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Intimidades de la Historia – Carlos Fisas

Desde pequeño he tenido lo que Valery Larbaud llamaba el vicio impune de la lectura. Cuando aún creía en los Reyes Magos mis cartas a Sus Majestades eran muy cortas: «Queridos Reyes Magos: Quiero libros, libros y libros», lo que irritaba a mi padre, hombre de acción y de negocios, que me repetía siempre: «Lo que no son cuentas son cuentos». Poco podía pensar en que al final yo viviría gracias a lo que él llamaba cuentos y yo llamo historias. Pero lo que más me ha interesado de la Historia no ha sido tanto ésta con mayúscula como las historias con minúscula. Es interesante saber qué fue la Armada Invencible, pero para mí siempre ha sido más interesante saber cómo vivían los navegantes, fuesen soldados o galeotes, en las naves que la formaban. Me enteré de ello gracias al magnífico estudio de Gregorio Marañón. Esta curiosidad, que empezó de pequeño, continuó ya de mocito cuando, viendo las primeras películas de Tarzán, me preguntaba cómo hacía el protagonista para afeitarse cada día, y luego he seguido con la misma curiosidad a lo largo de mi ya larga vida. He coleccionado algunos millares de libros de Historia, sobre todo de Pequeña Historia, libros que he llenado de crucecitas y notas, siempre con lápiz blando como es natural, y de los que he sacado infinidad de fichas. Fruto de este husmeo han sido mis anteriores libros y éste que tienes en las manos, amigo lector, y que es un centón o colección de datos entresacados de los libros que se citan en la bibliografía, todos ellos antiguos o agotados, por lo que no pueden encontrarse en las librerías. He reunido curiosidades de la vida y las costumbres de diversas épocas y personajes junto con anécdotas que nos muestran la cara íntima de personalidades que, por una causa u otra, han figurado en los libros de Historia. No pretende este libro ser original y confieso paladinamente las fuentes en que he bebido. Deseo que esta colección agrade al lector que prefiera a los hechos heroicos y a las frases grandilocuentes la visión de la vida íntima de sus protagonistas. Cómo vestían, qué comían, cómo se divertían, cuál era su ropa, la exterior e incluso la interior. Creo que ello interesará a quienes quieran ver el lado menos frecuentado de los hombres, y los hechos. La condesa D’Aulnoy María Catalina Le Jumel de Barneville nació en el castillo normando de Barneville en 1650 y contaba dieciséis años cuando, el ocho de marzo de 1666, casó con Francisco de la Motte barón de Aulnoy. Ignoro por qué razones su esposa firmó como condesa sus obras y no como baronesa. El matrimonio no fue feliz, era una unión de intereses, el marido era treinta años mayor que su esposa y, por si fuera poco, era mujeriego, jugador y derrochador, amén de otros vicios. Después de tres años de matrimonio María Catalina se separó de su marido. En 1691 se publicó su Relación del viaje a España de su Alteza Real Monseñor el Duque de Chartres, que tuvo mucho éxito. Poco después publicó sus Memorias de la Corte en España y varios libros más, entre ellos unos cuentos de hadas que le dieron gran popularidad. El primer libro citado lo publicó en castellano en 1891 la Revista Contemporánea, y en 1946, es decir, hace medio siglo, apareció otra edición cuyo traductor fue Luis Ruiz Contreras, que ignoro si es el mismo de la Revista Contemporánea, puesto que J. García Mercadal, en el volumen segundo de su colección Viajes de extranjeros por España y Portugal, habla de esta segunda edición sin aclarar si es una traducción nueva. La de García Mercadal es la única edición completa que conozco. Me he servido de la traducción de Ruiz Contreras, para reproducir los episodios y anécdotas que he creído más interesantes para mis lectores. El viaje de la condesa D’Aulnoy a España ha sido muy discutido.


Alfred Morel-Fatio afirma que el libro fue escrito antes de la visita de la condesa a España basándose en obras anteriores, pero la opinión generalizada no lo cree así. El duque de Maura y Agustín González de Amezúa publicaron, también por los años cuarenta, un interesantísimo libro titulado Fantasías y realidades del viaje a Madrid de la condesa D’Aulnoy que recomiendo a mis lectores, si lo encuentran, porque tanto éste como los otros libros y traducciones citados están agotados. La condesa llegó a Madrid (porque más que de un viaje a España el libro trata de un viaje a la corte madrileña) con ocasión, según parece, del matrimonio de Carlos II con María Luisa de Orleáns y debido al pleito que sostuvo contra su marido, al que llegó a acusar de alta traición. Cuando las cosas se aclararon un poco, pues también ella fue procesada, de España volvió a París, donde murió en 1704. En los textos que siguen el lector sin duda sabrá distinguir los que pertenecen a la condesa. No he querido por tanto indicar expresamente el origen de algunos capitulillos. Un espectáculo teatral La condesa D’Aulnoy, a su paso por Vitoria presenció un espectáculo teatral del que da curiosas noticias: «El decorado no era muy lucido. El escenario, formado por unas tablas desunidas y mal seguras, se alzaba sobre unos toneles; las ventanas abiertas de par en par, dejaban paso a la luz, pues allí no había ni antorchas ni teas que aumentaran la ilusión del espectáculo. Se representaba La vida de San Antonio, y cuando los cómicos declamaban algo agradable para el público, éste repetía: “¡Vítor, vítor!”. Es la costumbre aquí. El encargado de representar al diablo iba vestido como los demás, y sólo se distinguía de todos por llevar medias coloradas y cuernos en la frente. La comedia tenía tres actos y en los intermedios representaban bailes y sainetes, acompañados aquéllos de arpas y guitarras, salpicados éstos de chistes, algunas veces insubstanciales, del gracioso. Las cómicas danzan con la cabeza cubierta con un sombrerillo y tocan las castañuelas; en la zarabanda corren velozmente; su estilo no se parece ni poco ni mucho al francés; las bailadoras agitan los brazos y pasan con frecuencia la mano por encima del sombrero y delante del rostro, con una gracia muy singular y atractiva. Tocan las castañuelas primorosamente. »No imaginéis a esas cómicas de que hablo inferiores a las de Madrid. Las que figuran en los espectáculos que para el Rey se celebran son algo más elegantes, pero en su mayoría, aun cuando intervienen en comedias famosas, son algo ridículas. El público también se muestra inconveniente con frecuencia; por ejemplo: cuando San Antonio reza un confiteor (y lo hace varias veces), los espectadores se arrodillan y acompañan los mea culpa con tan fuertes golpes como si trataran de hundirse el pecho». Alejandro Dumas, padre (I) ¿Quién no ha oído nombrar a Dumas? ¿Quién no ha leído o ha oído nombrar Los tres mosqueteros o El conde de Montecristo? Se ha hablado mucho en contra de la novela folletinesca sin darse cuenta de que Balzac, Dickens o el propio Dumas escribieron novelas que aparecieron en folletín en muchos periódicos europeos. Las obras de Alejandro Dumas padre a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación continúan vivas y pimpantes, sus ediciones se multiplican y el cine y la televisión se encargan de que su obra no desaparezca de la memoria de multitud de lectores y espectadores de todo el mundo. No menos folletinesca que sus obras es la vida de Alejandro Dumas, nacido en Villers-Cotterêts el 28 de julio de 1802 y muerto en París el 5 de diciembre de 1870. En los sesenta y siete años de su vida Dumas publicó infinidad de novelas, relatos de viajes, críticas y obras teatrales. Cuando era todavía un niño habitaba en Villers-Cotterêts y un día de junio de 1815 corrió la voz en el pueblo que pasaría por allí el emperador Napoleón para reunirse con su ejército en la frontera septentrional. Dumas, que tenía trece años, fue a la posta donde se cambiaban los caballos. Llegó la berlina imperial y mientras los palafreneros cambiaban los tiros del carruaje apareció en la ventanilla del mismo la grave cara de Napoleón. —¿Dónde estamos? —preguntó.

—En Villers-Cotterêts, señor. —¿A cuántas leguas de París? —A veinte leguas, señor. —¿A cuántas leguas de Soissons? —A seis leguas, señor. —¡Id aprisa! Y Napoleón se acomodó en su asiento. Ocho días después el emperador, volviendo a París, se paró nuevamente en la posta de Villers-Cotterêts. Alejandro Dumas se encontraba allí. Napoleón preguntó: —¿Dónde estamos? —En Villers-Cotterêts, señor. —¿A cuántas leguas de Soissons? —A seis leguas, señor. —¿A cuántas leguas de París? —A veinte leguas, señor. —¡Id aprisa! Entre estos dos diálogos estaba Waterloo y se había hundido el mundo. Alejandro Dumas no había combatido nunca en las barricadas, pero pertenecía al partido democrático, y cuando en 1832 estallaron en París frecuentes revueltas, corrió el rumor de que había sido arrestado y fusilado. Carlos Nodier, uno de sus más íntimos amigos, le escribió: «Se dice que has sido arrestado y fusilado. Si la noticia no es verdadera ven esta noche a cenar conmigo, pero si lo es y has sido fusilado ven igualmente». Dumas quería publicar un periódico, El Mosquetero. Con su gran fantasía describía a sus amigos y a los futuros colaboradores los beneficios que había de tener el periódico. Colaborarían en él los mejores escritores de Francia y él mismo escribiría por lo menos la mitad. Como cajero había escogido a Michel, su viejo jardinero, un hombre que no sabía ni leer ni escribir pero que poseía mucho sentido común. Un día que Dumas magnificaba el futuro de su periódico Michel exclamó: —¡Estupendo, si todos los acreedores del señor se suscriben será un inmenso éxito! Un imbécil le preguntó una vez si era verdad lo que se decía, que su padre era un negro. —Es verdad —respondió—, mi abuelo era un mono. En realidad él era hijo de un general francés y de una mulata. Dumas tenía muchos colaboradores y se rumoreaba que la mayor parte de sus novelas no habían sido escritas por él. Uno de estos colaboradores era Maquet, del cual se decía que era el verdadero autor de Los tres mosqueteros. En una cena Dumas había estado ingenioso como nunca y todos celebraban la brillantez de su conversación. —Un momento —dijo—, ¿creéis que todo lo que he dicho me lo he inventado yo? Pues no. Todo ha sido dicho por Maquet.

En realidad Maquet escribía novelas que luego eran rehechas por Dumas y a las que éste daba el garbo que las han hecho célebres. El propio Maquet lo admitía y en ocasión de elevarse un monumento a Alejandro Dumas, y en cuyo pedestal figuraban los tres mosqueteros, Maquet dijo: —Me hubiese gustado que por lo menos mi nombre figurase en la escuela de d’Artagnan.

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