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Hijo de la Noche – Sherrilyn Kenyon

Nykyrian Quiakides se ha ganado a pulso ser el comandante de más alto rango del grupo de asesinos de la Liga. Siempre ha sido fiel a dicha organización militar, y en su nombre ha llevado a cabo todo tipo de misiones. Pero la última que le encomiendan pone a prueba su fidelidad y su nobleza. Así que cuando se niega a asesinar a una niña, se ve obligado a desertar. Ante esta traición la Liga pone precio a su cabeza e intenta impedir que Nykyrian ejecute su encargo actual: proteger a Kiara Zamir, una mujer que, debido a las alianzas políticas de su padre, se ha convertido en el blanco de todos los objetivos terroristas. A pesar de sus reticencias, Kiara no tiene más remedio que aceptar su protección si quiere seguir con vida. Ella detesta a su protector porque es el mismo tipo de hombre sin escrúpulos que mató a su madre. Pero en un mundo cada vez más peligroso, la única manera de sobrevivir es aprendiendo a confiar el uno en el otro.


 

Los autores siempre dicen de cada uno de los libros que escriben que es especial, que ocupa un lugar destacado en su corazón. Y es cierto, pero algunos despiertan un cariño más particular. Para mí, este es uno de ellos. Nykyrian y Syn eran mis compañeros de juegos de la infancia. De niña pasaba mucho tiempo sola en casa mientras mis padres trabajaban y a menudo ponía del revés las sillas de la cocina y fingía que estaba volando por el espacio con mis mejores amigos a mi lado. Ya sé que parece una tontería, pero y o estaba enganchada y los adoraba. A lo largo de los años he narrado muchas de las aventuras que tuve con ellos y cuando estuve en la universidad y decidí escribir mi primera novela « de verdad» , es decir, la que iba a tratar de publicar, no había nadie más de quien quisiera hablar. Me pasé un año preparando un borrador a mano de Hijo de la noche; sí, eso fue muy entretenido. Cualquiera que haya asistido a una de mis sesiones de firmas sabe lo ilegible que es mi caligrafía. Durante las vacaciones de Navidad de 1986, me senté para descifrar mi terrible escritura y pasarlo a máquina. Naturalmente, no tenía máquina de escribir e intenté conseguir una. Como tantas otras veces en mi vida, mi hermano mayor acudió a rescatarme y le pidió una prestada a su compañero de habitación. Me pasé todos los ratos libres, cuando no estaba en mis trabajos, mecanografiando el manuscrito. Cuando terminé, mi hermano vino a buscar la máquina de escribir y aún recuerdo su sonrisa cuando me dijo: « Sé que lo lograrás, nena. Ya tengo ganas de leerlo» . Mi hermano murió unas semanas después y no tuve corazón para enviar el manuscrito. Pasaron tres años antes de que recuperara el valor de volver a escribir y eso se lo debo a dos personas muy especiales en mi vida: Diana Porter Hillock, mi mejor amiga desde el instituto, y a mi marido, Ken.


De no ser por ellos, no estoy segura de si habría vuelto a la escritura. Sé que si Ken no me hubiera comprado un procesador de textos Brother (no podía permitirse un ordenador), seguro que hoy no estaría escribiendo. Nunca se lo podré agradecer a ambos lo suficiente. Ni los maravillosos regalos de amor, apoyo y compañerismo que mi esposo me ofrece todos los días; sé que no me lo merezco. Espero que todo el mundo tenga a alguien en su vida como mi Ken, porque yo no sé qué haría sin él. Hijo de la noche se compró en 1992, pero no se publicó hasta 1996. Es una larga historia que quizá cuente algún día. Fue el último libro que publiqué hasta 1999. Otra larga historia que se puede leer en mi página Web. Es una de las tres únicas novelas que me han descatalogado y que, gracias a St. Martin, volverán a estar en circulación dentro de unos meses. Gracias a SMP, Monique, Matthew, Sally y Jen por darme la oportunidad de volar alto y por todo lo que vosotros, y el resto del equipo, hacéis día tras día para que los libros lleguen a las librerías. No podía pedir un mejor grupo de gente con el que trabajar. Los que habéis leído o poseéis el original de Hijo de la noche, notaréis una diferencia de tamaño. En esta versión he podido recuperar las escenas originales del libro que se consideraron demasiado duras para el mercado de la época en que salió a la luz por primera vez. Como los libros de la Liga originales fueron publicados por diferentes editoriales, también tuve que dividirlos, cambiar nombres de personajes y cosas así para aparentar que no tenían relación entre sí. Todo eso ha cambiado y ahora se pueden leer como la serie que pretendían ser. Espero que disfrutes de tu aventura en el universo Ichidian. Este es el lugar en el que crecí y donde rondé por las calles con un asesino, un ladrón y un cazador de recompensas. Sí, yo era una niña bastante rarita. Y espero que regreses aquí próximamente con Hijo del fuego. SHERRILYN KENYON


 

PRÓLOGO sta noche dejo la Liga. El doctor Sheridan Belask se detuvo al oír la voz profunda y con acento que llegaba desde el rincón más oscuro de su despacho. Alzó la vista de los historiales clínicos electrónicos que estaba revisando sobre el escritorio de cristal de obsidiana, pero no pudo ver ni el menor indicio del hombre oculto entre las sombras. Ya estaba acostumbrado a ello.


Como asesino de la Liga, Ny kyrian Quiakides se fundía literalmente con la noche más oscura. Nunca nadie lo veía ir o venir. La gente sólo notaba el aguijón de la muerte cuando él se lo clavaba. Aunque Sheridan era un médico que había jurado salvar todas las vidas que pudiera, a aquel brutal asesino era al único hombre al que le habría confiado su vida y su familia. O lo más importante, el único hombre al que había confiado los secretos más recónditos de un pasado del que llevaba toda la vida huyendo. —No puedes dejarla. Sólo puedes retirarte. —Un eufemismo que significaba el suicidio ritual que se realizaba cuando las obligaciones de un asesino superaban lo que un soldado de la Liga podía soportar mentalmente o cuando su cuerpo estaba demasiado mutilado o enfermo para seguir cumpliendo con su misión. Nadie dejaba la Liga voluntariamente. Nadie. Nykyrian salió de entre las sombras y la tenue luz le iluminó el cabello rubio platino, casi blanco, que le caía en una trenza por la espalda: la marca de honor de un asesino. Su traje de combate, sólido y casi completamente negro, se ceñía a todos los ásperos ángulos de su musculoso cuerpo. Un bordado de dagas cubría el oscuro rojo sangre de las mangas; junto con la trenza, el otro signo externo de un asesino. Las dagas de Nykyrian tenían una corona sobre el mango, para informar al universo que era el más letal entre los suyos. Un comandante asesino del más alto rango. Como siempre, Ny ky rian parecía tranquilo, pero vigilaba las sombras como si esperara que alguien fuera a atacarlo en cualquier momento. Sombrío. Frío. Letal. Características que se le habían inculcado desde niño. En todos los años que hacía que Sheridan lo conocía, nunca lo había visto sonreír. Nunca lo había visto apartarse del férreo entrenamiento militar que lo había llevado a la quiebra emocional. Lo más inquietante era que ocultaba los ojos tras unas gafas oscuras, una salvaguarda empleada por los asesinos militares para tener en vilo a la gente, ya que no había manera de saber adónde miraban o qué pensaban. O, lo peor, quién era su objetivo. Las hermosas facciones de Nykyrian permanecían tan estoicas como su pose.

—Me niego a completar esta misión. Sheridan lo miró confuso. Aquel no era el hombre férreo e inmisericorde que conocía. El que no vacilaba ante ninguna brutalidad. —Muy bien, pero tienes que acabarla —afirmó Sheridan. Por dura que fuera, esa era la ley del mundo en que vivían. Una vez asignado un objetivo, este era inamovible. Éxito o muerte. No había una tercera alternativa. Lo último que Sheridan deseaba era ver al único hermano que jamás había tenido perseguido y ejecutado. Mejor que muriera otro, quien fuera, antes que Ny kyrian. —Me han enviado a matar a un niño —explicó este en un tono neutro, inexpresivo. A Sheridan se le heló la sangre en las venas al comprender que se trataba de la línea que ninguno de ellos cruzaría pasara lo que pasase. La línea que una vez había salvado la vida de Sheridan cuando, en realidad, Nyky rian hubiera tenido que matarlo. Miró el holocubo que tenía a unos centímetros de la mano, desde el que su propio hijito le sonreía con una inocencia pura que ninguno de ellos dos había conocido nunca. —La Liga quiere eliminar a toda la familia. Eso era muy duro, pero en absoluto un caso único. Quizá a Sheridan le debiera molestar que su mejor amigo se ganara la vida matando, pero dado su brutal pasado propio, eso no lo afectaba en absoluto. El mundo era despiadado y amargo, sobre todo para quienes no podían protegerse. Eso lo sabía de primera mano y le había dejado tantas cicatrices a él como a Ny kyrian. Además, conocía una faceta de su amigo que nadie más había visto nunca: nunca haría daño a un niño por mucho que le costara. Ny ky rian no era como los monstruos del pasado de Sheridan, y el propio Sheridan tampoco. —Si no los matas, la Liga te matará a ti. Ny ky rian inclinó la cabeza al oír un repentino ruido. Parecía el susurro de uno de los ascensores de los pacientes subiendo.

No dijo nada hasta que el sonido desapareció y estuvo seguro de que nadie se estaba acercando al despacho donde se hallaban. —Eliminé al padre antes de darme cuenta de que había un niño en la casa. Lo vi dormido en brazos de su madre cuando fui a por ella. —¿Y te negaste a matarlos? Ny ky rian asintió con un gesto casi imperceptible. —La madre y el niño están a salvo en un lugar donde ni la Liga ni sus enemigos los encontrarán nunca. —¿Estás…? —Sheridan no se molestó en acabar la frase. Claro que Nykyrian estaba seguro. Él no cometía esa clase de errores. La vida y la seguridad de Sheridan eran prueba de ello—. ¿Qué vas a hacer? —Lo que siempre he hecho. Aguantar y luchar. Sheridan soltó una amarga carcajada. ¡Qué fácil parecía al decirlo Ny ky rian! Pero él sabía de lo que la Liga era capaz. Ambos lo sabían. —Irán a por ti con todo lo que tienen. Un escalofrío le recorrió la espalda. Habían enseñado a Nykyrian a ser un depredador implacable de primer orden. ¡Que los dioses los ayudaran! No caería sin llevarse a muchos por delante. Nykyrian era el mejor al que habían preparado nunca y ni la Liga sabía exactamente lo que había creado. Pero Sheridan sí lo sabía. Había mirado a la locura de Ny kyrian cara a cara y había visto los horrores que escondían aquellas gafas oscuras. Ambos conocían la rabia y ambos la habían atado muy corto por temor a lo que los podía impulsar a hacer. No se pararían en nada para asegurarse de que nadie volviera a herirlos de nuevo. Quizá parecieran tranquilos en la superficie, pero por dentro, sus almas maltrechas gritaban venganza y liberación. Y sobre todo gritaban de alivio.

Ny ky rian avanzó, dejó un pequeño disco de plata sobre la mesa y lo empujó hacia Sheridan. —He borrado todo rastro de nuestra amistad y todo lo referente a tu pasado. No volverás a verme. « Por tu seguridad y la de tu familia» . Nyky rian no tenía que decirlo. Sheridan sabía el lazo inquebrantable que compartían. Hermanos hasta el final, incluso a través de los fuegos del infierno y más allá. Ny ky rian dio un paso atrás hacia las sombras. —Espera. —Sheridan se puso en pie. Ny ky rian vaciló. —Si me necesitas, aridos —dijo Sheridan, con voz cargada de sinceridad y empleando la palabra ritadarian para « hermano» —, estaré a tu disposición. —Si te necesito, aridos —respondió Nykyrian con su tono inexpresivo y carente de emoción—, moriré antes que llamarte. Y entonces desapareció como un susurro fantasmal en una leve brisa. Disgustado por la decisión de su amigo, aunque la comprendía perfectamente, Sheridan se sentó y se acercó el disco. Lo abrió y dentro encontró el pequeño chip que todos los asesinos tenían implantado en el cuerpo. Era lo que la Liga empleaba para seguirles la pista. Nyky rian debía de habérselo arrancado de la carne y lo había destrozado para evitar que lo rastrearan. El acto final para cortar sus amarras. Un acto que en sí mismo ya era una sentencia de muerte. Sheridan hizo una mueca de dolor al recordar el día en que él se había arrancado un artefacto similar de su joven cuerpo. La sangre, el dolor… Había recuerdos que no se desvanecían con el tiempo. Eran demasiado brutales para olvidarlos. Y qué inquietante regalo de despedida, dado que había sido ese chip lo que los había llevado a ser amigos… Si no fuera porque sería como para echarse a reír, pensaría que su amigo era un sentimental. Cerró los ojos, apretó el chip en el puño y deseó que las cosas hubieran sido diferentes.

Que ellos hubieran sido diferentes. Deseó haber sido una de esas personas normales que trataba en las salas del hospital todos los días. Personas que no tenían ni idea de los horrores que existían realmente en el universo. Aun así, estaba orgulloso de que, dado todo lo que Nykyrian había pasado, todavía conservara su alma. Todo lo demás se lo habían arrebatado, igual que a él. Todo. Y gracias a Ny ky rian, Sheridan vivía una vida que sólo había podido soñar. Se lo debía todo a ese hombre. Un hombre que probablemente no vería el nuevo amanecer. Soltó un molesto resoplido. La vida no era justa. Eso era algo que había aprendido del puño de su padre en su infancia. Lo único que podía esperar era que Ny ky rian hallara por fin la paz que siempre les había sido negada a los dos. Aunque tuviera que morir para encontrarla. ¡L Nueve años después a habían secuestrado! Kiara Zamir se despertó presa de una furiosa indignación. Aún podía notar la brusca y fría sujeción en los brazos y la boca, la punzada del inyector mientras la droga le corría por la sangre y la dejaba inconsciente en un instante. Su captor había sido tan rápido que Kiara no había tenido la oportunidad de pedir ayuda. O mejor aún, de luchar. ¡Malditos cobardes! Odiaba a la gente que atacaba así. Al menos podía ser un hombre y enfrentársele de cara. Pero no… había recurrido al método de captura más rastrero. Aparecer sigilosamente en la oscuridad y atraparla mientras dormía. No había nada que odiara más que a los que se ocultaban entre las sombras, esperando caer sobre la gente. Asesinos, secuestradores, ladrones, violadores, etcétera, todos eran una mierda sin valor y sin alma que sólo merecían sufrimiento y muerte. En ese momento, la cabeza le dolía terriblemente mientras se le pasaban los últimos efectos de la droga.

Un olor acre le llenaba los sentidos y el hedor la asfixiaba. Tenía la garganta tan seca que casi no pudo tragar cuando trató de humedecerse los ásperos labios. Trató de no respirar muy hondo mientras abría los ojos para enfrentarse a lo que, o a quien, la retenía prisionera. La alivió un poco ver que aún seguía con el camisón rosa, aunque estaba tirada boca abajo sobre un colchón podrido. « Uf, qué asco…» . No había nadie más en la habitación y ningún sonido le indicaba que hubiera alguien cerca. Gracias a Dios. Eso le daría tiempo para planear la huida o, al menos, un contraataque. Con una mueca de asco, se levantó y casi se volvió a caer a causa de las náuseas. Se apoyó en la pared que tenía al lado y un áspero trozo de óxido le arañó la palma de la mano. —Fantástico —masculló para sí—. Menudo equilibrio. Malditos cabrones. Al menos, no se habían molestado en atarle las manos ni los pies. Sin duda habrían supuesto que sería como otras mujeres de su clase, demasiado asustada y dócil para luchar contra ellos. Pero si creían que se iba a quedar esperando alegremente a que volvieran para matarla, se equivocaban de medio a medio. Quizá hubiera nacido princesa, pero no tenía la docilidad en la sangre, como tampoco la paciencia. Por no mencionar que, durante los años que había vivido con un padre militar y sobreprotector, había aprendido muchos trucos, incluida la habilidad de abrir una buena cerradura. Y también cómo dejar a un atacante tirado en el suelo. Con una mueca de determinación, se dirigió hacia la puerta con paso inestable. Cierto que habían pasado años desde que se saltaba la fuerte seguridad y abría las cerraduras de su casa para escaparse y encontrarse con sus amigos después de la hora hasta la que tenía permiso para salir, pero estaba segura de que recordaría cómo hacerlo. Debía recordarlo. Además, la probabilidad de que aquella pocilga contara con medidas de seguridad modernas era casi nula. Si no podían permitirse un colchón nuevo y las reparaciones, sin duda no podrían pagar los exorbitantes honorarios que una compañía de seguridad cobraba por sus sistemas más avanzados. Llegó a la puerta y pasó la mano por la lisa cerradura.

Muy vieja, sin duda. ¡Qué pintoresco! Le recordó a las cerraduras de la casa de su abuelo, hacía veinte años. Buscó alrededor cualquier cosa que pudiera darle una pista del código, pero no había números anotados por ninguna parte. Nada personal sobre los atacantes, aparte de lo que comían y lo sucios que eran. No servía de nada ir probando al azar secuencias de números, ya que eso podía hacer que la cerradura se bloqueara completamente. Incluso podría gasearla y volver a dejarla inconsciente. O muerta. Nunca se debían infravalorar los trucos que podía emplear la escoria. —Tendré que reprogramarte. Si pudiera encontrar algo con lo que sacar la cerradura de la pared… Con un suspiro, Kiara miró por la habitación y se fijó en la ingente cantidad de basura que había tirada por el suelo. Arrugó la nariz con asco ante el desagradable hedor. Los gruesos muros de acero estaban cubiertos de grandes manchas de óxido y corrosión. ¿Cómo podía haber pasado aquel vehículo la inspección espacial? Ni siquiera servía para cargar la apestosa basura que tanto la molestaba, por no hablar de ocupantes humanos. Debían de haber untado alguna mano muy importante. —¡Ánimo, chica! —se dijo en voz alta—. Tienes que encontrar algo para esa cerradura y salir de aquí. Sin duda habría una nave o cápsula de salvamento en la que pudiera huir. Mierda, en ese momento estaba dispuesta incluso a lanzarse al espacio y flotar hasta su casa si encontraba un traje que la protegiera del vacío espacial. Torció el gesto ante la porquería mientras daba una patada a una pila de desechos que tenía cerca, buscando algo que le sirviera para la puerta. « Preferiría que se me comiesen viva que llamar casa a este lugar…» . Bajo una toallita, encontró un montón de comida mordisqueada. —Ah, qué asco. Aquel lugar parecía poder matarla de pura repulsión. ¿Dónde estaban los parásitos que se comían la carne cuando realmente los necesitaba? De repente, oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo. Más decidida incluso que antes, miró alrededor buscando un arma.

Sólo vio basura. Gruñó por lo bajo. La única ayuda que le ofrecía la basura era la posibilidad de que los secuestradores se desmay aran a causa del hedor. No tendría tanta suerte… Seguramente olerían peor que la propia basura. Apretó los dientes, se aplastó contra la pared junto a la puerta y esperó para atacarlos cuando entraran.

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