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Hue 1968 – Mark Bowden

Por la tarde, a lo largo de la calle Le Loi, los patios de las escuelas vierten torrentes de niños uniformados como bandadas de pájaros, con sus mochilas sacudiéndose en sus espaldas, montando en bicicleta, los niños con camisetas y pantalones cortos blancos, las niñas con su pelo largo y negro y las solapas de sus ao dai al viento. Esta calle constituye el centro de Hué. Discurre junto a la orilla sur del río Huong y está flanqueada, a intervalos regulares, por plátanos que se inclinan sobre un flujo incesante de ciclomotores y coches. En el lado norte de la calle, a lo largo de la orilla, hay un amplio paseo verde, y en el lado sur hay una hilera de imponentes edificios de piedra, tras altos muros pintados en tonos pastel de verde, amarillo, rojo, marrón y rosa. Al otro lado del río se elevan los altos muros de piedra moteada de la Ciudadela, una monumental fortaleza de épocas pasadas. El nombre del río, Huong, evoca el agradable aroma del incienso o los pétalos blancos y rosas que la corriente arrastra en otoño desde los huertos del norte. Los estadounidenses lo llamaban The Perfume River (el río Perfume). En 1968 había más bicicletas que ciclomotores y coches bajo los árboles de la calle Le Loi. En la portada de la guía que recibían los soldados estadounidenses de camino a la guerra de Vietnam aparecía la imagen ilustrada de una chica montando en bicicleta, vestida con un ao dai, la tradicional túnica con faldones delante y detrás, y el típico sombrero cónico (el non la).[1] Che Thi Mung era una de esas chicas que, en enero de aquel año, conducía su bicicleta por las calles de Hué. Por aquel entonces, tenía dieciocho años y era tan bonita como la ilustración del manual. Che era una chica de origen rural, con escasos estudios. Montada sobre su bicicleta, era la imagen misma de la inocencia: delgada, con una cara redonda, grandes ojos y pómulos prominentes. Trabajaba con su familia en los arrozales y ayudaba a tejer sombreros non la con hojas de palma, que luego vendía por las calles de la ciudad. Apilaba los sombreros y los fijaba a su bicicleta. Pero Che no era ni tan inocente ni tan amistosa como parecía. No sabía nada del conflicto global de ideas que había llevado a los soldados estadounidenses a Vietnam, pero la guerra era su vida. Su posición en ella no dejaba lugar a dudas. Odiaba al régimen de Saigón, la República de Vietnam, con toda la pasión de la juventud. Este rencor era, en gran parte, algo heredado. Antes de que ella naciera, su padre había luchado con el Viet Minh contra los franceses y, cuando ella era una niña, había sido aprisionado por el régimen de Saigón, sucesor de los franceses, durante años. En su mente eran lo mismo, solo que ahora la sombra tras el opresor local no era Francia, sino Estados Unidos. Su padre, un albañil, había luchado durante toda su vida. Para Che, la guerra se había vuelto un asunto mucho más personal unos años atrás, cuando el ERVN mató a su hermana mayor, una líder del clandestino VC. Llamaba nguy (falsos) a los soldados del régimen, una palabra que en vietnamita sugiere que, tras una apariencia asiática, familiar, se enmascara un alma extranjera.


[2] Después de la muerte de su hermana, los nguy habían llegado buscando colaboradores del Vietcong hasta Van The, su aldea, una pequeña comunidad de granjeros y comerciantes del barrio de Thuy Thanh, al sudeste de la ciudad. Quedaba apartado de las rutas, rodeado por arrozales bien mantenidos: un paisaje abierto, llano y plácido. El clima era húmedo la mayor parte del año, pero especialmente de diciembre a febrero: tres meses de frío intenso y una espesa niebla gris. Lejos, hacia el oeste, estaban los inhóspitos picos verdes de las Tierras Altas Centrales; al este, a tan solo unos kilómetros de distancia, había playas y el mar de la China Meridional. Aproximadamente tres de cada cuatro personas en Van The compartían los sentimientos de Che hacia el régimen de Saigón, de modo que era territorio amigo para el VC. Tras la muerte de la hermana de Che, al padre lo escondieron unos amigos. Sabían que en cuanto los nguy averiguaran que su hermana era una líder del VC vendrían a por él. Cuando llegaron, encontraron unos búnkeres vacíos junto a la casa de Che. Estos refugios eran habituales: los aldeanos los cavaban para refugiarse de las bombas y obuses, y a veces se empleaban para esconder armas para el VC. En ocasiones, ocultaban en ellos a los niños de la aldea para evitar que uno u otro bando los reclutara. El ERVN podía interpretarlos de cualquiera de esas formas. En el caso de Che, resultaron suficientemente sospechosos, sumados a la actividad de su hermana y la desaparición de su padre, como para arrestarla. La llevaron a una base del ERVN en la ciudad, junto con su madre y su abuelo paterno. Sus interrogadores le echaron agua con jabón por la nariz y la garganta hasta prácticamente asfixiarla. Le pitaban los oídos. La garganta y la cabeza le ardían. Le exigieron que les dijera a dónde había ido su padre, así como los nombres de los combatientes del VC de su aldea. Ella lloraba y suplicaba. ¡Solo era una niña! Les dijo que no sabía nada. ¿Por qué la torturaban? ¿Creían que el VC confiaba en chicas de dieciséis años? ¿No tenían hijas? ¿Hermanas? Durante el resto de su vida se sentiría orgullosa de la tenacidad con la que protegió sus secretos. No dijo nada a los nguy. Se había unido a la organización del Vietcong cuatro años atrás, en su Organización de Jóvenes Pioneros.[3] Estaba tremendamente orgullosa de su hermana mártir, tenía el corazón roto por su muerte, temía por la vida de su padre y estaba decidida a seguir el ejemplo de ambos. Cuando la liberaron, junto con su familia, impusieron la ley marcial en Van The. Lo más infame era un toque de queda que confinaba a los aldeanos a sus casas desde las siete de la tarde.

Pero los nguy no vivían en la aldea. No podían estar allí todo el tiempo, y no sabían en qué vecinos confiar. Era fácil, para guerrilleras como Che, evitar las patrullas y asistir a reuniones nocturnas y sesiones de entrenamiento. Con respecto al resto de la aldea, la intrusión solo generó ira… y reclutas. A veces Che veía a estadounidenses con las tropas del ERVN. Vestían uniformes similares, pero los estadounidenses eran fáciles de distinguir incluso a distancia, porque eran muy distintos. En primer lugar, eran mucho más grandes. Por la noche, ella y su familia escuchaban en la radio informes de bombardeos estadounidenses sobre Vietnam del Norte, e imaginaban la muerte, la destrucción y la tristeza. Pero no temía ni odiaba a los estadounidenses tanto como a los nguy, que para ella eran mucho peores. Habían traicionado a su propia gente. Hablaban su idioma y eran vietnamitas en todos los aspectos, excepto el más importante. Durante los dos años posteriores a su arresto, Che vivió una vida doble: de noche, implicada revolucionaria; y de día, ciudadana respetuosa de la ley survietnamita. Encontró trabajo en la misma base del ERVN en la que había sido torturada, limpiando y haciendo encargos. La habían exculpado y liberado, y era tanta la gente a la que se sometía a este tipo de arrestos que incluso si aún había sospechas sobre ella, era muy improbable que la recordaran. Iba en bicicleta hasta la ciudad, vendía sus sombreros y trabajaba en la base, y la mayor parte de las tardes regresaba a casa y asistía a reuniones en las que ella y otras chicas de la aldea afilaban púas de bambú para ponerlas en trampas. Hacía guardia y daba la alarma cada vez que se acercaban nguy o estadounidenses. El equipo en el que estaba encuadrada (el de su hermana) tomaba porciones de la cosecha de la aldea y las transportaba a los campamentos ocultos en la jungla de las tierras altas, a la que los soldados llamaban sencillamente xanh (lo verde). En su mayor parte quienes lo hacían eran chicos. Las chicas animaban a los niños a unirse a los grupos revolucionarios juveniles, e intentaban reclutar aldeanos para la causa. Che les recordaba los amenazantes toques de queda, las groserías de los oficiales que periódicamente atravesaban la aldea, las detenciones arbitrarias y las acusaciones inventadas. Les decía que la paz y la libertad prometidas por los nguy y sus controladores estadounidenses era ilusoria. Su país estaba en guerra y seguiría en guerra hasta que invasores y traidores se hubieran ido. El auténtico Vietnam se alzaría, decía. Se hermanaría. Ella veía un futuro en el que el pueblo vietnamita, libre, trabajaría unido para mejorar las condiciones de vida de todos

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