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Historia del Diablo – Daniel Defoe

N CAPÍTULO I QUE SIRVE DE INTRODUCCIÓN A TODA LA OBRA. o dudo de que el título de este libro asombre en principio a mis lectores; quizá se detengan en él un poco, ni más ni menos que podrían hacerlo ante el libro de magia de una encantadora; permanecerán un rato dudando si deben leerlo o no, ante el temor de que leyendo la Historia del Diablo le evoquen verdaderamente. A los Niños y a las Viejas se les han dicho tantas cosas espantosas del Diablo, se han forjado de él ideas tan horribles, figuras tan monstruosas, que serían capaces de asustarle, si él se encontrase en la oscuridad y se presentara a sí mismo bajo las diferentes formas que de él ha inventado la imaginación del hombre; pero, por otra parte, no creo que pareciera tan espantoso si se pudiera conversar con él cara a cara. Es, pues, seguramente, una obra muy útil, la de ofrecer la verdadera Historia de ese Tirano del aire, de ese Dios del Mundo, de ese terror y esa aversión del Género Humano, que se llama Diablo; de hacer ver lo que es y lo que no es, dónde está y dónde no está, cuándo está en nosotros y cuándo no lo está; pues yo no podría dudar de que el Diablo no esté realmente, y en buena fe, en buen número de nuestros Espíritus débiles, aunque honestos, sin que ellos se den cuenta. No es una labor tan difícil como se podría imaginar. Repito que no es tan difícil, como podría suponerse, descubrir la Historia del Diablo. Hay Datos de su Origen y del origen de su familia; por lo que respecta a su conducta, es cierto que en varias ocasiones ha trabajado a favor de las tinieblas, de acuerdo con sus prácticas y su manera de obrar; pero, en general, por muy astuto que sea, ha carecido de prudencia al descubrirse en algunos de los hechos más considerables de su vida, pues hasta entonces se ha separado de todas las reglas de la Política. Nuestro antiguo amigo Maquiavelo le ha sobrepasado en varias ocasiones; y yo podría, en el curso de esta obra, nombrar a muchos de los hijos de Adán y algunas de sus sociedades que han superado al Diablo en espíritu y en criterio; es decir, que se han servido de sus armas mejor que él. Como parece que me dispongo a hablar favorablemente de Satanás en este Tratado, a hacerle justicia, y a escribir su Historia imparcialmente, quizá se espere verme decir de qué religión es; y aún la cuestión no sería tan ridícula como podría parecer a primera vista. Es cierto que Satanás tiene una brillante Religión, y a este respecto no es un Diablo completamente inútil, como algunos podrían suponer; pues aunque por razón a la veneración que tengo hacia mis Hermanos, no le coloco en el número de los Eclesiásticos, ni siquiera le reconozco como un Hermano que tiene una vocación, no sabré negar, sin embargo, que reza a menudo; y si no lo hace en favor de sus Oyentes, tanta culpa es de ellos como escasa la intención de él. Es cierto que se ha querido decir que recibió las Órdenes y que cierto Papa, famoso por la amistad extraordinaria que le concedía, le ha dado la Institución y la Inducción; pero como no existen Datos que hagan mención de ello y, por consecuencia, no se puede probar con documentos auténticos, yo no aceptaré el caso como verdadero, pues me disgustaría calumniar al Diablo de cualquier modo. Preténdese también, y tengo el humor de creerlo, que ha tenido relación muy estrecha con el Santo Padre, el Papa Silvestre II. Incluso hay gentes que le acusan de haber hecho las veces del Papa Hildebrando en una ocasión extraordinaria, y de haber estado sentado en la Silla apostólica en plena Congregación; pero ya hablaré de ello más adelante, con más amplitud. Por lo demás, como yo no encuentro al Papa Diabolus en la lista que ha hecho el padre Platine en su Vidas de los Papas, dejo la cuestión tal como está. Para llegar al fin, que es, ciertamente, materia muy delicada, quiero decir, para saber de qué religión es el Diablo, voy a dar una respuesta en general, ciertamente, pero sin ambigüedad, porque me gusta hablar positivamente y demostrar lo que digo. I. Es un creyente. —Si de esta suposición se deduce que el propio Diablo tiene más Religión que la que se puede conceder hoy a algunos de nuestros personajes distinguidos, yo me atrevo a decir que Milord… y su Grandeza el duque de…, con algunos miembros de la elevada clase de la «Sociedad cálida», no vestirán el hábito por muy justo que esté a su talla, y que no desafiarán la Sátira pensando que se dirige a ellos, porque ella les corresponde. En una palabra, cualesquiera que sean esos señores, puedo decir con certeza que el Diablo no es un Infiel. II. Teme a Dios. —La Historia Sagrada nos proporciona tantos testimonios de esta verdad, que podría decir que está suficientemente probada, si no hablara yo ahora a una clase de infieles que recusan el testimonio de lo que se llama Escritura; pero espero hacer ver, en el curso de este Tratado, que el Diablo teme verdaderamente a Dios y que le teme de una manera muy distinta a como le ha temido San Francisco o San Dunstan; y después de haber probado esta tesis, como oso jactarme de ello, cada uno podrá juzgar cuál de los dos es el mejor Cristiano: el Diablo, que teme y que tiembla, o nuestra Nobleza moderna de…, que no cree ni en Dios ni en el Diablo. Después de haber llevado así al Diablo al Rebaño de la Iglesia, voy a dejarle ahí por ahora; pero esto no quiere decir que no desee examinar por orden qué Papistas o Protestantes, y entre estos últimos los Luteranos o los Calvinistas, tienen más derecho a su Fraternidad; y, descendiendo así a todas las Iglesias, siguiendo sus diferentes denominaciones, examinar cuáles tienen, más o menos, el Diablo en ella, e inquirir si el Diablo no tiene, en realidad, su Sitio en cada Sinagoga, su banco en cada Iglesia, su lugar en cada Cátedra y su voz en cada Sínodo, llegando desde el Sanedrín de los judíos hasta nuestros amigos de «Bull and Mouth», etc.; desde el mayor hasta el más pequeño. Confieso que en esta parte de mi trabajo me convendría ofrecer algún detalle, o por lo menos intentarlo, de la parte que el Diablo ha tenido en extender la Religión por el mundo, y, sobre todo, en dividir y subdividir las opiniones en materia de religión, quizá para engrandecerla y llevarla más lejos de lo que ella va; y hacer ver así hasta qué punto se ha hecho él mismo misionero de la famosa Sociedad de «propaganda fide»; es cierto que se le encuentra en todos los rincones del mundo completamente ocupado ad propagandum errorem.


Pero esta es cuestión que necesitaría Historia aparte. Por lo que respecta a la propagación de la Religión, es cierto que parecerá extraño en principio acusar de ello al Diablo; es decir, tomando la cosa al pie de la letra y no considerándola más que en globo; pero si se entiende del mismo modo que los escoceses querían prestar el juramento de fidelidad, es decir, con una explicación, es evidente que Satanás ha tomado parte a menudo, si no en el proyecto, por lo menos en el método que ha sido utilizado para la propagación de la Fe Cristiana, por ejemplo. Creo que, sin hacer agravio al Diablo, puedo decir que ha contribuido mucho a cierta antigua guerra a la que la ignorancia y el entusiasmo honraban con el título de Santa. Es él quien ha suscitado en las Potencias y los Príncipes cristianos de Europa el antojo de correr, como insensatos, tras los Turcos y los Sarracenos, y hacer más de mil leguas de camino para ir a inquietar a pueblos inocentes, únicamente porque habían entrado en la Herencia de Dios, cuando ellos la habían abandonado, y porque habían ido a pacer en una Tierra que Dios había reducido al pasturaje y que ellos habían dejado abierta al primer llegado. Es el Diablo el que ha gastado los tesoros de las Naciones y el que ha embarcado a los Reyes y a sus súbditos para llevar la guerra a un país alejado de ellos, como acabo de decir, más de mil leguas. Es él quien ha llenado sus cabezas de esta locura religiosa, que antes se consideraba como santo celo, para tratar de recobrar la Tierra Santa, los sepulcros de Jesucristo y de los santos, y la ciudad que falsamente se llamaba santa, pero que la verdadera religión denomina Ciudad maldita y que no merecía que se derramara por ella una sola gota de sangre. Es cierto que este Furor religioso era una intriga de Satanás, quien, después de haber conducido mañosamente a esos Príncipes a aquellos lugares, los dejó, como verdadero Diablo, en el apuro, abrazando el partido de los sarracenos, animando contra ellos al Saladin inmortal, y llevando el asunto con tanta destreza que dejó allí los huesos de cerca de un millón trescientos o cuatrocientos mil cristianos, como un trofeo de su política infernal; y después de que el Mundo Cristiano hubo corrido, por espacio de un siglo, a la Tierra Santa, abandonó esta empresa para comenzar otra, en la que tuvo, es cierto, menor parte la locura, pero que era diez veces más perversa que la primera; quiero decir que volvió unas contra otras a las Cruzadas Cristianas y, como dice Hudibras sobre una causa diferente, Hizo luchar a estas gentes, en el colmo de la embriaguez, tanto por la Religión, como por su Mancebía. Datos de todo esto se encuentran en la historia de los Decretos que los Papas han hecho publicar, contra el Conde de Tolosa, contra los Valdenses y contra los Albigenses, con las Cruzadas y las matanzas que produjeron; las cuales, para hacer justicia al Diablo, tuvieron todo el éxito que él podía esperar. Los Fervorosos de aquel tiempo ejecutaron sus órdenes infernales con la mayor exactitud; plantaron la Religión en su País, de manera igualmente gloriosa y triunfante, sobre la destrucción de infinito número de pobres inocentes, cuya sangre ha abonado la tierra, para hacer crecer la Fe Católica de un modo completamente singular y a entera satisfacción de Satanás. Para completar esta parte de su Historia, podría detallar aquí los progresos que ha hecho en las alianzas que ha contraído con Roma, y agregar una larga lista de las matanzas, de las guerras y de las expediciones que se han hecho en favor de la Religión, y en las que él ha tenido el honor de estar visible: tales han sido la matanza de París, la guerra de Flandes bajo el Duque de Alba, el incendio de Smithfield en Inglaterra, y las matanzas de Irlanda; todos estos hechos nos convencerían, del modo más completo, de que el Diablo no ha permanecido ocioso; pero como ya hablaré de ello más adelante, y aquí solo trato de los puntos generales, diré solamente de ellos dos palabras, en forma sumaria: repito que me basta probar que el Diablo tuvo realmente tanta parte como otro cualquiera en los métodos que ciertas personas han seguido para la propagación de la Religión Cristiana en el Mundo. Hay quien ha tenido la temeridad, por no decir la maldad, de acusar al Diablo de haber sido la causa de las grandes victorias que sus amigos los Españoles han obtenido en América, y han pretendido abonar en su crédito las conquistas de México y del Perú; pero yo no puedo compartir su parecer. Creo que el Diablo no ha tenido parte en ese asunto; la razón que alego es la de que Satanás nunca ha tenido la locura de perder el tiempo, ni de emplear mal su política, ni aún de embarcar a sus Aliados para ir a conquistar Naciones que ya eran de él; esto sería Satanás contra Belcebú, sería hacerse la guerra a sí mismo, o, por lo menos, no tendría ninguna ventaja para él. Si esas gentes le acusaran de haber seducido a Felipe II, Rey de España, y de haberse burlado de él en la loca empresa de la Armada o de la Invasión española, quizá yo sería de su opinión. Además, que lo haya hecho por debilidad con la esperanza de triunfar donde él no tenía, sin embargo, ninguna apariencia, o que lo haya hecho por maldad con objeto de destruir esta gran flota de los Españoles y de encerrarlos en sus Elementos, sus Dominios, es cuestión acerca de la cual están muy divididos los autores, y no intentaré decidirla. Pero la más grande política en la que se encuentra que el Diablo ha tomado parte en último término es, a lo que parece, la de la misión a China, y en ella Satanás ha dado realmente un golpe maestro. No podrá dudarse de que él no tenía ningún interés en impedir que los Chinos tuvieran el menor conocimiento de los asuntos de la Religión; quiero decir, de la que es llamada Cristiana; y aunque el Papismo y el Diablo no difieren entre sí tanto como puede creerse, no ha creído el último deber permitir, para su provecho, la entrada del Sistema general del Cristianismo en China. Por esta razón, cuando el nombre de Religión Cristiana fue recibido en la Provincia del Japón con una aparente aceptación, Satanás se alarmó mucho y, temiendo desagradables consecuencias para él, inculcó, desde el primer momento, tal furor a los habitantes que la desterraron de golpe de su País. Menos tenía que temer por el triunfo de sus designios, suponiendo que la historia sea cierta, cuando puso esta estratagema Flamenca en la boca de los Estados directores que llegaron al Japón; no fueron tan simples que confesaran, en tal caso, que eran Cristianos; y cuando se lo preguntaron, respondieron negativamente, que no lo eran, pero que tenían otra Religión que se llama Holandesa. Sea como sea, parece que la vigilancia de los Jesuitas ha sobrepasado la del Diablo en China y, como ya lo he dicho, se han servido de sus armas mejor que él; pues en el tiempo en que por mediación del Diablo, de acuerdo con el Emperador de China, la Misión corrió el riesgo de ser también expulsada, como lo había sido del Japón, intervinieron diestramente con los Eclesiásticos del País; y después de unir las astucias monacales de una y de otra Religión, hicieron a Jesucristo y a Confucio tan reconciliables, que la idolatría China y la idolatría Romana parecieron susceptibles de alianza, en estado de darse la mano una a otra y, por consiguiente, de ser buenas amigas. Este fue un golpe maestro que, según se dice, hizo casi perder el juicio a Satanás; pero como nunca se deja coger en falta, y es particularmente famoso por utilizar en ventaja propia las bellaquerías de los sacerdotes, abrazó inmediatamente el partido de la Misión, y, haciendo de necesidad virtud, aceptó, con toda la presteza posible, la Proposición [1] . Así fue cómo los Jesuitas, con el Diablo, hicieron una Mezcolanza de Religión, compuesta del Papismo y del Paganismo, importándoles poco dejar esta última en un estado peor que en el que la habían encontrado, cegando la Fe en Jesucristo y la Filosofía o Moral de Confucio, y baufizáronla formalmente con el nombre de Religión. Por este medio conservaron el interés político de la Misión, sin que Satanás hubiera perdido una pulgada de terreno entre los Chinos, ni aún en el tiempo en que el Evangelio, o lo que decían serlo, fuera introducido entre ellos. Tampoco ha sido una gran pérdida para él que ese plan o proyecto de una Religión de nueva fábrica no haya pasado a Roma ni que la Inquisición lo haya condenado completamente. La distancia de los lugares daba derecho de protección contra la Inquisición a los Misioneros, sus aliados, y un rico presente hecho de vez en cuando oportunamente, les procuraba amigos dentro de la misma Congregación; y hasta que un Nuncio, movido por un celo insolente, se emancipó de emprender un viaje tan largo para oponerse a sus prácticas, Satanás tenía cuidado de hacerles regresar sin haber hecho nada, o de inspirar a la Misión el despacharles prontamente por el medio que tenía por costumbre; es decir, haciéndole matar; de suerte que esta Misión ha sido ella misma verdaderamente Diabólica y el Diablo ha auxiliado al establecimiento de la Religión Cristiana en China. La influencia que tiene el Diablo sobre la política del Género Humano constituye otra parte de su Historia que exigiría, si fuera posible, una descripción más exacta; pero como nos veríamos obligados a entrar en circunstancias secretas, abrir los gabinetes de Estado en una infinidad de Cortes, examinar a fondo los Consejos de Ministros y la conducta de los Príncipes, lo que les expondría demasiado y quizá pondría en desorden a los grandes políticos de fuera; y si aproximándonos a nuestra casa nos ocupáramos de nuestra Patria, a pesar del veto que nos ponen la prudencia y nuestra salud personal, podría tomarse nuestra palabra con doble intención y ser tratados implacablemente por ser solamente sospechosos de haber tratado verdades tan delicadas, ya fuéramos culpables o aunque fuéramos inocentes; estas son las razones que me impiden mezclarme en estos asuntos, al menos por ahora.

También, que el Diablo haya tomado parte en ciertos consejos celebrados recientemente en Europa, extendiendo su influencia, de un modo o de otro, y en ventaja propia, ¿qué nos importa? Por ejemplo: ¿qué nos importa que se haya interesado en el asunto Thorn? ¿Qué razón existe para acusarle si se han hecho cargo del asunto los Jesuitas, sus aliados, con el Tribunal Asesor de Polonia? Prefiero dejar que esto se aclare en el curso de los tiempos. Quisiera que fuera tan fácil persuadir al Mundo de que no ha contribuido en absoluto a llevar a los Protestantes maltratados a restablecer la justicia que era debida a los gritos de una raza protestante, en manos de una potencia Papista; ¿quién puede decir que era necesario que el Diablo se mezclara en ello para obtener la menor satisfacción?; pero preferiría decir que el Diablo estaba allí, o no hay que esperarle nunca. Después de cuanto hemos dicho, lo que hay que examinar es si el Diablo tiene hoy más o menos influencia en los asuntos del mundo que la que tuvo en los pasados siglos; esto se verá al comparar, según avancemos, sus prácticas y sus formas de actuar de aquí en adelante, y la política moderna que emplea en nuestros días, así como el distinto recibimiento que le han dispensado los hombres que han vivido en tiempos tan alejados unos de otros

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