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La novia del lobo – Aino Kallas

Ésta es la historia de Aalo, esposa del guardabosques Priidik, transformada en lobo por Satán, que adoptando dicha forma huyó de su legítimo marido internándose en el bosque, donde convivió con bestias salvajes y con el Diabolus sylvarum o demonio del bosque, y fue por todo ello llamada por los campesinos la Novia del Lobo. ¡Protege, Señor, nuestro cuerpo y nuestra alma de todo mal y peligro, cual armadura de plata en la que rebotan las flechas del Tentador, ahora y por los siglos de los siglos! 2 Por aquella época, cuando aconteció esta historia verdadera y triste, era aún señor hereditario de Suuremõisa, en la isla de Hiiumaa, el anciano mariscal Jacobus de la Gardie, y párroco de Pühalepa, Olaus Nicholai Duncan, llegado de Jöelehtme, en el continente. Entre los vasallos del mariscal en las tierras de Suuremõisa, se encontraba en Pühalepa un guardabosques diestro y versado en todas las artes forestales, de nombre Priidik y de origen campesino. Su cabaña se hallaba próxima a la taberna Haavasuo, que a su vez no se ubicaba lejos del campo de caza de los lobos, una extensa pradera inundada, reservada por orden del conde a la cacería de los grandes lobos. Pues por aquel tiempo, en Estonia y en Livonia se había multiplicado sin mesura el número de lobos, osos, linces y otras bestias del bosque, de tal manera que incluso los viajeros extranjeros observaban el hecho con manifiesta sorpresa. Mas todo esto tenía, en verdad, su origen en los antiguos años de persecución, pues ahora se escribía el Anno 1650, y el país y sus habitantes descansaban en la amada paz de Suecia, y nuestro pernicioso enemigo, el moscovita no bautizado, en vano se afilaba los dientes al otro lado del río Narva. También en Hiiumaa la raza de los lobos se había tornado demasiado audaz, pues el lobo, cuando el hambre le escarba las entrañas, es una bestia temeraria e intrépida, aunque, satisfecha la apetencia, tal vez sea su naturaleza igual de pérfida. Durante los hielos del invierno, los lobos no sólo saltaban los cercados, sino que penetraban en las haciendas y se llevaban una oveja del redil o el perro del corral. Y aunque en verano erraban solos o en parejas, llegado el invierno se unían formando grandes manadas y rondaban los senderos del bosque, así como las inmediaciones de los caminos nacionales, asaltando a los caminantes de tal manera que muchos, al emprender un viaje, ataban un tronco a una larga cuerda y lo arrastraban detrás de sus trineos para espantar a las bestias. Y esas criaturas de los bosques, cuyo origen es el Demonio (¿acaso no es el Demonio en persona el Archilupus o el Gran Lobo?) y que siempre han sido instrumentos de brujería, ya no se conformaban con habitar en las espesuras de Kõpu y Ristra, donde desde tiempos antiguos se hallaba su morada, sino que en manada formaban su guarida en la maraña de abetos de Kõrgessaare y en las islas cenagosas en el corazón de Hiiumaa. Allí las hembras alumbraban a sus cachorros y, cuando llegaba el otoño, los jóvenes lobeznos ya estaban crecidos para deambular con sus padres por la isla. Y así ellos y su raza se convirtieron en un duro azote para toda la isla de Hiiumaa, especialmente cuando, llevados por su voracidad, despedazaban más de lo que podían devorar, conforme manda su naturaleza lupina. Y aunque los señores de Suuremõisa y de toda Hiiumaa, los poderosos condes De la Gardie, así como la corona de Suecia ordenaban grandes cacerías de lobos y por todos los medios incitaban al pueblo a acabar con ellos prometiendo grandes dineros, no resultó esto de gran ayuda. Ni los pozos de lobos, ni el veneno para zorros, ni las emboscadas con reses muertas surtían efecto, como tampoco servía darles caza con perros adiestrados, tanta era la desmesura con la que se reproducían estas bestias, como si los ayudara el mismo Satán. Y en las noches invernales, especialmente las Noches Santas de la Navidad (así llaman a December el mes de los lobos los campesinos), se les escuchaba aullar el hambre y la furia de sus corazones hacia el cielo cual vigorosos guerreros, de manera que los caballos se sobrecogían en sus establos y el pueblo decía que el padre celestial a los lobos arrojaba jirones de nubes o piedras de amolar como alimento, igual que se lanzan huesos a los perros. Pero estas arrogantes jaurías de lobos eran sólo la avanzadilla del infierno que el Espíritu Inmundo, quien siempre aguarda severo la perdición del hombre, enviaba precediéndolo. Sucedió no mucho después que los lobos naturales se tornaron indecentes y en ningún lugar se podía estar a resguardo de su malicia, y los hijos de los hombres también comenzaban a correr cual lobos y a perpetrar actos de lobos, como si el Demonio maligno hubiera penetrado en ellos. Y aunque esta iniquidad de brujería alcanzaba ahora Hiiumaa, que es igual que Ultima Thule o un lugar olvidado de la mirada de Dios, hacía ya tiempo que había extendido su poder por los baluartes más firmes del cristianismo, como Alemania y Bohemia, al igual que por Hispania o Franconia. Pues hombres dignos y honorables, que hasta entonces habían acudido a la iglesia y por la salvación de su alma habían sido partícipes de la comunión, con el aspecto de sanguinarios lobos ahora desgarraban ganado y ovejas, aunque antes no hubiesen soportado siquiera el olor de la sangre. Así había el Señor por un momento abierto de par en par las cancelas de hierro de los Espíritus Malignos. Y sobre esto no hay ninguna duda, pues fue atestiguado múltiples veces por los labios de los mismos miserables hombres lobo o Lycanthropus, cuando éstos fueron examinados per viam inquisitionis y mediante pruebas de agua, pues el Agua, siendo un Elemento puro, no acepta lo impuro, sino que impele la indecencia y lo inmundo. Y más de un hombre lobo fue quemado en la hoguera por brujería, para que su alma fuera ofrecida límpida al cielo, aunque su cuerpo fuera pasto de las llamas. Y así también en Hiiumaa numerosas ovejas del rebaño del Señor caían en esta nueva trampa interpuesta por Satán. Aunque en tierras de Livonia el mal había penetrado incluso en la piadosa Señora de una mansión, seducía en su mayor parte al ignorante pueblo llano, para no hacerles partícipes de la bienaventuranza que Cristo trajo del seno de su Padre celestial y colocó sobre la tierra. Nadie puede así considerarse a salvo de las pérfidas emboscadas del Diablo, pues ni la virtud o la piedad, ni la sabiduría de la edad ni el coraje de la juventud o la máxima prudencia resultan aquí de utilidad.


3 Ocurrió entonces que Priidik, el guardabosques de Suuremõisa, que aún era un hombre joven y soltero, partió una mañana estival a comprar ovejas a la isla de Kassari, situada al otro lado del poco profundo estrecho que separa las islas de Kassari y de Orjaku de Keina. Y acaeció que el tiempo estaba muy en calma, como si todos los vientos del aire respetaran el sábado del Señor, el cielo se asemejaba al pecho de un mirlo y la tierra respiraba su calor como la boca de un horno ardiente. Cuando Priidik el guardabosques hubo arribado a la cresta de una colina que divide la isla de Kassari, ante él se abrieron toda la isla con su punta arenosa y el mar abierto con sus despejados farallones, y cayó en la cuenta de un gran vocerío en la punta de un cabo de tierra y sus oídos distinguieron un griterío de mujeres y balidos inquietos de ovejas. Mas al descender por la colina, vio un rebaño de unas doscientas ovejas encabritadas por la orilla rocosa y a niños con los pies descalzos, entre los cuales también había algunas mujeres, apremiando a las ovejas con haces de hojas y guiándolas hacia el agua, pues aquél era el baño estival de los ovinos, que incesantes escapaban de quienes los asediaban y hacían correr a sus perseguidores a lo largo de la orilla; mas cuando Priidik el guardabosques llegó al lugar, todas las ovejas habían sido ya estibadas hasta el borde del agua, hasta un lugar semejante a un pequeño cabo. Y los niños pastores estaban de pie formando una cadena a su alrededor, seguían azotando a las ovejas en sus cuartos traseros de manera que a éstas no les quedaba ya la menor vía de escape. De modo que Priidik contempló este rebaño de doscientas cabezas en su maraña de invierno y sin esquilar, moviéndose de un lado para otro como si fueran un único cuerpo tembloroso, pataleando y con gran temor. Y en su gran angustia y estupidez, las criaturas se echaban una sobre el lomo de otra, como si en el rebaño hubiera un lobo, estiraban el cuello y balaban, igual de miserables, los carneros y las ovejas y sus corderos con ellos, con las patas casi enredadas una con otra, pues muy grande era la confusión que habitaba entre ellos. Priidik el guardabosques se quedó observando el baño estival de las ovejas y no albergaba prisa alguna, escondido como estaba a la sombra de una gran roca. Las mujeres, habría una decena, agarraban ora una, ora otra oveja del rebaño según la marca gravada en su pata o en su oreja, y con las prisas no miraban de donde agarraban, si de los cuartos anteriores o los posteriores, sino que sin piedad arrastraban al agua a la oveja indefensa, la volcaban sobre un costado y con ambas manos empezaban a lavar la lana. Entonces Priidik, aunque se encontraba alejado de la escena, distinguió entre las mujeres que estaban en el agua a una joven, sumergida como las demás hasta la cintura, pero algo más distante de las otras, que lavaba a una renuente oveja que todo el tiempo trataba de escapar de sus manos. La identificó Priidik como doncella por su cabello suelto y su cofia. Pero esta joven no tiraba de la oveja como las otras mujeres, ni maldecía irascible, ni increpaba, sino que trataba de apaciguar al animal con palabras compasivas y misericordiosas, hablándole apacible como se habla a un infante. Y cuando la oveja había sido lavada por arriba y por debajo, la doncella la soltó, y al instante vadeó el animal hasta secano, sacudiéndose el agua del pellejo igual que un perro bañado. Al mismo tiempo la doncella salió también del agua y caminó hasta la orilla con la ropa empapada, chorreando agua. Entonces, desde la protección que le brindaba la roca, Priidik el guardabosques distinguió con claridad las formas de esta joven doncella, pues su ropa húmeda no podía ocultarlas, y la expresión de aquel rostro entornado hacia él. Su cabello era rojo cobrizo como la hierba de la orilla en la que las mareas de la primavera imprimen una herrumbre encarnada, pero sus ojos eran obscuros como las cavidades de los pantanos, fascinantes y atrayentes a su fondo, y su superficie era inmóvil como agua de leganal. Ahora la doncella agarraba otra oveja, una más pequeña, y con delicadeza la subió a su regazo y se dispuso a vadear el agua, portando su carga. Priidik el guardabosques no podía menos que asombrarse de aquellas jóvenes fuerzas, pues con gran ligereza podía ella cargar en brazos una pesada oveja a pesar de su corta edad. Y así Priidik se mantuvo de pie, inmóvil detrás de la gran roca, hasta que todas las ovejas hubieron sido bañadas. Entonces los niños rompieron la cadena humana y las ovejas se dispersaron en todas direcciones como si hubiesen escapado de las fauces de la muerte. Ahora era el turno de las mujeres, que comenzaron a alborotar en sus ropas húmedas, sumergidas en el agua baja y cálida de la orilla, y a arrojarse agua la una a la otra, a la espalda y a la cara. Y cuando se hubieron saciado de este jolgorio, salieron del agua para cambiarse de ropa y regresar a sus casas. Pero en Priidik había penetrado una brisa, y se mantenía quieto en su sitio, incapaz de apartar la mirada. También la muchacha salió a la orilla, se apartó del resto y allí, pudorosa, dejó caer sobre la arena su húmeda falda y la camisa de lino, ignorante por completo de que la mirada de un desconocido contemplaba su inocencia con ojos ardientes. Y esto vio Priidik el guardabosques: que debajo de su pecho izquierdo, la doncella tenía una marca marrón, como el ala de una diminuta mariposa nocturna, que el pueblo llama letra de fuego o marca de bruja.

La muchacha se puso una falda seca y con la ropa húmeda formó un fardo.

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