debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Fuego nocturno – Michael Connelly

Harry Bosch llegó tarde y tuvo que aparcar en una de las calles del cementerio, lejos del lugar donde se celebraba el funeral. Con cuidado de no pisar ninguna sepultura, avanzó cojeando por dos secciones de lápidas, hundiendo el bastón en el suelo blando, hasta que vio a los congregados por John Jack Thompson. Ya no quedaba ni una silla libre en torno a la tumba del viejo detective y Bosch sabía que la rodilla no aguantaría que se quedara mucho rato de pie a los seis meses de la operación. Se retiró hasta la sección contigua, el Jardín de las Leyendas, y se sentó en un banco de cemento que en realidad formaba parte del sepulcro de Tyrone Power. Supuso que no era un problema, porque estaba claro que se trataba de un banco. Recordó que, siendo niño, su madre lo llevaba a ver a Power al cine: películas viejas que reponían en la sala Beverly. Recordaba al atractivo actor como el Zorro y en el papel del acusado en Testigo de cargo . Power murió trabajando, víctima de un ataque cardíaco mientras rodaba una escena de un duelo en España. Bosch siempre había pensado que no era una forma mala de morir, haciendo lo que te gustaba. El funeral de Thompson duró media hora. Bosch estaba demasiado lejos para oír lo que se decía, pero podía imaginárselo. John Jack —como siempre lo habían llamado— era un buen hombre que dedicó cuarenta años de servicio al Departamento de Policía de Los Ángeles de uniforme y como detective. Sacó de circulación a muchos criminales y enseñó a varias generaciones de detectives a hacer lo mismo. Uno de ellos era Bosch. Nada más acceder al puesto de detective de homicidios en la División de Hollywood, hacía ya más de tres décadas, Harry formó pareja con la leyenda. Entre otras cosas, John Jack le enseñó a interpretar detalles que delataban a un mentiroso en una sala de interrogatorios. Siempre sabía cuándo alguien estaba mintiendo. Una vez le dijo a Bosch que hacía falta un mentiroso para conocer a otro, pero nunca le explicó de dónde había sacado aquella perla de sabiduría. Solo fueron compañeros dos años, porque Bosch aprendió enseguida y John Jack era necesario para moldear al siguiente detective de homicidios nuevo. Sin embargo, mentor y estudiante habían permanecido en contacto a lo largo de los años. Bosch le dedicó unas palabras en su fiesta de jubilación. Habló de un día en que estaban trabajando juntos en un caso y John Jack paró a un camión de reparto de panadería al verlo girar a la derecha con el semáforo en rojo. Bosch preguntó por qué habían interrumpido la búsqueda de un sospechoso de asesinato por una infracción de tráfico menor y John Jack le explicó que tenían invitados a cenar esa noche y que su esposa, Margaret, le había encargado llevar el postre. Se bajó del coche, se acercó al camión y le mostró la placa al conductor. Le dijo que acababa de cometer una infracción de tráfico que valía dos pasteles, pero, como era un hombre justo, lo dejó en uno de cerezas y volvió al coche patrulla con el postre para esa noche.


Esa clase de anécdotas y la leyenda de John Jack Thompson se habían ido apagando en los veinte años transcurridos desde la jubilación, pero el grupo reunido en torno a la tumba era numeroso y Bosch reconoció a muchos de los hombres y mujeres con los que había trabajado durante la etapa en la que él mismo llevaba una placa del Departamento de Policía de Los Ángeles. Sospechaba que la recepción en casa de John Jack después del funeral iba a estar igual de concurrida y podría prolongarse hasta entrada la noche. Bosch había perdido la cuenta de los funerales de detectives retirados a los que había acudido. Su generación estaba perdiendo la guerra de desgaste. Pero ese funeral era de los grandes. No faltaba la guardia de honor oficial ni los gaiteros del departamento. Era un reconocimiento al prestigio de John Jack. La triste melodía de Amazing Grace resonó en el cementerio y por encima del muro que lo separaba de Paramount Studios. Después de que bajaran el féretro y la gente empezara a regresar a sus coches, Bosch cruzó por el césped hasta el lugar donde permanecía sentada Margaret, con una bandera plegada en el regazo. La mujer le sonrió cuando se acercó. —Harry, recibiste mi mensaje —dijo—. Me alegro de que hayas venido. —No podía perdérmelo —repuso Bosch, que se inclinó, la besó en la mejilla y le apretó la mano—. Era un buen hombre, Margaret. Aprendí mucho de él. —Sí —dijo ella—. Y tú eras uno de sus favoritos. Estaba muy orgulloso de todos los casos que resolviste. Bosch se volvió y miró la tumba. El féretro de John Jack parecía hecho de acero inoxidable. —Lo eligió él —explicó Margaret—. Dijo que parecía una bala. Bosch sonrió. —Siento no haber ido a verlo antes del final. —No importa, Harry —dijo Margaret—.

Tenías lo de la rodilla. ¿Cómo va? —Cada día mejor. No voy a necesitar este bastón mucho más. —Cuando operaron a John Jack de las rodillas, dijo que era como volver a nacer. Fue hace casi quince años. Bosch asintió, pensando que eso de volver a nacer era pasarse de optimista. —¿Vas a venir a casa? —preguntó Margaret—. Tengo algo para ti. De su parte. Bosch la miró. —¿De su parte? —Ya lo verás. Es algo que yo no le daría a nadie más. Bosch vio familiares reunidos junto a un par de limusinas en la zona de aparcamiento. Parecía que había dos generaciones de niños. —¿Puedo acompañarte a la limusina? —preguntó Bosch. —Me encantaría, Harry —dijo Margaret. 2 Bosch había comprado un pastel de cerezas esa mañana en Gelson’s y eso era lo que le había hecho llegar tarde al funeral. Entró en el chalet de Orange Grove, donde John Jack y Margaret Thompson habían vivido durante más de cincuenta años, y lo dejó en la mesa del comedor, con los otros platos y bandejas de comida. La casa estaba abarrotada. Bosch saludó y les estrechó la mano a unas cuantas personas mientras se abría paso a través de los corrillos de gente, buscando a Margaret. La encontró en la cocina, con las manoplas puestas y sacando una bandeja del horno. Manteniéndose ocupada. —Harry —dijo ella—, ¿has traído el pastel? —Sí. Lo he puesto en la mesa. Margaret abrió un cajón y le dio a Bosch una espátula y un cuchillo.

—¿Qué ibas a darme? —preguntó Bosch. —Paciencia —dijo Margaret—. Primero corta el pastel y luego ve al despacho de John Jack. Al fondo del pasillo, a la izquierda. Está en su escritorio, a la vista. Bosch entró en el comedor y cortó el pastel en ocho porciones con el cuchillo. Luego pasó otra vez entre la gente que se agolpaba en el salón y enfiló el pasillo que conducía al despacho doméstico de John Jack. Ya había estado allí. Años atrás, cuando trabajaban casos juntos, Bosch a menudo terminaba en esa casa después de un turno largo y cenaban a deshoras lo que preparaba Margaret y planteaban una sesión de estrategia. En ocasiones, se quedaba a dormir en el sofá del despacho antes de volver al trabajo. Incluso guardaba ropa de recambio en un armario. Margaret siempre dejaba una toalla limpia para él en el cuarto de baño de invitados. La puerta estaba cerrada y, sin saber por qué, Bosch llamó, aunque sabía que no había nadie. Abrió y accedió a un despachito con estantes en dos paredes y un escritorio apoyado contra una tercera pared, bajo una ventana. El sofá seguía allí, frente a ella. En un cartapacio verde, sobre el escritorio, había una carpeta gruesa de plástico azul con una pila de documentos de ocho o diez centímetros de grosor. Era el expediente de una investigación de asesinato. Ballard 3 Ballard estudió lo que alcanzaba a ver de los restos sin pestañear. El olor a queroseno y carne quemada era penetrante aun a tan poca distancia, pero se mantuvo firme. Estaba a cargo de la escena hasta que llegaran los expertos. La tienda de nailon, que se había fundido y derrumbado sobre la víctima, envolvía el cadáver como una mortaja, solo las partes que el fuego no había quemado por completo. El cuerpo parecía encontrarse en posición de reposo y Ballard se preguntó si era posible que el hombre no se hubiera despertado. Las pruebas de toxicidad determinarían los niveles de alcohol y drogas. Tal vez no había llegado a sentir nada. Ballard sabía que no iba a ser su caso, pero sacó el teléfono y tomó fotos del cadáver y de la escena, incluidos primeros planos de la estufa de acampada volcada, el presunto origen del fuego.

Abrió la aplicación termómetro en el móvil y anotó que la temperatura de Hollywood era en ese momento de once grados. Lo haría constar en el informe que entregaría a la unidad de investigación de incendios del Departamento de Bomberos de Los Ángeles. La detective dio un paso atrás y miró a su alrededor. Eran las 3:15 y Cole Avenue estaba desierta, con la excepción de unos pocos sintechos que habían salido de las tiendas y cobijos de cartones que se sucedían en la acera a lo largo del Hollywood Recreation Center. Todos miraban con los ojos muy abiertos y desconcertados mientras continuaba la investigación sobre la muerte de uno de los suyos.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |