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La Luna del Leopardo – Nalini Singh

Clay Bennett es un poderoso centinela del clan de los DarkRiver, pero creció en los suburbios con su madre humana, sin saber en ningún momento que su padre era un cambiante. Siendo un muchacho sin lazos con el clan, trató de reprimir su naturaleza animal. Pero fracasó… y cometió el acto de violencia más terrible que se puede cometer: mató a un hombre y por ello perdió a su mejor amiga, Talin. Todo lo bueno que había en él murió el día en que le comunicaron que ella también estaba muerta. Talin McKade sobrevivió a duras penas a una infancia empapada en sangre y terror. Ahora una nueva pesadilla está poniendo en peligro su vida: los niños de la calle que trabaja para proteger están desapareciendo y siendo hallados muertos. Decidida a mantenerlos a salvo, libera el secreto más oscuro de su corazón y regresa para pedir la ayuda del hombre más fuerte que conoce… Clay perdió a Talin una vez. No dejará que se marche de nuevo, su ansia de poseerla es una acuciante necesidad fruto del leopardo que habita en su interior. Mientras actúan contrarreloj para salvar a los inocentes, Clay y Talin deben hacer frente a las violentas verdades de su pasado… o perder todo aquello que alguna vez ha importado.


 

Cuando en el año 1969 el Consejo de los Psi propuso instigar el protocolo del Silencio, un protocolo que erradicaría las emociones de los psi, se enfrentaron a un problema en apariencia insalvable: la carencia de uniformidad racial. A diferencia de los psi fríos y solitarios de hoy en día, los psi de entonces eran una parte integral y comprometida del tejido del mundo. Soñaban, lloraban y amaban. A veces, como era natural, aquellos a los que amaban no pertenecían a su misma raza. Los psi se emparejaban con cambiantes, se casaban con humanos, engendraban hijos mestizos. Como era de esperar, aquellos psi racialmente impuros se encontraban entre los opositores más virulentos al protocolo del Silencio. Comprendían lo que llevaba a los suyos a condenar abiertamente las emociones, conocían el miedo a la cruel demencia, a perder a sus hijos en las garras de la locura que asolaba sus filas en una inexorable marea, pero también entendían que al abrazar el Silencio perderían todo y a todos a los que amaban. Para siempre. En el año 1973 las dos facciones se encontraban en un punto muerto. Continuaron las negociaciones, pero ningún bando estaba dispuesto a comprometerse, y los psi se dividieron en dos. La mayoría optó por permanecer en la PsiNet y entregar su mente al Silencio absoluto, frío y carente de sentimientos. El destino de la minoría, algunos de ellos mestizos, otros con parejas humanas y cambiantes, no está tan claro. La mayoría cree que fueron eliminados por sicarios del Consejo. El Silencio era demasiado importante, la última esperanza de la raza de los psi, como para correr el riesgo de que fuera desbaratado por unos pocos rebeldes. También existe el rumor de que los rebeldes murieron en un suicidio masivo. La última teoría afirma que aquellos antiguos rebeldes fueron los primeros pacientes de la rehabilitación forzosa en el recién bautizado Centro, que se les borró la mente y se destruyó su personalidad.


Dado que por aquel entonces los métodos del Centro eran experimentales, cualquier paciente superviviente habría salido de allí en estado vegetativo. Ahora, cuando la primavera florece un siglo después, en el año 2080, solo hay una opinión generalizada: los rebeldes fueron neutralizados de manera definitiva. El Consejo de los Psi no consiente la disensión. 1 Talin McKade se dijo a sí misma que una mujer de veintiocho años, sobre todo si había visto y sobrevivido a lo mismo que ella, no le tenía miedo a algo tan simple como cruzar la carretera y entrar en un bar para ligar con un hombre. Salvo que no se trataba de un hombre ni mucho menos corriente. Y un bar era el último lugar en el que habría esperado encontrar a Clay, dado lo que había averiguado de él en las dos semanas que llevaba siguiéndole. No pintaba nada bien que hubiera tardado tanto en armarse de valor para acudir a él. Pero había tenido que asegurarse. Lo que había descubierto era que el Clay que conocía, el muchacho alto, furioso y poderoso, se había convertido en una especie de soldado de alto rango para el clan de leopardos dominante en San Francisco. Los DarkRiver eran muy respetados, de modo que la posición de Clay era testimonio de confianza y lealtad. La última palabra se le clavó profundamente en el corazón. Clay siempre había sido leal con ella. Incluso cuando no lo merecía. Al notar que se le formaba un nudo en la garganta, desterró los recuerdos sabiendo que no podía permitirse ninguna distracción. El viejo Clay ya no estaba. Aquel Clay… a aquel no le conocía. Lo único que sabía era que no había tenido ningún roce con la ley después de salir del reformatorio donde había sido encerrado a los catorce años… por el brutal asesinato de Orrin Henderson. Talin agarró el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Podía sentir la sangre ascendiendo hasta sus mejillas al tiempo que su corazón palpitaba fuertemente con renacido temor. Partes del cuerpo de Orrin, cosas blandas y húmedas que jamás debieron estar expuestas al aire, salpicándola mientras ella se encogía de miedo en un rincón en tanto que Clay… «¡No!» No podía pensar en aquello en esos momentos, no podía recordar eso. Ya era suficiente que las terribles imágenes, colmadas del denso y empalagoso olor de la carne corrupta, la atormentaran en sueños noche tras noche. No sucumbiría también en sus horas de vigilia. Parpadeantes luces azules y blancas llamaron su atención cuando otro coche patrulla estacionó en el pequeño aparcamiento delantero del bar. Con aquel eran dos los vehículos blindados y cuatro policías bien armados, pero aunque todos se habían apeado, ninguno de ellos hizo amago alguno de entrar al bar. Sin saber a ciencia cierta lo que estaba sucediendo, permaneció en el interior de su jeep en el aparcamiento secundario al otro lado de la ancha calle.

El sudor resbaló por su espalda al ver los coches de policía. Su cerebro había aprendido desde muy temprana edad a asociar su presencia con la violencia. El instinto le apremiaba a largarse de allí. Pero tenía que esperar, tenía que ver. Si Clay no había cambiado, si se había vuelto peor… Apartó una mano del volante y la cerró en un puño que apretó contra el estómago lleno de agitada desesperación. Él era su última esperanza. La puerta del bar se abrió de golpe en aquel instante, sobresaltándola, y dos cuerpos salieron volando del interior. Para su sorpresa, los policías se limitaron a apartarse antes de cruzarse de brazos y mirar con desaprobación al par que habían arrojado a la calle. Los dos aturdidos jóvenes se levantaron tambaleándose… para caer de nuevo cuando otros dos muchachos aterrizaron sobre ellos. Eran adolescentes, de unos dieciocho o diecinueve años, a juzgar por su aspecto. Todos estaban completamente borrachos. Mientras los cuatro seguían en el suelo, probablemente gimiendo y deseando que se les tragase la tierra, otro hombre salió por su propio pie del establecimiento. Era mayor, e incluso desde esa distancia podía sentir su furia mientras recogía a dos de los chicos y los arrojaba a la parte trasera abierta de una furgoneta aparcada. Su cabello rubio se agitaba con la temprana brisa vespertina. El tipo le dijo algo a los policías que hizo que se relajaran. Uno de ellos rió. Habiéndose deshecho ya de los dos primeros, el rubio agarró a los otros dos muchachos del pescuezo y los llevó a rastras hasta la furgoneta sin preocuparse de que la gravilla estuviera raspando la piel de las partes desnudas de sus cuerpos. Talin hizo una mueca de dolor. Aquellos jóvenes desdichados, y seguramente díscolos, sentirían los moratones y los cortes al día siguiente, junto con la resaca. Entonces la puerta se abrió con violencia de nuevo y Talin se olvidó de todo y de todos salvo del hombre enmarcado por la luz del interior del bar. Llevaba a un chico sobre el hombro y arrastraba a otro del mismo modo que había hecho el tipo rubio. —Clay —susurró, fruto de una oscura ráfaga de necesidad, ira y temor. Había ganado altura, y ahora medía cerca de un metro noventa y cinco. Ysu cuerpo… había hecho sobrado honor a la promesa de poder que siempre había estado impresa en él. Sobre aquella musculosa figura, un matiz dorado resplandecía en su cálida y exquisita piel morena.

La sangre de Isla, pensó Talin, la exótica belleza de la madre egipcia de Clay seguía vívida en su memoria aun después de tantos años. Isla tenía la piel de un suave tono café y los ojos del color del chocolate amargo, pero solo había aportado la mitad de los genes de Clay. Talin no podía ver los ojos de Clay desde esa distancia, pero sabía que eran de un impresionante verde, los ojos de un gato montés; un inconfundible legado de su padre cambiante. Resaltados por su piel y su cabello negro, aquellos ojos habían dominado el rostro del muchacho que antaño había sido. Tenía la sensación de que seguían haciéndolo, solo que de un modo muy diferente. Hasta el último de sus movimientos exudaba fuerza y seguridad masculina. Ni siquiera pareció acusar el peso de los dos chavales al arrojarlos sobre los otros que se encontraban ya en la parte trasera de la furgoneta. Imaginó los músculos flexionándose, todo aquel poder, y se estremeció…con un temor absoluto e indeleble. La lógica, el intelecto, el sentido común, todo ello se quebró bajo la oleada de vívidos recuerdos que la asaltó. Sangre y carne, gritos que no cesaban, los desagradables y espantosos sonidos de la muerte. Y supo que no podía hacerlo. Porque si Clay la había asustado cuando era una niña, ahora la aterraba. Apretó la mano contra la boca y sofocó un grito. En ese preciso instante él se quedó inmóvil y levantó la cabeza bruscamente. * * * Clay estaba a punto de girarse para decirle algo a Dorian después de haber arrojado a Cory y a Jason dentro de la furgoneta, cuando captó un sonido, apenas perceptible, transportado por la brisa. La bestia que moraba en su interior se quedó inmóvil, al acecho, luego saltó con los sentidos del leopardo en un increíble estado de alerta, en tanto que el hombre escudriñaba el área con los ojos. Conocía aquel sonido, aquella voz femenina. «Era la de una mujer muerta». No le importaba. Hacía mucho tiempo que había aceptado su locura. De modo que miró y remiró, peinando el lugar… En busca de Tally. Había demasiados coches en el aparcamiento al otro lado de la ancha carretera, demasiados lugares donde podría esconderse el fantasma de Tally. Menos mal que sabía cazar. Había dado un paso en aquella dirección, cuando Dorian le palmeó la espalda y se colocó delante de él bloqueándole la visión. —¿Listo para ponernos en marcha? Clay sintió un gruñido emergiendo de su garganta y la reacción fue lo bastante irracional como para infundir cierta cordura en su mente.

—¿Ylos polis? —Se movió para poder seguir observando el aparcamiento de enfrente —. ¿Nos van a dar problemas? Dorian negó con la cabeza. Su cabello rubio brillaba a la luz de las farolas que habían empezado a encenderse a medida que los sensores integrados detectaban la caída de la noche. —Cederán la autoridad dado que solo hay chicos cambiantes implicados. De todos modos no tienen ningún derecho a interferir en los asuntos internos del clan. —¿Quién les ha llamado? —Joe no —dijo en referencia al dueño del establecimiento, un miembro de los DarkRiver—. Él nos llamó a nosotros, de manera que ha tenido que ser otra persona a la que habrán cabreado por algo. Joder, me alegro de que Kit y Cory hayan resuelto su disputa por ver quién la tiene más grande, pero no se me ocurrió pensar que se convertirían en buenos amigos y que acabarían volviéndonos majaras a todos. —Si el Consejo de los Psi no estuviera intentando hacerle daño al clan —replicó Clay —, no me importaría dejar que pasaran la noche entre rejas. Dorian gruñó, mostrando su acuerdo. —Joe nos enviará la factura. Sabe que el clan se hará cargo de los daños. —Yque se lo cobraremos a estos seis capullos. —Clay tumbó de un puñetazo a Cory cuando el ebrio y confuso chaval intentó levantarse—. Trabajarán para pagar la deuda hasta que se gradúen. Dorian esbozó una amplia sonrisa. —Creo recordar haber armado un buen jaleo en este mismo bar y que tú me pateaste el culo. Clay miró ceñudo al centinela de menor edad, aunque su atención no se apartó ni un solo instante del aparcamiento al otro lado de la calle. Nada se movía allí salvo el polvo, pero él sabía que a veces la presa se escondía a plena vista. Quedarse inmóvil como una estatua era una forma de engañar a un depredador. Pero Clay no era una bestia sin inteligencia; era un centinela experimentado de los DarkRiver que había hecho un juramento de sangre. —Tú eras peor que este grupito. Intentaste vencerme con tus gilipolleces de ninja. Dorian le dijo algo en respuesta, pero Clay no lo escuchó, pues un pequeño jeep que abandonaba deprisa el aparcamiento llamó su atención. —¡Los chicos son tuyos! —Dicho eso, corrió tras su presa que escapaba.

De haber sido humano, la persecución habría sido un acto de lo más estúpido. Incluso para un cambiante leopardo tenía poco sentido. Era rápido, pero no lo suficiente como para mantenerse a la par del vehículo si el conductor pisaba el acelerador a tope, como ella (no le cabía duda de que era ella) estaba haciendo. En lugar de maldecir, derrotado, Clay mostró los dientes en una cruel sonrisa sabiendo algo que la conductora desconocía, algo que hacía que su persecución pasara de estúpida a sensata. Quizá el leopardo actuara por instinto, pero el lado humano de la mente de Clay funcionaba perfectamente. Tal y como la conductora estaba a punto de descubrir…¡Ahora! El jeep frenó en seco, evitando por pocos centímetros los escombros que bloqueaban el camino. El desprendimiento de tierra había tenido lugar solo cuarenta y cinco minutos antes. En otras circunstancias, los DarkRiver ya se habrían ocupado de ello, pero, como hacía dos días había ocurrido otro pequeño derrumbe casi en el mismo punto, lo habían dejado tal cual hasta que las dos laderas afectadas pudieran ser evaluadas por expertos. De haber estado en el bar, la mujer habría escuchado el anuncio y tomado un desvío. Pero no había estado en el bar, sino escondida afuera. Cuando Clay llegó al lugar, la conductora estaba tratando de dar marcha atrás. Sin embargo, el coche seguía calándose, y el pánico de ella sobrecargaba el sistema informático que controlaba el vehículo. Podía oler el obvio e intenso temor de la mujer, aunque lo que le impulsaba a ver su rostro era el aroma curiosamente familiar aunque indefinible y extraño que subyacía bajo aquella emoción. Respirando de manera laboriosa, aunque sin estar en absoluto cansado, se detuvo en medio de la carretera, detrás de ella, desafiándola a que le pasara por encima. Porque no pensaba dejarla marchar. No sabía quién demonios era, pero su aroma se parecía de un modo perturbador al de Tally, y quería saber por qué. Pasados cinco minutos, la conductora dejó de intentar arrancar y, cuando el polvo se asentó, pudo ver la matrícula del coche de alquiler. Los pájaros comenzaron a canturrear de nuevo. Pese a todo, Clay esperó… hasta que por fin la puerta se abrió y se deslizó hacia atrás. Una esbelta pierna cubierta por tela vaquera y una bota hasta el tobillo tocó el suelo. La bestia que habitaba dentro de él se quedó muy quieta cuando apareció una mano que asió la puerta y la abrió aún más. Piel pecosa, ligeramente bronceada. Una figura femenina menuda emergió del interior del jeep. Aun habiendo bajado del vehículo, se mantuvo de espaldas a él durante varios y prolongados minutos. Clay no hizo nada para obligarla a darse la vuelta, ni profirió ningún gruñido agresivo.

En su lugar, aprovechó la oportunidad para contemplarla. No cabía duda de que era menuda, aunque no débil ni frágil. La rectitud de su columna revelaba fuerza, pero también una suavidad que prometía amoldarse a un duro cuerpo de hombre. Aquella mujer tenía curvas. Curvas sensuales, dulces. Su trasero llenaba los vaqueros a la perfección, despertando el profundo instinto sexual tanto del felino como del hombre. Deseaba morderlo, palparlo, acariciarlo. Se mantuvo inmóvil con los puños apretados y se obligó a levantar la mirada. Pensó que sería muy fácil alzarla por la cintura para poder besarla sin acabar con tortícolis. «Y planeaba besar a aquella mujer que olía como Talin». Su bestia interior continuaba gruñendo que ella era suya, y en aquel instante no se sentía lo bastante civilizado como para discutírselo. Eso llegaría más tarde, después de que hubiera descubierto la verdad sobre ese fantasma. Hasta entonces se ahogaría en la apremiante y violenta sexualidad que le dominaba, en su aroma no del todo familiar. Incluso su cabello tenía el mismo color que el de Talin: un inusual e intenso tono leonado, con mechas castaño chocolate. Melena leonina, como siempre la había denominado él. Semejante a la increíble gama de color del pelaje de un leopardo, algo que los desconocidos a menudo pasaban por alto. Sin embargo, para un leopardo aquellas variaciones eran tan obvias como si fueran focos de luz. Lo mismo que lo era el cabello de aquella mujer. Hermoso, denso. «Único». —Talin —dijo en voz queda, sucumbiendo por completo a la locura. Ella se puso rígida, pero se dio la vuelta por fin. Yel mundo entero dejó de respirar. 2 —Hola, Clay. El aire entró de nuevo en su cuerpo con la fuerza de un puñetazo.

Un rugido se formó en su garganta, pero no dejó que saliera, muy consciente del olor acre del miedo que ella desprendía. ¡Joder! Tally le tenía miedo. Bien podría haberle clavado un puñal en el corazón. —Ven aquí, Tally. Ella se restregó las manos sobre los muslos y meneó la cabeza. —He venido para hablar contigo, nada más. —¿Es esta la forma que tienes de hablar conmigo? ¿Largándote? —Se dijo que debía callarse, que no podía gruñirla. Eran las primeras palabras que cruzaban en dos décadas. Pero era algo tan natural, tan fácil, que parecía que hubieran hablado el día anterior. Salvo por el miedo—. ¿Tenías pensado detener el coche en algún momento? Talin notó que se le formaba un nudo en la garganta. —Pensaba hablar contigo en el bar. El leopardo se había hartado. Moviéndose a una velocidad sobrenatural, típica de su raza, se detuvo a un par de centímetros de ella, antes de que pudiera tomar aire para gritar. —Se supone que estás muerta. —Dejó que ella viera la cólera que le invadía, la rabia que había dispuesto de veinte largos años para fermentar. Para fermentar y extenderse hasta empapar todas las venas—. Me mintieron. —Sí, lo sé…, lo sabía. Clay se quedó mudo de incredulidad. —Que tú, ¿qué? Durante todo el tiempo que estuvo siguiéndole la pista a un fantasma, había estado convencido de que le habían mentido sin que ella supiera nada. Le había destrozado pensar que Tally estaba en alguna parte creyendo que había roto su promesa de volver con ella. Ni una sola vez había considerado que ella pudiera haber tomado parte de ese plan de forma voluntaria. Aquellos ojos del color de las nubes de tormenta se enfrentaron a los suyos. —Les pedí que te dijeran que me había matado en un accidente de tráfico.

El puñal se clavó tan hondo que perforó su alma. —¿Por qué? —Porque tú no ibas a dejarme en paz, Clay —susurró. El tormento era como una bestia salvaje en aquellos grandes ojos grises, unos ojos bordeados por una banda ambarina—. Estaba con una buena familia tratando de hacer una vida normal… —Sus labios hicieron una mueca—. O tan normal como sabía. Pero no podía relajarme. Podía sentirte buscándome en cuanto saliste del reformatorio. ¡Tenía doce años y no me atrevía a cerrar los ojos por si te encontraba en mis sueños! El leopardo que habitaba en él desnudó los dientes en un gruñido. —¡Eras mía y tenía que protegerte! —¡No! —Cerró las manos en dos puños, su rechazo se reflejaba en la tensión de todo su cuerpo—. ¡Nunca fui tuya! Bestia y hombre se tambalearon bajo el feroz impacto de su rechazo. La mayoría de la gente pensaba que se parecía mucho a Judd, el psi frío como el hielo de los SnowDancer, que no tenía sentimientos. En aquel momento deseó que eso fuera verdad. La última vez que le habían herido de ese modo, como si su alma estuviese siendo lacerada por un millar de crueles látigos, fue el día en que salió del reformatorio. Lo primero que hizo fue llamar a los Servicios Sociales. «—Lo siento, Clay. Talin murió hace tres meses. »—¿Qué? —Su mente se quedó en blanco, sus sueños de futuro bloqueados por un negro muro—. No. »—Fue un accidente de coche. »—¡No!» Aquello le había vencido, le había hecho pedazos. Pero la profundidad del sufrimiento de entonces, aquel dolor cortante y desgarrador, no era nada comparado con el rechazo actual. Sin embargo, y a pesar de la herida que le había infligido, aún deseaba, necesitaba tocarla. No obstante, cuando alzó una mano ella se estremeció. Tally no podría haber hecho nada que le causase más desolación a su protector corazón animal. Combatió el dolor como siempre hacía, encerrando la amabilidad y dejando que la cólera vagase en libertad.

En los últimos tiempos, estaba furioso de manera constante. Pero ese día, el dolor se negaba a remitir. Le clavaba sus garras amenazando con hacerle sangrar. —Jamás te hice daño —murmuró. —No puedo olvidar la sangre, Clay —respondió con voz trémula—. No puedo olvidar. Él tampoco. —Vi tu certificado de defunción. —Después de que pasara la conmoción, supo que era mentira. Pero añadió—: Necesito saber que eres real, que estás viva. Esta vez, cuando acercó la mano a su mejilla, Tally no se estremeció. Pero tampoco buscó consuelo en su contacto como siempre había hecho de niña. Tenía una piel delicada, del color de la miel. Un sendero de pecas se extendía desde el puente de la nariz hacia los pómulos. —Nunca te gustó resguardarte del sol. Ella le lanzó una mirada sorprendida seguida de una tímida sonrisa que le golpeó como si de un puñetazo en el estómago se tratara. —Nunca se me dio bien. Al menos no había cambiado en eso. Pero había cambiado mucho. Su Tally había corrido a sus brazos todos los días durante cinco de los años más felices de su vida, buscándole como protector y como amigo. Ahora le retiró la mano hasta que él la apartó, una silenciosa reiteración de su rechazo que se marcó en su alma como una quemadura de hielo. Aquello tornó su voz ronca cuando habló: —Si tanto me odias, ¿por qué me has buscado? ¿Por qué no le había dejado con sus recuerdos… las reminiscencias de una niña que solo había visto bondad en él? Aquellos recuerdos eran lo único que había tenido en su lucha por mantenerse en la luz. Siempre había llevado oscuridad en su corazón, pero ahora le llamaba a cada minuto del día prometiéndole en susurros que encontraría paz no sintiendo, sin sufrir. Ni siquiera los vínculos del clan eran ya suficientes para retenerle, no cuando el atractivo de la violencia palpitaba en él día y noche, hora tras hora, segundo tras insoportable segundo. Talin abrió los ojos como platos.

—Yo no te odio. Nunca podría odiarte. —Responde a mi pregunta, Talin. —No iba a volver a llamarla Tally. Ya no era su Tally, el único ser humano que había amado su defectuosa alma antes de que fuera arrastrado hasta los DarkRiver. Aquella era Talin; una desconocida—. Quieres algo. A Talin se le encendieron las mejillas. —Necesito ayuda. Clay jamás podría volverle la espalda, pasara lo que pasase. Pero escuchó de forma impasible; la ternura que le inspiraba amenazaba con convertirse en algo contra lo que deseaba arremeter y causar dolor. Si revelaba la profundidad de su furia, si la espantaba de nuevo, podría hacerle cruzar definitivamente el límite. —Necesito a alguien lo bastante peligroso como para acabar con un monstruo. —Así que has venido a buscar a un asesino nato. Ella se estremeció una vez más, luego irguió la espalda. —He acudido a la persona más fuerte que jamás he conocido. Clay soltó un bufido. —Querías hablar. Pues habla. Talin miró más allá por encima del hombro de Clay. —¿Podríamos hacerlo en un lugar más privado? La gente podría venir en coche hasta aquí. —No llevo a extraños a mi guarida. —Clay estaba cabreado, y cuando se cabreaba se volvía mezquino. Talin alzó la cabeza en un gesto bravucón que le trajo a la memoria recuerdos del pasado. —Vale.

Podemos ir a mi apartamento en San Francisco. —Yun cuerno. —De vez en cuando trabajaba en las oficinas de los DarkRiver cerca de Chinatown, pero se trataba de un edificio construido para felinos. No hacía que se sintiese acorralado—. Me pasé cuatro años en una celda. —No incluyó los catorce que había pasado en el apartamento, pequeño como una caja de cerillas, al que su madre y él habían llamado hogar—. No me siento cómodo entre cuatro paredes. Un dolor descarnado afloró en las facciones de Talin convirtiendo los ojos grises, del color de las nubes durante una tormenta, en negros y eclipsando el anillo de color ámbar fuego. —Lo siento, Clay. Te encerraron por mi culpa. —No te hagas ilusiones. Tú no hiciste que le arrancara las tripas a tu padre adoptivo ni que le desgarrase la cara. Talin se apretó la mano contra el estómago. —No lo hagas. —¿Por qué no? —insistió. Una cáustica mezcla de ira y posesión dominaba su feroz instinto protector en lo tocante a Tally. Una vez más, se recordó a sí mismo que aquella mujer no era su Tally, no era la chica por la que habría hecho cualquier cosa, incluso abrirse las venas, con tal de mantenerla a salvo—. Maté a Orrin contigo en la misma habitación. No podemos ignorarlo como si nunca hubiera ocurrido. —No tenemos por qué hablar de ello. —Antes tenías más agallas. Un sonrojo cubrió otra vez sus mejillas, haciendo que se encendieran bajo la tenue luz del día que se iba apagando. Pero dio un paso hacia él con el cuerpo temblando de furia. —Eso fue antes de que tuviera su sangre salpicándome la cara, antes de que mi cabeza se llenara con sus gritos y los rugidos de un leopardo. Un cambiante depredador podía cazar en absoluta quietud, tanto en forma humana como animal, pero aquel día sentía tanta rabia que el animal que moraba dentro de él había escapado por completo.

Durante aquellos minutos en que corrió la sangre, fue un humano demente, un leopardo sobre dos piernas. Para apartarle del cuerpo mutilado de Orrin Henderson tuvieron que suministrarle una dosis excesiva de sedantes para animales.

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