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La historia secreta de la iglesia catolica – Cesar Vidal

La iglesia católica es, con diferencia, la confesión religiosa que más importancia ha tenido a lo largo de la Historia de España. Los judíos no solo fueron perseguidos desde la unión de la iglesia y el estado en los albores de la Edad Media, sino que, finalmente, sufrieron, entre otras desdichas, los terribles pogromos del siglo XIV, inicio de su decadencia, y la Expulsión de 1492. Los moriscos fueron arrojados de España en el siglo XVII aunque, ciertamente, el islam se había convertido en una fuerza espiritual apenas significativa desde el final de la Reconquista. Por lo que se refiere a los protestantes fueron exterminados de manera sistemática y feroz desde el siglo XVI correspondiendo a uno de ellos el raro honor de ser el último ajusticiado por la Inquisición española ya bien entrado el siglo XIX. No sorprende que tras administrar ese tratamiento a cualquier otra religión aprovechando su fuerza sobre el poder civil la iglesia católica quedara como única fuerza espiritual durante siglos. Es muy posiblemente esa circunstancia la que explica que su historia no se haya abordado en España de manera global y total sino siempre recurriendo a un expurgado que recuerda no poco al que los inquisidores, responsables de la censura, perpetraban con los libros. Los ejemplos sobran. La BAC, editorial católica por antonomasia, ha publicado una Historia de la iglesia católica en España1 que proporciona no pocos datos sobre las cuestiones más diversas. Más clamorosas son si cabe las ausencias de ese magnum opus. Así, por ejemplo, el volumen dedicado a los siglos VIII-XIV2 no hace referencia a acontecimientos de tanta relevancia como el exterminio de los herejes, el antisemitismo militante, la acción de la Inquisición o los pogromos de 1391. A decir verdad, se podría pensar que ni uno solo de esos acontecimientos existieron. Lo mismo encontramos en el tomo dedicado a los siglos XV y XVI3 donde las hogueras de la Inquisición, el exterminio de los protestantes o el gasto que significaba para las arcas nacionales la causa de la Contrarreforma brillan igualmente por su ausencia. En otros volúmenes ulteriores, acontecimientos históricos como la persecución contemporánea de las libertades o el aprovechamiento de las circunstancias políticas —generalmente la debilidad gubernamental— para imponer sus condiciones a los distintos gobiernos nacionales tampoco aparecen. En resumen, lo que se narra en los varios volúmenes de la obra es más o menos acertado o cercano a la verdad, pero no es ni con mucho toda la verdad y, precisamente por ello, la narración histórica queda gravísimamente distorsionada. En algunos casos, esa exclusión ha entrado de manera aún más descarnada en el terreno de lo apologético. No otro es el caso de un reciente libro del opusdeísta Luis Suárez.4 La obra no solo oculta aspectos absolutamente esenciales de la Historia de la iglesia católica en España sino que distorsiona gravemente otros y acaba ofreciendo un retrato absolutamente tendencioso y cargado de desequilibrios no solo por su carácter propagandístico, sino, fundamentalmente, por sus omisiones. Es bien discutible que España deba algo a la iglesia católica, pero, en cualquiera de los casos, el lector no podrá nunca saber si esta confesión debe algo a la nación española. Bien es cierto que poco más podría esperarse de un autor que forma parte del grupo que insta la canonización de Isabel la Católica y que, a preguntas de quien escribe estas líneas, se negó repetidamente a manifestar una opinión contraria no solo en relación con la expulsión de los judíos en 1492, sino también con el caso de acusación de crimen ritual del Niño de la Guardia. Su condición de académico o de especialista en los Reyes Católicos no parece que invalide lo más mínimo este juicio y, si acaso, obliga a formularse inquietantes preguntas. En los dos casos citados —podrían aducirse muchos más— el tratamiento de la iglesia católica recuerda a los de ciertos medios de comunicación también vinculados a esta confesión en los que la información sobre las visitas del papa es detallada y entusiasta, aunque, por regla general, nunca se incluyan referencias a su coste, pero se oculta de manera sistemática la información relativa a las finanzas de la Santa Sede o a los casos de pederastia en el clero. No mucho mejor —todo hay que decirlo— ha sido la manera en que se han acercado al tema autores de acendrada visión anticatólica. Por regla general, sus análisis se han centrado en la guerra civil e incluso en esos casos no se puede decir que no dejen mucho que desear. El desconocimiento del hecho religioso, de la Historia anterior y, en no escasa medida, el prejuicio acaban convirtiendo una tarea necesaria —la de historiar donde otros no lo han hecho— en baldía. Sin embargo, a pesar de que esta es la realidad historiográfica, por definición, la Historia debe, como disciplina, ser completa y recoger todos los aspectos que nos permitan tener una idea global del fenómeno al que nos acercamos.


Un historiador que se acercara al nacionalsocialismo alemán y decidiera soslayar cualquier mención a los campos de exterminio, a las cámaras de gas o a los Einsatzgruppen no podría sino pintar un cuadro absolutamente desenfocado. A decir verdad, Hitler sin el horror de los campos podría ser presentado como un socialista nacionalista deseoso de rehabilitar su nación. Esa parte de la Historia sería cierta, pero el cuadro global habría pasado por alto que la realidad histórica fue trágicamente distinta. Esa es precisamente la situación a la que nos conducen los estudios del tipo de los señalados anteriormente. La iglesia católica no ha sido, históricamente, el bastión de la luz —muchas veces se manifestó como su enemiga más encarnizada— que pretenden sus apologistas ocultando, obviando o retorciendo hechos históricos incontestables. Sin embargo, tampoco se puede reducir, de manera simplista, a presentarla como la adversaria de una izquierda que, de entrada, ni siquiera existía durante la mayor parte de su devenir histórico. A día de hoy, sigue siendo la última monarquía absoluta, una de las últimas teocracias —junto al Irán de los ayatolás— y una entidad política que siempre ha tenido una agenda propia y un bagaje ideológico para legitimarla por encima de la acción de las otras potencias de la época. Sin tener en cuenta esos aspectos es imposible comprender lo que ha significado para la Historia universal y, de manera muy concreta, para la de España. Este libro constituye un intento de mostrar aquellos aspectos que son, de manera pertinaz y sistemática, orillados en las historias escritas por autores católicos y también no-católicos que solo saben acercarse al fenómeno desde una perspectiva no menos determinada ideológicamente e incluso más limitada en el tiempo. Dividido en ocho partes, el libro aborda en las primeras lo que fue el desarrollo de la iglesia católica desde sus inicios en España hasta la reunificación nacional de finales del siglo XV entrando en aquellos aspectos que, de forma generalizada, se suelen excluir, total o parcialmente, de las obras católicas, pero que resultan esenciales para comprender la verdadera influencia de la institución. A continuación, la obra entra en el período de la Contrarreforma, absolutamente esencial para comprender la Historia de España, ya que, ciertamente, determinará su desarrollo durante los siglos siguientes e incluso a día de hoy perdura su influencia, aunque muchos, viviéndola de manera cotidiana, no sean capaces de percibirla y analizarla. Las siguientes partes están referidas al peso de la iglesia católica durante los siglos XVIII, XIX y XX, en que, de forma continua y no pocas veces violenta, se opuso frontalmente a la Ilustración, a la configuración de un estado liberal y a la articulación de distintos intentos democráticos en la medida en que los consideraba un peligro para sus privilegios seculares. Finalmente, la obra concluye con el papel —absolutamente esencial— de la iglesia católica en la configuración del régimen de la Transición y la manera en que ha conseguido incrementar sus privilegios con los diferentes gobiernos, tanto de izquierda como de derecha, que se han sucedido desde mediados de los años setenta del siglo XX. En no escasa medida, este ensayo histórico constituye una «Historia secreta» porque no pocos de los aspectos son hurtados en otras obras o incluso algunos de ellos son desconocidos. No es menos cierto que el análisis global, tal y como aparece en este volumen, ha estado totalmente ausente de la historiografía española. No podía, pues, ser más necesario. Ahora, desprovisto de las lentes sucias y empañadas del prejuicio, es misión del lector enjuiciarlo. Miami, noviembre de 2013 PRIMERA PARTE De la conversión en religión estatal a la «solución final» del problema judío 1 La ejecución del primer disidente EL CRISTIANISMO LLEGA A ESPAÑA.5 La llegada del cristianismo a España difícilmente hubiera servido para presagiar lo que sería el catolicismo posterior. Leyendas aparte, Santiago nunca estuvo en España —esa afirmación, como tendremos ocasión de ver, surgió durante la Edad Media en medio de un ambiente de violencia nada parecido a la predicación pacífica de Jesús— ni tampoco llegaron hasta la Península Ibérica los llamados Varones apostólicos. La primera predicación, más que probablemente, derivó de Pablo de Tarso, un antiguo fariseo, convertido a la fe en Jesús el mesías y deseoso de alcanzar con su mensaje hasta lo último del cosmos conocido a la sazón. Al final de su tercer viaje, el apóstol Pablo había sido detenido en Jerusalén y desde allí había pasado a la residencia del gobernador romano en Cesarea y, con posterioridad, tras un agitado periplo marítimo, había llegado a Roma. Al cabo de dos años de detención domiciliaria, Pablo —como había pensado— fue puesto en libertad. Las razones para ese desenlace pueden establecerse con facilidad. Se ha apuntado a la posibilidad de que sus acusadores no comparecieran en plazo ante el tribunal imperial y que la acción legal quedara así enervada.

6 Tampoco puede descartarse que su puesta en libertad respondiera a un simple acto de imperium del césar.7 Desde luego, de lo que sí tenemos constancia es de que en torno al año 63 se encontraba en Hispania. No es posible saber cuándo pudo nacer en Pablo la idea de llegar a Hispania, aunque no han faltado los que han especulado con la posibilidad de que fuera ya un sueño juvenil conectado con la afirmación del Salmo 72, 10 en la que se habla de cómo los reyes de Tarsis, identificada con Tartessos, y de las islas llevarían su tributo al rey de Israel.8 En realidad, pisamos terreno seguro solo a partir de su afirmación, contenida en la carta a los Romanos 15, 24 y 28 en la que anuncia su propósito de alcanzar Hispania. Los testimonios al respecto no son escasos. El más antiguo, a unas tres décadas de los hechos, es el del romano Clemente que en su carta a los Corintios escrita c. 98 señalaba que Pablo había llegado al extremo de Occidente.9 El texto no menciona literalmente Hispania, pero la expresión dysis (Occidente) para el mundo de la época significaba esta región del imperio y el término terma (extremo) solía aplicarse al extremo del mundo que, por ejemplo, Filóstrato localizaba en Gades, la actual Cádiz.

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2 comentarios

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  1. En serio, me encantaría poder donarles; pero no puedo????

    1. Por ahora, solo tenemos un sistema de donación con paypal. Gracias de todos modos. 🙂

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