 1635, su producción continúa la técnica de Lope, pero, a partir de esa fecha, los personajes se hacen cada vez más estilizados y van perdiendo su entidad humana para convertirse en símbolos de valor universal. La realidad es más abstracta y en ella los personajes sostienen una lucha íntima, agonista, entre su razón y su sentimiento. Se acentúa el carácter simbolista, fantástico y poético y aumentan los elementos plásticos y espectaculares para compensar la dificultad de su pensamiento. Influy ó en autores españoles y extranjeros (Rojas, Coello, Moreto, Corneille, Lesage, Moliere, Dry den, L. Tieck, etcétera) y su popularidad se prolongó hasta bien avanzado el siglo XVILI, en que el neoclasicismo, opuesto a la estética barroca, lo censuró con dureza. Sin embargo, a fines del XVIII, el Romanticismo alemán restauró su gloria y exaltó su obra por su contenido católico y nacional. Fueron los hermanos Schlegel (y posteriormente Goethe, entusiasta admirador suyo) quienes tradujeron y difundieron sus obras. Los escritores del Modernismo y del Novecientos, sobre todo Unamuno, reconocieron la importancia de su obra y de su pensamiento. Criterio de esta edición Para la fijación del texto de La vida es sueño seguimos el de la edición príncipe de 1636, incluida en la Primera parte de comedias de don Pedro Calderón de la Barca, según la reproducción que del mismo hizo Enrique Rull en su edición de 1980. No obstante, corregimos algunas erratas allí observadas y modificamos la puntuación, que hacemos más explícita para la recitación. Igualmente modernizamos la ortografía léxica, excepto en aquellos casos en que posee un valor fonológico preciso o responde a razones métricas. Conservamos la división en escenas de la edición del profesor Rull, por parecemos una ayuda para el lector que se inicia en el conocimiento de nuestro teatro clásico. Tal división le brinda la ordenación del argumento y le ofrece un remanso frecuente con el que recapitular lo leído.

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