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La planta – Stephen King

Querido Lector Constante: A comienzos de los ochentas, comencé una novela epistolar llamada La Planta. Publiqué ediciones limitadas de los tres primeros cortos volúmenes, y los regalé a amigos y parientes (que usualmente, pero no siempre, resultan ser los mismos) como graciosas tarjetas navideñas. La idea era sustituir con La Planta las tarjetas navideñas que me parecen inútiles. La gente las compra al mayoreo y no les da importancia en la mayoría de los casos, porque no requieren ningún esfuerzo, salvo los cinco o diez centavos que uno le paga a la Chicas Scout… La Planta es como casi todas mis novelas en un aspecto. Pienso que sabía hacia donde iba cuando la comencé, pero aún así, ciertos personajes —como el general loco— de repente cobraron vida propia y se destacaron. También es diferente de las otras en un aspecto. La tomaba en junio, trabajaba en ella durante un mes o algo así, y la dejaba por un año. Parecía que no había problema con esto, como usualmente lo hay con una novela con la que estoy presionado a entregar. Hay otra cosa: escribí el primer borrador de La Planta a mano, cosa que no hacía desde que era un niño. Es tedioso, pero también reconfortante —es difícil de explicar, pero es una manera más intimista de escribir. Dejé, entonces, pendiente La Planta no porque pensara que era una mala historia, sino porque intervinieron otros proyectos. Al momento de dejarla, el trabajo terminado iba por unas 25.000 palabras. Se trataba de la historia de una planta siniestra —una clase de viña vampírica— que se apodera de la oficina de una compañía editorial de libros de bolsillo, ofreciendo éxito económico a cambio de sacrificios humanos. La historia me atrapó porque me parecía al mismo tiempo espeluznante y cómica. Más tarde, a mediados de este año (2000), se me ocurrió que podría ser divertido colocarla en mi website en fragmentos de 5.000 palabras cada uno… o algo por el estilo. La idea era la publicación de un episodio mensual, a ser pagado mediante un sistema de honor. Mi inspiración fueron los vendedores de diarios de la Ciudad de Nueva York durante la primera mitad del siglo XX. Muchos de los contratados para dicho trabajo eran ciegos, porque los distribuidores sentían que aún la gente más deshonesta no le robaría a un diariero ciego. Mi experimento no siguió ni de cerca el mismo derrotero. Debo admitir que tenía además otra agenda. Estaba intrigado por el éxito de Montando en La Bala (sorprendido sería probablemente la palabra más adecuada), y desde entonces estaba ansioso por intentar algo similar. Además de que le había estado dando vueltas a los temas de la propiedad autoral cuando se trata de trabajo creativo. Por un lado, aplaudo la decisión de Metallica de tratar de poner un par de clavos en ese gran neumático radial que es Napster, porque los creativos deberían ser pagados por su trabajo igual que se les paga directamente a los fontaneros, los carpinteros y los contadores.


Pero por otro lado, creo que la tecnología actual se está convirtiendo rápidamente la idea de los derechos de autor en una propuesta arriesgada… casi en un chiste, o algo parecido. Les tomó a los hackers entre 48 y 72 hrs desencriptar «La Bala» (como dice Tabitha, echando al traste las muchas horas invertidas para obtener un producto que se vendió a $2.50 y que fue en muchos sitios regalado). Así que intenté vender La Planta mediante un sistema basado en el honor. Los episodios no estarían encriptados. Si querían imprimir el material, lo podían hacer. Pero algo tendrían que dar; un dólar por cada episodio parecía ser justo para mí… Después de la publicación mensual de las primeras cinco partes, como forma de agradecimiento a aquellos lectores (que estuvieron entre el 75 y el 80 por ciento) que se subieron al viaje y pagaron su deuda, la parte 6 de La Planta estuvo disponible en forma gratuita. Luego de la parte 6 de esta historia —la parte más extensa—, La Planta ha vuelto a hibernar para que yo pueda seguir trabajando en Casa Negra (la continuación de El Talismán, escrito en colaboración con Peter Straub). Además necesito completar el trabajo de dos nuevas novelas (la primera, El cazador de sueños, que estará disponible el próximo marzo), y ver si puedo continuar con La Torre Oscura . Y mi agente insiste en que necesito tomarme un respiro para la traducción y publicación de La Planta en el extranjero —también en Internet— igual que la publicación norteamericana. A no desesperarse. La última vez que La Planta abrió sus hojas, la historia permaneció en suspenso durante diecinueve años. Si pudo sobrevivir tanto, estoy seguro de que podrá sobrevivir uno o dos años más mientras trabajo en otros proyectos. Aprendí gran cantidad de cosas interesantes en el transcurso de la andadura de La Planta en Internet (una andadura que, por cierto, no ha acabado, sólo es una pausa). Quizás la más decepcionante es el profundo desconocimiento que la mayoría de la gente de los negocios parece tener sobre cómo el entretenimiento —que es producido mayoritariamente por tontos con talento— se interrelaciona con el potencial de negocios que ellos ven (o piensan que ven) en la Red. Una cosa resulta clara para mí: lo que funciona en la TV, en las películas y en la literatura popular, no funciona de igual forma en la Red. Un montón de uniones comerciales (y no pocas fortunas) se han estrellado como resultado de esa errónea asunción. El entretenimiento popular tiene un lugar en la Red, pero encontrar las formas más eficientes para que funcione es un proceso de ensayo y error. La mayor parte de la gente que invierte mucho dinero en flojos websites de entretenimiento se va a encontrar en la ruina y rascándose la cabeza. Los que comienzan un proyecto sólo para divertirse —para arriesgarse, en otras palabras— encontrarán calderos de oro del tamaño de Napster. Sin embargo, los beneficios nunca llegan al principio. Al principio, lo que llega es algo parecido a «Dios, tengo una idea y mi tío tiene un granero, pongámoslo a la vista». Hay un montón de espacio disponible en Internet, y un montón de gente va a ponerlo a la vista. Yo estaba encantado de ser uno de los primeros, y aún no he abandonado. Cielos, ¿por qué habría de hacerlo? Me lo estoy pasando muy bien.

La Planta terminará con unos ingresos de por lo menos 600.000 dólares, y puede que de más de un millón. No son unas grandes cifras en el actual mercado del libro, pero La Planta —presten atención ahora, porque ésta es la parte importante— no es un libro. En estos momentos no existe sino como bits y bytes electrónicos bailando alegremente en el ciberespacio. Sí, ha sido descargada por 100.000 personas más o menos, y algunos de ellos han imprimido copias (o, por lo que sé, las han copiado a mano como los manuscritos medievales), pero principalmente es sólo un milagro electrónico flotando por ahí fuera por sí mismo, sin costes de imprenta, rebajas de los editores o comisiones de los agentes que lo hagan descender. Aparte de la publicidad (y encontrar las vías publicitarias apropiadas para los usuarios de Internet es otro asunto importante en sí mismo), los costes son inexistentes y el beneficio potencial, ilimitado. Veo tres problemas principales. Uno es que la mayoría de los usuarios de Internet parecen tener la atención dispersa de los saltamontes. Otro es que los usuarios de Internet se han acostumbrado a la idea de que la mayoría de las cosas disponibles en la Red o son gratis o deberían serlo. El tercero —y más importante— es que los lectores de libros no reconocen a los libros electrónicos como libros reales. Son como la gente que dice, «Adoro el maíz en la mazorca, pero el maíz sin grasa me hace vomitar». Desde que el experimento de La Planta comenzó en julio, docenas de personas me han dicho que no pueden esperar a que se imprima en un libro para leer la historia. Ellos tampoco entran en la Red para otra cosa que no sea el correo electrónico, o simplemente es que piensan que leer online, o incluso si lo que leen ha sido impreso en la privacidad de su hogar, no es una lectura real. Para ellos, es maíz sin grasa. Y les hace vomitar. En este último hecho, veo una gran oportunidad. En verdad, no creo que la publicación on-line de La Planta haya hecho más que un arañazo en el potencial que podría haber tenido como libro. Los dos mercados no son como manzanas y naranjas, pero por el momento sólo hay una pequeña zona común. Dicho de otro modo, parece que hemos descubierto una nueva dimensión en lo que solíamos llamar «adelanto de los derechos». Sólo que en lugar de generar 10 o 20 o tal vez incluso 50.000 dólares por los derechos de pre-publicación (digamos que en una revista como Cosmopolitan o Rolling Stone), estamos hablando de cantidades mucho mayores. Nada de esto es bueno o malo. Tampoco algo a prueba de fuego. Como en los más tradicionales asuntos artísticos, es una cosa divertida.

No estamos hablando ni de la suma generada ni del futuro de la edición. El asunto es intentar algunas cosas nuevas; pulsar algunos botones nuevos y ver qué ocurre. La parte 6 es el punto más lógico para detenerse. En un libro impreso tradicional, sería el final de la primera sección larga (a la que probablemente llamaría «El surgimiento de Zenith») ¿Las Partes 1 a 6 constituyen una novela entera? En el sentido de que hay un comienzo, una mitad y una resolución, sí. Los lectores estarán tan satisfechos como lo estarían con, digamos, el primer volumen de una trilogía como His Dark Materials, de Philip Pullman (no es que esté reclamando la misma calidad literaria; nunca piensen eso). Encontrarán un desenlace de la historia de varios de los personajes, y si bien no todas sus preguntas serán respondidas —no todavía, al menos— los destinos de algunos de ellos se resolverán. Agresivamente. Permanentemente. Así que disfruten de lo hasta ahora escrito… pero no se relajen demasiado. Cuando La Planta vuelva, lo hará una vez más al estilo paga-y-tómalo. Mientras tanto, prepárense… creo que van a sorprenderse. Tal vez incluso asustarse. Saludos (y Felices Fiestas). Stephen King Diciembre 2000 Parte 1 1 4 de enero de 1981 Zenith House, Editores Avenida South Park 490 Nueva York, Nueva York 10017 Señores: He escrito un libro que quizás acepten publicar. Es muy bueno, todo es terrorífico y real. Se llama «Verdaderos cuentos de las plagas demoníacas»; conozco todas las cosas de primera mano. El volumen incluye historias tales como «El Mundo de la Brujería», «El Mundo del Éter», y «El Mundo de los Muertos Vivientes». También incluyo algunas recetas para pociones, pero éstas podrían ser «censuradas» si les llegara a parecer que son demasiado peligrosas, a pesar de que a la mayoría de las personas no le funcionarían en absoluto, y en un capítulo llamado «El Mundo de los Hechizos» explico las razones. Ahora les estoy ofreciendo este libro para su publicación. Estoy ansioso por vender todos los derechos (salvo los de la película; yo mismo haré el film). Si lo desean también hay fotografías. Si están interesados en este libro (ningún otro editor lo ha visto, estoy enviándoselos porque ustedes son los editores de Casas Sangrientas, que fue bastante bueno), por favor contesten con el franqueo postal pago que he adjuntado. Enviaré el manuscrito con estampillas de retorno por las dudas de que el libro no les guste (o no lo entiendan). Por favor respondan lo más pronto posible. Opino que es inmoral enviar un manuscrito a varias editoriales, pero quiero vender «Verdaderos cuentos de las plagas demoníacas» cuanto antes.

¡En este libro hay algo «jodidame**e asustadizo»! ¡Si entienden lo que quiero decir! Sin otro particular, Carlos Detweiller 147 E. Calle 14, Depto. E Central Falls, R. I. 40222 2 memorándum interno de oficina PARA: Roger DE: John REF: Presentaciones / 11-15 Enero, 1981 Un nuevo año, y la nieve fangosa en el montón de lodo sigue creciendo ininterrumpidamente. No sé cómo le estará yendo al resto de tus esforzados favoritos de la editorial, pero yo continúo empujando la piedra existencial de los ambiciosos inéditos norteamericanos, o al menos la parte de ellos que me toca. Lo cual sólo es para decir que ya leí mi porción de basura de esta semana (y no, no he estado fumando lo que W. C. Fields llamaba «la sustancia ilícita», es simplemente que estoy teniendo un día pesado). Con tu aprobación, estoy devolviendo 15 largos manuscritos que llegaron sin ser solicitados (ver Devoluciones, en la próxima página), 7 «borradores y capítulos de muestra» y 4 inclasificables que se parecen un poco a textos mecanografiados. Uno de ellos es un libro de algo llamado «poesía de sucesos gay» titulado Succiona mi gran pija negra, y otro titulado La pequeña Lolita, que trata de un hombre enamorado de su alumna de primer grado. Al menos eso creo. Está escrito con lápiz y es difícil decirlo con seguridad. También con tu aprobación, te estoy pidiendo que veas borradores y capítulos de muestra de 5 libros, incluyendo al nuevo destripador-de-corpiños de ese bibliotecario de mal genio de Minnesota (los autores nunca curiosean en tus archivos, ¿no, jefe?). Podría considerarse como una sumisión llana, pero el pobre desempeño de Sus besos ardientes no lo justifica ni siquiera nuestro desastroso sistema de distribución: a propósito, ¿ni una palabra de qué está pasando con los Distribuidores Unidos de Novedades?). Sinopsis para tus archivos (más abajo). Por último, y probablemente no tenga importancia, estoy añadiendo una curiosa carta de un tal Carlos Detweiller de Central Falls, Rhode Island. Si yo regresara a la Universidad Brown, especializándome alegremente en Lengua Inglesa, planeando escribir grandes novelas, y trabajando bajo la premisa errónea de que todos quienes publicamos debemos ser brillantes o por lo menos «realmente inteligentes», tiraría la carta del Sr. Detweiller en seguida. (¿Carlos Detweiller, —me pregunto ahora a mi mismo, mientras sacudo las teclas de esta vieja Royal— puede que sea un nombre real? ¡Ciertamente no!) Probablemente utilizaría unas tenazas para manipular esta carta, por las dudas de que la obvia dislexia del hombre fuese contagiosa.

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