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La crisis ninja y otros misterios de la ec – Leopoldo Abadia

Nunca pensé escribir un libro. Siempre pensé que si lo escribiera se lo dedicaría a mi mujer, a mis hijos, a mis nietos y a mis amigos. Por esas cosas que pasan en la vida, resulta que antes tenía muchos amigos, pero ahora tengo más, lo cual es una bendición. Por tanto, la dedicatoria cambia ligeramente y va dirigida a mi mujer, a mis hijos, a mis nietos y a mis MUCHOS amigos. A la familia quiero decirle que ya sé que es lo normal, pero que llegar a casa y que todos te reciban con cariño es una maravilla. A mis amigos quiero decirles que desayunar con ellos, o comer con ellos, o cenar con ellos, o echar risas por teléfono con ellos es otra maravilla. Por tantas maravillas, A TODOS, muchísimas gracias. San Quirico (pueblo imaginario), diciembre de 2008. 1 DE ILLINOIS A SAN QUIRICO. LA CRISIS NINJA SAN QUIRICO Tengo una casa cerca de Barcelona, en un pueblo muy bonito, San Quirico. Es la casa familiar, a la que mi mujer y yo, nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros amigos y todos los que han pasado por ella le tienen un gran cariño. Es una casa grande, hecha con mucha ilusión. Al arquitecto solo le dimos dos instrucciones: que hubiera muchas camas y muchos cuartos de baño. Veníamos de una casa alquilada por allí cerca, donde las colas en la puerta del único cuarto de baño eran muy frecuentes y muy largas. Salió una casa con veintidós camas y siete cuartos de baño. Como la familia ha seguido creciendo, a veces hay que recorrer varios lavabos antes de encontrar uno libre. El constructor estuvo dos semanas pensando qué orientación debía tener para aprovechar mejor el sol. Y acertó. Mi mujer y yo seguimos las obras muy de cerca. Desde el día en que cortaron el primer árbol hasta la primera noche en que dormimos allí, pasó un año. Nos metimos como pudimos, pero nos metimos. Luego ha pasado el tiempo. Las paredes están llenas de cosas que hemos ido trayendo todos: recuerdos de nuestros viajes, la colección de campanillas, la colección de botijos, las vírgenes que hemos ido comprando por los anticuarios de la zona para las habitaciones, los muebles de nuestros padres… todo ha hecho que allí se esté muy bien. La casa resulta muy acogedora. San Quirico está a setecientos metros de altura.


En invierno hace frío. La calefacción funciona muy bien. No hay cosa que me guste más que llegar un viernes por la noche allí, que descargue una tormenta fuerte y que llueva todo el fin de semana. Se está en la gloria. Mi mujer y yo hemos procurado que nuestra casa estuviese siempre muy abierta a todo el mundo, a nuestra familia cercana y lejana, a nuestros amigos, a los amigos de nuestros amigos y a los amigos de nuestros hijos. Como tenemos muchos, la casa siempre ha estado a rebosar de gente conocida y de algún amigo desconocido. Muchas veces ha dormido en casa gente que no sabíamos ni quién era. Parece que algún hijo sí lo sabía, de manera que más o menos estaba todo controlado. Cuando llegamos no había Internet. Ni existía. En mi despacho de Barcelona no teníamos ordenador. Me acuerdo del día en que mis dos hijos mayores, que trabajaban conmigo, vinieron a verme con cara seria y me dijeron: «Papá, hay que comprar un ordenador». Yo les contesté: «¡Pero si ya tenemos una máquina de escribir eléctrica!». Y lo dije con muy buena voluntad, pensando que lo del ordenador era un capricho de aquellos chavales. Aún se ríen cuando lo recuerdan. Ahora tenemos ADSL. Y, además, tenemos tranquilidad, y en San Quirico pensamos, trabajamos, nos reímos, descansamos. En una casa así tiene que haber un perro. Helmut es nuestro animal de compañía, un bobtail al que no se le ven los ojos por el pelo que tiene y al que le da vergüenza salir a la calle cuando le han lavado y está limpio. Mi mujer dice que «animal de compañía», en el caso de Helmut, quiere decir que es un perro que quiere que le hagan compañía. Por eso nos sigue a todas partes, y cuando cambiamos de sillón él se mueve también para estar cerca y poder dormir tranquilo. Además, tenemos un petirrojo. Bueno, no lo tenemos, pero como si lo tuviéramos. En San Quirico, normalmente, la puerta de la casa está abierta. A primera hora de la mañana el petirrojo entra y pasea por dentro, haciendo pequeños vuelos para subirse a la lavadora, a la mesa de mi despacho, a la televisión.

Mientras desayuno, oigo el ruido que hace al picotear la comida de Helmut. Está todo el día con nosotros, y al caer la tarde se va a su casa a cotillear con los otros petirrojos y supongo que a contarles cosas de nuestra familia. MIS AMIGOS En San Quirico nos conocemos todos. El pueblo lo forman una plaza y una calle, en lo alto de una montaña. Cuando llegamos la plaza se llamaba «del Generalísimo Franco», y la calle, «José Antonio Primo de Rivera». Los tiempos cambiaron y cambiaron también los nombres. El cura del pueblo, un hombre mayor, con mucho sentido común, dijo a los del Ayuntamiento: «Yo pondría unos nombres que no hubiera que cambiar dentro de unos años». Le hicieron caso: hoy la plaza es «la plaza de la Iglesia», y la calle, «la calle Mayor». Nosotros tenemos la casa en la montaña de al lado. Se baja a la carretera, se andan trescientos metros y se sube a nuestra casa, que está rodeada por otras lo suficientemente cercanas como para estar acompañado y lo suficientemente lejanas como para no molestarnos. La gente es majísima. El bilingüismo, una realidad desde siempre. Cada uno habla en el idioma en el que se siente más cómodo y nunca ha habido problemas. Un vecino mío se me quejaba un día: «Yo había leído que a los vecinos se les iba a ver para pedirles huevos y sal, y tú no has venido nunca». Los vecinos son de dos tipos: los del pueblo y los «veraneantes», que, como es nuestro caso, pasamos medio año allí. A veces, en casa dicen que vivimos en San Quirico y vamos de vez en cuando a Barcelona. Dos tipos de personas, pero muy mezclados. En el supermercado coincidimos todos, lo mismo que en el bar y en la iglesia, los sábados en misa de ocho de la tarde. «Pasamos lista» sin darnos cuenta: «¿Qué le pasará a fulano? Hace dos semanas que no le vemos». Por supuesto, y a pesar de las habladurías, el San Quirico real no tiene caja de ahorros. Tiene un cajero automático que con mucha frecuencia no funciona. Aprovechamos la ocasión para ir al pueblo de al lado, a encontrarnos allí con los de San Quirico y seguir hablando de las mismas cosas. A la salida de misa me encuentro con uno del pueblo. Somos muy amigos. Tiene una empresa en un pueblecito de al lado.

Es un poco más joven que yo, y, con una cierta frecuencia, nos vemos y charlamos de cosas. Como dice él, «arreglamos el mundo y luego nos vamos a trabajar». Es un hombre muy generoso. Cuando mis hijos eran pequeños, nos guardaba en su almacén los juguetes de Reyes. Luego los subía él mismo en un camión a nuestra casa. Le queremos todos mucho. Me dice que quiere hablar conmigo, que está preocupado por cómo va todo. Que lee el periódico y que no entiende muchas cosas, que todo son malas noticias, que no sabe si es que se juntan las malas noticias por casualidad o porque todo está relacionado o porque hay una conspiración global. Leyó hace poco un libro sobre una organización que, dicen, aspira a apoderarse del gobierno mundial: «Al principio me pareció un cuento, pero ahora estoy empezando a dudar», confiesa. Me pregunta: «Oye, esto de la globalización ¿es bueno o es malo? ¿Qué hago con mi negocio? Y sobre todo, ¿qué hago con mi familia?». Y suelta esa exclamación que a mí me hace mucha gracia por lo que luego explicaré: «¡¿Qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos?!». Un sábado a las nueve menos cuarto de la noche no es momento de arreglar el mundo y decidimos que el mundo, aunque esté mal, puede esperar a la semana siguiente. Aunque a la velocidad que va todo, esa semana pueden pasar muchas cosas… LA LLAMADA DEL LUNES A LAS OCHO Y MEDIA Parecía que podíamos esperar una semana. Pues no. Porque, por una de esas cosas extrañas que suceden en la vida, hace unos meses se me ocurrió escribir un documentillo o informe que titulé Crisis 2007-2008 y que ahora he retitulado La Crisis Ninja, no por afán de originalidad o de marketing, sino porque pienso que todo esto empezó con los ninjas americanos y porque no veo nada claro cuándo acabará. Enseguida explicaré lo de los ninjas y el porqué no sabemos cuándo llegará el fin. El método científico que utilicé fue el de entender, cortar y pegar. No hay nada original mío. Utilicé el material que me iba pasando por las manos y fui poniéndolo en orden para entenderlo. Me puse una condición: no escribir nada (no copiar nada, sería más exacto) si no lo entendía. Lo propio, por tanto, es la manera de cortar y pegar que he seguido. Y si se quiere, la forma de ordenarlo. Nada más. Era un documento para mí, por lo que no me preocupaba nada si era exacto o no, si copiaba literalmente o no, o si era completo o incompleto. Lo único original eran los comentarios que iba poniendo, cuando, al cabo de unos cuantos apuntes, me parecía que ya tenía una opinión formada sobre aquello.

Lo que pasa es que Internet existe y se me escapó de las manos. Después de dar varias vueltas entre Barcelona y algunos sitios cercanos y otros lejanos del globo, llegó a la mesa de mi amigo de San Quirico, que, inquieto, me llamó el lunes a las ocho y media de la mañana: «Leopoldo, ¿es verdad lo que dice esta nota?». Y acto seguido me estropeó el desayuno soltándome un rollo tremendo sobre la globalización, la interacción a todos los niveles, los poderes ocultos, la opacidad fiscal y mi ingenuidad (única cosa a la que asentí sin problemas) al no darme cuenta de lo que estaba pasando. «¡Somos peones en una gran guerra! ¡Esta gente nos maneja a su antojo! ¿Cómo es que no te has dado cuenta?». A mí, siempre que hablan de «esta gente» me desconciertan, no sé si porque soy incapaz de ver más allá de mis narices, o porque los árboles no me dejan ver el bosque o porque en mi casa me enseñaron que había que pensar bien de todo el mundo. Y lo que me está diciendo mi amigo es no solo que no hay que pensar bien de todo el mundo, sino que lo más prudente es pensar mal. Y además, no solo mal, sino que tengo que hacer un esfuerzo para comprender lo organizadamente que actúan las personas de las que tengo que pensar mal. Y claro, así no hay quién desayune —ni viva— en paz. Como ya son las nueve y mi amigo no parece que vaya a callarse nunca, le interrumpo y quedo con él para desayunar el sábado, pero mientras llega ese día, os explico de dónde ha salido el dichoso informe y qué decía. EL ORIGEN DEL INFORME O CÓMO SE HA ORGANIZADO TODO ESTE LÍO EN EL QUE ME HE METIDO Hace tres o cuatro años empecé a escribir, para mí, un diccionario. Siguiendo el método a que me he referido antes (entender, copiar y pegar), fui poniendo voces sin ningún criterio. Veía un término en un periódico, y si lo entendía lo copiaba. El diccionario empezó así y ahora tiene unas seiscientas voces. Repito lo de «sin ningún criterio», porque hay voces tales como «Banco Central Europeo» y otros como «boliburgueses» (revolucionarios venezolanos enriquecidos con la revolución). Algún amigo mío ha dicho que es un diccionario con un enfoque socio-político-económico y otro le puso el nombre de Diccionario dinámico de vocablos (DDV), que es como le llamamos ahora. Lo de «dinámico» viene de que es un diccionario «vivo»: le añado vocablos, elimino o corrijo alguno si descubro que estaba equivocado. Es decir, la pretensión es mantenerlo actualizado, cosa que voy haciendo sin prisa pero sin pausa. Es muy importante insistir, aunque me digáis que soy un pelmazo, en que el diccionario era para mí. No me preocupaba la exactitud, porque si estaba mal, lo cambiaba y ya está. Todos los meses se lo enviaba a los de mi despacho, aunque creo que no lo miraron nunca. Uno me contestaba diciendo: «Muchas gracias, Leopoldo. Un abrazo», pero no puedo asegurar que dedicase un solo minuto a su lectura o a consultar algún concepto. Llegó febrero de 2008 y empecé a oír hablar de que había problemas en el mundo. Yo leo dos periódicos al día, uno generalista y otro económico, y todas las semanas leo Time, una revista americana a la que me aficioné —en mi casa dicen que me hice adicto— cuando viví en Estados Unidos. Esto me hace ver lo mayor que me he vuelto.

El primer número que tengo es el de la semana en que asesinaron al presidente Kennedy. Para aquellos lectores jóvenes que no habían nacido el año en que mataron a Kennedy (por ejemplo, la mayoría de mis hijos y todos mis nietos), les diré que murió el 22 de noviembre de 1963. Desde entonces leo Time. En los momentos en los que se empezaba a hablar de los problemas económicos, en el IESE (Instituto de Estudios Superiores de la Empresa), una escuela de negocios en la que trabajé durante treinta y un años, hubo un par de reuniones muy interesantes con el equipo económico que luego se recogieron en una publicación breve, pero muy buena. Fui a las reuniones y leí la publicación. Y llegó el viernes y me fui a San Quirico. Y el domingo, después de comer, empecé a intentar poner las cosas en orden, para ver si me aclaraba. Y salió lo que viene a continuación. Pero antes de que lo leáis, quiero que quede claro que yo no sé nada de economía. Alguien me ha dicho: «¡Qué humilde es usted, don Leopoldo!». Pues no, no es humildad. Es la pura realidad. Yo estudié en Terrassa, cuando se llamaba Tarrasa, en la escuela industrial, la carrera de ingeniero de industrias textiles, y eso es lo que soy. Bueno, es lo que era, porque ahora a los ingenieros de industrias textiles se nos llama ingenieros industriales. Ese es mi currículum o, como dicen los cursis, mi background. Evidentemente, luego he hecho muchas más cosas, ninguna de ellas relacionada con el análisis económico. Y desde luego, en ningún caso nada que tenga que ver ni de lejos con una crisis financiera. El otro día me acordé de que tengo algo más. Mi mujer, que es fenomenal, me dijo: «Pero tú, ¿no empezaste Económicas?». ¡Resulta que sí! Era el curso 1954-1955. Yo estudiaba Ingeniería y pensé que, quizá, me podía interesar matricularme, además, en Económicas. Me parece que era la primera promoción en Barcelona y que había un profesor jovencillo que se llamaba Fabián Estapé. No estoy nada seguro. He recordado que aprobé dos asignaturas de primer curso. Una era derecho civil y de la otra no tengo ni idea.

Luego falleció mi padre, dejé Económicas y acabé como pude la carrera de ingeniero. En resumen: que si queréis adornar mi currículum, podéis decir que soy ingeniero industrial y que tengo «estudios de Ciencias Económicas». Si os preguntan qué estudios son esos, mejor que os calléis. Seguramente me he ido por las ramas. Ya vuelvo al concepto Crisis 2007-2008, que ahora se llama Crisis Ninja, por lo que veréis inmediatamente. He aquí el informe sobre la crisis. EL INFORME SOBRE LA CRISIS (I): LA CRISIS NINJA La historia es la siguiente: 1. 2001. Explosión de la burbuja Internet. 2. La Reserva Federal de Estados Unidos baja en dos años el precio del dinero del 6,5 al 1%. 3. Esto dopa a un mercado que empezaba a despegar: el mercado inmobiliario. 4. En diez años, el precio real de las viviendas se multiplica por dos en Estados Unidos. 5. Durante años, los tipos de interés vigentes en los mercados financieros internacionales han sido excepcionalmente bajos.

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