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Foucault en 90 minutos – Paul Strathern

Foucault fue más historiador que filósofo. Tras una investigación laboriosa, concluyó que conocimiento y poder han ido íntimamente ligados a lo largo de la historia. Ilustró esta idea central de su filosofía mediante estudios sobre la locura, la sexualidad, la disciplina y el castigo, argumentando que no existe la verdad absoluta, sólo verdades diferentes acerca de la realidad en momentos particulares, verdades que satisfacen las necesidades del poder. En Foucault en 90 minutos, Paul Strathern presenta un recuento conciso y experto de la vida e ideas de Foucault, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. El libro incluye una selección de escritos de Foucault, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento y una cronología que sitúa a Foucault en su época y en un marco más amplio de la filosofía.


 

Foucault no fue un filósofo en el sentido que le daba al término la tradición clásica. Aun así, en cierto momento de su vida se le consideró en algunos medios como el nuevo Kant, una pretensión ridículamente exagerada; no se puede decir que esto fuera culpa suy a (aunque hizo poco por desalentar a los que así opinaban). Tampoco fue apenas su culpa el hecho de que estuviera fuera de su alcance cualquier posibilidad de ser un filósofo clásico. Éste no es un simple juicio intelectual; el hecho es que Wittgenstein había acabado prácticamente con la filosofía en el sentido de la tradición clásica. Wittgenstein sostuvo que ya no existía la filosofía, sino el filosofar, y que la mayor parte de las cuestiones filosóficas son el resultado de errores lingüísticos. Se aclara la confusión, y el problema sencillamente desaparece. Y las cuestiones restantes simplemente no tenían respuesta (o, más correctamente, no podían ser preguntadas). No obstante, una variante de la tradición filosófica clásica persistió en la Europa continental en la obra de Heidegger, que pretendía actuar, más allá del reino wittgensteiniano, fuera del alcance de la lógica, analizando los fundamentos del pensamiento y del entendimiento. Esta tendencia tuvo una enorme influencia en Foucault y le indujo a desvelar cómo la filosofía y, en suma, todo « conocimiento» llega a su versión de la verdad. Señaló que semejantes « verdades» dependen en gran medida de los supuestos, o mentalidad, de la época en que son promulgadas. Foucault se dedicó a su tarea más como historiador que como filósofo. Estudiaba minuciosamente los documentos originales del periodo que estuviera investigando, y éstos le revelaban de primera mano la sociedad, el conocimiento y la estructura de poder de la época en cuestión. Foucault concluyó que el conocimiento y el poder están íntimamente relacionados, hasta el punto que los conjuntó en su término « poder/conocimiento» . Éste fue el tema central de su filosofía, si bien, para llegar a él e investigar sus implicaciones, cubrió un amplio campo de material, a menudo sensacional. Consideró que era esencial para su argumentación la historia de la locura, de la sexualidad, del control y del castigo. Añádase la relación de estos tópicos con su vida personal y el resultado es el filósofo más sensacional de los tiempos modernos. Sin embargo, ¿qué valor filosófico real contiene todo este sensacionalismo? A casi veinte años de su muerte, las respuestas a esta pregunta permanecen nítidamente divididas. Al olvido filosófico se llega fácilmente; el hecho de que todavía se discuta acerca de Foucault es una especie de reconocimiento. De nosotros depende cuánto tiempo durará esta situación. Vida y obras de Foucault Paul-Michel Foucault nació el 15 de octubre de 1926 en Poitiers, 400 kilómetros al sur de París.


Su familia pertenecía a la burguesía acomodada de una ciudad que ha sido y es ejemplo del provincianismo francés. Su padre era cirujano, enseñaba en la escuela de medicina local y ejercía una práctica próspera. Su madre era una mujer resuelta que manejaba las finanzas del marido, ayudaba a administrar su ejercicio profesional y se atrevía a conducir un automóvil. Además de su residencia de Poitiers, la familia poseía una pequeña casa en el campo. Durante la infancia de Paul-Michel construyeron una villa al lado del mar en la costa atlántica, en La Baule, lo bastante grande para una familia de cinco más el servicio. La familia pasaba allí las vacaciones de verano entre pinos, con vistas a la larga curva de una play a arenosa. El padre era amable pero estricto, la madre eficiente pero nerviosa. Para Paul-Michel, la vida en el hogar con su hermana may or y su hermana menor era el epítome de la normalidad. Ése ha sido el ambiente típico de tantos intelectuales intransigentes franceses que se han rebelado contra toda forma de autoridad y de comportamiento burgués. (Aunque se esforzaría por rebelarse contra tantas otras cosas, Foucault no pudo evitar adaptarse a este estereotipo galo, persistente desde Voltaire hasta Sartre.) El escolar Foucault fue un joven esmirriado y miope, lo que hizo que sus compañeros transformaran su nombre en Polichinela (equivalente a Punch, el jorobado personaje inglés). A los freudianos les intrigará saber que soñaba con convertirse en un pez de colores, esquiva ambición que se reflejaría en su rendimiento académico. Aunque era a todas luces brillante, nunca destacó. Hasta en su asignatura favorita, la historia, terminó sólo de segundo. Los acontecimientos mundiales incidían poco en la somnolienta Poitiers y en la familia Foucault. La villa junto al mar fue construida durante los primeros años de la depresión. La prensa despachaba con menosprecio autosuficiente las posturas afectadas de Hitler en los noticieros, y los discos blandamente alegres de Maurice Chevalier giraban en los gramófonos. El joven Paul-Michel vio a la edad de diez años deambular por las calles de Portier a los primeros refugiados de la Guerra Civil española. Tres años más tarde, Alemania invadía Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial, y la familia tuvo que suspender por primera vez las vacaciones de verano en La Baule. Cuando Foucault cumplía catorce años, los nazis habían invadido Francia, el ejército francés se retiraba en desorden y la agitación llegaba hasta Poitiers. Con la torpeza inflexible de un ordenancista de sala de operaciones, el Dr. Foucault supervisaba el establecimiento de unidades médicas de urgencia en la ciudad. En segundo plano, su esposa intentaba penosamente poner orden, y lograba, eficiente, que se hicieran las cosas. Ya con gafas, pero todavía de pantalón corto, el joven PaulMichel observaba aturdido. Ese año cay eron en picado sus resultados en los exámenes.

La madre movió algunos hilos para transferirlo a otra escuela, con el resultado de que el alumno patito feo se convirtió en cisne. Había de ser una especie de regla; Foucault saldría mal en exámenes importantes, pero lo haría brillantemente una segunda vez. A los veinte años, y al segundo intento, Foucault consiguió plaza en la École Normale Supérieure de París. Éste es el invernadero intelectual donde se pone a prueba la crème de la crème de los estudiantes de Francia. Ser normalien marca de por vida como una especie superior. La normalidad ha sido siempre algo excepcional en Francia, y los superintelectuales normaliens son a menudo un grupo extraño. Pero incluso allí destacó Foucault. Para entonces, el Polichinela del patio de la escuela había desarrollado un carácter decididamente difícil. Durante el año anterior, aproximadamente, había adquirido gradualmente conciencia de que era homosexual, lo cual no sólo era ilegal en aquel tiempo, sino que era impensable en Poitiers. Paul-Michel no podía dirigirse ni siquiera a su amada madre en busca de guía y sosiego y, además, por entonces había reñido seriamente con su padre. El adolescente Paul-Michel rehusaba proseguir la tradición familiar y hacerse médico. Sencillamente, no le interesaba la medicina, y punto. Subía a su habitación a grandes zancadas, cerraba de golpe la puerta y se enfrascaba en otro volumen de historia. Cuando hizo el examen de ingreso en la École Normale Supérieure no cabía duda de que era un intelectual de pura sangre. (Fue cuarto en todo el país.) Pero tampoco cabía duda alguna de que tenía el temperamento impredecible de un pura sangre. En París decidió llamarse sólo Michel (abandonando Paul, nombre de su padre). Los primeros años de Michel Foucault en la ENS habrían de ser una letanía de incidentes. En una oportunidad se rasgó el pecho con una cuchilla de afeitar; en otra hubo que retenerle cuando perseguía a un estudiante con una daga, y en otra le faltó poco para suicidarse con una sobredosis de pastillas. Bebía en demasía y experimentó ocasionalmente con drogas (algo muy minoritario en aquellos días lejanos). A veces desaparecía durante muchas noches, hundiéndose después en su dormitorio, con la mirada vacía y ojeroso, deprimido. Pocos adivinaban la verdad. Se torturaba con sentimiento de culpa a causa de sus solitarias expediciones sexuales. Foucault era incapaz de vivir consigo mismo, y ninguno de los estudiantes de su dormitorio quería vivir con él. Le consideraban loco y peligroso, cualidades que parecía exacerbar su evidente brillantez.

Ferozmente agresivo en la argumentación intelectual, no excluía el recurso a la violencia. Sus condiscípulos eludían su compañía y desarrolló dolencias sicosomáticas. Largos periodos en una cama solitaria de sanatorio le liberaban de la convivencia del dormitorio y le permitían leer copiosamente, incluso para los estándares de la ENS. Se concentraba entonces el entusiasmo, en cierta manera fortuito, de Foucault por la historia. Comenzó a leer al filósofo alemán del siglo XIX Hegel, cuya filosofía pone énfasis en la coherencia y en el sentido de la historia. El propósito de la historia es el de un largo progreso hacia la realidad última de la razón y la autoconciencia. Según Hegel, « todo lo racional es real, y todo lo real es racional» . Bajo la superficie de los hechos, la historia esconde una estructura. « En historia nos ocupamos de lo que ha sido y de lo que es; en filosofía, no nos concierne lo que pertenece exclusivamente al pasado o al futuro, sino lo que es, ahora y eternamente, esto es, la razón.» Historia y filosofía se unen en una sola cosa, una unidad que tiene relevancia inmediata en el presente. Foucault pasó de Hegel al filósofo alemán del siglo XX Heidegger, para quien la condición humana está determinada por elementos más profundos que la mera razón. « Todo el desarrollo de mi filosofía estuvo determinado por mi lectura de Heidegger» , escribiría después Foucault. La excitación de su primer encuentro con el pensamiento de Heidegger fue descrita inmejorablemente por una alumna de éste, Hannah Arendt: « El pensar ha vuelto a la vida; se está dando voz a los tesoros culturales del pasado, que se creía muertos, con el resultado de que nos proponen cosas distintas de las manidas y familiares trivialidades que se pretendía que dijeran.» El pasado estaba vivo en el presente, y el modo en que comprendiéramos el pasado mostraba cómo podríamos entender el presente. La historia no consiste en registrar el pasado sino en revelar la verdad del presente. Tal era la tendencia a la que se adhería el pensamiento de Foucault. Simultáneamente, la filosofía de Heidegger era objeto de intenso debate en los cafés de la Orilla Izquierda de París. El desencanto de la posguerra y la falta de fe en los valores tradicionales habían producido un entusiasmo generalizado hacia el existencialismo de Jean-Paul Sartre, que había recibido una fuerte influencia de Heidegger. El existencialismo de Sartre era muy subjetivista; creía que la « existencia es anterior a la esencia» . No existe una condición humana, o subjetividad, esencial. La esencia la creamos nosotros mismos por la forma como existimos, elegimos y actuamos en el mundo. Del mismo modo, la subjetividad no es un elemento constante que permita una definición estática y limitadora. Está siendo creada continuamente, evolucionando constantemente, como resultado de la vida que llevamos. Foucault absorbió muchas ideas de Hegel, Heidegger y Sartre, pero igualmente significativas fueron las ideas que rechazó. Se formó, en gran parte, en reacción a estos filósofos, especialmente a Sartre.

Como personaje y como pensador, Sartre dominaba la escena intelectual parisina y su presencia se mantendría a lo largo de casi toda la vida de Foucault, a la vez como ejemplo y como aguijón a sus ambiciones. Las ideas de Sartre representaron un papel similar. Foucault sentía por temperamento aversión a permanecer durante mucho tiempo a la sombra de alguien. No sólo tenía ambición, sino también la terquedad suficiente para imponerse, aun cuando sus reacciones impulsivas fueran a menudo más lejos que sus ideas. No habría más figuras paternas; una había sido suficiente. El joven estaba madurando con gran rapidez, tanto en lo académico como en lo personal. Su creciente seguridad intelectual iba de la mano de su autoconocimiento emocional. Aprendía a aceptar su homosexualidad y la violencia de su carácter era asumida representando ocasionalmente papeles sadomasoquistas. La capacidad intelectual de Foucault comenzó a atraer la atención de personalidades rectoras de la ENS, que discutían sus ideas con él. Georges Canguilhem, que había sido examinador suyo, estaba desarrollando una historia estructural de la ciencia enteramente nueva. En su opinión, la ciencia no progresa según una evolución gradual e inevitable. La historia de la ciencia incluye una serie de discontinuidades claras, donde el conocimiento da un paso adelante, sin precedentes, hacia un nuevo terreno. (La relatividad de Einstein es quizás el ejemplo más conocido de este siglo.) Canguilhem era una personalidad excepcional en cuanto que estaba cualificado tanto en filosofía como en medicina, lo que le permitía preguntar con fundamento « ¿Qué es la psicología?» Irónicamente, atacó a la filosofía justamente en el terreno que ella cree ser su función y su fuerza: el conocimiento del yo. ¿Cuál es la base del conocimiento psicológico? ¿Qué hacía éste, o trataba de hacer? Preguntas semejantes eran de particular interés para Foucault, cuya conducta errática anterior le había llevado a un conocimiento de primera mano de la psiquiatría institucional. Sentía, a causa de su temperamento, aversión por el papel de paciente y se desencantó con la psicología tras el tratamiento al que se vio sometido y que le incitó a « olvidar todo el asunto tan pronto como mi psiquiatra se iba de vacaciones» . Y he aquí que Canguilhem ahora articulaba lo que él instintivamente, había sentido que fallaba en la psiquiatría, esto es, su falta de conocimiento de sí misma y de lo que hacía. Foucault atrajo también la atención de Louis Althusser, entonces un joven instructor en la ENS. Althusser había sobrevivido durante la guerra a cinco años en campos de concentración, de los que había vuelto marxista convencido. Estaba ahora desarrollando la teoría marxista hacia lo que más tarde se vería como una dirección estructuralista. Al leer a Marx, decía, uno tenía que mirar más allá de la superficie del texto. Era necesario ser consciente del « horizonte de pensamiento» que limitaba el lenguaje y los conceptos de Marx a su periodo histórico particular. Había que tratar de entender los problemas fundamentales a los que se enfrentaba realmente Marx (aunque él mismo no fuera siempre consciente de ello). Althusser persuadió a Foucault a que militara en el Partido Comunista de Francia (PCF). A pesar de su estalinismo, el PCF seguía siendo una fuerza política importante en Francia, en gran medida como resultado del heroico papel que desempeñó en la Resistencia durante la ocupación nazi.

Pero Foucault no se sentía a gusto en el partido y asistió a pocos mítines. Una vez que había asumido su homosexualidad y aceptado que era una parte central de su vida, no le gustaba escuchar que la homosexualidad era rechazada por el partido como mera « decadencia burguesa» . (Althusser siguió ejerciendo una gran influencia como marxista en los estudiantes de la ENS durante bastante más de treinta años, hasta que estranguló a su esposa en 1981 y hubo de pasar la última década de su vida en un manicomio; allí escribió una brillante autobiografía en la que confesó lo poco que había leído a Marx.) Foucault pasó sus exámenes finales en 1951, obteniendo un resultado sobresaliente, como de costumbre, al segundo intento. Se enfrentaba ahora a la perspectiva del servicio militar. No obstante, su historial de « depresiones» , junto a lo que parece haber sido un manejo de influencias por parte de su familia, hizo que se librara de esta pérdida de tiempo de dos años. Trabajó a continuación como instructor en la ENS, en las especialidades de filosofía y psicología. Su interés por esta última le convirtió en un asiduo visitante de la unidad psiquiátrica del Hôpital Sainte-Anne, donde llegó a ser considerado virtualmente como miembro no pagado del personal, y le fue permitido incluso atender clínicamente a pacientes. En la ENS era conocido por los tests de asociación de Rorschach que hacía a los estudiantes con el fin de « saber qué hay en sus mentes» . Todo esto era algo más que simples tests de manchas de tinta hechos a estudiantes guapos por un antiguo paciente, ahora ayudante, del hospital. Foucault comenzaba entonces a hacer preguntas serias sobre psicología, preguntas que iban más allá de la inspiración de Althusser. ¿Cómo puede estudiarse científicamente la « experiencia» ? La existencia humana no es accesible a un estudio objetivo, sino que se accede a ella por la vía de su especificidad humana. Había que estudiar, por tanto, el concepto mismo de humanidad y su evolución. Foucault descubrió entonces al filósofo que transformaría toda su manera de pensar. Nietzsche había precedido cronológicamente a Heidegger y ejercido una fuerte influencia en él; era como si Foucault estuviera descubriendo las auténticas raíces de su propio pensamiento. A lo largo del tórrido verano de 1953, Foucault y ació tumbado en la play a de Civitavecchia (el antiguo puerto de Roma), absorbiendo con avidez el mensaje del « filósofo del poder» . Nietzsche pone el ejemplo de la Grecia antigua, donde la fuerza autodestructiva del frenesí dionisiaco alcanza a la vez poder y belleza cuando queda contenida dentro de la clara y limpia disciplina de la forma apolínea. Las dos son igualmente necesarias, y el principio es aplicable tanto al individuo como a la obra de arte. La verdad acerca de uno mismo no es « algo dado, algo que tenemos que descubrir, sino algo que hemos de crear por nosotros mismos» . Hasta la humanidad misma es simplemente una estructura social, creada por fuerzas culturales cambiantes y contingentes. Éste era precisamente el mensaje que Foucault estaba deseando escuchar. Decía que, antes de leer a Nietzsche, tenía el sentimiento de « estar atrapado» . Ahora entendía que era libre de crearse a sí mismo según su propio parecer.

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