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La Montaña – Jorge Borges

El público estaba listo para la pelea más importante de todos los tiempos. La algarabía era impresionante, los medios de comunicación transmitían sus previas y las cámaras apuntaban al cuadrilátero. El aforo era total, las entradas se habían vendido con varios meses de anticipación y la hora de la campanada inicial estaba acercándose cada vez más. Nunca antes en la historia se habían vendido tantas entradas, la publicidad fue la más grande conocida y los souvenirs llenaban los asientos, pero, el premio mayor sería ver en acción a los dos mejores pugilistas del mundo hasta el último round. Las apuestas estaban divididas, significando esto millones que estarían repartiéndose, nadie sabía lo que pasaría realmente durante y después del combate, pero, todos estaban seguros que la batalla sería hasta el final, nadie esperaba menos que un K.O. Dentro, los boxeadores se preparaban para dar el todo por el todo. El ruido de los aficionados durante las peleas preparatorias era estruendoso, los televidentes esperaban con ansias la transmisión y todos tenían que ver con el espectáculo que estaba por darse. Roberto Montana estaba en su mejor momento, venía invicto de todas sus peleas y por primera vez estaba en la disputa del título mundial, era lo único que le faltaba por conseguir a nivel profesional, su mente y su cuerpo estaban preparados para lo que le venía en pocos minutos. Su contendiente era un hombre de Europa del norte, con todas las características de no tener ni la más mínima pizca de compasión. Golpeaba como un tanque de guerra, nadie lo había podido derribar jamás y tenía mucha más experiencia que Roberto. La pelea sería sin treguas, solo uno podría quedarse con el trofeo del mejor del mundo, el mayor boxeador que exista. El público en su mayoría estaba con Roberto que además de ser un muy buen deportista, era una persona que sabía ganarse a la gente, con una sonrisa sincera y sin hablar mal de sus contendientes, siempre estaba dispuesto a dar una entrevista, a firmar un autógrafo o a tomarse una foto con un niño en la calle, nada de eso era mucho trabajo para él, era algo que realmente disfrutaba. Existía una conexión sentimental, por así catalogarlo, con el hombre que más allá de estar idolatrado por todos, era una persona muy sencilla y corriente, eso lo había demostrado a lo largo de su carrera, desde siempre le dio a entender al público que lo seguía que su verdadera fuerza que lo empujaba a seguir adelante era la pasión y las ganas de ser cada vez una mejor persona. Se escuchó la campana afuera y eso daba fin a la última pelea previa para preparar todo para el evento principal, los dos contendientes escuchaban los últimos detalles dictados por sus entrenadores y el nivel de concentración estaba al máximo, cada uno de ellos sabía lo que estaba en juego esa noche, incluso, sus carreras dependerían de lo que allí sucediera. Roberto se arrodilló y entonces comenzó a orar. Siempre pedía salir ileso de cada una de sus peleas y que no hiciera daño a su oponente, no era un hombre muy religioso, pero, había aprendido a orar desde pequeño con su madre y era algo que le quedó para siempre, le había funcionado, así que lo mantuvo. Se sentía bien haciéndolo. La tensión comenzaba a ser parte del ambiente y todos aprovechaban los momentos previos para ir al baño o hacer cualquier otra cosa, no querían perderse nada de lo que pasaría durante la épica batalla. Por fin después de unos largos minutos de espera el maestro de ceremonias alzó su potente voz por encima de todas las demás que envolvían el ambiente. Todos dejaron de hablar y se concentraron en lo que decía el hombre, eso era el inicio del evento más importante en la historia del boxeo que ahora estaba a la vuelta de la esquina. Quienes no habían podido asistir estaban sentados a la orilla de sus asientos, pendientes de sus televisores y excitados por lo que estaba por pasar. Las casas, los bares, los locales deportivos y cualquier sitio que se prestara para la ocasión, se habían convertido en el centro de encuentro de todos. El primero en salir era Montana, o Montaña como lo llamaban sus amigos y seguidores. El hombre estaba lanzando unos golpes al aire para mantenerse activo y movía sus piernas con rapidez, se mantenía justo a la salida esperando a escuchar su nombre, su entrenador le gritaba algunas cosas antes de salir, pero, la verdad es que él estaba muy concentrado en todo lo que iba a hacer que ni siquiera escuchaba lo que le decía el hombre.


Su mente estaba metida de lleno en el cuadrilátero, inconscientemente comenzó a salir después de que lo anunciaran. El público se emocionó y le aplaudía sin parar, el camino hasta el cuadrilátero se hizo muy largo, pero, eso era simplemente parte de todo lo que estaba viviendo. Roberto solo miraba a suelo y movía sus brazos para mantener la sangre fluyendo y además para drenar todos los nervios, estaba tratando de bloquear todo lo que había a su alrededor, necesitaba sacar todas las cosas malas de su mente y de su cuerpo, no podía pensar en nada más. Escuchaba su respiración, escuchaba su corazón y escuchaba su mente. Subió al ring y entonces se acercó a su entrenador quien le quitó la bata y seguía hablándole con fuerza, golpeaba sus hombros buscando la atención de su muchacho, pero, este solo asentía con la cabeza todo lo que este le decía, Roberto solo necesitaba que eso comenzara para hacer lo mejor que sabía hacer. De pronto todas las luces se apagaron. Era parte del show de entrada de su contrincante y algunos abucheos se dejaron colar entre los asistentes. El hombre de unos dos metros de alto y con una musculatura impresionante salió sin bata y gritando al público, un público que realmente no lo quería mucho que digamos. El hombre se golpeaba en el pecho y se podía leer en sus labios la expresión: soy el mejor. Su entrenador, detrás de él con paso elegante y lento. Su rostro reflejaba insolencia y una seguridad demasiado exagerada. Se acercaba a la gente y le daba besos con ironía, él sabía que lo odiaban, pues su manera de ser no era la mejor para todos, era arrogante, egocentrista y además muy soberbio. Entonces los fanáticos respondieron coreando el nombre de Roberto, una y otra vez, era ensordecedor. Ya en el cuadrilátero y se le acercó a Roberto mirándolo directamente a los ojos, lo que provocó que ambos equipos técnicos se subieran en la lona haciendo una pared entre los boxeadores para que las cosas no se dieran fuera del tiempo reglamentario. — ¡Te voy a aplastar como a una cucaracha, Montana! ¡No eres nada!

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