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Jaina Valiente_ Mareas de guerra – Christie Golden

Las cenizas del Cataclismo se han esparcido y asentado a lo largo de los dispares reinos de Azeroth. Mientras este mundo devastado se recobra del desastre, la célebre hechicera Lady Jaina Valiente prosigue su larga lucha para recomponer las relaciones entre la Horda y la Alianza. No obstante, últimamente, la tensión entre ambas facciones ha aumentado, empujándolas al borde a una guerra abierta, amenazándolas con acabar con la escasa estabilidad que aún conserva… Unas noticias siniestras han llegado de Theramore, la ciudad que Jaina tanto ama. Una de las reliquias más poderosas del Vuelo Azul (el Iris de enfoque) ha sido robada. Para poder desentrañar el enigma de su actual paradero, Jaina colabora con Klalecgos, el antiguo Aspecto de Dragón azul. Los dos brillantes héroes forjan una improbable alianza en el transcurso de su investigación; sin embargo, otro desastroso giro de los acontecimientos los aguarda en el horizonete… Garosh Grito Infernal está reuniendo a los ejércitos de la Horda con el fin de invadir Theramore por entero. A pesar de que cada vez hay más voces discrepantes en el seno de su facción, el insolente Jefe de Guerra pretende ser el heraldo de una nueva era de dominación de la Horda. Asimismo, su sed de conquista lo lleva a tomar brutales medidas contra cualquiera que se atreva a cuestionar su liderazgo. Las fuerzas de la Alianza convergen en Theramore para repeler el violento avance de la Horda; no obstante, los valientes defensores de la ciudad no están preparados para enfrentarse al verdadero alcance de la artera y taimada estrategia de Garosh. Este Este taque transformará para siempre a Jaina, ahogando a la ferviente defensora de la paz en la caóticas y voraces… MAREAS DE GUERRA Christie Golden Jaina Valiente: Mareas de guerra Warcraft: World of Warcraft – 18 ePub r1.0 Titivillus 14.07.17 Título original: Jaina Proudmoore: Tides of War Christie Golden, 2012 Traducción: Raúl Sastre Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 Este libro está dedicado a mi querido padre, James R. Golden 1920-2011 Un verdadero paladín se ha adentrado en la luz. Te quiero, papá. No necesitamos luz, sino fuego; no necesitamos una leve llovizna, sino truenos. Necesitamos la tormenta, el torbellino y el terremoto. Frederick Douglass S CAPÍTULO UNO e acercaba la hora del crepúsculo y las tenues y cálidas tonalidades de la tarde se desvanecían para dar paso a unos colores azules y púrpuras más fríos. Unos veloces y punzantes puñales de nieve que daban vueltas en lo alto, por encima de Gelidar, rasgaban el aire. Cualquier otro ser se habría estremecido o se habría protegido los ojos, se habría sacudido el pelaje o ahuecado las alas, o se habría abrigado aún más con su capa. Sin embargo, ese gran dragón Azul, que batía sus alas a un ritmo lento, no prestaba atención alguna al viento o al frío. Se había elevado hacia el cielo en busca de las dentelladas del gélido viento que arrastraba los copos de nieve, albergando la esperanza, tal vez fútilmente, de que así lograría poner en orden sus pensamientos y serenar su espíritu. Si bien Kalecgos era joven, según los baremos con los que los dragones medían el tiempo, ya había sido testigo de unos tremendos cambios que habían afectado a su pueblo. Tenía la impresión de que los dragones Azules habían soportado grandes penalidades y desgracias.


Habían perdido en dos ocasiones a su amado Aspecto, a Malygos; en un primer momento, a manos de la locura que lo dominó durante milenios y, por último, a manos de la muerte. Irónica y tristemente, los Azules (los dragones intelectuales que eran los guardianes y protectores de la magia Arcana en el mundo de Azeroth) conformaban el Vuelo más proclive al orden y la calma y, por tanto, era el menos indicado para enfrentarse a tal caos. Aun así, a pesar de hallarse en tal estado de agitación, sus corazones no habían flaqueado. El espíritu del Vuelo Azul no había escogido seguir la línea dura marcada por Arygos, el hijo ya fallecido de Malygos, sino el camino más bondadoso y jubiloso que les mostró Kalecgos. El paso del tiempo demostró que esa decisión había sido acertada. En realidad, Arygos había traicionado al Vuelo y no pretendía ser un líder devoto. Le había prometido al malévolo (y bastante demente) dragón Alamuerte que le iba a entregar a su gente, en cuanto éstos hubieran jurado seguirlo. Sin embargo, los dragones Azules se aliaron con los rojos, verdes y bronces (así como con un orco bastante singular) para derrotar a ese gran monstruo. Mientras Kalecgos surcaba el cielo que se iba oscureciendo y la nieve del suelo adquiría un tono lavanda, reflexionaba acerca de esa victoria en la que, en cierto sentido, los Vuelos habían acabado sacrificándose. Ya no existían los Aspectos, a pesar de que los dragones que habían sido Aspectos en su momento seguían vivos. Para derrotar a Alamuerte, Alexstrasza, Nozdormu, Ysera y Kalecgos habían tenido que dar todo lo que tenían, de tal modo que al final de esa batalla habían agotado todo el poder que poseían como Aspectos, los cuales habían sido creados para ese único fin en concreto; por tanto, cumplieron su destino en cuanto alcanzaron ese objetivo. Por otro lado, esa batalla tuvo un efecto colateral. Los Vuelos siempre habían estado muy seguros de cuál era el papel que debían desempeñar, siempre habían sabido cuál era su propósito. Pero, una vez que ya habían cumplido con el fin para el que habían sido creados, una vez su momento ya había llegado (y pasado)… ¿cuál era su propósito a partir de entonces? Muchos dragones Azules ya se habían marchado. Algunos le habían pedido su permiso y su bendición a Kalecgos antes de abandonar El Nexo, ya que seguía siendo su líder, a pesar de que ya no poseía los poderes de un Aspecto. Le habían dicho que se sentían inquietos y deseaban comprobar si había algún otro lugar en el mundo donde sus talentos y habilidades pudieran ser apreciados. El resto se había ido sin más; un día estaban ahí y al siguiente se habían esfumado. Los que se habían quedado o bien se sentían cada vez más inquietos o bien se habían sumido en un estado de honda depresión. Kalecgos se dejó caer en picado y viró, mientras el frío aire acariciaba sus escamas; a continuación, abrió las alas y aprovechó una corriente ascendente para elevarse, al mismo tiempo que sus pensamientos se sumían una vez más en la melancolía y la tristeza. Durante mucho tiempo, incluso en la época en que la locura había dominado a Malygos, los Azules habían tenido un propósito. Ahora, muchos se habían planteado la cuestión de qué iban a hacer e incluso algunos, a veces, se habían atrevido a formularla entre susurros. Kalecgos no había podido evitar preguntarse si no había fallado a su Vuelo en cierto modo. ¿De verdad habían estado mejor cuando los lideraba un Aspecto demente? La respuesta inmediata siempre había sido «Claro que no», pero… aun así… Cerró los ojos, aunque no para protegerse de la lacerante nieve, sino por culpa del dolor. Confiaban en mi liderazgo con todo su corazón. Creo que, en su día, los lideré bien, pero… ¿y ahora? ¿Cómo encajamos los dragones Azules (o cualquier otro dragón) en un mundo donde la Hora del Crepúsculo se ha evitado y ya sólo nos queda una noche infinita por delante? Se sentía totalmente solo.

Siempre había considerado que nunca sería el más adecuado para liderar el Vuelo Azul, pues nunca se había sentido realmente como un dragón Azul «normal». Mientras volaba, abatido y cada vez más preocupado, se percató de que, al menos, había alguien que lo entendía mejor que la mayoría. Se escoró a la derecha, inclinó su enorme cuerpo levemente, batió sus alas y se dirigió de nuevo hacia El Nexo. Sabía dónde la encontraría. Kirygosa, la hija de Malygos, la hermana de nidada de Arygos, había adoptado su forma humana y estaba sentada sobre una de las luminosas plataformas flotantes mágicas que rodeaban El Nexo. Llevaba únicamente un vestido largo y holgado y su pelo negro azulado no estaba trenzado. Tenía la espalda apoyada sobre uno de esos árboles relucientes de color blanco plateado que se hallaban en algunas de las plataformas. Por encima de ella, los dragones Azules revoloteaban tal y como habían hecho durante siglos, patrullando el cielo sin cesar, pese a que ya no parecía haber amenaza alguna; no, ya no. Daba la impresión de que Kirygosa no les prestaba atención, pues su mirada parecía perdida. Parecía hallarse sumida en sus pensamientos, unos pensamientos que Kalecgos no podía adivinar

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