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La app – Ager Aguirre Zubillaga

Una buena ducha, ropa ajustada recién planchada y casi a estrenar, su mejor colonia, barba bien arreglada, peinado a la moda, la dentadura reluciente y un caramelo para el aliento. Eduardo estaba empleando todo su arsenal para la cita de esa noche. Hasta había ensayado poses, sonrisas y frases ingeniosas frente al espejo. La chica con la que había quedado parecía merecer el esfuerzo. La había conocido, como a sus últimas diez citas, a través de una aplicación de contactos un par de horas antes, pero, esta vez, parecía prometer más. No fue él quien dio like primero al perfil, sino que fue ella quien tomó la iniciativa. Cuando recibió un email diciendo que Cenicienta84 quería conocerlo, al pulsar en el enlace, esperaba encontrarse el típico perfil falso que acostumbran a usar esas webs para mantener a los chicos enganchados a sus páginas, pero no fue así. Por un segundo, había olvidado por qué ETOA era la aplicación de citas más descargada de España en los últimos meses: no recurrían a ese tipo de trucos comerciales, no les hacía ninguna falta. La foto de la chica llamó su atención —segunda sorpresa: las que suelen tomar la iniciativa no suelen ser las más agraciadas—, aunque eso tampoco era definitivo, la mayoría de las veces esas imágenes, al menos en otras aplicaciones que Eduardo había probado, las sacaban de catálogos de belleza, pero el mensaje que le había enviado sí que era interesante. Estaba escrito en un español perfecto —lo que ya descartaba todos esos perfiles de rusas, finlandesas o rumanas que aseguran haberse enamorado de ti hasta los huesos solo con ver tu foto—, y su contenido era simple y sincero: «Hola. Mi nombre es Clara. No estoy acostumbrada a entrarle a un chico en una aplicación y no sé muy bien qué escribir, pero me ha llamado la atención tu foto de perfil. Además, tenemos muchos gustos en común y tu descripción es muy interesante. Si te apetece, y también te sientes atraído por mi fotografía, podríamos quedar para tomar algo. Un beso. Clara». «Si estás tan buena como en tu fotografía, como si me escribes la letra de una canción de Maná, te iba a contestar igual», pensó Eduardo. Tenía que reconocer que aquella app de citas era mucho mejor que todas las anteriores que había probado. Allí las personas que la usaban eran más reales. Los promotores de la aplicación eran muy intolerantes con los perfiles falsos. De la calidad de sus contactos y de su veracidad dependía su éxito. Y estaba siendo arrollador, en pocos meses cualquier persona interesante se había creado un perfil en ETOA. Respondió de inmediato con el mismo tipo de mensaje que solía usar cuando quería iniciar una conversación. Uno lleno de atenciones y palabras bonitas, destacando los rasgos con los que la chica se definía en su página. Si decía ser simpática, siempre le comentaba que tenía una sonrisa preciosa.


Si aseguraba que le gustaban los chicos deportistas, respondía que tenía una buena figura. O si la chica decía que le encantaba leer, siempre le mandaba alguna frase sacada de algún libro que buscaba por Internet y le decía que tenía muy buen ojo… y dos ojos preciosos. Con Clara tocó el mensaje de la sonrisa. Ella contestó, casi de inmediato, como si estuviera mirando al móvil impaciente por recibir su respuesta, pidiéndole una nueva foto para asegurarse de que era el mismo chico de la descripción. Aceptó enviársela siempre que ella hiciera lo mismo. Si confirmaba ser la misma que la de la primera imagen, estaba más que dispuesto a quedar con ella. Clara no puso ninguna objeción. Tras intercambiar un par de fotos y comprobar que sí era la muchacha morena de pelo rizado y ojos verdes que había visto de primeras, decidió ir un paso más allá. Era viernes y no tenía ningún plan para ese fin de semana, las jornadas en el despacho habían sido duras y tenía ganas de relajar tensiones. Así que, sin pensárselo dos veces, le propuso quedar esa misma noche. Tercera agradable sorpresa: Clara aceptó y acordaron verse en un bar que Eduardo conocía muy bien. Tanto que era el mismo en el que quedó con sus diez citas anteriores. Aquel lugar le proporcionaba un ambiente íntimo donde poder conversar, una música suave que no entorpeciera el diálogo y estaba lo suficientemente cerca de su casa como para que la relación no se enfriara por el camino. Sobre todo, si se veía en la necesidad de echarles algo en la copa y, después, les costaba mantenerse sobre las dos piernas mientras las llevaba, casi arrastraba, hasta su casa. Tras arreglarse, se guardó dos de aquellas pastillas en el bolsillo. Esperaba no tener que usarlas porque todo parecía ir como la seda, pero tenía muy claro que, se pusiera como se pusiera la noche, no la iba a terminar solo. El calentón que le habían provocado las fotos de Clara iba a apaciguarlo sí o sí, y no precisamente con una ducha de agua fría o masturbándose. Si accedía voluntariamente, perfecto, siempre el sexo era más placentero si ponían de su parte, pero, si se torcía la situación, usaría las pastillas. La chica era demasiado atractiva como para dejarla escapar por las buenas. Quedó satisfecho tras un postrero vistazo en el espejo y decidió mandarle un último mensaje por WhatsApp. «¿Cómo voy a reconocerte?». El mensaje no tardó en mostrar los dos checks azules y la palabra escribiendo tampoco tardó en aparecer. Parecía que Clara estaba tan impaciente como él por que llegara la cita. «Ya me has visto en fotos, tonto…», escribió Clara en un mensaje lleno de emoticonos sonrientes y de guiños cómplices. «Pero no es lo mismo.

¿Y si eres como las imágenes de AliExpress?» «Ja, ja, ja. Vale, pues llevo un vestido borgoña largo, sin mangas y con la espalda abierta. ¿Mejor así?», especificó ella junto a unos de esos dibujos que sacan la lengua. Casi podía imaginársela sonriendo pícara cuando le había llamado tonto. Le gustaba que en tan poco tiempo ya se tomara esas confianzas, era una señal de que le había abierto sus puertas. «¿Borgoña? ¿Eso no es una región de Francia?», replicó haciéndose el despistado. «¡Pero mira que eres gracioso! Es un tipo de rojo». Clara había picado su anzuelo. «Entonces, dime rojo, mujer, que soy de colores básicos». Estaba seguro de que a las mujeres siempre les gustaba sentir que podían enseñar algo a sus citas. «¿Tú qué te vas a poner?». «Unos pantalones color noche, con una camisa color cielo de verano a las doce de la mañana», respondió sin poder dejar de reírse mientras escribía. «Y cachondo al verte», pensó sin llegar a teclearlo. Se mordió el labio inferior. «Vamos, unos pantalones negros con una camisa azul». «¿Ves qué fácil? ¿Vas a tardar mucho en llegar?». «No. Estoy allí en quince minutos». Terminó de abrocharse las mangas de la camisa y comprobó, en el espejo, que le quedaba mejor por fuera que por dentro de los pantalones. Después se aseguró de haber metido el móvil, las llaves y las pastillas en el bolsillo del pantalón y masticó un segundo caramelo de menta. Se acercaba el momento y nada podía salir mal esa noche. Llegó antes que ella. Se acercó a la barra y pidió una cerveza. Echó un vistazo al local y se alegró al ver que su mesa favorita estaba libre. En cuanto Clara entrara por la puerta, iba a invitarla a sentarse en aquel lugar.

Era íntimo, solitario, suficientemente alejado del resto de las mesas como para otorgarle la deseada intimidad y la ventaja de no ser observado por nadie si tenía que drogar a la chica. No había apurado ni medio botellín cuando la puerta se abrió y la vio aparecer. Estaba seguro de que, desde ese momento, no se le iba a olvidar en la vida lo que era el color borgoña. Si alguien volvía a mencionarlo, siempre se acordaría de Clara y de su vestido. Ella miró hacia la barra y dibujó una sonrisa en sus labios, también acarminados, al verlo. Se colocó el pelo por detrás de la oreja mientras cerraba la puerta, en un gesto que delataba cierto nerviosismo, y después se acercó. —Hola, Eduardo. —Encantado de conocerte, Clara —repuso al mismo tiempo que la rodeaba con uno de sus brazos por la cintura y la acercaba hacia sí para darle dos besos. Cuarta agradable sorpresa: apenas tuvo que esforzarse en hacerlo, ella se acercó hasta eliminar el aire entre ambos—. Estás preciosa.

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