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Guia para ser buenos padres de hijos adole – Fernando Alberca

Esta obra continúa la Guía para ser buenos padres (Toromítico) que abarcaba las normas básicas de la buena educación de los hijos desde que los padres conocen la noticia de su embarazo hasta entrada la edad escolar. En aquel primer libro se analizaba en capítulos: 1.El reto apasionante de una obra maestra. 2.20 pilares de la buena educación. 3.La noticia del embarazo. 4.Los tres primeros días de un bebé. 5.La relación especial entre madre e hijo. 6.Manifestaciones para saber si un bebé es más maduro o inmaduro que la media. 7.Ejercicios para bebés y niños, y algunos consejos. 8.Los juguetes. Cómo elegirlos. 9.Su adaptación social. 10.El papel de la madre y el padre. 11.El papel de los abuelos y otros educadores. 12.


¿Qué influye más genética o ambiente? 13.No basta el ejemplo. 14.Autoridad y flexibilidad. La obediencia eficaz. 1S.La relación amor-autoridad-libertad. 16.Las obligaciones del niño. 17.El gobierno de los celos. 18.Conducta, pataletas y otros pulsos con los padres. 19.El lenguaje de los hijos. Cómo escucharles. 20.Malas noticias: la separación y la muerte. 21.El hábito del sueño. 22.Cómo y cuándo hablar de sexo con los hijos. 23.La edad escolar. 24.

Afectividad y éxito escolar. 25.Ser felices y hacerles felices. El ambiente familiar. Ahora, en esta continuación, se puede encontrar respuesta a las principales dudas y obstáculos a los que se enfrentan hoy la mayoría de los padres durante la adolescencia de sus hijos. Nota 1. La oportunidad de la adolescencia 2. Lo que los adolescentes necesitan de sus padres 3. Síntesis de lo que pasa en la adolescencia 4. El niño normal y el concepto de problema 5. El adolescente modélico 6. El adolescente que desobedece 7. El adolescente sobreprotegido 8. El adolescente agresivo 9. El adolescente violento 10. El adolescente tímido 11. El adolescente que miente 12. La importancia de su intimidad 13. La confianza y el diálogo 14. Las 3d de cada hijo 15. Su mundo interior: lectura, canciones, videojuegos y 16. Autoestima y pertenecer a un grupo 17. Las amistades peligrosas 18. Adolescencia y diversion 19. La hora de volver a casa y de levantarse 20.

El adolescente, la música de moda y nuevos ídolos 21. Sustancias y consumos de riesgo: el adolescente y las drogas 22. Hartos de discutir 23. Después lo haré o mejor mañana 24. Ellos y su móvil, ipod, internet, etc 25. Adolescentes solos y sin sentido 26. Un cambio histórico: la generación «desarmada» 27. No dejarse arrastrar 28. La delincuencia creciente en el adolescente 29. Distintas formas de irse de casa 30. Lo que más importa a los hijos 31. La huella de la escala de valores en el adolescente 32. Dos valores en alza: coherencia y mesura 33. La educación religiosa familiar 34. Alimentar la personalidad 35. La libertad de los hijos y la autoridad de los padres 36. Potenciar su capacidad y su voluntad 37. Educar la responsabilidad en los hijos 38. La mejor estrategia de los padres Epílogo. Los fundamentos de una mente sana La adolescencia es el periodo fecundo en el que pasan muchos de los últimos trenes de la vida. Para los padres y para los hijos. Los padres tienen ante sí en estos pocos años, la oportunidad de transmitirles las últimas grandes enseñanzas prácticas a sus hijos, para que puedan lograr una vida feliz, antes de que se vayan de casa a formar su propia familia. Los hijos, por su parte, tienen las últimas grandes oportunidades de comprobar lo que es o debe ser una familia. Si un hijo no disfruta de la experiencia de una familia que le quiere, por contraste aprenderá lo que debe ser una familia y él no disfrutó. Ambos, padres e hijos, se disponen a separarse, lo que harán tras la adolescencia, y lo que hagan en ella y de qué modo la aprovechen marcará la relación de ambos para el resto de sus vidas.

La adolescencia es la etapa en donde se manifiesta lo que el niño recibió en la infancia. Si la infancia se aprovechó con una educación adecuada, la adolescencia será suave y transcurrirá apenas sin conflicto. Al contrario, será más tempestuosa conforme más desaprovechada desde el punto de vista educativo fue la infancia. Así, muchos efectos que se presentan en esta etapa, tienen sus causas en errores que se cometieron con buena intención en la infancia: superprotección, consentimiento, falta de exigencia, ausencia de normas claras, desafecto, ausencia, falta de atención, falta de confianza, falta de libertad o no, adaptada a su edad, etc. Los adolescentes no son niños y tampoco adultos. Sin embargo, los padres a veces los tratan como niños y ellos se rebelan llevados por su instinto de singularidad, madurez y emancipación, dado que son personas distintas a sus padres y como tales sienten y piensan que han de ir comportándose. O los tratan como adultos, cuando aún no lo son, y les recriminan hacer cosas de niños aún y eso les ridiculiza. Porque no hay nada que humille más a un niño que la torpeza y la inmadurez, que de sobra sufren y está fundada. Durante la adolescencia hay padres que ven un conflicto en cada paradoja en la que se encuentra su hijo: la paradoja de no ser niño ni adulto – esto es, a veces niño y a veces adulto-, independiente y dependiente, valiente y cobarde, seguro e inseguro, sin experiencia y aparentando saberlo todo, etc. Algunos, además, creen que sus hijos les quieren menos cuando intentan encontrar su identidad, su diferencia, la que le llena de sentido y le hace contradecir o confirmar a su padre y madre, para demostrarse a sí mismos que son personas diferentes. No saben que si son pacientes, habrá tiempo de que con la madurez, su hijo redimensione su diferencia y aprenda que es posible ser él mismo y coincidir con sus padres. La adolescencia es la etapa donde demostrar más amor a los hijos. Exigente, pero desinteresado. Porque el amor más grande es paciente, sosegado, equilibrado, no hiere, ni busca imponerse o quedar por encima. No ha de alterar por ello a los padres que sus hijos actúen a veces incomprensible, incontrolable o imprevisiblemente. Alterarse hasta el conflicto es injusto. Porque los hijos adolescentes no son del todo los causantes de los efectos que ahora irritan a los padres. Son los que pueden evitarlos, pero no los causantes. Por otro lado, el uso de la paciencia y el amor es más fácil sin duda para las personas maduras y, por tanto, para los padres. Esperar lo contrario es injusto con los propios hijos a los que uno ha de amar y enseñar con el ejemplo, el cariño, la paciencia y las buenas formas siempre. Si de pequeño los padres soportan que un niño se despierte cada tres horas para darle el pecho o el biberón sin respetar el sueño de los padres. Si desde niño los padres soportan cambiarle cada vez que ensucia el pañal. Cada vez que llora lo consuelan, aunque sea por capricho y con paciencia reorientan su llanto y su capricho con buenas palabras, tiernos gestos y cariño… ¿Por qué no hacer ahora en la adolescencia lo mismo, con las formas que la nueva edad requiera, como hasta entonces siempre han hecho? Con frecuencia los padres son injustos valorando a sus hijos adolescentes por sus actuaciones en el presente sin tener en cuenta sus antecedentes, de los que son en buena parte causantes los propios padres. Con todo, la adolescencia es una de las últimas oportunidades que los padres tienen de enmendar lo que erraron en la infancia de sus hijos y de mejorar la familia. Mejorando como padres y enseñándole al hijo lo que le quede para cumplir con su misión en la sociedad y en la familia que será capaz de formar.

A lo largo de la adolescencia el hijo se va adecuando a su personalidad, que se formó antes de sus siete-doce años, y ahora la va conociendo él mismo. En la adolescencia la mayor libertad provoca que su forma de ser, pensar y sentir, se manifieste. A veces le hace sentirse orgulloso; o avergonzarse por no ser tan audaz, agudo, oportuno, rápido, ocurrente, desenvuelto, resolutivo, exitoso, dominante, como desearía. Los padres también se sorprenden de este cambio en su hijo, lo van conociendo ahora más que antes. En la adolescencia, su hijo se revela como es, como fue siempre. El mismo niño que ahora hace fructificar la siembra de sus padres, la escuela y el ambiente que guardó en su interior hasta que se dieran las condiciones de germinación. Un buen niño es un buen adolescente (también rebelde) y un buen adulto. Un niño caprichoso, es irremediablemente un caprichoso adolescente y lo es de adulto, si no cambia. De forma que los adolescentes actúan con las virtudes y vicios que aprendieron y los llevan al terreno de su entorno, su ambiente, sus amigos, sus preocupaciones, principios, intereses y su vida real. Que les hace sufrir a menudo, pero real, la que tienen. En ella han de desenvolverse, no en la de sus padres. Los adolescentes caprichosos en contacto con la realidad de su entorno social pueden cambiar su conducta ante el fracaso de sus manías o sus caprichos. Un adolescente inmaduro puede generar un adulto maduro. Un adolescente caprichoso puede desembocar en un adulto maduro si renuncia a sus caprichos. Pero un niño caprichoso difícilmente dará un adolescente que no lo sea. Esta es otra de las grandes riquezas de la adolescencia, la oportunidad de rectificar lo mal enseñado y aprendido. Confirmar lo bueno. Comprobar lo que en efecto es útil en su vida real, al contacto con los demás, amigos, escuela y ambiente. Ser adolescente no es fácil. Ser padre y madre, tampoco. Pero estos últimos juegan con la ventaja de la experiencia, de la madurez y de ser capaces por ello de mayor amor. De haber sido antes amados por sus propios padres, soportablemente en su propia adolescencia, que a veces parecen olvidar. Aman más porque al amor por sus hijos suman el amor que también sienten por sus padres. Suelo decir en las conferencias, cuando alguien me manifiesta la sensación de ingratitud que a veces los padres pueden tener de sus hijos, que ya han sido pagados de antemano. Los padres aman desinteresadamente a los hijos, porque primero fueron queridos por sus propios padres.

Por eso no han de esperar agradecimiento, que no llegará hasta que los hijos superen la adolescencia y sean maduros. Con anticipación sus padres les enseñaron a amar desinteresadamente porque a su vez lo aprendieron de sus abuelos. Tampoco ellos fueron hijos suficientemente agradecidos. Un hijo nunca acaba de decirle a su padre lo infinitamente agradecido que se siente. No al menos en vida. Es natural si se tiene en cuenta que el adolescente es el ser que ha aprendido a sobrevivir en el refugio familiar y ya maduro debe abandonarlo para demostrarse y demostrar a todos que es útil y tiene sentido por sí mismo. Para eso ha nacido. Para eso lo han educado. La misión de un buen padre es hacerlo independiente. Amante de sus padres, pero libre, inteligente, resuelto, capaz, con sentido propio y feliz. Cuanto antes. Porque no se sabe cuándo le faltarán. La personalidad que se formó en la infancia, en la adolescencia se confirma. Aprendiendo cada día que se puede ser distinto a los padres y coincidir con ellos en lo principal. Pero para esto, los padres deberán dejar que su hijo pronuncie su propia voz, aunque parezca provocadora, retadora, confrontadora, que desprecia todo lo aprendido. Exigiendo solo respeto en las formas. Alentando a manifestar sus diferentes opiniones o no tan diferentes desde la infancia. El hijo lo necesita para confirmar por sí mismo que sus padres, de los que ha dependido durante la infancia, le respetan y consideran como ser distinto. Si un niño aprende que su diferencia es compatible con las muestras de cariño, no tendrá de adolescente que demostrar a sus padres esa diferencia con grandes confrontaciones. Veamos por ejemplo el caso de tres niños: -Si un primer niño se ha acostumbrado desde pequeño a decir que le gustaba más un jugador de fútbol que el que le gusta a su padre, y él lo potencia, diciéndole que es verdad, que el suyo también es bueno, cuando sea adolescente discutirá sobre otros aspectos, pero seguirá siendo del mismo equipo que el padre, porque no necesita marcar la diferencia que ya sabe que respeta y conoce su padre. -Si un segundo niño no ha experimentado desde pequeño que su padre le valora como persona diferente, única, que le gusta oír sus opiniones, fundadas o no, cuando el niño sea adolescente, si cree que su padre aún piensa que sigue siendo el niño que fue y depende aún de él para todo, que rrá marcar la diferencia con su padre, abandonando el seguimiento del equipo que le iguala a su padre y elegirá otro, incluso el rival. -Si un tercer niño experimentó que su padre le despreciaba cada vez que disentía con él sobre qué jugador era el mejor, cuando el niño sea adolescente, no seguirá siquiera el fútbol. Los hijos necesitan hasta los 7 años, más o menos, a sus padres para sobrevivir en aspectos materiales y espirituales fundamentales. Pero desde los 8 hasta los 27, también. Cuando comienza la adolescencia (10 años en adelante), aún le queda al hijo aprender mucho de cómo lo vivido en la infancia es válido para su propia vida, en su relación con los demás y para la familia que con el tiempo creará.

Por eso la labor de los padres en la adolescencia no es solo de resistencia, sino de fecunda acción. En esa etapa comienza la mayor verdad de su vida. Por eso, porque sienten su propio yo al descubierto, es por lo que se forjan tantas caretas, tanta fachada, en gestos, opiniones, acciones, para intentar ocultar lo que empiezan a descubrir en sí mismos: la inmadurez, la inseguridad, sus defectos, limitaciones

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