debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Fidel Castro, biografia a dos voces – Ignacio Ramonet

Daban las dos de la madrugada y llevábamos horas conversando. Nos hallábamos en su despacho personal. Una pieza austera, amplia, de techo alto, con grandes ventanales cubiertos por cortinas de color claro que dan a una gran terraza desde donde se divisa una avenida principal de La Habana. Una inmensa biblioteca al fondo y una larga, maciza mesa de trabajo repleta de libros y de documentos. Todo muy ordenado. Dispuestas en las estanterías o sobre mesitas a ambos extremos de un sofá: una figura en bronce y un busto del «Apóstol» José Martí, así como una estatua de Simón Bolívar, otra de Sucre y un busto de Abraham Lincoln. En un rincón, realizada con alambre, una escultura del Quijote a lomos de Rocinante. Y en las paredes, además de un gran retrato al óleo de Camilo Cienfuegos, uno de sus principales lugartenientes en la Sierra Maestra, sólo otros tres marcos: una carta autógrafa de Bolívar, una foto dedicada de Hemingway exhibiendo un enorme pez espada («Al Dr. Fidel Castro, que clave uno como éste en el pozo de Cojímar. Con la amistad de Ernest Hemingway»), y un retrato fotográfico de su padre, don Ángel, llegado a Cuba de su lejana Galicia hacia 1895… Sentado frente a mí, alto, corpulento, con la barba ya casi blanca y su uniforme verde olivo de siempre, y sin un asomo de cansancio pese a la hora tardía, Fidel contestaba con calma. A veces en voz tan baja, como susurrada, que apenas lo alcanzaba a oír. Estábamos a finales de enero de 2003 y empezaba la primera serie de nuestras largas conversaciones que me harían regresar de nuevo a Cuba varias veces los meses siguientes, y hasta diciembre de 2005. La idea de este diálogo había surgido un año antes, en febrero de 2002. Yo había venido, a La Habana a dar una conferencia en el marco de la Feria del Libro. También estaba Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001. Fidel me lo presentó diciendo: «Es economista y norteamericano, pero es lo más radical que he visto jamás. A su lado, yo soy un moderado.» Nos pusimos a hablar de la globalización neoliberal y del Foro Social Mundial de Porto Alegre del que yo acababa de llegar. Quiso saberlo todo, los temas en debate, los seminarios, los participantes, las perspectivas…Expresó su admiración por el movimiento altermundialista: «Se ha levantado una nueva generación de rebeldes, muchos de ellos norteamericanos. Que utilizan formas nuevas, métodos distintos de protestar. Y que están haciendo temblara los amos del mundo. Las ideas son más importantes que las armas. Menos la violencia, todos los argumentos deben emplearse para enfrentar la globalización.» Como siempre, a Fidel le salían ideas a borbotones. Tenía una visión mundial.


Analizaba la globalización, sus consecuencias y la manera de enfrentarlas, con argumentos de una modernidad y de una astucia que ponían de relieve esas cualidades que muchos biógrafos han subrayado en él: su sentido de la estrategia, su capacidad para valorar una situación concreta y su rapidez de análisis. A todo ello se añadía la experiencia acumulada en tantos arios de resistencia y de combate. Escuchándolo, me pareció injusto que las nuevas generaciones no conocieran mejor su trayectoria, y que, víctimas inconscientes de la constante propaganda contra Cuba, tantos amigos comprometidos con el movimiento altermundialista, sobre todo los más jóvenes, en Europa, lo consideren a veces sólo como un hombre de la guerra fría, un dirigente de una etapa superada de la historia contemporánea y que poco puede aportar a las luchas del siglo XXI. Para muchos, y en el seno mismo de la izquierda, el régimen de La Habana suscita hoy recelos, críticas y oposiciones. Y aunque la Revolución Cubana sigue promoviendo entusiasmos, es un tema que fragmenta y divide. Cada vez resulta más difícil encontrar a alguien —a favor o en contra de Cuba— que, a la hora de hacer un balance, dé una opinión serena y desapasionada. Yo acababa de publicar un breve libro de conversaciones con el subcomandante Marcos, el héroe romántico y galáctico de los zapatistas mexicanos. Fidel lo había leído y le había interesado. Le propuse al comandante cubano hacer algo parecido con él, pero de mayor amplitud. Él no ha escrito sus memorias, y es casi seguro que, por falta de tiempo, ya no las redactará. Sería pues una suerte de «biografía a dos voces», un testamento político, un balance de su vida hecho por él mismo al alcanzar los casi ochenta años, y cuando se ha cumplido medio siglo desde aquel ataque al cuartel Moncada de Santiago de Cuba, en 1953, donde, en cierta medida, empezó su epopeya pública. Pocos hombres han conocido la gloria de entrar vivos en la historia y en la leyenda. Fidel es uno de ellos. Es el último «monstruo sagrado» de la política internacional. Pertenece a esa generación de insurgentes míticos —Nelson Mandela, Ho Chi Minh, Patricio Lumumba, Amílcar Cabral, Che Guevara, Carlos Marighela, Camilo Torres, Turcios Lima, Mehdi Ben Barka— quienes, persiguiendo un ideal de justicia, se lanzaron en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial a la acción política con la ambición y la esperanza de cambiar un mundo de desigualdades y de discriminaciones, marcado por el comienzo de la guerra fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Como miles de intelectuales y de progresistas a través del mundo, y entre ellos hasta los más inteligentes, esa generación pensaba con sinceridad que el comunismo anunciaba un porvenir radiante, y que la injusticia, el racismo y la pobreza podían ser extirpados de la faz de la Tierra en menos de un decenio. En aquella época, en Vietnam, en Argelia, en Guinea-Bissau, en más de medio planeta se sublevaban los pueblos oprimidos. La humanidad aún estaba entonces, en gran parte, sometida a la infamia de la colonización. Casi toda África y buena porción de Asia seguían dominadas, avasalladas por los viejos imperios occidentales. Mientras, las naciones de América Latina, en teoría independientes desde hacía siglo y medio, permanecían despotizadas por minorías privilegiadas, y a menudo sojuzgadas por crueles dictadores (Batista en Cuba, Trujillo en República Dominicana, Duvalier en Haití, Somoza en Nicaragua, Stroessner en Paraguay…), amparados por Washington. Fidel escuchó mi propuesta con una sonrisa leve, como medio divertido. Me miró con ojos penetrantes y maliciosos, y me preguntó con ironía: «¿De verdad quiere usted perder su tiempo charlando conmigo? ¿No tiene cosas más importantes que hacer?» Por supuesto, le contesté que no. Decenas de periodistas de todo el mundo, y entre ellos los más célebres, llevan años esperando la oportunidad de conversar con él. Para un profesional de la prensa, ¿qué entrevista más importante puede haber que el diálogo con una de las personalidades históricas más significativas de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va de este? ¿No es acaso Fidel Castro el jefe de Estado que más tiempo lleva ejerciendo su cargo? Ha tenido que lidiar nada menos que con diez presidentes estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con algunos de los principales líderes que marcaron la marcha del mundo después de 1945 (Nehru, Nasser, Tito, Jruschov, Olof Palme, Ben Bella, Boumedienne, Arafat, Indira Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, Mitterrand, Jiang Zemin, Juan Pablo II, el rey Juan Carlos, et al).

Y ha conocido a algunos de los principales intelectuales y artistas de nuestro tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir; Hemingway, Graham Greene, Arthur Miller, Pablo Neruda, Jorge Amado, Oswaldo Guayasamín, Henri Cartier-Bresson, Julio Cortázar, José Saramago, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Oliver Stone, Noam Chomsky y muchísimos otros). Bajo su dirección, su pequeño país (poco más de cien mil kilómetros cuadrados y once millones de habitantes) ha podido conducir una política de gran potencia a escala mundial, llegando incluso a echarle un pulso a Estados Unidos, cuyos dirigentes no han conseguido derribarlo, ni eliminarlo, ni tan siquiera modificar el rumbo de la Revolución Cubana. La Tercera Guerra Mundial estuvo a punto de estallar en octubre de 1962 a causa de la actitud del gobierno norteamericano, que protestaba contra la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba, cuya función era, sobre todo, impedir un desembarco como el de 1961 en Playa Girón (Bahía de Cochinos), realizado esta vez directamente por las fuerzas armadas estadounidenses para derrocar el régimen cubano. Desde hace más de cuarenta años, Washington le impone a Cuba un devastador embargo comercial y financiero (reforzado en los años 1990 por las leyes Helms-Burton y Torricelli) que obstaculiza su normal desarrollo y contribuye a agravar la difícil situación económica. Con consecuencias trágicas para sus habitantes. Estados Unidos prosigue además una guerra ideológica y mediática permanente contra La Habana a través de las potentes Radio «Martí» y TV «Martí», instaladas en La Florida para inundar la isla de propaganda como en los peores tiempos de la guerra fría. Por otra parte, varias organizaciones terroristas hostiles al régimen cubano —Alpha 66 y Omega 7, entre otras— tienen sede en Miami, donde poseen campos de entrenamiento, y desde donde, sin cesar, envían comandos armados a la isla para cometer atentados, con la complicidad pasiva de las autoridades estadounidenses. Cuba es uno de los países que más víctimas ha tenido (más de tres mil) y que más ha sufrido del terrorismo en los últimos cuarenta años. A pesar de un ataque tan persistente por parte de Estados Unidos, incluyendo muchos intentos de atentado contra su vida, después de las odiosas agresiones del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington Fidel declaró: «Ninguna de esas circunstancias nos condujo jamás a dejar de sentir un profundo dolor por los ataques terroristas del 11 de septiembre contra el pueblo norteamericano. Hemos dicho que cualquiera que sean nuestras relaciones con el gobierno de Washington, nunca saldrá nadie de aquí para cometer un acto de terrorismo en los Estados Unidos.» Y también subrayó: «Que me corten una mano si alguien encuentra aquí una sola frase dirigida a disminuir al pueblo norteamericano. Seríamos una especie de fanáticos ignorantes si fuésemos a echar la culpa al pueblo norteamericano de las diferencias entre ambos gobiernos.» Como reacción ante las agresiones constantes venidas de afuera, el régimen ha preconizado en el interior del país la unión a ultranza. Ha mantenido el principio del partido único, y ha tenido tendencia a sancionar con severidad las discrepancias, aplicando a su manera el viejo lema de San Ignacio de Loyola: «En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición.» Por eso, los informes anuales de la organización Amnistía Internacional critican la actitud de las autoridades en materia de libertades (libertad de expresión, libertad de opinión, libertades políticas) y recuerdan que, en Cuba, hay decenas de «prisioneros de opinión». Sea cual fuere el motivo, se trata de una situación que no se justifica. Como tampoco se justifica la aplicación de la pena de muerte, hoy día suprimida en la mayoría de los países desarrollados, con las notables excepciones de Estados Unidos y Japón. Ningún demócrata puede estimar normal la existencia de presos de opinión y el mantenimiento de la pena capital. Esos informes críticos de Amnistía Internacional no señalan, sin embargo, casos de tortura física en Cuba, de «desapariciones», de asesinatos políticos, o de manifestaciones reprimidas a golpes por la fuerza pública. Tampoco se ha registrado ningún levantamiento popular contra el régimen. Ni un solo caso en 46 años de Revolución. Mientras tanto, en algunos Estados próximos, considerados «democráticos» —Guatemala, Honduras, República Dominicana, incluso México y no hablemos de Colombia, por ejemplo— sindicalistas, oponentes, periodistas, sacerdotes, alcaldes, líderes de la sociedad civil siguen siendo asesinados con impunidad, sin que estos crímenes ordinarios susciten excesiva emoción mediática internacional. A ello habría que añadir, en esos Estados y en la mayoría de los países pobres del mundo, la violación permanente de los derechos económicos, sociales y culturales de millones de ciudadanos; la escandalosa mortalidad infantil, el analfabetismo, los sin techo, los sin trabajo, los sin cuidado sanitario; los mendigos, los niños de la calle, los barrios de chabolas, la droga, la criminalidad y toda clase de delincuencias… Fenómenos desconocidos o casi inexistentes en Cuba. Igual que es inexistente el culto oficial a la personalidad. Aunque la imagen de Fidel está muy presente en la prensa, en la televisión y en las calles, no existe ningún retrato oficial, ni hay estatua, ni moneda, ni avenida, ni edificio, ni monumento dedicado a Fidel Castro ni a ninguno de los líderes vivos de la Revolución.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |