debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


La Casa del Crepúsculo – Laura Gallego García

Lázaro es un joven de trece años obligado a trasladarse de la ciudad al pueblo donde vive el resto de su familia. En este aburrido y caluroso verano, Lázaro se siente irremediablemente atraído por un viejo caserón abandonado donde, tras colarse en el jardín una noche, ve el espectro de una joven. Desde entonces dedicará todo su tiempo a desentrañar el misterio de su muerte.


 

PRÓLOGO 1837 El ama de llaves entró en el salón, pálida y muy alterada. —¡No está en su habitación! El anciano alzó la cabeza y miró al hombre joven que estaba de pie junto a la chimenea. —¿Has oído? —dijo. El joven le devolvió la mirada, muy serio. Era alto y bien parecido, y su perfil expresaba determinación. Al anciano se le empañaron los ojos. —Has sido muy duro con ella. —Sólo dije la verdad —replicó él—. Usted sabe tan bien como yo qué es lo que ha pasado en esta casa, desde que vine a vivir aquí. Si es inocente, ¿por qué huye? —Porque está enferma, hijo. —Razón de más para internarla, señor. El anciano bajó la cabeza. Hubo un largo silencio en la habitación. El ama de llaves se retorcía las manos, muy nerviosa. Finalmente, no pudo aguantar más, y dijo: —¡Por el amor de Dios! ¿Es que no van a hacer nada? El estruendo de un trueno ahogó sus palabras. El joven ignoró a la mujer, y le dio la espalda para asomarse al ventanal. Fuera era de noche, y no había luna: el cielo estaba completamente encapotado. Dejó vagar su mirada por las oscuras sombras de las copas de los árboles, pero entonces un relámpago iluminó el jardín, y el joven dio un respingo: una forma blanca se movía entre los árboles, hacia el estanque. —¡Allí! —gritó. El anciano se sobresaltó, y el ama de llaves ahogó un grito. El joven cogió la levita y se la puso apresuradamente. —La he visto corriendo hacia el estanque —explicó, muy pálido—.


No está en su sano juicio; temo que intente hacer algo terrible. —¡No! —gritó el ama—. ¡Impídaselo, señor! El joven salió corriendo de la habitación. —Asómate a la ventana y dime qué ves —suplicó el anciano, que no podía moverse. El ama obedeció, y miró hacia fuera. —No los veo, señor; está oscuro. En aquel momento, un relámpago iluminó el cielo, y la mujer distinguió la sombra del joven corriendo entre los árboles, en pos de una figura vestida de blanco que se dirigía hacia el estanque. —¡Señorita! —susurró la buena mujer, asustada—. ¡Vuelva con nosotros, se lo ruego! —¿Qué hay? ¿Qué hay ? —preguntó el anciano desde su sillón. La oscuridad había vuelto a adueñarse del jardín. —El señor intenta alcanzarla —murmuró el ama de llaves—. Roguemos a Dios que llegue hasta ella antes de que sea demasiado tarde. Retumbó un trueno. I La casa estaba allí, esperándole. Lázaro cambió el peso de un pie al otro y se quedó mirándola. No era la primera vez que la veía, pero siempre le causaba la misma impresión; aquel edificio tenía algo diferente, una especie de aura misteriosa. Lázaro cruzó la calle de las Acacias para acercarse a la enorme verja de hierro, y se asomó, colocando la cara entre los barrotes. La casa era antigua, pero estaba muy bien conservada, aunque allí no vivía nadie. Frente a ella había un amplio jardín sembrado de blancas estatuas clásicas. La niebla serpenteaba entre los setos, de trazado laberíntico; Lázaro sabía que podría perderse en aquel jardín y esconderse en los recodos de los senderos durante horas… si pudiese entrar, claro. Y entraría, sin duda. Algún día, se prometió a sí mismo por enésima vez, entraría. Alzó la mirada hacia el edificio y se estremeció. Allí había algo, algo que no podía explicar, pero que lo tenía hipnotizado. A Lázaro le apasionaban los enigmas y las cosas sin explicación, especialmente si tenían que ver con lo sobrenatural.

Sus películas, libros y cómics favoritos siempre trataban temas paranormales y, en general, le interesaba más bien poco todo aquello que se pudiera tocar. Siempre había creído que en el mundo había otra realidad, además de la cotidiana, visible y evidente. Y soñaba con enfrentarse a ella algún día. Por eso se sentía atraído por los lugares extraños, solitarios, misteriosos… como aquella casa. —Cualquiera diría que te está mirando, ¿verdad? —dijo una voz a su espalda. Lázaro se volvió. Tras él había una chica un poco mayor que él, de pelo corto y con el rostro lleno de pecas. Sus ojos castaños lo miraban divertidos. —¿Qué haces aquí? Vas a llegar tarde al colegio. Lázaro se encogió de hombros. —Me da igual. Hoy es el último día de clase. —Mira que se lo voy a decir a tu madre. —¿Y qué? Si te lo pasas bien haciendo de chivata, adelante. Sabes que las riñas me resbalan, Sara. Ella suspiró, y miró a Lázaro con reprobación. Aún no había cumplido los trece años, pero ya era el rebelde de la familia. Sus modales descarados y su forma de vestir escandalizaban a su abuela y a su tía Clara, aunque a la madre de Lázaro parecía no importarle. Sara se colocó a su lado, junto a la verja. —No te gusta este pueblo, ¿verdad? —Muy aguda. ¿Cómo lo has adivinado? —No hace falta ser SherlockHolmes para darse cuenta. ¿Tampoco te gusta el colegio? Fermín dice que siempre llegas tarde, y que a veces, ni apareces. —No es asunto tuyo. —Claro que lo es. Eres mi primo, ¿no? Lázaro no contestó.

Hacía poco que se había ido a vivir con su madre al pueblo donde vivía su familia. Lo conocía, porque solía pasar allí las vacaciones de verano. Pero una cosa era veranear, y otra, muy distinta, vivir. Tras el divorcio de sus padres, a su madre no se le había ocurrido otra cosa mejor que mudarse a un piso junto a la casa de su familia. Allí, Lázaro tenía abuelos, tíos y primos; pero no tenía amigos. Aquél había sido el curso más difícil de su vida. —No te gusta el pueblo, ni te gusta el colegio —dijo Sara—. Pero, en cambio, parece que sí te gusta la casa de los Valbuena. Lázaro se volvió, interesado. —¿Los Valbuena? —repitió—. ¿Son los dueños de la casa? Sara asintió. —¿Y por qué no viven aquí? —No pueden. La familia está dividida desde hace generaciones. Se pelean por esa casa en los tribunales, y, hasta que no se dicte sentencia, nadie puede vivir en ella. Pero se encargan de mantenerla limpia y cuidada. Es el legado familiar. Lázaro asintió, sombrío. Sabía bastante acerca de familias que se rompían. —¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó a su prima—. ¿Es otro cotilleo de pueblo? Ella pasó por alto la pulla; a menudo, Lázaro tendía a creerse superior, sólo porque se había criado en una ciudad. Pero su abuela decía que ya se le pasaría la tontería. —Estoy preparando un reportaje para la revista del instituto —le explicó—. Éste es el edificio más antiguo que tenemos en el pueblo, después de la iglesia. Bueno —rectificó—, quizá haya otras casas más viejas, pero no tan señoriales ni tan bien conservadas. Ésta se construyó en 1806.

¡Qué de cosas habrán visto sus muros! Lázaro suspiró con impaciencia. A veces, Sara podía llegar a ser realmente cargante. —¿Has visto el jardín inglés? —le preguntó ella. —No. ¿Qué es eso? —Es el jardín trasero de la casa. Es de un estilo distinto al de la parte delantera, porque lo construyeron más tarde, en 1833. Las modas habían cambiado, incluso para los jardines. —Qué bien. —Bueno, veo que te mueres de ganas de ir al colegio —dijo Sara con ironía —, así que no te entretengo más. Lázaro miró la hora y vio que y a llegaba veinte minutos tarde. De mala gana, se despidió de su prima, se alejó de la casa y echó a andar hacia el colegio. No prestó mucha atención a las clases: sus pensamientos vagaban por entre los setos de la casa decimonónica, y no deseaba otra cosa que oír el timbre que anunciaba la salida, para volver a la casa y encontrar algún modo de ver aquel jardín inglés del que le había hablado Sara. La mañana fue larga, pero, finalmente, el sonido del timbre se oyó por todos los pasillos del colegio. Todos los chavales vaciaron sus pupitres y se marcharon a casa corriendo, riendo y jugando a lanzarse globos de agua unos a otros. Las vacaciones de verano acababan de empezar. Lázaro recorrió el pueblo con paso ligero, y pronto estuvo de nuevo ante la enorme verja de la casa de la calle de las Acacias. Llevaba mucho tiempo queriendo entrar en aquel sitio y, ahora que tenía ante sí un largo y caluroso verano, que sería, presumiblemente, tan aburrido y carente de emoción como todos los que pasaba en el pueblo, decidió que no pararía hasta conseguirlo. Se asomó de nuevo para observar el laberinto que formaban los setos, cuidadosamente recortados. Los rosales estaban en flor, y su colorido contrastaba con el blanco marmóreo de las estatuas. Lázaro se separó de la verja y echó a andar, siguiendo el muro que rodeaba la casa. A menudo se había quedado mirando aquel muro, preguntándose si podría trepar por él, pero nunca lo había intentado. Tampoco había rodeado la casa para ver qué había detrás. Se sorprendió del tamaño de la propiedad. El perímetro era amplísimo. Al otro lado, Lázaro podía distinguir las copas de los árboles de lo que parecía un bosquecillo.

« El jardín inglés» , pensó, y sintió vivos deseos de verlo. Apresuró el paso para seguir rodeando la casa en busca de un lugar por donde entrar. Finalmente, lo vio: un enorme árbol crecía justo al lado del muro. No sería difícil trepar por él, y echar una miradita, así que dejó la mochila apoy ada contra el muro y empezó a subir. Se arañó una rodilla, pero su esfuerzo se vio recompensado: había una larga rama que se proy ectaba hacia la parte superior del muro. Lázaro apoyó los pies en las ramas más bajas y se dio impulso hacia arriba para seguir subiendo, hasta alcanzarla. Entonces avanzó, tanteando. La rama se movía mucho y no parecía segura, así que se detuvo a medio metro del muro. —Bueno, no hace falta que entre —se dijo a media voz—; o, al menos, no ahora. Se aferró bien a la rama y estiró el cuello para ver mejor. Vio el jardín inglés, y comprendió entonces lo que había dicho Sara sobre estilos diferentes. Si el jardín delantero era clásico, geométrico, los setos estaban perfectamente recortados y la pequeña fuente invitaba a la calma y la tranquilidad, el jardín inglés era salvaje e inquietante. En lugar de la fuente, había un enorme estanque con nenúfares, oscuro y profundo. Los árboles (cipreses, abetos y otras variedades que Lázaro no conocía), se alzaban sobre una hierba aparentemente descuidada, creando espacios de luces y sombras. La naturaleza crecía de forma desbordada, como en un pequeño bosque, como si por allí no hubiese pasado la mano del hombre. Pero, observando con atención, Lázaro comprendió que el jardín estaba hecho así a propósito. Y le gustó mucho más que el jardín delantero, con sus estatuas y sus rosales. Suspiró, y miró la hora; su madre le estaría esperando en casa para comer. De mala gana, bajó del árbol. En cuanto sus pies tocaron el suelo, una mano aferró su hombro, sobresaltándole. II Lázaro se volvió lentamente, imaginando que iba a recibir una buena bronca por trepar a los árboles para espiar en casas ajenas. Pero no. Tras él había un chaval de su edad, bajito y con el pelo oscuro casi tapándole los ojos. —Oye, tú —dijo el chico. Lázaro lo conocía: iba a su clase, y se llamaba Lucas.

—Me llamo Lázaro —replicó, sorprendido, aliviado y molesto, todo a la vez. —Oye, tú —repitió Lucas—. ¿Sabes y a lo de esta noche? —No. —Lázaro fue a coger su mochila, dándole la espalda. Pero Lucas le siguió. —Necesitamos gente —dijo. —Pues qué bien. Lázaro y a no estaba sorprendido ni aliviado; sólo molesto. —Peña está con una pierna escayolada —siguió explicando Lucas—, y a Soriano lo han castigado sin salir. Los Castillo se van de vacaciones esta tarde… —No contéis conmigo —cortó Lázaro, aunque aún no sabía de qué le estaba hablando Lucas. —Es que nos hemos quedado siete, nada más —protestó Lucas—. Cinco tíos y dos tías. Estaría bien que fuésemos pares… —Pues buscaos a otro. Lucas se encogió de hombros. —Vale, allá tú. Y dio media vuelta para marcharse. Lázaro lo siguió con la mirada, suspiró y, cogiendo su mochila, echó a andar hacia su casa. Estaba terminando de comer cuando llamaron a la puerta, y tuvo que levantarse para abrir. Fuera estaba su primo Fermín. Fermín era hermano de Sara, e iba a la misma clase que Lázaro. Aun así, no solían ir mucho juntos. —Hola —saludó Fermín, un poco cortado. —Hola. ¿Querías algo? —Sí, mira, es que me ha dicho el Lucas que no quieres venir esta noche con nosotros. —Pues te ha dicho bien.

No me apetece salir. Fermín lo miró con desaprobación. —Pues cuando eras pequeño te morías por participar. Pero ni a ti ni a mí nos dejaban, porque éramos muy críos. ¿No te acuerdas? No, Lázaro no se acordaba, pero empezaba a picarle la curiosidad. —Pero, vamos a ver, ¿de qué me estás hablando? Fermín se quedó con la boca abierta. —¡Pero… pero si Lucas me ha dicho que había hablado contigo! —Pues no se habrá explicado bien —gruñó Lázaro; la conversación empezaba a ser demasiado larga para su gusto, y el postre aún le esperaba sobre la mesa. —¡Pero si es tradicional! —Fermín le dirigió una mirada dolida—. El primer día de vacaciones nos reunimos todos por la noche para jugar a polis y cacos por todo el pueblo. Lázaro parpadeó, perplejo. —¿Polis y cacos? —repitió. —Claro. Verás, llevamos linternas. La plaza mayor es la comisaría. Los cacos corren a esconderse y los polis cuentan hasta cien y… —Vale, vale, sé cómo se juega a polis y cacos. Pero el caso es que no tengo ganas, ¿sabes? —Pues yo creo que deberías ir —dijo una voz a sus espaldas. Lázaro se giró. Una mujer alta, esbelta y elegante le miraba con desaprobación desde la puerta del salón. —Pero, mamá… —Ni mamá ni historias —cortó ella—. Ya estoy harta de que estés todo el día en casa de morros. Si pensabas quedarte aquí encerrado todo el verano, lo tienes claro. También las madres tenemos que descansar, ¿no te parece? Lázaro hizo un gesto de fastidio. Su madre le consentía muchas cosas, pero, si alguna vez se empeñaba en algo, no había nada que hacer. —Además… —se atrevió a añadir Fermín—, pensábamos que a ti te gustaría eso de recorrer el pueblo de noche, a oscuras. Como eres tan… Fermín no completó la frase, pero a Lázaro se le ocurrieron al punto varios adjetivos: « noctámbulo» , « extravagante» , « raro» , « solitario» , « siniestro» , « excéntrico» … la mayoría de ellos se los había aplicado, sin piedad, su siempre juiciosa prima Sara.

Un poco a su pesar, Lázaro tuvo que reconocer que Fermín tenía razón: la noche, el misterio, la soledad… le fascinaban. Y recorrer el pueblo bajo las estrellas jugando a perseguir o ser perseguido reunía los tres factores. —Oye, ¿te decides, o qué? —protestó Fermín. —Anda, Lázaro, di que sí… —metió baza su madre. Lázaro iba a decir que no, a pesar de todo, cuando se le ocurrió una idea. —¿Por todo el pueblo, has dicho? —Bueno, hay algunos límites, claro… —¿También por la parte antigua? —Sí, claro… —Entonces, me apunto. Horas después, un grupo de siete « cacos”, entre los que se contaban Lázaro y Sara, salía corriendo de la Plaza Mayor, ante la mirada impaciente de los “polis» , que tenían que esperar un rato hasta poder echar a correr tras ellos para darles caza. Al principio, Lázaro siguió a los otros; pero pronto, al doblar una esquina, se quedó atrás deliberadamente… y se escabulló entre las sombras, alejándose de sus compañeros. No tardó en llegar a la finca Valbuena. La rodeó, en busca del árbol al que había subido aquella mañana para ver el jardín. Cuando lo encontró, miró a su alrededor antes de comenzar a trepar por él: no había nadie por los alrededores. Apenas unos instantes después, hacía equilibrios sobre la rama que sobrepasaba el muro del jardín inglés. Recapacitó. Podía quedarse allí, pero la rama se movía demasiado, y, además, cualquiera que pasase por allí lo descubriría. La única razón por la que había aceptado unirse al juego era la posibilidad de poder entrar en el jardín sin que nadie lo viese, camuflado por la oscuridad. Por otro lado, parecía difícil alcanzar el muro desde allí. Y la altura no era despreciable. Si se caía… Lázaro oy ó voces cerca de allí, y reconoció la de Lucas, que era « poli» . No tenía mucho tiempo. Avanzó lentamente por la rama, aferrándose con brazos y piernas, hasta que vio que no podía moverse más hacia adelante, porque podría quebrarse. Miró el muro: no estaba demasiado lejos. Dándose impulso, se lanzó hacia él, y sus manos lograron agarrarse a la parte superior. Lázaro respiró hondo. Aún se aferraba a la rama con las piernas, pero los brazos le temblaban. Ahora o nunca.

Saltó. La rama volvió a su lugar, con un susurro de hojas. Lázaro quedó colgado del muro, en precario equilibrio. Hizo un esfuerzo más, y por fin logró subir a lo alto, quedándose a horcajadas sobre el muro. Se asomó al interior del jardín. Estaba oscuro, pero él había visto aquella mañana que justo debajo había unos mullidos matorrales que amortiguarían su caída. No lo pensó más: saltó. Aterrizó suavemente dentro del jardín trasero de la casa de los Valbuena. Se quedó un momento decidiendo qué iba a hacer a continuación… y se dio cuenta, de pronto, de que, si pretendía volver a salir, no podría hacerlo por el lugar por donde había entrado. Intentó no dejarse dominar por el pánico. Seguro que podría salir de allí, de alguna manera. De momento, había algo más urgente: ¡explorar el jardín! La luna y las estrellas brillaban allí con más claridad que en el cielo de la ciudad, y Lázaro podía recorrer el jardín sin muchos problemas. La luna se reflejaba en el estanque, bordeado de nenúfares, y la brisa removía las oscuras copas de los árboles. Entre los matorrales había pequeños senderos de tierra, y Lázaro se perdió por ellos, seguro de que no había ningún peligro, porque estaba completamente solo en la propiedad Valbuena. Se le pasó el tiempo sin sentir. Cuando se cansó de explorar el jardín inglés, decidió ir a la parte delantera de la casa, ver el jardín de los setos y las estatuas blancas y, de paso, comprobar si podía trepar por la verja desde dentro para salir de allí. Pero, de pronto, vio algo, y se quedó quieto, semioculto entre los árboles, con el corazón latiéndole con fuerza. Una figura de blanco avanzaba por el jardín, hacia el gran estanque. Lázaro se quedó mirándola, muy sorprendido. Parecía una mujer con un vestido largo. Estaba de espaldas, así que no parecía haberle visto. ¿Quién era ella? ¿Qué hacía allí? El primer impulso de Lázaro habría sido marcharse de allí cuanto antes; pero ahora sentía curiosidad, así que se acercó a la mujer de blanco, ocultándose entre los matorrales y sin hacer ruido, para que ella no lo descubriera. Cuando estuvo lo bastante cerca, se asomó de nuevo, echó un vistazo… y tuvo que contenerse para no lanzar una exclamación de sorpresa. La joven deambulaba sin rumbo junto al estanque; daba la sensación de que no sabía muy bien qué hacer, o a dónde ir. Pero sus pies flotaban en el aire, unos centímetros por encima del suelo, y su figura estaba rodeada por un aura blanca muy tenue, y, lo más sorprendente… Lázaro podía ver a través de ella.

Parpadeó, pero supo enseguida que no se debía a un efecto óptico, ni a la neblina nocturna

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |