debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Hugo Chavez – Ignacio Ramonet

Este libro es fruto de años de trabajo, y solo ha sido posible gracias en última instancia al esfuerzo y el talento de Ignacio Ramonet y la generosidad del presidente Chávez y su equipo. A nivel editorial, sin embargo, es obligado destacar y agradecer tanto a Teresa Aquino de Vadell como a Manuel Vadell y al resto de sus colaboradores la cooperación y la ayuda prestada por la editorial Vadell, de Caracas, cuya participación y profesionalidad han sido fundamentales para poder llevar a buen puerto este proyecto. INTRODUCCIÓN CIEN HORAS CON CHÁVEZ Habíamos llegado la víspera, al centro de los infinitos Llanos venezolanos, a un lugar cuyo nombre desconocía. Eran las nueve de la mañana y hacía ya un calor de horno. Prestada por un amigo, la casa donde nos hospedábamos era sencilla, rústica, de planta baja y techo de tejas, al estilo llanero. Poseía en fachada una gran veranda abierta, amueblada con mesas bajas de hierro forjado, mecedoras de mimbre y decenas de macetas verdes. Alrededor, agrietada y endurecida, la tierra estaba salpicada de matas de color, espléndidos árboles gigantes y frutales en flor. Un vientecillo tenaz levantaba un polvo dorado y aportaba olores de matorrales perfumados. Castigada por las bocanadas de brisa ardiente, la vegetación ofrecía, en todo el alrededor, un semblante agobiado y exhausto. En el jardín, a la sombra, nos habían instalado una mesita con libros y documentos para la entrevista. Mientras esperaba a Hugo Chávez, me senté en el madero de una empalizada que cercaba la estancia, el «hato» dicen allí. Reinaba el silencio, apenas roto por trinos de pájaros, algún canto de gallo y el run-rún lejano de un grupo electrógeno. No se divisaba ninguna edificación a la redonda, ni se percibía ajetreo alguno de tránsito. Un retiro ideal. Tampoco había wi-fi. Ni siquiera conexión para los celulares. Sólo funcionaban, vía canales militares, unos teléfonos satelitales usados por los escoltas y el propio Presidente. El día anterior, por la tarde, a bordo de una avioneta Falcon, habíamos aterrizado en el pequeño aeopuerto de Barinas. Antes de comenzar nuestras conversaciones para este libro, Chávez deseaba mostrarme el territorio de su infancia y las raíces de su destino. El «escenario de mis circunstancias», dijo él. Llegó casi de incógnito para evitar protocolos y ceremonias. Vestido con sencillez: zapatillas deportivas, pantalón vaquero negro, camiseta blanca y ligera chaqueta azul de apariencia militar. Sólo le acompañaba uno de sus principales asesores, Maximilien Arvelaiz, joven y brillante consejero de asuntos internacionales, además de varios escoltas con uniforme verde olivo. Al pie de la aeronave, nos esperaban unos calores saharianos y dos discretos 4 × 4 negros. Chávez se puso al volante del primero de ellos.


Maximilien y yo subimos con él. Los escoltas en el de atrás. La noche comenzaba a caer. Enseguida pusimos rumbo al centro histórico. Ciudad horizontal y achatada, Barinas ofrecía en aquel momento una atmósfera «de frontera». Abundaban sufridas furgonetas de tipo pick up y rutilantes 4 × 4 de nuevos ricos. Se veían hombres con sombrero llanero calzados con botas de media caña. El Llano es tierra de vaqueros, de contrabando, de gestas y de inacabables espacios abiertos. También de corridos y joropos, canciones llaneras, música «country» local. Visto desde Caracas, aquello es en verdad el «lejano Oeste», y el meollo identitario de la venezolanidad. Capital del Estado homónimo, la ciudad había crecido en exceso en los últimos años. Se notaba una briosa actividad. Edificios en construcción, grúas, calles en obras, tránsito denso… En su destartalada periferia, como en el de tantas localidades, el feísmo arquitectónico había cometido espantosos estragos. Pero a medida que nos íbamos acercando al viejo núcleo urbano reaparecían la armonía geométrica colonial y alguna edificación de noble estampa. Con su tranquila y bella voz de barítono, Chávez me iba contando la historia de esta ciudad: me indicó por dónde pasó Simón Bolívar, el Libertador; por dónde cruzaron los llaneros del «Centauro» Páez; por dónde estuvo Ezequiel Zamora —el «general de hombres libres»— cuando liberó Barinas, proclamó la Federación y salió para la decisiva batalla de Santa Inés el 10 de diciembre de 1859 [1]… No sólo Chávez se sabía la historia de Venezuela de carretilla, sino que la expresaba y la vivía con entusiasmo, la ilustraba con mil anécdotas, recuerdos, poemas, canciones… «Amo a mi patria», me dijo. Profundamente. Porque, como dice Alí Primera [2] «la patria es el hombre». Debemos conectar el presente con el pasado. Nuestra historia es nuestra identidad. El que la ignora no sabe quién es. Sólo la historia le da a un pueblo la entera «conciencia de sí mismo». Sonó de pronto el teléfono. Era un mensaje de texto de Fidel Castro cumplimentándole por su discurso de la tarde. Me lo mostró: «21h30. Estuve escuchándote.

Me pareció muy bueno. Te felicito. Estás jugando fuerte. Fue fenomenal. Estás brillante». No hizo ningún comentario, pero lo noté feliz. Le tenía a Fidel un afecto profundo. Llegamos al casco antiguo. La noche había caído y la ciudad no estaba bien iluminada. Apercibimos el sorprendente palacio del Marqués y la desmesurada cárcel antigua. Recorrimos su geografía personal barinense: me enseñó el liceo O’Leary donde cursó su secundaria, y la academia de arte donde empezó sus estudios de pintura… Pasamos ante el que fue su hogar de adolescente en el barrio Rodríguez Domínguez, el domicilio de sus amigos Ruiz Guevara, la casa de su primera novia, la cancha de béisbol entre vecinos… «Por esta avenida, paseaba yo con Nancy Colmenares… Ese bar lo llamábamos “la Facultad”… En este edificio estaba Radio Barinas; ahí hice mis primeras emisiones de radio…». La oscuridad de la noche y los cristales ahumados del vehículo me impedían distinguir casi nada… Además, en su peregrinaje nostálgico, Chávez entrelazaba recuerdos de dos distintos períodos vividos por él aquí: los años de bachillerato (1966-1971) y su primer destino de subteniente recién egresado de la Academia Militar (1975-1977). En el laberinto de sus vivencias pasadas, me sentí algo perdido. Se dio cuenta y, con sencillez, se disculpó: «Perdóneme, me asaltaron los recuerdos de repente. Los recuerdos, usted sabe que lo emboscan a uno en cualquier mata de monte». Paciente, me volvió a explicar, reordenando la cronología. Hijo de maestros, Chávez era un pedagogo inaudito, sabía de instinto colocarse a nivel de quien le escuchaba. Nunca con prepotencia. Detestaba aburrir a su auditorio. Le deleitaba exponer con claridad y amenidad. Deseaba que se le entendiese, y se esforzaba por conseguirlo. Llevaba casi siempre consigo un manojo de lápices de colores y cuartillas de papel en las que, con su mano izquierda —era zurdo— dibujaba gráficos, pintaba figuras, trazaba estadísticas, escribía conceptos, ideas, cifras… Trataba de hacer visible lo abstracto. Y volvía sencillos, problemas a veces bastante enredados. Esa pasión por la docencia la adquirió, me contó, desde muy joven: «Llegaba incluso a acompañar a mi madre. Ella era maestra rural en un campo que se llama Encharaya.

Me gustaba mucho el aula de escuela, oír a mi madre dando clase, enseñando. De alguna manera, yo ayudaba. Siempre me encantó la educación, el aula, el estudio». Como alumno, estudiante y cadete, Chávez fue siempre un «empollón» —un «taco» dicen en Venezuela—, o sea el primero de la clase, el que eximía exámenes de fin de curso por ser excelentes sus notas a lo largo del año. Sobre todo en las materias científicas. Adorado por sus maestros y profesores. Ávido de conocimiento y de saber, curioso de todo. Deseoso siempre de cumplir, de gustar, de agradar, de seducir, de ser amado. En su construcción intelectual coincidieron dos formaciones. La académica, en la que fue siempre brillante. Y la autodidacta, su preferida, que le permitió autoeducarse en paralelo, de una manera que explica en parte la singularidad de su temperamento. Niño superdotado, con un cociente intelectual elevado, supo sacar, desde su más temprana edad, un formidable provecho a sus lecturas. Ya fueran publicaciones infantiles, como la Revista Tricolor, o enciclopedias autodidácticas, como la Quillet, que casi se aprendió de memoria… Chávez era un hipermnésico, imprimía en su mente todo lo que leía, se empapaba de ello, lo procesaba, lo asimilaba, lo digería y lo incorporaba a su capital intelectual. Era un lector constante. Llevaba siempre dos o tres libros, ensayos más que novelas, que leía en simultáneo y anotaba, y subrayaba, y comentaba por escrito en los márgenes… Como intelectual, sabía practicar una «lectura productiva», extraía conceptos, análisis, historias y ejemplos que grababa en su prodigiosa memoria, y difundía luego al gran público mediante sus torrenciales discursos o charlas. Sus libros de cabecera variaron. Hubo la época del Oráculo del guerrero que citó cientos de veces y que casi toda Venezuela acabó leyendo. Luego fueron, entre otros, Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, y Hegemonía o sobrevivencia, de NoamChomsky, ensayos convertidos en indispensables vademécum de todo buen bolivariano. Hubo también el ciclo, más reciente, de Los Miserables, de Víctor Hugo, «un libro maravilloso que recomiendo, sobre los que vivieron en la miseria toda la vida. Hay que leerlo ». Su fuerza de prescripción era asombrosa; toda obra por él recomendada se convertía casi siempre en «superventas» a escala nacional y, a veces, internacional. Otra característica suya: su habilidad para las cuestiones prácticas. Sabía hacer de todo con sus manos, desde plantar y cultivar maíz hasta reparar un tanque, conducir un tractor bielorruso o pintar un lienzo. Rasgo que debía como muchos otros, a su difunta abuela Rosa Inés, una mujer inteligente, humilde, muy trabajadora, de gran aptitud pedagógica y excepcional sentido común. Ella lo crió, lo educó y, desde niño, le transmitió toda una filosofía de la vida.

Le contó la historia popular del país, le trasladó el ejemplo de la solidaridad, le explicó los secretos de la agricultura, le enseñó a trabajar en el pequeño huerto familiar, a cosechar, a cuidar los animales, a cocinar, a limpiar y a ordenar la modesta casita de techo de hojas de palma, suelo de tierra y muros de adobe en la que, con su hermano Adán, moraban. Hugo Chávez fue un niño muy pobre. Una pobreza aliviada por el maravilloso amor de su abuela, su «mamá vieja» como la llamaba. «No cambiaría mi infancia por ninguna otra —me dijo—. Fui el niño más feliz del mundo». Desde la edad de seis o siete años, vendía por las calles de su pueblo, Sabaneta, unos pasteles —«arañas»— elaborados por la abuela a base de frutas cosechadas en su jardín. El producto de esas ventas ambulantes constituía casi el único recurso del hogar. Aunque Huguito fabricaba también vistosas cometas o «papagayos», con cañas y papel, cuya venta aportaba algún complemento de dinero. En el cerebro del joven Chávez se combinaron muy pronto, de ese modo, tres aprendizajes que siempre conservó: el escolar o teórico; el autónomo o autoeducativo; y el manual o práctico. La articulación de estas tres fuentes de saber —sin que ninguna de ellas fuese considerada por él como privilegiada o superior a las otras dos—, es una de las claves para entender su original personalidad. Aunque sus estructuras mentales estaban también determinadas por otras cualidades. Primero, su increíble soltura en lo relacional y lo comunicacional. Su habilidad a controlar y manipular su propia imagen. Su admirable facilidad de palabra adquirida sin duda desde sus años de «arañero», niño vendedor callejero, charlando y regateando con eventuales clientes a la salida del cine, de las tiendas, del juego de bolas o de la gallera. Era un comunicador excepcional, fogueado y entrenado desde sus actividades de estudiante de secundaria y, ya cadete, de animador de fiestas y de gran maestro de ceremonias de la Academia Militar, especializado en las elecciones de Reinas… Orador fuera de serie, sus discursos eran amenos y coloquiales, ilustrados de anécdotas, de rasgos de humor y hasta de canciones. Pero también, aunque no lo parecieran, verdaderas composiciones didácticas muy elaboradas, muy estructuradas, preparadas de manera seria y profesional, con objetivos concretos. Se trataba, en general, de transmitir una idea central que constituía la avenida principal de su recorrido discursivo. Pero, para no aburrir, ni ser pesado, Chávez se apartaba a menudo de esa avenida principal y realizaba lo que podríamos llamar excursiones [3] en campos anexos (recuerdos, anécdotas, chistes, poemas, coplas) que no parecían tener nexo con su propósito central. Sin embargo, siempre lo tenían. Y eso le permitía, después de haber abandonado por bastante tiempo, en apariencia, su curso central, regresar a él y retomarlo en el punto exacto donde lo había dejado, lo cual, de modo subliminal, producía un efecto prodigioso de admiración en el auditorio. Semejante técnica retórica le permitía declamar discursos de muy larga duración. Una vez me preguntó: «¿Cuánto duran, en general, los discursos de los dirigentes políticos en Francia?». Le contesté que pocas veces, en las campañas electorales, excedían una hora. Se quedó meditando y me confesó: «Yo, sólo para calentar motores, necesito hablar unas cuatro horas…». Segunda cualidad: Su carácter competidor.

Era un ganador nato. Había sido, desde muy joven, un deportista obsesivo, jugador de béisbol casi profesional, pésimo perdedor, conocido por su empeño en darlo todo, con deportividad, para conseguir la victoria. «Fui un pitcher realmente bueno —recordaba—. El béisbol era mi obsesión. Constituyó una escuela del esfuerzo, del tesón, del sufrimiento, del carácter. La pelota es la principal pasión deportiva del país. Venezuela tiene unos 30 millones de habitantes, y otros tantos “expertos” en béisbol». Tercero: Su afición lúdica por varias expresiones de la cultura popular, romances y poemas llaneros kilométricos que recitaba sin equivocarse; joropos del Llano, rancheras mejicanas y canciones de Alí Primera que era capaz de cantar con talento; películas taquilleras del gran cine popular mejicano de los años 1950 y 1960 nunca olvidadas, o los clásicos del cine de barrio hollywoodiense, interpretados por «duros» populares como Charles Bronson y Clint Eastwood, conocidos de todos. Era, además, un telespectador asiduo y bien informado de los programas y animadores de los canales venezolanos. Todas estas referencias simbólicas de la cultura de masas, compartidas por el gran público local, le permitían conectar de inmediato con los ciudadanos.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |