debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


La Rosa Escondida – Reyes Monforte

‘La rosa escondida’ es el título de la tercera novela de la periodista y escritora Reyes Monforte que llega a las librerías, tras ‘Un burka por amor’ y ‘Amor cruel’. En esta novela, Reyes Monforte nos muestra el drama de las miles de mujeres que fueron violadas durante la guerra de Bosnia, a través de la historia novelada de Zehera, una de estas mujeres, que emigra posteriormente a España. Tras dejar atrás la violencia, la pérdida de los suyos y un duro desengaño, Zehera busca comenzar en nuestro país una nueva vida, pero su coraje y su capacidad de sobreponerse a la adversidad no serán suficientes para enfrentarse a las mafias, al odio racial y al deseo de venganza; solo la fuerte unión con su hermana, la amistad incondicional de una española que salva su vida y un nuevo amor serán capaces de vencer el cruel destino que le hará reencontrarse con su pasado. Una novela en la que se mezclan el amor y la amistad con la dura realidad de la inmigración, las mafias y la lucha por salir adelante sin recursos. Aunque se trata de ficción, esta tercera obra también recoge historias auténticas, fruto de una profunda investigación por parte de la autora, de hecho la protagonista deberá permanecer en el absoluto anonimato por estar amenazada por las mafias.


 

Eres afortunada, aunque no lo creas. Eres una mujer afortunada. Zehera dejaba escapar violentos jadeos mientras trataba de sujetarse el abdomen con las rodillas, las manos atadas a la espalda con un fino alambre mordido por la oxidación, como queriendo contener el dolor y la vergüenza que emanaban de sus entrañas, allí donde el zarpazo brutal e infame acababa de desgarrar su hasta entonces terreno más inocente. Había sido violada una y otra vez por el nuevo señor de la guerra de Visegrado, Sasa Ludonovic, de formas tan grotescas que su mente jamás hubiese osado imaginarlas. —¿Afortunada? —No era capaz de adivinar dónde residía el buen hado del que hablaba la voz agazapada entre las sombras—. ¿Me has mirado bien? ¿No sabes dónde estamos? ¿Dónde ves la suerte? —Acabas de llegar y ya te ha hecho suya. Él. El creador de todo este infierno, el nuevo dueño de nuestras vidas y sobre todo de nuestra muerte. Pero no entiendes tu fortuna. Aún es demasiado pronto. Aún no sabes nada. Zehera apenas podía entrever los rasgos de aquella mujer misteriosa que se dirigía a ella entre murmullos, desde la oscuridad de la habitación. Aun así, algo en su voz le hizo pensar que acababa de sonreír. —¿Acaso te han atado de pies y manos al esqueleto de una cama de hierro, te han aplicado descargas eléctricas en los órganos genitales y luego te han violado hasta que has perdido el conocimiento? ¿Más de cien hombres han hecho turnos para torturarte y violarte a lo largo de diez días? ¿Te han obligado a ver cómo violaban a tu hija de seis años hasta su último aliento? ¿Te han amenazado con sacarte los ojos con un crucifijo si no bebías los litros de alcohol que ellos ordenaban y tomabas un nombre serbio? ¿Te han separado las piernas para violarte con sus kalashnikov, con palos de madera? ¿Te han cortado los pechos mientras te violaban y te gritaban « musulmana inútil» ? Dime, ¿acaso te han hecho algo semejante? Sin previo aviso, la mujer dejó de hablar y de enumerar el descarnado horror que, a juzgar por la seguridad y el detalle de su relato, su propia retina había presenciado y quizá su piel había padecido. Un silencio aterrador se adueñó de la estancia. Desde que comenzara la guerra en Bosnia Herzegovina, Zehera odiaba esos silencios. Eran el abono del miedo, la antesala del terror, del fuego, de los gritos y de las súplicas sin respuesta. Ese falso y perverso mutismo diezmaba familias, amigos, esperanzas, risas, encuentros, planes de futuro, historias, vidas. Los silencios que escuchaba en esa guerra maldita parían ruidos de bombas, sabor de metralla, sonidos de sirenas y olor a muerte y a piel quemada. Un espectáculo dantesco para los sentidos con el que solo unos pocos daban buena muestra de disfrutar.


Desde la otra esquina de la habitación, la voz susurrante irrumpió como se marchó, sin avisar. —Pobrecita. No sabes nada. Apenas llevas unas horas aquí y no entiendes que el horror toma forma humana en cada una de las habitaciones de este hotel. Créeme, niña, eres afortunada. —La misteriosa mujer la observó de arriba abajo. También Zehera pudo ver al fin las facciones de un rostro que parecía artificialmente ajado, brutalmente golpeado y herido de muerte—. ¿Cuántos años tienes, muchacha? —Hoy cumplo dieciocho —respondió—. Y me quiero morir. Era el 10 de junio de 1992 y solo hacía unas horas que habían trasladado a Zehera al hotel Vilina Vlas de Visegrado, convertido desde el estallido de la guerra en uno de los campos de violación masiva de mujeres que los serbios habilitaron durante la contienda bélica para llevar a cabo su despiadada limpieza étnica y exterminar así a la población bosnia. Antes de la guerra jamás había estado en aquellas instalaciones que actuaban como hotel balneario. Se encontraba completamente desnuda y tenía frío. No podía verse, pero sentía la cara hinchada, los párpados le pesaban como losas de cemento por los golpes recibidos y sus ojos le devolvían una visión borrosa y deformada de lo que había a su alrededor. Tenía los labios partidos, a juzgar por el sabor amargo y metálico que su propia sangre le dejaba en la boca, y un profundo y hasta aquel momento desconocido dolor le recorría el cuerpo como si fuera una bola de fuego, desde el estómago hasta los pies. Intentó reconstruir lo que había sucedido el día en que el calendario le tenía preparado un regalo en forma de mayoría de edad y de sueños de futuro y sin embargo el destino decidió agasajarla con las dádivas de una forzada madurez y un incierto presente. Se retó a sí misma a descubrir algún vestigio de aquella fortuna que al parecer presidía su actual situación. Le costó encontrarlo. CAPÍTULO DOS La primera vez que se estremeció al escuchar un comentario sobre su buena estrella fue unas semanas antes, en boca de su hermana Suhra. Casi un año y medio atrás, su hermana mayor se había ido a vivir a Sarajevo con su marido y su hijo Ari, de cuatro años de edad. Quería estudiar pintura, artes plásticas, y sabía que la rica vida cultural y artística que encerraba la capital le ofrecería más posibilidades de abrazar la que siempre había sido su verdadera pasión. Además, su marido Nicolás había encontrado trabajo como abogado y ambos pensaban en un futuro mejor para el pequeño. « ¿Sabes que el nombre de Sarajevo viene de la palabra de origen persa y otomana saraj, que significa «palacio», «residencia»? Y esto te va a encantar, hermana. Escucha: en la biblioteca, donde por cierto me paso las horas muertas buscando y ley endo maravillosos ejemplares, he encontrado un libro de viajes de Evliya Celebi donde se cuenta que en el Imperio otomano había infinidad de ciudades con el nombre de Saraj, pero que Sarajevo era con diferencia la más bella. Y créeme si te digo que lo sigue siendo. No sabes la hermosura que encierra esta ciudad en todos sus rincones.

Solo faltas tú, hermanita» . Pero la vida había hecho otros planes para ella, como para la mayoría de las víctimas de la guerra. Intentó advertirla cuando aún sus tímpanos eran presa de una transitoria sordera, fruto del estallido que horas atrás le había costado la vida a una joven estudiante de su misma edad. —Zehera, vete, sal de este país. No pierdas más tiempo, por favor. Tienes suerte: Visegrado aún no se ha convertido en el infierno que está devorando a Sarajevo. Huye, deprisa, salva tu vida o cuando quieras hacerlo, será demasiado tarde. Corre, hermana, corre, tú, que de momento puedes. Era el 6 de abril de 1992 y acababa de comenzar oficialmente la guerra en Bosnia Herzegovina. El día anterior, Suhra había sido testigo del asesinato indiscriminado y mezquino de Suada Dilberovic, una estudiante de Medicina de veintitrés años que cayó abatida en plena calle, a escasos centímetros de donde ella misma se encontraba, por el caprichoso disparo de un francotirador. —Fue horrible, aún estoy temblando —contaba a Zehera con voz resquebrajada, aferrándose al teléfono como si quisiera apresar el eco de sus palabras por miedo a que alguien pudiera escucharla—. Todavía no eran las tres de la tarde, íbamos manifestándonos pacíficamente por el puente Vrbanja. La mayoría éramos jóvenes, estudiantes, había hasta madres y padres con sus niños pequeños; y o no llevé a Ari de milagro, porque hacía sol y preferimos que se quedara jugando… El recuerdo de aquellas horas despertó el llanto y la obligó a interrumpir el relato, pero enseguida logró recomponerse. —Queríamos quitar las barricadas que los radicales serbios habían colocado en algunos puntos de la ciudad; mostrar sin odio y sin violencia lo que y a habíamos votado el 1 de marzo: que se respetara el resultado del referéndum de independencia de Bosnia. Gritábamos: « Venimos en paz, venimos en paz» . Íbamos cantando, regalábamos rosas por la calle. A mi lado, una persona con un megáfono leía el encabezamiento del referéndum de independencia: « A favor de una Bosnia soberana e independiente donde todos los ciudadanos y pueblos de este Estado, musulmanes, serbios, croatas y miembros de otras comunidades, sean iguales de derecho» . ¡Fíjate que no soy capaz de olvidarlo, se me ha grabado a fuego en la memoria! —Suhra tragó saliva con el mismo esfuerzo que si fuera un trozo de alquitrán atascado en su garganta y prosiguió—: De repente oí un silbido, casi imperceptible. Te juro que casi no me di cuenta. Pero enseguida comenzó la gente a arremolinarse alrededor de una mujer que había caído al suelo, muy cerca de mí. Olga. Ese era su nombre, Olga Sucic. Yo había estado hablando con ella segundos antes, estábamos juntas, podía haberme pasado a mí. ¿Lo entiendes? ¡Hoy mismo y o podría estar muerta!… Muchos corrimos a ay udarla, y fue entonces cuando sí que escuché un disparo que me dañó los tímpanos y me dejó totalmente aislada del alboroto general. Hirió a una joven, Suada, que había venido a auxiliar a Olga.

La bala le alcanzó la axila, o al menos de ahí brotaba un gran chorro de sangre. Traté de hacerle un torniquete con mi pañuelo, ¡pero era horrible! Por más que intentaba parar la hemorragia, la sangre lo empapaba todo al instante, y mis manos no daban abasto para atajarla. Entre unos pocos conseguimos meterla en un taxi. Todavía hablaba y estaba despierta. Me dijo: « Dime que esto no es Sarajevo. No puede ser, no puede ser» . Y después perdió el conocimiento. —Se echó a llorar—. Y y a no abrió los ojos. No volvió a hablar. Estaba pálida. Murió en el hospital. Ha sido horrible, horrible. Y va a ser mucho peor. Es algo que se intuy e, no sé por qué; se palpa, huele a miedo y es un olor que te asfixia, no se parece a nada… —Suhra, no puede ser —intentó tranquilizarla Zehera—. La Unión Europea y a ha reconocido hoy la independencia de Bosnia Herzegovina. No van a permitir que pase nada más. Has vivido algo horrible, pero tiene que ser puntual. Esto no puede continuar, no podemos ir a la guerra. Eso es imposible. Sencillamente, no puede ser. Todo esto terminará en unos días, quizá en pocas horas. Se tiene que acabar. ¿Por qué no vuelves a Visegrado con nosotros? Aquí no pasa nada, todo está tranquilo. —¡Zehera, ¿es que no has oído nada de lo que he dicho?! ¡Esta ciudad está tomada! Y también antes estaba tranquila.

Durante todo el día se escuchan disparos y ni siquiera sabemos de dónde vienen, si de los montes, del puente, de las ventanas de los edificios vecinos… Sea cual sea su origen, lo único cierto es que consiguen su objetivo, que no es otro que matarnos. Muchos dicen que va a empezar la guerra, que de hecho y a ha empezado, y que va a durar años. Yo tampoco me lo creía, hermana, no quería, me resistía a aceptarlo, lo mismo que le pasó a Suada en el taxi. Pero después de lo de ayer, estoy convencida. Eres tú quien tiene que irse, pero lejos: vete a Alemania, a Croacia, a Hungría. O a España, ¿Aleksandar no tenía familia allí? Da igual donde vayas, pero hazlo hoy, no esperes a mañana. ¡Vete! ¡Sal de ahí! ¡Lárgate del país! —¡Pero aquí no está pasando nada! Visegrado está tranquilo, todo está bien. De vez en cuando se oy e un avión o se ve un camión de camuflaje cruzando la carretera, pero te digo que todo está tranquilo. —Sal de ahí y saca a la abuela, a Diño y a los padres. —El tono de Suhra se tornó imperativo—. Hazlo ya o será demasiado tarde. ¿Me oyes, Zehera? Salid ahora mismo. La conexión telefónica se cortó. Durante horas trató de restablecer la comunicación con su hermana en Sarajevo, pero desde aquel dramático instante todos los intentos serían en vano. Horas después de aquella agónica llamada que había despertado en ambas tanta desesperación como impotencia, Zehera permanecía en su cuarto intentando calmar la confusión y el temor que las palabras de Suhra habían sembrado en su siempre inquieta cabeza. Paseaba nerviosa de arriba abajo, medio aturdida, al tiempo que mordisqueaba frenéticamente las uñas de sus dedos aprovechando que estaba sola en casa y su abuela Mirsa no podía afearle esa manía que tanto la irritaba. Recorría los escasos metros de su habitación con la vista clavada en la ventana de su dormitorio, en busca de una bocanada de aire fresco que ventilara sus encolerizados pensamientos. No sabía qué hacer y esa inquietud anulaba cualquier capacidad de reacción. No había nadie con quien compartir las palabras de Suhra; nadie sobre quien descargar el peso de su incertidumbre. Echó de menos a su novio Aleksandar, que solía regalarle buenas dosis de sosiego cuando su temperamento se desmadraba. « ¿Dónde estás, Alek? Tenías que haber venido a buscarme hace más de una hora. ¿Por qué no vienes? ¿Por qué no llamas si vas a llegar tarde?» . Un rugido seco, devastador, hizo que el suelo temblara bajo sus pies y puso fin a sus incisivas elucubraciones. Corrió hacia la ventana y el espectáculo que contemplaron sus ojos verdes los hizo abrirse sin querer respetar las dimensiones de sus órbitas; a poco estuvieron de conseguirlo: una densa y alargada columna de humo gris engullía árboles, casas, vehículos y calles de Visegrado, envolviéndola en una descomunal y asfixiante nube de polvo y hollín, y sumiendo todo en una oscuridad ficticia. Algunos de los edificios que había estado observando hacía tan solo unos segundos se habían convertido en enormes columnas de fuego que amenazaban con devorarlo todo.

Los coches ardían y las llamas parecían tener un apetito voraz por llegar cuanto más alto mejor. Las alarmas sonaban sin control, adelantándose al sonido de la catástrofe, y la ciudad se fundía en una asonante partitura de ráfagas de ametralladora, impacto de morteros, ruido de cristales rotos y sirenas enardecidas. Del vientre de aquella descomunal polvareda emergieron como espectros unas siluetas difuminadas, criaturas nacidas del caos que deambulaban sin rumbo, cubiertas por un velo de ceniza que acentuaba esperpénticamente su apariencia fantasmal. Eran personas tiznadas de negro, escupidas desde el interior de la gran esfera de humo y fuego que había cubierto buena parte de la ciudad. Algunas de ellas acarreaban en sus brazos cuerpos ensangrentados; otras gateaban intentando encontrar una brizna de aire puro, una bocanada de oxígeno sin restos de polvo. « Dios mío… ¿qué está pasando?, ¿qué es todo esto?» . Zehera se tapó la boca con la mano, no para evitar que el humo entrara en sus pulmones —algo que impidió cerrando rápidamente el cristal de su ventana—, sino para intentar contener el horror de lo que estaba contemplando. Era el primer bombardeo al que asistía en su vida, una explosión que acalló el sonido de la ciudad, arrancó el corazón de muchos y destrozó el alma de todos. Fue su bienvenida a aquella guerra. Suhra tenía razón. De nuevo. Como siempre. Cuando el llanto ya era incontrolable y la visión se terció borrosa —quizá a modo de antifaz, una barrera que difuminara ante sus ojos semejante infierno—, sus oídos percibieron un sonido familiar. Era la moto de Aleksandar: un ciclomotor antiquísimo, ruidoso y destartalado al que su novio tenía un especial apego porque había pertenecido a su abuelo Mitar. Rastreó nerviosa con la mirada hasta que dio con él en el jardín de la casa. Bajó corriendo las escaleras sin prestar atención al lugar exacto donde ponía los pies, trastabillando en más de una ocasión, impaciente por alcanzar la puerta y abalanzarse sobre él. Cuando le tuvo delante supo que el estallido que había logrado ausentarla durante unos extraños y confusos minutos tendría consecuencias aún peores de lo imaginado. El rostro de Alek no dejaba espacio para el optimismo. Su compungido relato tampoco. —Estaba saliendo del Café Andric cuando empezó todo. Primero escuchamos el sonido de un avión o algo similar. Parecía lejano, casi imperceptible, pero poco a poco fue haciéndose más fuerte hasta que pensamos que venía derecho hacia nosotros y salimos corriendo para ver y… y luego… Luego no sé… Ha sido como si la tierra se abriera y de ella comenzara a salir fuego, humo, polvo, metralla… —Aleksandar estaba muy alterado, las palabras tropezaban nerviosas en su lengua, rebotaban en su paladar y se perdían al fin en su garganta reseca; la respiración, tan acelerada que no le daba tiempo de reponerse del pavor que habitaba su cuerpo—. No se veía nada, el humo nos cegaba, no nos dejaba respirar. Lo sentí aquí, en la garganta, es como si pudiera masticarlo. Intentamos movernos, pero era algo imposible porque no había suelo, no sabíamos dónde íbamos a poner los pies.

Sentí vértigo, una sensación de estar flotando en la nada, de estar cay endo por un barranco sin poder agarrarme a nadie, como en los sueños aunque peor, porque todos estábamos despiertos. Zehera abrazó a su novio con ímpetu, no muy segura de si lo hacía para infundirle ánimo, fuerza y confianza, o si era ella quien se beneficiaba de ese bálsamo anímico. Abrazados, casi atados, estrechándose el uno al otro como nunca antes lo habían hecho, los dos entraron en la casa. —Tranquilo. Respira despacio —le dijo mientras le ay udaba a acomodarse en el sillón principal del salón y secaba el sudor frío de su rostro, teñido todavía de un cendal de polvo grisáceo. La mezcla de las gotas de sudor y las partículas de polvo le daba una apariencia de gélida y lívida efigie, remarcando aún más un perfil propio de los antiguos emperadores de la Roma clásica—. Voy a la cocina a por un vaso de agua y me lo cuentas todo. —Visegrado es un caos. Todos corren de un lado a otro gritando, llorando, se llaman unos a otros, vociferan sus nombres. Y escuchar tu nombre en esa oscuridad es algo dantesco. Es la indefensión absoluta. Es una sensación de soledad que te parte, que te abre en dos. Pero ha sido peor conforme el humo ha ido desapareciendo, porque entonces hemos podido ver lo que ocultaba tanta niebla gris. He visto a un hombre decapitado, brazos y piernas arrancados del cuerpo, cabezas reventadas, estómagos abiertos por donde se escapaban los intestinos —le contó mientras la cogía con fuerza del brazo y la obligaba a sentarse a su lado, como si supiera que el vaso de agua que ella le ofrecía no iba a ser suficiente para tragar todo lo que había presenciado aquella mañana—. He visto tanques en las calles, Zehera. Soldados con ametralladoras en las manos, ¡apuntando y disparando incluso a niños! Leko y yo hemos huido por el monte para que no nos vieran. —Aleksandar esbozó una sonrisa que despistó a su novia por lo absurda que parecía en mitad de su dramática alocución—. Creo que Leko estaba más preocupado por si seguía en pie su café que por él mismo. No dejaba de mirar hacia atrás para ver si lo habían echado abajo de un pepinazo. Y entonces es cuando hemos visto que han volado parte de la planta hidroeléctrica. Creo que la han bombardeado. La verdad, no sería capaz de jurarlo, pero de repente todo se ha apagado y ha saltado una tromba de agua que de pronto corría como cataratas por las calles, llevándose todo por delante: coches, personas, bancos, árboles… todo. En mi vida he visto nada parecido. Y si quieres que te diga la verdad, no sé cómo afrontar todo esto. No lo sé.

En un gesto de desesperada protección, colocó la cabeza sobre el regazo de Zehera y allí permaneció un buen rato, en busca de la calma perdida tanto en su interior como en las calles de la ciudad. —Mi hermana me ha llamado. Dice que ha estallado la guerra en Sarajevo. Ella también ha visto morir a gente. Me ha dicho que salgamos corriendo del país, que no esperemos un día más, que todo irá a peor. —Me temo que y a es tarde para eso —musitó Aleksandar mientras se apretaba aún más a la cintura de su chica—. Demasiado tarde. Después de una semana de bombardeos, ataques aéreos y confinamientos forzosos en las casas, y de algún episodio de huida colectiva entre la población, la situación en Visegrado se calmó. Cesaron las bombas y el persistente ruido de metralla, y las columnas de humo y fuego dejaron de ser una constante en el paisaje. Pero la mejoría del enfermo era engañosa y pronto comenzaría a devorarlo la fiebre bélica. El mal se había extendido en forma de metástasis mortal y la medicina del pueblo no abrigaba el remedio para una paz duradera.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |