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La vida con un perro es mas feliz – Emilio Ortiz

Me llamo Emilio Ortiz y soy escritor. Nací en Barakaldo en 1974. De 1993 a 2016 trabajé para la ONCE como vendedor de sus productos de juegos de azar. Soy licenciado en Historia y siempre me ha gustado escribir, sin embargo, el pudor y la vergüenza me impedían que lo hiciera. Fueron dos premios literarios de relatos lo que me animó a publicar mi primera novela en 2016 basada en la vida de Cross, un perro guía. Conocer a Spock, que es como se llama el mío, me cambió la vida para siempre. Gracias a su ternura, su picardía, su generosidad, su gran sentido del humor, el cariño que es capaz de dar y su entrega pudo ver la luz A través de mis pequeños ojos y dedicarme desde entonces a lo que más me gustaba: escribir. No es ni mucho menos el plano profesional el único que Spock ha modificado en mí. Yo antes respetaba a los animales, pero no eran mi predilección. Me resultaban en cierto modo indiferentes. Pero desde que entró en mi vida —o yo en la de él— colaboro con distintas asociaciones, lucho contra el abandono, el maltrato animal, contra su consumo y explotación y por supuesto, soy antitaurino y condeno cualquier mal llamado festejo o espectáculo en el que se utilicen animales. Por todo esto, en ocasiones he recibido mensajes anónimos en los que se me decía que la utilización de un perro guía es una sobrexplotación del animal porque va en contra de su desarrollo natural. Si tomamos esto como cierto, podemos incluir también a todos —y digo todos— los perros domésticos. No es «natural» tener uno entre cuatro paredes, atarlo con una correa, no dejarle comer lo que quiera —sea basura o veneno—. Como digo, Spock me cambió la vida. SERES EXTRAORDINARIOS Sí, ese animal que tal vez ahora mismo esté tumbado en el suelo cerca de ti es, sin duda, un ser extraordinario. Un husky siberiano, un golden retriever, un pastor belga, un san bernardo, un caniche, un labrador, un braco de Weimar, un mestizo o un ratonero; da lo mismo, a todos los perros les envuelve un halo de misteriosa candidez. Mientras lees estas líneas es posible que te observe jadeante. Detén un momento la lectura y analiza esa mirada —o recuérdala, si no le tienes delante —. Seguro que eres incapaz de describir con una sola palabra lo que significa esa forma de mirar de tu amigo peludo. Pero no es solo eso. Ni con mil palabras serías capaz probablemente de describirla; ni con un libro entero, ni tan siquiera con una enciclopedia dedicada ex profeso a la mirada de los perros. Que no puedas explicar las emociones que te despiertan sus ojos cuando se clavan en los tuyos no quiere decir que no estés capacitado para hacerlo, tan solo que es un sentimiento inexplicable. Si dices que cuando te mira atisbas ternura, inteligencia, devoción, admiración o amor no yerras en absoluto, pero por más palabras que añadas, siempre, siempre, sentirás que te quedas corto, pues supera lo racional, y te lo dice alguien que no puede ver la mirada del suyo, pero que la siente en lo más profundo de su ser. A veces creerás que tu perro quisiera contarte cosas y que no puede hacerlo dado que no utilizáis el mismo lenguaje.


En buena parte esto es cierto. Date cuenta sin ir más lejos cuando necesita agua y tú no te has percatado de ello. Lloriquea, se mueve a un lado y a otro, y se desespera hasta que comprendes lo que quiere decirte, y enseguida menea alegre la cola mientras llenas su tazón de agua limpia. Sin embargo, esta ausencia de un lenguaje intrínsecamente común, solo se echa en falta cuando las necesidades demandadas son materiales. Porque ni a ti ni a él os hace falta pertenecer a la misma especie animal, tener la misma morfología o un lenguaje único para expresaros vuestros mutuos sentimientos. Como decía al principio de esta introducción el perro es un ser extraordinario. Ya lo era en sus orígenes cuando hace más de cien mil años sus antecesores apenas tenían relación con los nuestros. Sin duda alguna, el hombre ha contribuido y mucho a la evolución cognitiva e incluso sentimental del perro, pero tenemos que ser conscientes de que ha ocurrido lo mismo al contrario. Es probable que la primera mirada que se cruzaron aquel hombre primitivo y el cánido salvaje tuviera bastante de desconfianza mutua, pero casi seguro que en instantes, ambos fueron conscientes del futuro que les quedaba a las dos especies por descubrir. Si tienes cerca a tu perro, acaríciale y mírale fijamente a los ojos, nota en el tacto de tus dedos como fluyen las decenas de miles de años que nuestras especies llevan con mayor o menor fortuna hermanadas y siente en su mirada cómo se encierra en ella el universo entero. Él sentirá exactamente lo mismo que tú. 1 LA AMISTAD SEGÚN TANA El mejor amigo del hombre. Decís esto y, vosotros, los humanos, os quedáis tan anchos. ¿Acaso sabéis de verdad qué significa eso de la amistad? Amigos, amiguetes y amigotes, esas son vuestras distinciones. Nosotros, los peludos, vivimos en manada —manada espontánea y coyuntural en estos tiempos que corren—. Si estamos en un parque o en el campo y conocemos a uno o a varios de nuestros semejantes, lo único que hacemos es comprobar que este o estos no sean violentos; nada más. Yen caso de que sea buena gente —perdón, buenos perrunos— nos hacemos amigos de inmediato, sin preguntas, juicios ni desconfianzas. A correr, a jugar, a olisquearnos y, si es necesario, a echarnos unos chorretes los unos a los otros. Pero vosotros, ¿qué hacéis? No, este no, que no va vestido como a mí me gusta; la otra tampoco que parece una estirada; aquel menos que es de otra raza, otra cultura u otra lengua, y, total, para no entendernos, paso. Me quedo en casa machacando mis huesos en el sofá. ¿Cuántos amigos de verdad, de verdad, tenéis? ¿Uno o dos? A veces, ni siquiera. Cuando habláis de nosotros utilizáis el término «amigos», así, sin más, sin preguntar nuestra opinión, sin despeinaros. No conozco a nadie que diga que su perro es un amigote o un amiguete, por algo será. Soy Tana, una hembra bóxer de dos años y tengo muchos amigos, más que amigas. No me llevo mal casi con ninguna perra, pero no creáis que todas terminan de aceptarme.

No sé qué se creen, si, además, estoy operada y a mí eso del sexo no me va demasiado, y mucho menos en grupo. Pero, bueno, de todo hay incluso en el mundo perruno. Mis amistades suelen durar entre cinco segundos —lo justo para olisquearse un poco; en ocasiones no nos da tiempo ni a llegar al trasero— y meses, o años o toda una vida. Este tipo de amistades —en realidad, todas las amistades— y su duración nunca dependen de mí. Por desgracia dependen de mi dueño y de lo que a él le apetezca hacer. En resumidas cuentas: la amistad entre perro y humano consiste en que nosotros les debemos lealtad, obediencia y sumisión, y nuestros amos a cambio de esto hacen lo que les da la gana. Claro, el mejor amigo del hombre, nos ha fastidiao, así cualquiera. Que sí, que vale, que lo reconozco, que Julio me quiere un montón. Que si ay, mi feota; ay, mi morrete; ay, mi princesa bonita —en qué quedamos, ¿feota o bonita? Aclárate, majo—. Él debe de tener unos veinticinco años de humano, vivimos solos en un pequeño apartamento de una ciudad muy ruidosa que huele a humo de coche y poco más. Salvo los fines de semana que me saca a correr al campo —tras montar en el maldito coche donde tengo que ir atada y donde siempre vomito—, el resto de los días me saca por la mañana a hacer mis cosas a una ridícula porcioncilla de tierra que hay debajo de casa. Luego, cuando regresa por la noche, un pis de nuevo y lo que surja. Pero antes de bajar menuda bienvenida le doy al señorito. Voy y le recibo con todo tipo de parabienes. Que si le traigo un juguete, un cojín, una zapatilla, el mando de la tele o la revista que tengo ya baboseada. Y él a veces no es capaz ni tan siquiera de ponerme buena cara. Antes de cenar —él, por su puesto. Yo hago una comida al día por la mañana y sanseacabó— le gusta ver la tele un rato, y tomar una cerveza y una bolsa de patatas fritas. Yo suelo estar tumbada a su lado en el sofá mientras él está sentado. Voy arrimando el hocico poco a poco a la bolsa —«No, no feota, esto no, que no es bueno para ti»—. Qué curioso, como si para él fuese eso un plato de inofensivas y nutritivas acelgas, no te digo. Aunque he de reconocer que en ocasiones me da alguna y en otras se las robo cuando se queda medio frito o se levanta a por otra cerveza, que una cosa es ser la mejor amiga del hombre y otra es ser idiota. AGRESIVOS, POCOS; TRAIDORES, NINGUNO; Y AMIGOS, TODOS Probablemente Tana tenga razón en lo de las relaciones amistosas entre humanos, y entre perros y humanos. Nos creemos tan perfectos o tan susceptibles de llegar a serlo que vivimos la amistad como si de un aprendizaje se tratara. En pocas palabras: pretendemos aprender el arte de las relaciones sociales al margen de la familia de modo planificado.

Los grupos de amigos vendrían a ser nuestra «manada espontánea y coyuntural», que diría Tana. Nadie de nuestra especie puede ser un amigo incondicional entregado al cien por cien todo el tiempo con otro semejante. ¿El problema? Que somos seres racionales. Ni siquiera en esto podemos echarle la culpa al sistema social, político o económico. En el Imperio romano, en la antigua Grecia, en el nazismo, fascismo, capitalismo… y en todos los posibles «ismos» ha habido traiciones históricas entre amigos pertenecientes a la especie humana, acabadas muchas de ellas de forma trágica —muerte por envenenamiento, estrangulamiento, etc.—. La codicia, la envidia, los celos, el odio o el ansia de poder suelen estar detrás de estas traiciones, las cuales no tienen por qué terminar siempre con la peor de las consecuencias: la muerte. En todos los ámbitos sociales encontramos amigos que se traicionan entre sí —por cierto, que no siempre el sujeto traicionado se entera de ello—. Tendríamos que buscar mucho, y probablemente no lo encontraríamos nunca, un caso en el que un perro traicionase a un humano o a otro perro. Por supuesto que no. Ya sé que existen infinidad de agresiones entre perros y algunas de perros a humanos, pero una cosa es una agresión y otra muy diferente una traición. Ser agresivo no es lo mismo que ser perverso y retorcido. Nosotros no somos nunca ni una cosa ni otra; por desgracia, el reino animal concede esto último en exclusiva a vosotros, las personas. Las agresiones entre perros suelen estar justificadas por el deseo de dominación. La intención es dejar claro quién está «por encima» en su sistema jerárquico dentro de una manada o entre dos perros, y en su mayoría las agresiones y, por lo tanto, las lesiones, suelen ser muy superficiales — empujones, zarpazos o mordiscos leves…—. Estos actos no tienen como fin la eliminación del contrario ni la amputación de alguna de sus partes. Suelen ser advertencias, un «ándate con cuidado». También pueden estar motivadas por la defensa del alimento, del territorio o la lucha por una hembra. Es verdad que existen agresiones con consecuencias fatales para uno o ambos contrincantes, pero suelen ser las menos y estas van precedidas casi siempre de avisos que pueden ir de un simple gruñido, ladrido o pequeños ataques como los mencionados anteriormente. Cuando un perro mata a otro es porque ya es imposible cualquier acto de conciliación dentro de las leyes naturales de la manada.

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