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La Gran Derrota de Hitler – Paul Adair

El duelo a muerte entre la Alemania nazi y la Unión Soviética ha despertado el interés y la fascinación de todos los interesado por la Historia Militar. Pero la casi totalidad de la bibliografía existente se ha centrado en el análisis de la Operación Barbarroja (1941) y la Batalla de Stalingrado (1942- 43), llegando a lo sumo, hasta la Batalla de Kursk (1943). Sin embargo, la trascendental Operación Bagration, desarrollada en el verano de 1944, por la que el Ejército Rojo consiguió expulsar a las tropas de Hitler de su territorio, permanece casi desconocida. Esta colosal ofensiva soviética, en la que participaron casi dos millones de soldados, causaría a la Wehrmacht más bajas que en Stalingrado y dejaría encauzado el posterior avance sobre Berlín, pero de forma incomprensible, ha sido pasada por alto por la mayoría de historiadores. La gran derrota de Hitler viene a cubrir esa inexplicable laguna, ofreciendo al lector el elemento que faltaba para tener una visión completa de la larga lucha en el frente oriental y proporcionándole las claves para comprender el derrumbe militar germano en el este, el factor verdaderamente decisivo de la Segunda Guerra Mundial.


 

D Introducción urante los meses de mayo y junio de 1944, la vida en el sur de Inglaterra estuvo marcada por la concentración de tropas que se preparaban para la mayor invasión por mar jamás proy ectada en la historia de la guerra. Convoyes de camiones y tanques, todos con una gran estrella blanca de identificación, cruzaban con gran estruendo los pueblos y aldeas de la campiña inglesa. Resultaba evidente que la fecha de la invasión era inminente y todos centraban su atención en la estrecha franja de mar que separa Inglaterra del continente. La mañana del 6 de junio, diez divisiones británicas y estadounidenses estaban destinadas a aterrizar en el noroeste de Europa. A pesar del trabajo meticuloso del Estado Mayor durante aquellos últimos meses, se dirigían hacia lo desconocido y nadie podía estar absolutamente seguro de que no les esperaba ningún desastre imprevisto que impediría a las tropas aliadas poner los pies en las playas. La incertidumbre reinante se puede medir por el hecho de que el general Eisenhower, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas, tenía unas declaraciones preparadas para el caso de que aquella empresa fracasara totalmente. Nadie de los que oyeron por la BBC el anuncio de que se había podido desembarcar con éxito olvidaría y a jamás la sensación de alivio. A lo largo de aquel fatídico verano, la atención de los aliados occidentales estuvo centrada, naturalmente, en la lucha en Normandía y en la esperanza de que la guerra pudiera concluir con rapidez. Los acontecimientos trascendentales que estaban ocurriendo al mismo tiempo en el Frente Oriental recibieron, en cambio, poca atención. Para situarlos en su justo contexto, hay que tener en cuenta que mientras el Ejército alemán estaba desplegando 59 divisiones en Occidente (28 de ellas en Italia), en el Frente Oriental había 165 divisiones comprometidas [1] . Los preparativos alemanes para rechazar la invasión tuvieron el rigor que caracterizaba a su ejército. Para evitar su temor histórico de tener que lidiar una guerra importante simultáneamente en dos frentes, mantuvieron la esperanza de poder impedir que los aliados llegaran a la costa, pero si eso no resultaba posible, esperaban derrotarlos en el litoral de inmediato. Si se lograban estas previsiones, Hitler contaría con el tiempo suficiente para transferir unas divisiones desesperadamente necesarias, en especial las divisiones panzer, para responder a la enorme superioridad que los soviéticos estaban a punto de desplegar sobre el Ejército alemán en el este. La primera gran ofensiva de la serie que Stalin había planeado para el verano de 1944 tenía como objetivos la destrucción del Grupo de Ejército Centro y la liberación de Bielorrusia, la última zona de la Unión Soviética ocupada todavía por los alemanes. El éxito de aquella ofensiva es el tema de este libro. Eliminó a casi treinta divisiones de la orden de batalla alemana, ocasionando más bajas que las ocurridas en la mayor derrota anterior sufrida por los alemanes, Stalingrado. Pero la diferencia principal entre las dos era que, después de Stalingrado, Alemania conservaba todavía los hombres y los recursos necesarios para mantener la iniciativa, mientras que las pérdidas del verano de 1944, combinadas con el desgaste creciente en hombres y en material en el oeste, significaron que el fin de Alemania se acercaba inexorablemente. La valentía y capacidad de sacrificio de su infantería, marina y aviación no fueron capaces de contrarrestar los abrumadores ataques que se cernieron sobre ellos, unos ataques que resultaron inevitables si se tiene en cuenta la manera en que Hitler había dirigido la guerra: existía una enorme posibilidad de derrota desde el mismo día en que tomó la decisión de llevar a sus ejércitos hacia Rusia. L Prólogo « ¡El Segundo Frente, ahora!» a noche del 22 de junio de 1941, el día en que el Ejército alemán atacó la Rusia soviética en la llamada operación Barbarroja, el primer ministro Winston Churchill emitió la promesa de que el pueblo británico « prestaría toda la ay uda que fuera necesaria al pueblo ruso» en su lucha contra el invasor nazi. Stalin, quien parece que en aquel momento sufría algún tipo de crisis nerviosa, no respondió hasta que dirigió su emotivo e histórico discurso a la nación rusa, en el que mencionó « con gratitud» el ofrecimiento de ayuda hecho por Churchill.


Esto sería promulgado unos días más tarde con la firma de la Declaración anglosoviética, que reflejaba la ayuda militar mutua y el compromiso de no concluir una paz con Alemania por separado. Por la parte británica no había todavía ninguna propuesta de intervención militar directa [2] . El 18 de julio, Stalin hizo su primera propuesta para que hubiera « un frente contra Hitler en el oeste (norte de Francia) y en el norte (Ártico)» . Churchill respondió que, sencillamente, no era posible considerar nada de ese alcance teniendo en cuenta el estado de los recursos británicos en aquellos momentos. Stalin contraatacó el 13 de septiembre, afirmando que « Inglaterra podía llevar sin peligro entre 25 y 30 divisiones a Archangel [3] o transportarlas a través de Persia (el actual Irán) hasta las regiones meridionales de la Unión Soviética para que cooperaran militarmente con las tropas soviéticas en los territorios de la Unión Soviética» [4] . Así se acuñó el concepto de intervención occidental para aliviar la presión de las tropas soviéticas dolorosamente enfrascadas en la batalla, lo que más tarde se conocería como Segundo Frente, y que tan amargos sentimientos provocaría durante los dos años siguientes. A pesar de que la intervención física estaba fuera de cuestión porque el propio Reino Unido estaba luchando por su supervivencia contra la abrumadora superioridad alemana, Churchill y Roosevelt acordaron, en su primera reunión en Terranova en agosto de 1941, enviar a Rusia el material militar que tanta falta le hacía. Éste fue el principio del sistema Lend-Lease que tan importante iba a ser para equipar a las fuerzas soviéticas, aunque luego sería tremendamente infravalorado por los historiadores soviéticos de la posguerra. La primera ay uda procedió de la muy escasa capacidad de producción bélica británica y fue enviada por convoy a través del Cabo Norte hasta Murmansk, hasta que las pérdidas provocadas por los ataques alemanes fueron tan grandes que hubo que suspender los convoyes. Con el tiempo, la mayor ayuda acabó llegando desde Estados Unidos, entrando en Rusia por Persia o por los puertos del Pacífico y con el ferrocarril transiberiano. Esta última ruta demostró ser capaz de transportar tanto volumen de mercancías como las rutas de Persia y del Atlántico Norte combinadas. Los meses previos a la intervención estadounidense en la guerra, Stalin mantuvo su presión para que hubiera un Segundo Frente para aliviar la presión sobre sus agobiadas tropas, que luchaban en el frente de Moscú. Librada en el invierno más crudo en muchos años, esa titánica batalla representó el primer revés importante sufrido por el ejército alemán, escasamente preparado para cualquier cosa que no fuera una breve campaña estival. Fue en ese punto cuando Japón atacó a las fuerzas estadounidenses en Pearl Harbour, a lo que le siguió la sorprendente declaración de guerra de Hitler contra Estados Unidos que sellaría el destino funesto de la Alemania nazi. Resulta interesante especular sobre cómo se habría desarrollado la guerra si Japón hubiera sido el principal enemigo de Estados Unidos. ¿Podía haber existido un Segundo Frente ganador basado únicamente en las fuerzas del Imperio británico? Inmediatamente después de Pearl Harbour, Churchill decidió ir a Estados Unidos para concertar planes con Roosevelt, y mandó a Anthony Eden, su ministro de Asuntos Exteriores, a Moscú, donde las tropas rusas estaban a punto de lanzar su primera contraofensiva a gran escala. En la reunión de Washington —que llevaba el nombre codificado de Arcadia—, la primera con los dos países en guerra, los dos dirigentes tomaron la trascendental decisión de que había que derrotar a Alemania antes que a Japón. Entre otras medidas, figuraba la intención general de regresar al continente europeo durante 1942, aunque Churchill creía que 1943 era una fecha más realista a menos que en Alemania se produjera alguna forma de hundimiento interno. La ofensiva estratégica del bombardeo seguía siendo la única forma factible de intentar aliviar la presión sobre su aliado soviético. Naturalmente, Stalin se sentía decepcionado y aprovechaba cualquier ocasión para expresar su sensación de que las tropas soviéticas combatían a los alemanes mientras sus aliados lo contemplaban sin hacer nada. En abril, Roosevelt mandó a su enviado especial, Harry Hopkins, y al general Marshall, su jefe del Estado Mayor, a Londres para hablar de la posibilidad de organizar un Segundo Frente en 1942, si la situación del Frente Oriental se deterioraba hasta el punto de que Rusia pudiera ser derrotada. Los jefes del Estado May or británicos señalaron que sólo podían preparar siete divisiones de infantería y dos blindadas a tiempo para desembarcar en 1942, y que éstas no serían lo bastante fuertes para mantener una primera cabeza de playa [5] contra las fuerzas que Alemania ya tenía disponibles, por no hablar de si los alemanes mandaban refuerzos desde el este. A pesar de ello, se decidió proceder a la planificación de esta operación, que llevaba el nombre codificado Sledgehammer, por si se presentaba una ocasión favorable, o por si era necesario desplegarla como « sacrificio» si las tropas rusas eran vencidas de manera catastrófica, lo que en aquellos momentos parecía bastante posible. Churchill jamás pensó que aquel plan tuviera ninguna posibilidad de éxito y dio todo su apoy o a un segundo plan, Round Up, para atacar el continente en 1943 con las 48 divisiones que podían llegar a reunirse para entonces. Pero dejó a los americanos con la impresión de que también aceptaba la operación Sledgehammer y eso provocó un malentendido cuando Molotov, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, visitó Londres y Washington.

Las conversaciones de Londres con Molotov empezaron mal cuando el ministro pidió el reconocimiento de las fronteras rusas de 1941, lo que incluía Polonia oriental, los Estados bálticos y Besarabia. Churchill lo rechazó de entrada y entonces Molotov presionó para organizar un Segundo Frente capaz de desviar al menos cuarenta divisiones alemanas de la ofensiva estival alemana que se esperaba de un momento a otro. Se le indicaron las considerables dificultades y Churchill añadió que se estaba estudiando un desembarco en el norte de Noruega con el doble objetivo de ahuyentar a las fuerzas alemanas y proteger las bases aéreas en las que los convoy es tan necesarios para Murmansk estaban siendo atacados. Molotov no se inmutó y cuando llegó a Washington siguió presionando para que hubiera un ataque por el Canal. Roosevelt pareció apoyar al principio un desembarco en 1942, pero su equipo, que para entonces se mostraba más cauto y se daba cuenta de la escasez de aviación de desembarco adecuada, descartó cualquier posibilidad de efectuarlo. A Molotov se le dijo que no se le podía dar una respuesta definitiva hasta que se llegara a un acuerdo con Londres. A su regreso a Londres, Churchill le dijo que Gran Bretaña apoy aría el desembarco sólo si había la aviación suficiente y la operación parecía « sólida y sensata» . Molotov leyó entre líneas e informó a Stalin: « En consecuencia, el resultado es que el Gobierno británico no acepta la obligación de establecer un Segundo Frente este año, y declara, y lo hace de manera condicional, que prepara algún tipo de operación de ataque» [6] . En junio, Churchill regresó a Washington para comentar con Roosevelt el progreso de la guerra y los dos dirigentes acordaron que en 1942 Sledgehammer resultaba impracticable, y que los planes de Gymnast —desembarcos en el norte de África, que luego recibirían el nombre de Torch— debían resucitarse como la mejor manera de aliviar un poco la presión sobre los rusos. Stalin no fue informado hasta el 14 de julio, cuando también se le comunicó la suspensión de los convoy es de ay uda, puesto que las pérdidas durante la larga noche de verano del mar Ártico habían alcanzado cifras inaceptables. Como la ofensiva alemana en el sur estaba saliendo bien y cosechaba buen número de prisioneros en las mismas proporciones que en 1941, la respuesta de Stalin fue comprensiblemente amarga: « A pesar del comunicado acordado [emitido durante la visita de Molotov en may o] referente a la tarea urgente de crear un Segundo Frente en 1942, el Gobierno británico aplaza este asunto hasta 1943. Me temo que la creación de un Segundo Frente no está recibiendo el tratamiento serio que merece. Teniendo en cuenta la posición presente del frente soviético-alemán, debo declarar de la manera más enfática que el Gobierno soviético no puede consentir el aplazamiento del Segundo Frente en Europa hasta 1943» [7] . Al cabo de una semana, Churchill aceptaba la invitación de Stalin para visitarlo en Moscú. Su telegrama a Attlee, primer ministro delegado, revelaba el objetivo de la visita: « Era mi deber acudir. Ahora ya saben lo peor, y una vez han dejado constancia de su protesta se muestran totalmente amigables; y todo a pesar del hecho de que están viviendo su período más preocupante y agónico. Además, el señor Stalin está totalmente convencido de las grandes ventajas de Torch [sic] y yo confío que está siendo impulsada con una energía inmensa en ambos lados del océano» [8] . La promesa de un Segundo Frente quedó anulada demasiado pronto por las recomendaciones de los jefes del Estado Mayor. A finales de 1942 todavía no habían llegado las suficientes divisiones americanas al Reino Unido, de modo que no había ninguna posibilidad de una segunda operación combinada a menos que se suspendiera la campaña en el Mediterráneo, lo cual Churchill era reacio a hacer por su efecto en India y en Extremo Oriente. Pero los dos líderes occidentales acordaron establecer un Estado Mayor en Londres para planificar el Segundo Frente, aunque lo plagaron de condicionantes importantes: el desembarco sólo tendría lugar « si el estado de la moral y los recursos alemanes lo permitían» . Había otras estipulaciones vagas que dejaban claro que como mínimo había dudas significativas en sus mentes, siendo tal vez la más importante los números probables de aviones de desembarco disponibles. Stalin expresó su exasperación con sus colegas occidentales: « Asumiendo que la decisión que han tomado en relación con Alemania supone la tarea de destruirla con la apertura de un Segundo Frente en Europa en 1943, agradecería que me informaran de las operaciones concretas planificadas en este ámbito y del calendario previsto para su ejecución» [9] . Al cabo de dos meses, después de la pérdida del Sexto Ejército en Stalingrado, en un momento en que el brillante contraataque del mariscal de campo Von Manstein había estabilizado el sur causando grandes pérdidas en el Ejército Rojo, Stalin volvió sobre el tema: « Por lo tanto, la vaguedad de sus declaraciones respecto a la ofensiva angloamericana al otro lado del Canal me provoca una inquietud que no puedo mantener en silencio» [10] . Poco después, durante la conferencia Tridente de Washington en mayo, Churchill y Roosevelt confirmaron que la escasez de aviación de desembarco obligaba a descartar una invasión a través del Canal en 1943, y que la fecha prevista para la operación Round Up, más tarde llamada Overlord, se aplazaba hasta el primero de mayo de 1944. El 4 de junio, Stalin fue informado por el embajador estadounidense de que el Segundo Frente quedaba aplazado otro año más, y reaccionó con la esperada mordacidad: « Esta decisión crea unas dificultades excepcionales para la Unión Soviética, que lleva ya dos años librando una guerra bajo las condiciones más duras contra las fuerzas principales de Alemania y sus satélites.

Esta decisión deja también al Ejército soviético, que no sólo lucha por su propio país, sino también por los aliados, combatiendo casi con una sola mano contra un enemigo todavía muy fuerte y muy peligroso» [11] . Churchill contestó con agudeza: « No ayudaría a Rusia que nosotros lanzáramos a cien mil hombres en un desastroso ataque a través del Canal, como seguramente ocurriría, en mi opinión, si lo intentáramos bajo las actuales condiciones y con unas fuerzas demasiado debilitadas para pretender ninguna victoria a un coste tan alto» [12] . La respuesta de Stalin sería todavía más mordaz: « No hace falta decir que el Gobierno soviético no puede aceptar esta desconsideración hacia los intereses soviéticos más básicos en la guerra contra el enemigo común» . Consideraba que una invasión a través del Canal « salvaría millones de vidas en las regiones ocupadas de Europa occidental y Rusia» , y que reduciría los « sacrificios colosales» de los ejércitos soviéticos, en comparación con los cuales, reflexionó, « las pérdidas de las tropas angloamericanas se considerarían modestas» [13] . Más tarde, en 1943, después de la victoria en la batalla de Kursk —que en realidad fue el punto de inflexión en el Frente Oriental porque el Ejército alemán no fue nunca capaz de tomar más que una iniciativa local—, Stalin accedió a reunirse con Churchill y Roosevelt en Teherán. Era la primera ocasión en la que los tres líderes podían sentarse alrededor de una mesa para hablar de su estrategia de destrucción de la Alemania nazi y, finalmente, de Japón, y de exponer sus puntos de vista sobre cuál sería la estructura de Europa después de la guerra. Para la evidente satisfacción de Stalin, se confirmó la fecha del 1 de may o de 1944 para la operación Overlord. El biógrafo de Stalin, el general Volkogonov, describió la situación: « Durante el desayuno del 30 de noviembre […] Roosevelt dijo: “Hoy el señor Churchill y y o hemos tomado la decisión basándonos en las propuestas de nuestros Estados Mayores combinados: la operación Overlord empezará en mayo, junto a un desembarco simultáneo en el sur de Francia”» . « Esta situación me satisface —replicó Stalin con toda la calma de la que fue capaz—, pero también quiero decirles al señor Churchill y al señor Roosevelt que, en el momento en que empiece el desembarco, nuestras tropas estarán preparando un importante ataque contra los alemanes.» [14] Ésta fue la génesis de la ofensiva que liberaría Bielorrusia y destruiría el Grupo de Ejército Centro en verano de 1944, y que infligiría al Ejército alemán la may or derrota de toda su historia. E 1 El Ejército alemán l ejército había desempeñado un papel inigualable en la estructura del estado de Prusia desde el siglo XVIII y, posteriormente, en el Imperio germánico. El territorio prusiano se extendía desde el río Elba hasta la frontera de Rusia, y buena parte del espíritu del Estado Guerrero procedía de las órdenes de monjes militares que habían forjado sus dominios desde los países eslavos del este. Después de la Guerra de los Treinta Años, el Ejército prusiano, bajo el Gran Elector y su hijo, Federico el Grande, se convirtió en la institución dominante de Prusia y convirtió el país en el mayor poder militar del norte de Europa. Bajo estos dos monarcas, el Ejército absorbió a la nobleza de Prusia oriental, los Junkers, a la que se ofrecieron privilegios materiales a cambio de la prestación del servicio militar. Federico el Grande conservó la política de su padre, según la cual los oficiales del ejército sólo podían proceder de las familias aristocráticas de Prusia, mientras que el desarrollo del comercio y la industria quedaba en manos de la clase media. Fue así como los Junkers, que a menudo no poseían más que rentas limitadas de sus pequeñas propiedades, llegarían a dominar todas las ramas de los servicios gubernamentales. Tras la derrota del ejército prusiano en Jena en 1806, se reconoció la necesidad de una reconstrucción total y ésta fue instituida por parte de dos reformadores militares, Von Scharnhorst y Von Gneisenau. Reconocieron que la victoria de los franceses se había debido tanto a la movilización de los recursos de todo el país como a la habilidad de Napoleón como comandante militar. Von Scharnhorst se responsabilizó de la creación de un ejército fijo apoyado por una milicia extensa; Von Gneisenau se responsabilizó del sistema de formación de oficiales y de la organización del Gran Estado May or General. Durante el siglo XIX, Prusia se convirtió en el país dominante de la Confederación Germánica del Norte después de la derrota de Austria en Königgrätz en 1866, cuando los ejércitos de estos estados se incorporaron al ejército prusiano. La acumulación final de fuerzas fue la inclusión de los ejércitos de Baviera, Würtemberg y Sajonia después de la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana, y la posterior asunción del título de Emperador Alemán (Deutscher Kaiser) por parte del rey de Prusia. El militarista káiser Guillermo II llevó a Alemania a la Primera Guerra Mundial, que acabaría con su abdicación y con sus ejércitos derrotados regresando a una Alemania destrozada por las luchas intestinas. Las fuerzas aliadas obligaron a Alemania a aceptar los términos del tratado de Versalles en junio de 1919. Éstas buscaban culpabilizar a Alemania de la guerra y desposeerla para siempre de su capacidad bélica. Mientras que la marina y la embrionaria fuerza aérea quedaban reducidas a un nivel irrisorio, sería el ejército de tierra alemán el que más sufriría.

Su tamaño se redujo a su fuerza de antes de la guerra, de dos millones a 100 000 hombres que iban a ser voluntarios; tampoco contaba ya con reservas. El Estado Mayor, considerado como fuente de militarismo, se abolió, y las academias militares y escuelas de cadetes también quedaron proscritas para evitar su influencia militarizadora sobre la juventud. Con el fin de convertir el ejército en poco más que una fuerza de defensa doméstica, se prohibió la posesión de artillería pesada, tanques o armamento aéreo. Otras cláusulas del tratado estipulaban la devolución a Francia de Alsacia-Lorena y la cesión a Polonia de Prusia occidental y Silesia del norte, además de partes de Schleswig a Dinamarca. Una vez que las fuerzas aliadas de ocupación se marcharan, el Rhineland debía quedar como zona desmilitarizada. Para garantizar las provisiones del tratado se estableció una Comisión de Control de los Aliados. Alemania quedó atónita ante la severidad de las estipulaciones del tratado, que en esencia desarmaban el país y lo dejaban a merced de sus antes débiles vecinos, algunos de los cuales tenían viejas deudas que saldar. Al principio hubo un fuerte movimiento de denuncia del tratado, a riesgo de que los ejércitos aliados todavía apostados en las fronteras alemanas se decidieran a invadir. Dentro de Alemania, los soldados que habían regresado se amotinaban a menudo, influenciados por los acontecimientos de Rusia. La may oría no deseaba nada más que volver al lado de sus familias lo antes posible, pero los Consejos de Soldados querían controlar el método de desmovilización e intentaban imponer sus propias condiciones. Todas las distinciones de rango y de saludos tenían que ser suprimidas, y el Consejo Central de Soldados trató de asumir el control global sobre los asuntos militares. Los oficiales del Estado May or, preocupados por la situación, se dieron cuenta de que no tenían fuerzas a su disposición para defender las políticas gubernamentales, ni siquiera para defender las fronteras orientales del país, que eran volátiles debido a la anarquía que imperaba en Polonia y en Rusia. Esta situación fue el origen del Freikorps, unidades de voluntarios cuya fuerza oscilaba desde un puñado de hombres hasta toda una división, y que estaban formadas principalmente por antiguos oficiales y soldados, aunque también contaban con una tímida representación de estudiantes y desempleados. Al principio, los Freikorps eran grupos indisciplinados y mal organizados, pero cumplían su papel original ofreciendo al gobierno una modesta fuerza militar. Cuando en 1921 se estableció el Reichswehr, el Freikorps formó la base alrededor de la cual se organizaron las primeras unidades del ejército de 100 000 hombres (Reichsheer). Entre 1920 y 1926, el general Hans von Seeckt desempeñó un papel dirigente en el desarrollo de este nuevo ejército. Seeckt había nacido en Silesia el 22 de abril de 1886, en el seno de una familia de militares, y fue nombrado oficial del ejército en el Regimiento de Guardas Granaderos n.º 1 del káiser Alejandro. En 1899 se graduó en el curso general del Estado Mayor y a partir de ahí fue distinguido con varios cargos dentro del Estado Mayor. Durante la guerra sirvió en el Frente Oriental y se convirtió en jefe del Estado Mayor del Ejército turco. Fue miembro de la delegación alemana en Versalles. Tenía un aspecto físico esbelto y erguido, y vestía uniformes hechos a medida. De maneras muy precisas, mantenía a menudo largos silencios que rompía con comentarios breves y agudos. Lo llamaban la « Esfinge del monóculo» . Hablaba inglés y francés con fluidez y mostraba un vivo interés por el arte.

El embajador británico en Alemania destacó que Seeckt tenía « una mentalidad más abierta de lo que cabría esperar dentro de un uniforme tan rígido; una actitud más amplia de lo que parece apropiado para un exterior tan preciso, tan correcto y tan impecable» [15] . La abdicación de la monarquía significó que el ejército ya no tenía un jefe en forma de figura mística a la cual había que jurar fidelidad personal. Eso dejaba un vacío, pero Seeckt insistía en que el ejército no debía inmiscuirse en la política. Eso tuvo una gran importancia cuando el Partido Nacional Socialista subió al poder en la década de 1930. A medida que la situación política se iba volviendo relativamente estable, Seeckt emprendió el desarrollo del Reichsheer para que pudiera servir de base para una expansión rápida cuando llegara el momento oportuno. Versalles permitió que hubiera dos cuerpos del ejército, uno en Berlín y el otro en Kassel, con un total de siete divisiones de infantería y tres de caballería. El Estado Mayor había sido proscrito, pero Seeckt disfrazó una institución con las mismas responsabilidades con el nombre de Truppenamt. Los antiguos cuerpos de inspectores individuales que antes reportaban al Káiser, como la directiva de personal y el departamento de armamento y material, se agruparon bajo el Heeresleitung, que era responsabilidad de Seeckt de manera sólo nominal, pero, de hecho, desde muy pronto consiguió tener el control total sobre el ejército entero. Aunque el Reichsheer estaba formado por unidades del Freikorps y no del viejo Ejército imperial, Seeckt conservó la identidad y las tradiciones de los antiguos regimientos pasándolos a las unidades de nueva formación. Así, se conservaron las tradiciones de servicio de los antiguos regimientos hanoverianos con el Ejército británico, y en sus galas se llevaban honores de batalla como el de Victoria y Waterloo. Eso sería eliminado con el ascenso de la Wehrmacht bajo Hitler, pero incluso entonces se podía detectar alguna reliquia ocasional, en especial entre los antiguos regimientos de caballería. La posición geográfica de la nueva República de Weimar enfrentaba al Reichsheer con enemigos potenciales tanto en las fronteras orientales como en las occidentales. Se crearon pequeños grupos de reservas para la defensa fronteriza, y éstos fueron complementados por una fuerza especial llamada Grenzschutz Ost, basada en el Stahlhelm (una organización de antiguos militares). Seeckt complementó también la policía más allá de los límites permitidos por Versalles, con antiguos oficiales del ejército que instruían a grupos numerosos de reclutas en el uso básico de las armas. Muchos de esos reclutas entrenados en la Grenzschutz y en la policía llegarían a ser rangos altos durante la guerra. Polonia se percibía en esta etapa como la may or amenaza, y para contrarrestarla Alemania inició unas negociaciones con la Unión Soviética que culminarían con el tratado de Rapallo en 1922, que restablecía las relaciones diplomáticas entre los dos países. Eso tuvo importantes consecuencias militares, puesto que el tratado establecía que se llevara a cabo un entrenamiento militar especializado en las profundidades del territorio ruso, lejos de miradas curiosas. Fue así como se instaló cerca de Kazan una academia de entrenamiento para tanques del ejército, además de una academia de aviación para la embrionaria Luftwaffe en Lipetsk. Estas dos academias fueron de un valor inestimable para el Reichswehr y prosiguieron su actividad hasta 1933. Seeckt, a pesar de ser tradicionalista y apoyar la continuidad de la caballería montada, apoy aba también el desarrollo del transporte a motor, inicialmente para el transporte de tropas y provisiones. Reconocía el potencial de la mecanización, tal y como lo demostró con su apoy o a la academia de tanques de Kazan, que abrió en 1925. El primer inspector de Tropas Mecanizadas favoreció la experimentación con los vehículos rudimentarios que había disponibles para evaluar su utilización táctica, y para ello recibió el apoy o de uno de los integrantes del Estado Mayor, un tal capitán Guderian que más tarde se convertiría en el general panzer más conocido de toda la Wehrmacht. Los entusiastas crecían día a día, y los experimentos se desarrollaban en las tácticas y la organización de una división blindada. Aunque en los primeros tiempos se utilizaron tractores agrícolas y coches disfrazados con pantallas, éstos no resultaban más ridículos como accesorios de entrenamiento que las tiras de cordajes británicas que representaban batallones de infantería o los traqueteos que imitaban el ruido de las ametralladoras. Y sin embargo, cuando Hitler asumió el poder, reconoció rápidamente las ventajas de esa nueva fuerza para ay udarle a conseguir sus planes de expansión territorial.

El ejército conservó la misma organización hasta que Hitler se convirtió en canciller y se concentró en burlar las restricciones impuestas por el tratado de Versalles para fundar las bases de unas fuerzas armadas modernas. En los inicios del Partido Nazi, el Reichswehr estaba encantado de usar elementos de la SA (Stürmabteilung) para ay udar a incrementar las fuerzas en las fronteras orientales. En general los ánimos nacionalistas del Partido Nazi recibieron bastante apoy o, tal y como se demostró en el llamado « Juicio de Ulm» de tres jóvenes oficiales de artillería acusados de intentar promover la expansión del nacionalsocialismo en el ejército. En sus discursos, Hitler utilizó las fuerzas armadas para demostrar sus sentimientos nacionalistas y su solidaridad con el ejército en sus esfuerzos por conquistar el Reichswehr. Los acontecimientos que rodearon la decisión del presidente, el mariscal de campo Hindenburg, de pedirle a Hitler que formara gobierno en enero de 1933 fueron confusos y fruto de miedos y errores de cálculo. Una vez Hitler en el poder, trató con sumo cuidado sus relaciones con el Ejército. Su ministro de Defensa, el general de infantería Walter von Blomberg, que había sido nombrado sólo un día antes que Hitler, era un defensor convencido del nuevo régimen. Contaba con un historial militar distinguido, habiendo obtenido el Pour le Mérite por su servicio en el Estado Mayor durante la Primera Guerra Mundial, y se había convertido en jefe del Estado May or en 1928. Aparentemente era todo lo que tiene que ser un soldado, alto y bien parecido, y a Hitler le gustaba tenerlo a su lado durante las ceremonias como representante de las fuerzas armadas. Pronto Hitler ejercería tanto dominio sobre él que fue apodado « Hitler Junge Quex» , por una caricatura filmada que se hizo sobre un miembro de las Juventudes Hitlerianas. Su actitud servil con Hitler y el Partido Nazi favoreció el marco que finalmente permitiría a Hitler dominar la Wehrmacht hasta el punto de posibilitar que ocurrieran desastres como el de Stalingrado y como la caída del Grupo de Ejército Centro en 1944.

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