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La gloria secreta – Arthur Machen

Inglaterra, comienzos del siglo XX. Un joven que tiene visiones religiosas. Un profesor con debilidad por el castigo. Entre las brumas de la civilización, los recuerdos de una región mítica. Una novela sobre el Santo Grial, el folclore celta y la niñez encantada. Una sátira sobre el sistema educativo. Un elogio de la poesía y la embriaguez. Contra la vida mediocre, la gloria secreta. Traducida por primera vez al español, La gloria secreta es una obra de genio indiscutible. Arthur Machen demuestra ser el descendiente victorioso de la mejor prosa en lengua inglesa —Thomas Browne, Samuel Johnson, Thomas De Quincey—, capaz de conjugar la contemplación y el acontecimiento para adueñarse de una categoría religiosa: el éxtasis. El éxtasis que busca apasionadamente el héroe de esta novela, el que aguarda también al lector —a todos los buenos lectores— como trofeo literario definitivo. «La gloria secreta es la historia de un individuo desafortunado que se da la cabeza contra la pared desde el principio hasta el fin. No puede pensar ni hacer nada siguiendo la corriente del mundo; incluso cuando “obra mal”, lo hace de una manera sumamente inusual y excéntrica. Quedará a criterio del lector determinar si era un santo que había perdido su rumbo en el siglo o un pobre loco subdesarrollado; en lo que me atañe, no estoy a favor de ninguna de las dos opciones» (Artur Machen). «Arthur Machen puede, alguna vez, proponernos fábulas increíbles, pero sentimos que las ha inspirado una emoción genuina. Casi nunca escribió para el asombro ajeno; lo hizo porque se sabía habitante de un mundo extraño» (Jorge Luis Borges). Arthur Machen La gloria secreta ePub r1.2 Cervera 29.11.2017 Título original: The Secret Glory Arthur Machen, 1907 Traducción: Teresa Arijón Editor digital: Cervera ePub base r1.2 Nota sobre el éxtasis literario (ejercicio de imitación) La gloria secreta puede analizarse de acuerdo con la curiosidad y el temperamento de los lectores. Antes, Machen en su prólogo se encarga de proporcionar las claves. Así como parece —y acaso sea — exhaustiva acerca de los alcances de la leyenda del Santo Grial, de un modo que implica a From Ritual to Romance, el libro de Jessie Weston, y los dos tratamientos más fértiles y famosos del tema (por parte de Wagner y Eliot, respectivamente), se reserva una carta en la manga. Corresponde a la discreción de los recursos empleados, a la metodología, un aspecto inusual en tiempos en que el género prolongaba exclusiva e infatigablemente (en el caso de George Bernard Shaw) cuestiones temáticas, de contenido. Como el precursor de una vanguardia sin peripecias que es, «exhibe y dilapida sus medios»: menciona a un profesor, un relato de Kipling.


Insinúa sin enfatizarlo el método de composición; llega incluso a desacreditar su carácter aleatorio. Si hubiera trazado otros signos, si hubiera mencionado los despropósitos de la educación, el naturalismo de Zola como fuente, la incidencia de un hombre de la familia, el influjo de la huérfana de Confesiones de un opiómano inglés, las pistas habrían sido equivalentes —virtuosamente significativas—, pero nuestra partitura para interpretar y apreciar La gloria secreta, no. Como averigua Aira en su ensayo sobre Edward Lear, la sobredeterminación es la causalidad propia de la literatura (y como arriesga, la indecisión lo es de la crítica). Y es una sobredeterminación particularmente profusa la que enriquece la obra de Arthur Machen. En sus libros autobiográficos, en lugar de presentarnos un personaje único parece referirse a una agrupación de sujetos que lo habitaran. En cierta ocasión, recopiló una cantidad considerable de críticas adversas a sus libros (entre las que destacaba una de Middleton Murry) y las hizo publicar. Uno de los oficios secretos de Machen consistió también en disuadir a sus biógrafos, entre quienes estaba John Gawsworth, de obra menor pero de vocación parejamente legendaria. La gloria secreta se presenta como una biografía de Ambrose Meyrick, la biografía de alguien obstinado que guarda in pectore el secreto de su gloria. La obstinación va a permitir trazar el arco vital, como si la voluntad prevaleciera y perseverara, los acontecimientos fueran meros accidentes y del otro lado aguardaran un estado y una visión acaso transitorios pero extáticos. En esta narración, para evitar que cualquiera de los géneros involucrados prevalezca, Machen no los caricaturiza. Se comporta de manera liviana, ligeramente distraída, inconstante. La prueba —o la fórmula eficaz de la gracia— es, como la inclusión de una teoría en Proust, menos una debilidad que una torpeza. Por eso, y aunque a menudo en la novela se difundan, defiendan y difieran perspectivas ajenas (como las de Zola), y si bien los procedimientos descriptivos de Machen no distan de los de la escuela de Médan, tampoco hay que olvidar que esta produjo por lo menos una disonancia acorde con el carácter de La gloria secreta: la novela de J.K. Huysmans, Á rebours (Al revés), en la que la acumulación —se trata de Des Esseintes, un coleccionista— provee de un repertorio de elementos análogo a las escenas del libro de Machen. Sin embargo, y en cuanto a la relación con los opuestos, el rapto de defensa a Zola contenido en La gloria secreta contrasta con muchos pasajes en los que Machen se acerca más a los simbolistas o los parnasianos, como este de The Hill of Dreams, no indigno de Mallarmé: «El idioma es importante por la belleza de su sonoridad, por la propiedad de su resonancia, gloriosa para el oído, y por su aptitud, cuando las palabras han sido orquestadas con exquisitez, de sugerir impresiones indefinibles y maravillosas, menos sumisas, tal vez, al rigor neto del pensamiento, que susceptibles de arrancar por sus vibraciones reminiscencias de la música misma». «Contrasta», cierto, es una ligereza crítica; en realidad, la defensa de un realismo sin restricciones (un realismo que no rechazara lo fantástico) concilia perfectamente ambas actitudes. Un aspecto que la mayoría de los exégetas de Machen descuidan, a expensas de su imaginación, es su genio como teórico (el prólogo es prueba) y crítico de la literatura. El gusto por el misterio, el terror y la aventura obligan a acercarlo a Lovecraft y, en el mejor de los casos, a Stevenson, a quien admiraba mucho, pero al que en alguno de los certámenes literarios celebrados en sus libros más personales, el propio Machen descalifica como acuñador de enigmas perdurables (el ejemplo es Jeckyll y Hyde). De ahí también el buen uso que se hiciera en una compilación de Borges/Bioy de sus observaciones sobre «La figura en la alfombra» de Henry James en The London Adventure. Por otro lado, el punto de llegada de Meyrick al ámbito propio de la gloria secreta se refiere ya al éxtasis y la embriaguez. En lo que concierne a la embriaguez (del éxtasis hablará Betjeman al final), que Machen conocía como lector (Rabelais, Verlaine, Poe, Swinburne) tanto como víctima feliz, no hay que descontar el origen bíblico y la amargura (Wormwood, el nombre de la estrella del Apocalipsis de San Juan en inglés), las connotaciones nupciales (si la primera luna es de miel, la segunda es de ajenjo) y acercarse a ese estado que Giorgio Colli describe como apoteosis pagana de la mezcla. De un libro análogo, dice: «Que este libro actúe como una droga es un dato más o menos generalizado que sus adversarios quisieran discutir mintiéndose a sí mismos. Pero la cebada triturada que forma el tejido molecular de la obra no es más que un mezclarse de conocimientos intuitivos en estado naciente y la miel de la narración en la cual se agita ese material no puede menos que acrecentar la potencia inmediata de comunicación». Los libros de Machen revelan un gusto, un amor —muy galés, además— por las palabras, adherido a una especial tendencia a la digresión, más a la manera de De Quincey que de Laurence Sterne.

En cualquier caso, no es Machen menos prisionero del lenguaje que propietario, y en virtud de esa condición —que a Kipling, contemporáneo auxiliar, lo reclamaba de un modo más apremiante —, el juego al que condesciende libra una batalla sin victoria con lo obsequioso y lo gratuito. Al punto que algunos críticos darían por cierto que La gloria secreta es excesivo y está sobrescrito, como un prólogo de Bernard Shaw. Por eso es posible también encontrar en la novela vertientes aún más misteriosas que aquellas a las que alude. No en vano, el mago y demonista Aleister Crowley era su admirador nada secreto, aunque a Machen tampoco le hiciera gracia. A veces se lo ha leído con fervor religioso, y sus admiradores no protestaríamos si nos designaran como a una legión con hábitos literarios de secta. Por último, una última rareza genial, que implica su resonancia religiosa en un gran poeta inglés no muy incorporado, lamentablemente, a las lecturas en castellano, John Betjeman, para quien La gloria secreta fue su camino de Damasco. En su largo poema autobiográfico, Summoned by Bells, Betjeman cuenta el primer encuentro con La gloria secreta en una abadía remota. No es el vaticinio sino el peso exacto de una conversión a causa del éxtasis lo que el poema revela (Betjeman la confiesa también en términos de preciso materialismo protestante: «Le debo a Machen más de lo que el dinero puede comprar»). Sumida en vértigos de sinestesia por el alcance y la precisión de las palabras, precipita, en este caso, un equilibrio lírico inalcanzable en términos de paradoja. Después de leída La gloria secreta, después del éxtasis y la conversión, escribe Betjeman en su poema: Y a mí vendrían, como un filo del acantilado, los santos celtas a mostrarme, en la cima de la bruma, el fondo del abismo.

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