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I8U (4EVER 2) – Pat Casala

No puedo dormir, no puedo respirar, no puedo dejar de llorar. Me ahogo en un mar de dolor. Siento como si acabaran de arrancarme una parte importante de mi cuerpo, como si cayera en picado en un abismo oscuro y lúgubre, como si mi vida hubiera llegado a un punto sin retorno y ya no quisiera vivirla, asirme a ella, sonreír. Vuelve a ser sábado. Apenas noto el paso de los días, de las horas, del tiempo. Todo se ha esfumado, se ha diluido entre la bruma del dolor. Es como si el lienzo de mi vida hubiera sido atacado con litros de aguarrás y las líneas definidas del dibujo estuvieran escurriéndose para emborronarlo, sin dar una secuencia clara del futuro. Abro los ojos en la oscuridad de la noche. Llevo veinte largas y dolorosas noches en esta habitación de casa de mi padre y no sé si seré capaz de contarle alguna vez la profundidad de mis heridas. Son demasiado duras para afrontarlas, demasiado reales, y se ensañan contra mi serenidad, llenándola de aristas. Los recuerdos se forman fragmentados en mi mente, como si quisieran aferrarse a la poca coherencia para no lanzar nuevas andanadas de dolor a mi corazón. ¿Por qué nunca consigo nada real? ¿Cómo pudo Dylan destrozarme así? ¿Utilizarme de esta manera? ¿Jugar así conmigo? Las náuseas dichosas vuelven a agarrotarme el estómago como un recordatorio constante de mi estupidez. No calibré las consecuencias de dejarme llevar por mis sentimientos, le entregué mi alma, mi corazón y mi cuerpo sin detenerme a valorar la posibilidad de estar cometiendo el mayor error de mi vida. Pero el amor no entiende de lógica, se te agarra al corazón sin mostrarte la cara oculta de la otra persona. Es como si de repente tuvieras un calidoscopio con fragmentos de luz brillante que ocultan los filos oscuros. Corro al baño a vomitar y me quedo sentada en el suelo con la cabeza apoyada entre las manos, sollozando otra vez. No quiero llorar más, no me quedan lágrimas. Pero el dolor me estruja el corazón hasta licuarlo en otra sucesión de llanto ansioso y desesperado. Sigo enamorada de él, es superior a mis deseos de odiarle, a mi necesidad de dejarle atrás, de olvidarle. Dy sigue siéndolo todo para mí, el principio y el fin de mi universo, mi único anhelo. Y me odio por albergar esos sentimientos, por no ser capaz de apagar las ascuas de mi amor tras descubrir la clase de persona que es. Llevo tantos años renegando de esos amores de telenovela en los que se perdona cualquier ataque directo a las personas amadas, que ahora no puedo soportar estar en esa posición y seguir anhelando su compañía, con una necesidad extrema de volver a sentirle, de encontrar una brecha en su comportamiento para perdonarle. Escucho los pasos de mi padre en el pasillo. Se para frente a la puerta, sin atreverse a entrar. —¿Estás bien, Brenda? Su susurro me recuerda lo poco que nos conocemos, los años de separación, mi búsqueda hasta construir una relación con él y el puente que me tendió en el momento más doloso de mi vida.


Conocí su identidad a los trece años, cuando mi madre decidió contarme su fin de semana con él. Desde ese instante me dediqué a seguirle la pista y a trazar un plan para ir a buscarlo cuando empezara la universidad. Y ahora estoy en el MIT, iniciando la carrera de Matemáticas en la que él es catedrático, después de un curso de verano donde me ha tutorizado. El curso de verano… Me rompo de nuevo. Las piezas desmenuzadas de mi corazón se expanden por el cuerpo en forma de filos capaces de desgarrar la carne, el alma, la cordura. Todavía recuerdo mi emoción al llegar a Cambridge hace poco más de tres meses. Llevaba la maleta llena de ilusiones, cargada de esperanzas de dejar atrás los años de bullying en la escuela y encontrar una vía directa a la felicidad. Mi pasado estaba repleto de horas frente al televisor con mi madre y sus amigas viendo una serie tras otra, de sus risas, de su compañía, y emprendí el viaje con deseos de conocer a mi padre y vivir una nueva experiencia que colmara mi necesidad de sentirme parte de algo mayor, de un todo, de una vida entera. Lo peor es que mi aventura ha acabado destrozándome. —¿Brenda? —Andrew, mi padre, insiste dando un toque suave a la puerta. —Estoy bien —miento. No lo estoy, pero no puedo pasarme la vida mostrando mi dolor —. Tranquilo, vuelve a la cama, solo necesito un poco de agua fría en la cara y estaré como nueva. ¿Cómo le voy a contar la verdad? Llevaba desde niña prometiéndome que a mí no me iba a pasar lo de mi madre, que jamás me quedaría embarazada demasiado joven, que no me enamoraría de alguien con esa rapidez y que iba a guardar mi primera vez para la persona adecuada, alguien que se lo mereciera de verdad porque me amara. Si pudiera retroceder y cambiar el curso de la realidad, no ofrecerle a Dy esa parte tan importante de mí… —Te voy a preparar una infusión. —La voz de mi padre suena amortiguada por la puerta —. Estaré en la cocina. —Dame unos minutos. Ruedo mi alianza de casada junto a ese anillo con un diamante precioso que me regaló Dy en lo que yo creía un impulso motivado por su amor, y los trozos desgarrados de mi alma se adentran en mi piel para lacerarla. Sigo llevándolos en mi dedo anular de la mano izquierda, soy incapaz de quitármelos como hizo él, de lanzarlos a un cajón de cualquier manera, de romper ese vínculo real que hubo entre nosotros. Es lo único que me queda de un sueño absurdo y lleno de puños capaces de golpear mi alma y mi corazón con una fuerza colosal. Las iniciales en su interior son como cuchillos clavados en mi piel porque me recuerdan instantes demasiado felices para admitir que eran mentira. Nuestro viaje por la ruta 66, las noches llenas de pasión, la boda, la emoción de la luna de miel, los planes de futuro, el primer beso, cada una de las primeras veces compartidas… Todo ha quedado relegado al pasado, olvidado, muerto. Formaba parte de una mentira, de un complot para ganar dinero a costa de mis sentimientos, mis esperanzas y mi dignidad. Y me destroza admitir esa realidad.

Lo hago un par de veces cada hora para obligar a mi corazón a deshacerse de él. Susurro en voz alta sus intenciones, cómo me dejó y cada una de las palabras que escuché encerrada en el baño hace tres semanas para darme cuenta de cómo me engañó, pero mi mente perversa sigue aferrada a la sensación de que él me correspondía porque me siento incapaz de negar su amor por mí. Todavía tiemblo al evocar nuestro último día juntos, su despedida cruel y despiadada, y a la vez cargada de dolor en sus ojos. Compartíamos habitación en la residencia del MIT. Yo en ese instante creía que era cosa del destino, pero la realidad es mucho más dura porque Dylan y sus amigos me eligieron como blanco para su negocio sucio mucho antes de llegar a la universidad. Solo fui una víctima de su juego de apuestas, una damnificada por su necesidad de enriquecerse a costa del sufrimiento ajeno. La primera vez que vi a Dy me pareció un chulo pagado de sí mismo, pero a medida que pasaba tiempo a su lado descubrí su verdadero interior. O eso creía porque ahora estoy perdida en ese sentido, no sé si me mintió también en eso, si solo representaba un papel o en realidad tiene ese fondo. ¿De verdad soy tan fácil de engañar? Me enamoré de él sin pensar demasiado, sin valorar las bromas pesadas que me iba gastado desde nuestro primer encuentro, sin evaluar nada más allá de mis sentimientos. Porque el corazón suele decidir olvidándose de atender a las señales luminosas, como si solo importaran nuestros anhelos. Le amaba… Y por desgracia sigo haciéndolo. Llevo tres semanas luchando contra ese amor que me desgarra por dentro, pero está tatuado en mi alma y nada puede borrarlo. Quizás por eso el dolor es todavía más penetrante. A pesar de su traición, de mis descubrimientos, de la realidad que cayó como una losa sobre mi cuerpo al enfrentarme a la verdad, no puedo deshacerme de mis sentimientos por él. Sus palabras al dejarme fueron lapidarias. Quería demostrarte lo patética que eres. ¡En serio, tía! No podía dejarlo pasar, debía darte una lección por dudar de mi supremacía. Me lo dijo mientras me enseñaba un vídeo sexual de él con dos chicas, grabado esa misma noche. Todo había sido una demostración de fuerza, una forma de meterme en mi sitio cuando le aseguraba que yo jamás caería presa de su magnetismo. Esas frases consiguieron hacerme temblar de dolor, partirme en mil pedazos y desatar la mayor hecatombe causada en mi corazón. O eso creía. Pensaba de verdad que nada podría hundirme más, que esa confesión atroz era suficiente para tocar fondo. Pero estaba muy equivocada. Ahogo un sollozo arrastrándome hasta la pared para apoyar la espalda en ella. La conversación que Mandy y yo oímos en el baño mientras esperábamos la sentencia del test de embarazo abrió grietas profundas en el pozo donde me hallaba.

Y me di cuenta de que no había tocado fondo, solo había llegado a un primer nivel que pronto se derrumbó arrastrándome más abajo y dejándome flotando en una oscuridad abrupta donde las espinas más afiladas se ensañaban con mi cuerpo maltrecho. Una web, retos, apuestas, cámaras, vídeos… Tardé un rato en asimilarlo porque también debía acatar el positivo en la prueba de embarazo. Era demasiado. Mi cabeza hervía, incapaz de procesar todos los datos. Mi corazón se había desbocado y el aire apenas entraba con normalidad en mis pulmones. Vomité un par de veces más antes de pronunciar mis primeras palabras inconexas. Estaba aturdida, perdida y llena de sensaciones tan dolorosas que apenas era capaz de respirar ni de pensar con coherencia. Si no llega a ser por el abrazo de Mandy, por su proximidad, por su forma de consolarme ayudándome a darle forma a la realidad, me hubiera perdido en un mar de desesperación. Pero el destino trajo a mi vida una amiga, alguien a quien abrazar en ese instante, con quien hablar y razonar, en quien apoyarme. Los interrogantes se sucedían sin tregua, ahogándome, haciéndome caer en un abismo inquieto. ¿Había algo de verdad en la conversación de esas chicas? ¿Era posible? ¿Me habían visto en directo en mis escarceos amorosos con mi marido? ¿Formaba parte de apuestas indiscriminadas? No sabía si podría enfrentarme a las respuestas. El mero hecho de formular las preguntas ya me destrozaba, era superior a mi capacidad de regeneración y me asfixiaba de una forma desgarradora. Pero debía encararlo, llegar al fondo de lo sucedido y aprender a superarlo. Era la única forma de actuar para no quedarme sumida en la desesperanza y entrar en una depresión. Nunca he sido una cobarde y no iba a empezar entonces. Debía descubrir la verdad pagando el precio que fuera necesario. Mandy me dejó unos minutos de tranquilidad antes de atacar por ese flanco y llegar a la misma conclusión que yo. Debíamos esclarecer las palabras de esas arpías para saber a qué nos enfrentábamos. Era importante hacerlo. Llamamos a Hakiro para reunirnos con él en su habitación. Mi amigo y exjefe en la cafetería estudia el último curso de Ingeniería Informática con Dy. Es un cerebrito, uno de los pocos hackers a la altura de mi marido. Mi marido… Estas dos palabras siguen surgiendo de mis entrañas a pesar de nuestra ruptura. Me toco la barriga en un impulso absurdo y siento como si acariciara a la criatura que mora en ella. Es fruto de mi amor por él, de nuestros instantes compartidos, de esos sentimientos intensos que él fingía.

¿Cómo pudo ser todo una mentira? Cuando veo su mirada en mi mente no encuentro rastros de falsedad. Los ojos no mienten y los suyos brillaban igual que los míos, reflejaban amor, cariño, felicidad. Y mientras me clavaba la estocada final en el corazón parecían llorar, como si para él también fuera una rotura imposible de reparar. Quizás le obligaron a hacerme daño…

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