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Homenaje a Cataluna – George Orwell

El refranero español se caracteriza por expresar verdades como puños, aunque estas verdades siempre sean leídas e interpretadas desde muy distintas posiciones ideológicas. Una de las cosas que nos enseña es cómo los avatares de la vida marcan el destino de las personas durante generaciones; cada uno es consecuencia de otras circunstancias, y aunque estas reflexiones no sean exactamente del refranero español bien nos sirven para comprender que en cualquier momento de la historia todo podría haber sido diferente. Buena parte de los estudios, por no decir todos, que he tenido oportunidad de leer sobre George Orwell remarcan constantemente ese azar de la vida que en 1936, a su llegada a Barcelona, le llevaría a enrolarse en las milicias del POUM y no en las Brigadas Internacionales, y que marcaría de una manera decisiva su vida y su pensamiento político. ¿Pero quién era Orwell? Eric Arthur Blair, más tarde conocido bajo el seudónimo de George Orwell, nació en 1903 en Motihari (Bengala, India) de padre funcionario destinado a colonias. A los pocos años, regresa a Inglaterra junto con su madre y hermanos mayores. En 1911 ingresa en el colegio de St. Cyprien, escuela de la alta burguesía donde Orwell por lo menos aprende a tomar conciencia de las diferencias de clases, al verse rechazado con frecuencia por sus propios compañeros que pertenecían a familias más pudientes. En 1917 entra en el colegio de Eton, donde tendrá como maestro de francés a Aldous Huxley. En 1922 deja de estudiar e ingresa en la policía imperial birmana. Esta etapa de su vida, que dura seis años, será crucial para él y de ella nos dice: «Comprendí que no solamente debía rechazar el imperialismo, sino también toda forma de dominación del hombre por el hombre. Quería sumergirme, descender entre los oprimidos, ser uno de ellos, estar a su lado contra los tiranos». Así, de vuelta a Europa en 1928, se instala en París para conocer de cerca los bajos fondos de la ciudad; al año es hospitalizado por un ataque de neumonía que le podría haber costado la vida. En este periodo parisino escribe dos novelas que él mismo destruirá y de las que no conocemos nada. En 1930 está de nuevo en Londres, donde vive también en los barrios marginales de la ciudad. En este tiempo publica Sin blanca en París y Londres. En 1934 publica Días en Birmania, una denuncia del imperialismo inspirada en sus propias vivencias; y en 1935, La hija del reverendo, la historia de una solterona que encuentra su liberación viviendo entre campesinos. Este mismo año se casa con Eileen O’Shaughnessy. En 1937 publica El camino a Wigen Pier, una crónica desgarradora sobre la miseria y el paro en los barrios obreros de Lancashire y Yorkshire. En estos momentos sus convicciones socialistas ya están plenamente reafirmadas y decide viajar a España para trabajar inicialmente como periodista; pero las circunstancias le llevarán a enrolarse en las milicias del POUM. Como miliciano de este partido luchará en el frente de Aragón y será gravemente herido en la garganta, toma parte en los sucesos de Mayo del 37 en Barcelona; y, como sus compañeros del POUM, sufrirá persecución por parte de los estalinistas del PSUC y se verá obligado a huir de España, atravesando la frontera como simple turista. En 1938, cuando aún no había llegado a su fin la guerra civil, escribe Homenaje a Cataluña, donde relata sus experiencias en la Revolución española. Su publicación en Inglaterra es acogida con frialdad y le depara duras críticas desde las filas comunistas. De nuevo su salud empeora por lo que se traslada al Marruecos francés para reponerse. Durante la Segunda Guerra Mundial acusa a los pacifistas de hacer el juego a los nazis, se enrola en las filas del grupo «Home guard» y define su posición como patriótica revolucionaria. En 1944 termina de escribir Rebelión en la granja, una fábula donde muy pedagógicamente nos describe la evolución del comunismo en la URSS.


Un año más tarde, los Orwell —que no han tenido descendencia— deciden adoptar un niño al que llaman Richard Horatio. En febrero de 1945 parte hacia la Francia liberada donde tiene un encuentro con Hemingway y acepta la vicepresidencia del «Freedom Defense Committee». Terminada la Segunda Guerra Mundial, se instala en una mansión de la isla de Jura. En 1948 muere su compañera Eileen, y él enferma de tuberculosis y es hospitalizado durante casi medio año. Al salir puede concluir su última novela, 1984, una crítica del autoritarismo y el poder absoluto, pero vuelve a recaer de su enfermedad. Es hospitalizado de nuevo en el sanatorio de Craham, en el sur de Inglaterra, donde contrae matrimonio en julio de 1949 con Sonia Brownell para morir poco tiempo después, el 21 de enero de 1950. Hoy, a los cincuenta años de su muerte, el mundo occidental parece haber tomado el rumbo de lo que Orwell y otros ya nos predijeron en textos como 1984, pero no es esta obra la que ahora nos ocupa, sino Homenaje a Cataluña. Han pasado sesenta y cuatro años desde que se inició la Revolución española, considerada la última de las guerras románticas del siglo XX, gracias a las crónicas que dejaron escritas personas como George Orwell. Con él comienza su camino una historiografía de la guerra civil que intenta que el conflicto sea entendido no como un mero enfrentamiento bélico, sino como un acontecimiento revolucionario del que es protagonista el pueblo español. Es un comienzo bien temprano, puesto que no es hasta después de la década de los cincuenta cuando comienzan a circular estudios críticos de la guerra civil que se salen del análisis ortodoxo comunista o de la aberrante «historia» oficial franquista. Sería gracias a la labor en el exilio de editoriales como Belibaste/La Hormiga y Ruedo Ibérico así como algunas ediciones clandestinas en el interior que, en los años sesenta y setenta, empiezan a proliferar en España visiones diferentes de aquellos acontecimientos. Hacia el final del franquismo y con la llegada de la transición y la instauración de la democracia se produce una verdadera eclosión de libros sobre la guerra civil y la revolución social, que hacen posible un conocimiento más profundo de la historia contemporánea reciente. Es entonces también cuando se edita por primera vez en España Homenaje a Cataluña (editorial Ariel, 1970 y 1984), que ya había sido editado en castellano en 1963 por la editorial argentina Proyección. Su reedición ahora resulta especialmente oportuna, puesto que asistimos a un momento en el que se observa cómo desde diferentes instancias se trata de revisar y plantear una nueva versión de la historia contemporánea que pone en cuestión la propia existencia de «la Revolución española», minimizando sus logros, su extensión e importancia así como intentando reducir la guerra civil a una mera lucha en pro de la democracia. Este intento de reescribir la historia no es ajeno a la esencia de la propia transición española, un pacto entre los poderes fácticos franquistas y los «partidos democráticos» que conduce a un reajuste del poder político —que no el económico— sobre la base del «olvido» como máxima premisa. De este olvido no son sólo partícipes los políticos, sino todos los estamentos del Estado, con la universidad a la cabeza, que han oficializado una determinada historia contemporánea de España y a los que, sin duda, pesa muchísimo que un hombre como Orwell en su Homenaje a Cataluña mostrara al mundo la imagen de una Cataluña revolucionaria, que luchaba contra todo poder burgués o estalinista y que, en definitiva, no tiene nada que ver con la Cataluña política que hoy conocemos. Como reacción a estos intentos de manipulación de la historia, recientemente un grupo de historiadores y personas aficionadas a la historia han impulsado un manifiesto, «Combate por la historia», que en síntesis trata de ponernos alerta del revisionismo histórico del momento y reivindica el carácter libertario de la Revolución social española, con todas sus contradicciones. Este manifiesto no tiene otro objetivo que crear una corriente de opinión a partir de la cual se puedan articular sensibilidades opuestas a un supuesto cientifismo histórico —del que hacen gala determinados catedráticos de historia y periodistas— tras el que, principalmente, se ocultan intereses partidistas y de clase, a fin de combatir la desinformación y la deformación de la historia a la que se ven sometidas las nuevas generaciones desde las instituciones de enseñanza y la prensa. La guerra civil española fue una lucha de clases y como tal ha entrado a formar parte de esos grandes acontecimientos de la historia contemporánea —junto con la Comuna de París de 1871 o los primeros soviets en el San Petersburgo de 1917-18— donde los pueblos rompieron con las cadenas que los subyugaban y demostraron que era posible una nueva manera de entender la vida sobre la base de la igualdad. George Orwell también lo entendió así y con su Homenaje a Cataluña contribuyó decisivamente a universalizar aquellos hechos. A los cincuenta años de su muerte, el mejor homenaje que se le puede rendir al propio Orwell es dar a conocer de nuevo su obra y dejarse arrastrar con él por las embarradas trincheras del frente de Aragón y las barricadas de la Barcelona revolucionaria, con el cuerpo entumecido y hambriento y el espíritu generoso y ardiente de quien se sabe del lado justo de la Historia. Manel Aisa Pàmpols Prólogo [1] Esta nueva edición de la obra de George Orwell que lleva por titulo Homenaje a Cataluña permitirá conocer a fondo uno de los aspectos del drama que vivió el pueblo español antifascista durante la heroica gesta iniciada en julio de 1936 y finalizada con una inmerecida derrota a fines de marzo de 1939. Sin duda, la difusión del libro del celebrado autor de 1984 y de La rebelión en la granja cobra mayor actualidad después de la exhibición de la película del director inglés Ken Loach, Tierra y Libertad, inspirada en Homenaje a Cataluña, que Orwell escribió en 1938. Aunque la temática esencial de la obra está dirigida a revelar la inescrupulosa y violenta represión contra el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) llevada a cabo por los comunistas, el título elegido para su libro tiene una significación más amplia: refleja su admiración por el espíritu y el esfuerzo de los trabajadores volcados a la profunda transformación revolucionaria orientada según los principios libertarios. Uno de los méritos más salientes de la obra consiste en la objetividad con que hilvana sus recuerdos y sus anotaciones.

Si se incorpora a la militancia del POUM ello se debió a su pertenencia al Partido Laborista Independiente de Inglaterra. Su odisea transcurre entre enero y junio de 1937. Lo más impresionante de sus relatos está en las muchas páginas que destina a sus vivencias en el frente de Aragón, sufriendo penurias y desesperanzas que sólo se pueden sobrellevar con una férrea voluntad puesta al servicio de una noble causa. Como decenas de miles de voluntarios que vinieron de todas partes al suelo español para luchar por la libertad y no para enfangarse en pujas partidistas, Orwell no sospechó que iba a ser protagonista y testigo de situaciones como las provocadas por la política de José Stalin y sus títeres de distinto pelaje. El peligro de ser apresado le obligó a interrumpir la gloriosa aventura de seguir en la brega, como hubiera deseado, hasta el fin de la epopeya antifascista. Desde la primera a la última página, escritas con el tan atrayente estilo literario de todas las obras de Orwell, se aprecia una sinceridad conmovedora: describe lo que ve, lo que siente, lo que piensa; usa el más crudo lenguaje para mostrar calamidades durante su estadía de varios meses en los frentes de guerra; califica lo mejor y lo peor de las condiciones humanas de sus compañeros de trinchera; menciona una y otra vez sus propias dudas y cambios de opinión; certifica su testimonio y casi todas sus interpretaciones con pruebas documentales irrebatibles; trasluce la sorpresa y la pena ante la locura represiva que desata el sector obediente a las ordenes de Stalin para destruir al POUMy para aplastar la revolución libertaria. De sus peripecias y sinsabores en el frente resaltan las tremendas dificultades de su grupo por las carencias, la falta de armas sobre todo, y en buena parte por ser adolescentes quienes lo integran. Cabe aclarar que ese cuadro lamentable no corresponde a todas las milicias que se situaron en Aragón, en lo que concierne a la capacidad combativa, especialmente. En esa zona actuaron columnas y agrupaciones diversas: tres columnas confederales (CNT-FAI), de las cuales la primera al mando de Buenaventura Durruti salió de Barcelona el 24 de julio, una del PSUC, otra del POUM y una más de la Esquerra catalana; además de valerosos conjuntos como el de los voluntarios italianos encabezados en sus comienzos por Carlo Roselli. Cabe señalar que las columnas de milicianos anarquistas fueron avanzando y conquistando pueblo tras pueblo, en algunos casos luchando casa por casa, y que las numerosas colectividades campesinas que surgieron en la región tuvieron una permanente preocupación por ayudar a los combatientes. Muchas bajas hubo en los combates. En uno de ellos, en Monte Pelado, a poco de iniciarse la contienda, perdió la vida Fausto Falaschi, quien en la Argentina trabajó como ladrillero y fue un notable escritor, colaborando en el diario La Protesta de Buenos Aires. Al referirse a los días iniciales de la sublevación militar, dice: «El gobierno no hizo prácticamente intento alguno para impedir el levantamiento, que se esperaba desde hacía bastante tiempo, y cuando comenzaron las dificultades su actitud fue débil y vacilante; tanto es así que España tuvo tres primeros ministros en unos pocos días (Quiroga, Martínez Barrios y Giral). Además, la única medida que podía salvar la situación inmediata, armar a los trabajadores, fue tomada con renuencia y en respuesta al violento clamor popular.» (…) «Mientras tanto, los trabajadores contaban con armas y, ya a esta altura, se abstuvieron de devolverlas. (…) Las propiedades de los grandes terratenientes profascistas fueron tomadas en muchos lugares por los campesinos. Junto con la colectivización de la industria y el transporte, se hizo el intento de establecer los comienzos de un gobierno de trabajadores por medio de comités locales, patrullas de obreros en reemplazo de las viejas fuerzas policiales procapitalistas, milicias proletarias basadas en los sindicatos, etcétera. (…) En ciertos lugares se crearon comunas anarquistas independientes. (…) En Cataluña, durante los primeros meses, el poder estaba casi por entero en manos de los anarcosindicalistas, quienes controlaban la mayor parte de las industrias clave». En una síntesis bien elocuente explica el drama de la declinación: «El vuelco general hacia la derecha se produjo en octubre-noviembre de 1936, cuando la URSS inició el envío de armas al gobierno y el poder comenzó a pasar de los anarquistas a los comunistas. Con la excepción de Rusia y México, ningún gobierno había tenido la decencia de acudir en auxilio de la República, y México, por razones obvias, no podía proporcionar armas en grandes cantidades. En consecuencia, los rusos podían imponer sus condiciones. Caben muy pocas dudas de que tales condiciones eran, en esencia, impedir la revolución o quedarse sin armas, y de que la primera medida contra los elementos revolucionarios, la expulsión del POUM de la Generalidad catalana, se tomo por orden de la URSS». Al respecto, tienen un irrefutable valor testimonial las numerosas revelaciones que hace el ex alto jefe del Partido Comunista español que fuera ministro de Instrucción Pública y Comisario General del Ejercito durante la guerra, Jesús Hernández, en el libro que escribió en México después de cumplir su afán desesperado de salir de Rusia, el «paraíso socialista» adonde fueron tanto él como José Díaz, exsecretario general del partido, quien enfermo, fue antes y allí se suicidó, y el publicitado comandante «El campesino» (Valentín González), quien después de huir se despachó con dureza en el libro Vida y muerte en la URSS. Todos ellos acataron las ordenes de los emisarios rusos de Moscú, casi siempre acompañados de los muy fieles Togliatti (de Italia) y Codovilla (de Argentina).

Según Hernández, él objetaba primero y después cumplía lo ordenado, por cruel y alocado que fuera. Entre otras cuestiones denuncia la campaña contra la revolución y el hostigamiento al POUM, la caída de Francisco Largo Caballero, el entronizamiento de Juan Negrín y de Indalecio Prieto, la separación de este ultimo, la imputación contra los dirigentes del POUM de ser aliados y espías de Hitler y de Franco, el secuestro, la tortura y el asesinato de Andrés Nin, la negativa a realizar operaciones militares dispuestas por Largo Caballero, y luego por Prieto, y la ejecución de otras muy desastrosas —Brunete, El Ebro, etc.— para «prestigiar» a figuras del gobierno nacional o a comandantes comunistas, los ataques armados a las Colectividades campesinas y los fallidos intentos de eliminar a la CNT y a la FAI, los entretelones del frustrado golpe de Negrín en la Región Centro después de la pérdida de Cataluña, provocando la reacción de todas las fuerzas antifascistas que apoyaron a la Junta presidida por el coronel Casado en Madrid.

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