debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Historias de la Historia 3 – Carlos Fisas

Un grupo de amigos de Tristán Bernard comentaba ante el maestro francés una serie de sus anécdotas, que eran acogidas con gran entusiasmo. El célebre comediógrafo sonreía acariciando su barba. De pronto, exclamó: —Verdaderamente estas anécdotas tienen gracia, mucha gracia. ¡Y pensar que muchas de ellas no las conocía yo! LA PORTADA Libros y mujeres, mujeres y libros, libros y mujeres. He aquí las aficiones dignas de un hombre civilizado por este orden y según la edad. Alguien tildará estas afirmaciones de machistas, pero no se debe olvidar que soy varón y hablo desde este punto de vista. Espero que mis lectoras harán los cambios necesarios en las afirmaciones que preceden. He querido que en la portada de este libro figurase una mujer y un libro. Hay cuadros célebres como el retrato de Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, que se conserva en el Museo del Prado de Madrid; otro cuadro célebre es el de Boucher representando a madame de Pompadour, que se halla en la colección Rotschild de Viena, o el retrato de la condesa de Peñaranda perteneciente al duque de Tamames, de Madrid, obra de Goya. Buena parte de la literatura producida por amantes del libro está destinada a denigrar a las mujeres tildándolas de enemigas de los libros. Ricardo de Bury, que vivió a caballo entre los siglos XIII y XIV, escribió refiriéndose a la mujer: «Apenas esta bestezuela, siempre nociva para nuestros estudios, siempre implacable, descubre los sitios donde estamos escondidos (son los libros los que hablan), protegidos por la tela de una difunta araña, con ceño arrugado nos arranca de allí insultándonos con los discursos más violentos». Ni que decir tiene que llamar bestezuelas a las mujeres es, además de un grave insulto, una estupidez, y dejo de lado el dato de que el libro protagonista de la invectiva afirme estar protegido por una telaraña porque ello demuestra el poco cuidado que de tan precioso objeto tenía su propietario. Los libros son como las mujeres, y antes de abrirlos se les ha de acariciar la encuademación. Si no se conoce la voluptuosidad de descubrir un libro en las estanterías de una biblioteca o de una librería, si se ignora el placer sensual de abrir las páginas una a una y de regodearse glotonamente de antemano por el supuesto placer que se va a gozar en su lectura, no se podrá comprender la pasión de poseer una biblioteca que anima a los bibliófilos o a los simples lectores. Este libro —o, mejor, esta tercera serie de Historias de la Historia— es, como los dos anteriores, producto del amor al libro. Por ello, no extrañe a nadie la continua sucesión de citas que contiene (las citas literarias, como las amorosas, deben caracterizarse por su exactitud y su pulcritud). No tiene esta obra otro mérito que el que se deriva de una sed insaciable de lectura, y como su origen debe buscarse en las emisiones en las que colaboro, en Radio Miramar de Barcelona y Radio Popular (Cadena de Ondas Populares de España, COPE), parece lógico que deriven más hacia la conversación que al lenguaje escrito formal. Verán, queridos amigos: a mí no me gusta escribir; me gusta hablar, charlar, conversar, comunicarme con los demás a ser posible de viva voz. Ello explica el horror que, dejando aparte mi edad, me producen las discotecas, con su infernal ruido y sus demenciales luces. Buena parte de nuestra juventud, a la que me siento muy unido, pierde la ocasión de entrenarse en el clásico y delicioso arte de conversar. Una de las cosas que más me inquieta es la pobreza de vocabulario de ciertas personas jóvenes o mayores, el empleo constante de muletillas de moda, que por ello pasan en seguida de moda y son sustituidas por otras tan inanes y memas como aquellas que las precedieron. Éste es un libro si no de Historia, sí de historias, que quiere y desea introducir al lector en el campo de la Historia con mayúscula. Uno de los grandes placeres de mi actividad radiofónica ha sido recibir cartas u oír por teléfono a amigos, pues lo son por el simple hecho de comunicar conmigo, pidiéndome datos complementarios sobre un personaje o un episodio histórico. No siempre mis interlocutores han estado acordes con mis afirmaciones, pero su discrepancia me ha impulsado a intentar conocer más a fondo el tema tratado, para averiguar si eran ellos o yo quien tenía razón. Muchas veces las divergencias son de tipo sentimental: he hablado peyorativamente de un personaje que mi contradictor encontraba simpático o he alabado un episodio que mi amigo creía nefasto.


Ello no importa, pues la historia no puede ser nunca objetiva: la simpatía o antipatía por un personaje o un episodio surgirá siempre cuando menos se piense. Incluso cuando se lleva la objetividad, como a comienzos de nuestro siglo, al extremo de publicar única y exclusivamente los documentos históricos sin ningún comentario, el mero hecho de haber elegido unos concretos y no otros demuestra ya subjetividad. Hay casos como el de una señora que me persigue cada vez que hablo de Isabel la Católica y digo que, a mi juicio, la legítima heredera del trono era la mal llamada Beltraneja, y no faltan los anónimos casi siempre insultantes. Tengo por costumbre mirar primero la firma de las cartas que me llegan, y si no es clara o se trata de un anónimo («un andaluz», «un catalán», «un admirador de Fernando VII», etc.) tiro la carta a la papelera sin leerla siquiera. Llamo a estos corresponsales «los bueyes», porque son como ellos impotentes y cornudos. Como siempre, he procurado seleccionar los temas con el mayor cuidado, buscando la amenidad, el rigor histórico y el acicate para mayores y mejores lecturas, según manifesté en la primera serie de estas historias. Como divagar es uno de mis defectos, me he apartado del tema que quería tratar: la relación entre las mujeres y los libros. Una célebre actriz francesa de comienzos del siglo pasado, mademoiselle Mars, recibió en herencia la biblioteca de uno de sus admiradores, el marqués de Chalabre. Éste era un hombre apasionado por los libros, que murió del disgusto de no poder adquirir una Biblia citada por Charles Nodier, Biblia que no existía, pues el escritor se la había inventado. Mademoiselle Mars recibió la biblioteca, que le servía tanto como a una gallina el abecedario, puesto que no leía más que los textos de las obras que había de representar. Por eso encargó a un amigo suyo que clasificase los libros y procediese a su venta. El amigo, al hojear un libro, descubrió que en una cartera que formaba parte de la encuademación había varios billetes de mil francos; sin vacilar un momento, se presentó a mademoiselle Mars y le entregó los billetes. —¿Qué es esto? —preguntó la actriz. —Son billetes de banco. —Eso ya lo veo, pero ¿dónde los ha encontrado? —En un libro de su biblioteca; por lo tanto, este dinero es suyo. Mademoiselle Mars dividió la suma en dos partes, entregó la mitad a su amigo y comentó: —Nunca creí que los libros sirviesen para algo importante. Y eso fue todo. La biblioteca se vendió y los billetes se gastaron. La mayor parte de los aficionados a los libros saben que cuando entran en su casa tienen que hacer esfuerzos para ocultar bajo el abrigo o dentro de la cartera los ejemplares que han comprado, por miedo al escándalo que la esposa les arma cada vez que se da cuenta de ello. —¿Otro libro? ¿Pero es que no tienes suficientes? ¡Si ya no caben en casa! Y lo peor del caso es que tienen razón. Este vicio impune, la lectura, según frase de Valéry Larbaud, ocupa mucho espacio y acumula mucho polvo, pero ¿qué le vamos a hacer? La sed de libros es inagotable: cada día se encuentran ejemplares tentadores, cada día se cae en la tentación, pero más vale tener este vicio que otros. Así lo creo, y el libro que tienes ahora en tus manos, amigo lector o amiga lectora, es resultado de este vicio. Espero que me sea perdonado. Y no añadiré gran cosa más.

Desearía que estas Historias de la Historia en su tercera salida al público tuviesen el éxito de las dos series que la han precedido, no sólo por motivos económicos, como pudiera pensar un alma mezquina, sino porque representa para mí la recompensa de los esfuerzos que hago para popularizar la historia entre los profanos. Estoy seguro de que los profesionales de la historia, los historiadores que investigan y publican los libros que yo leo y de los que saco los datos que hoy saco a la luz, perdonarán el atrevimiento de divulgar el resultado de su esfuerzo. Amigo lector, amiga lectora, que este libro te distraiga, y piensa que otros libros más importantes, más sesudos y más graves están esperando que los leas y los estudies. Este libro es sólo un trampolín para saltar sin miedo en la gran piscina de la Historia Grande.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |